☽ | Chapter 83.
QUÉ ESPERAR CUANDO ESTÁS ESPERANDO
El resto del trayecto me mantuve en silencio, mirando por la ventanilla del vehículo y pensando en cómo era posible que alguien hubiera podido rebasar la seguridad de la mansión Herz para atacar a Jana. Lo más preocupante todavía era que Eneas y Calígula, por ende, debían estar al tanto del estado de la esposa de Tiberius; debían saber que estaba embarazada y no dudaron un segundo en intentar acabar con su vida y con la del bebé.
Las enormes verjas de la mansión se encontraban abiertas de par en par, esperando nuestra llegada. Quizá alertados por mi llamada a Lyle, varios miembros del aquelarre se encontraban en lo alto de la escalera de mármol, todos ellos vestidos pulcramente de negro; Lyle fue el primero en salir del vehículo, animándonos a imitarlo. Mis ojos recorrieron los rostros de la multitud con la vaga esperanza de encontrar allí a una consumida Jana.
No se encontraba entre los presentes.
Me inquietó que Lyle se adelantara para colocarse a mi lado, tomándome por la cintura como si no fuera capaz de sostenerme por mí misma. Bala, Étienne y Derek se movían a nuestra espalda con expresiones sombrías, nada cómodos con aquella comitiva de bienvenida; Tiberius dio un par de pasos en nuestra dirección, estudiándome con los ojos cargados de alarma. Tenía la camiseta destrozada por el estómago, manchada de mi propia sangre. Pero mi piel se encontraba lisa y libre de cicatrices después de haber bebido de Derek.
Los gemelos compartieron una larga mirada en la que pude ver cómo intercambiaban palabras silenciosas. Luego mis dos hermanos desviaron la mirada hacia mí a la par; era algo inquietante la forma en la que solían moverse, como si se leyeran la mente y estuvieran sincronizados.
-Galatea –me llamó Tiberius, con un tono preocupado.
Estaba preguntándome con aquella simple palabra si me encontraba bien. Mi relación con Tiberius siempre se había mantenido en una línea de respeto mutuo, a excepción de cuando ordenó que fuera castigada con semejante brutalidad; ahora que formábamos un extraño equipo para liderar el aquelarre Herz, teníamos que mejorar esa relación para poder trabajar en conjunto.
A pesar de la difícil situación que estaban pasando dentro del aquelarre, no podíamos permitir quedarnos paralizados. Y eso significaba que tendría que ayudar activamente a la toma de decisiones; no podía dudar.
-Estoy bien –respondí.
No me apetecía explicarle delante de todo aquel público que había sido atravesada por una rama como si fuera mantequilla, así que opté por darle la verdad reducida en la que no mencionaba que había sido gracias a Derek.
Los ojos de Tiberius me miraban con atención, seguramente sin creerse mi escueta respuesta. Lyle se adelantó para colocar una mano sobre el hombro de su gemelo, pidiéndole en silencio que aguardara a un momento más propicio para poder hablar sobre lo sucedido.
Con un simple gesto de cabeza en nuestra dirección, Lyle nos indicó que le siguiéramos. La comitiva que se había congregado se apartó de nuestro camino, estudiándonos con atención; entre los presentes reconocí a vampiros que pertenecían a otros aquelarres. Incluso reconocí a vampiros que preferían moverse por libre, como Moses Nickels.
Derek también divisó el rostro del vampiro, pues escuché perfectamente el gruñido que dejó escapar. Retrocedí para quedarme a su altura, pero vi que Bala negaba discretamente con la cabeza, instándome a que volviera a mi posición; Lyle parecía encontrarse ajeno a todo.
Una vez alcanzamos el vestíbulo y las puertas estuvieron cerradas, se giró hacia el variopinto grupo que conformábamos nosotros cuatro. Un grupo de humanos se reunió a la espalda de Lyle, todos formando una línea recta de cuerpos bien erguidos y miradas perdidas.
La mirada de mi hermano recayó sobre mí en primer lugar, con una expresión que no me transmitía nada. Y no sabía cómo tomarme esa ausencia de sentimientos en alguien como Lyle Herz.
-Tu habitación sigue tal y como la dejaste, a excepción de que no me encontrarás allí noqueado –me indicó, haciendo alusión al día en que huí de manera definitiva de la mansión.
Apreté los dientes con fuerza, mordiéndome la lengua para no caer en su provocación. Mi cuerpo sufrió un escalofrío al rememorar aquel terrible momento, al regresar a la mansión tras haber asistido a la boda de Deirdre; Lyle había perdido el control conmigo y habíamos terminado por enfrentarnos el uno al otro. El final de aquella pelea aún me provocaba náuseas y el sonido del chasquido del cuello de Lyle se repitió en mis oídos.
Lyle pasó entonces a mirar a los tres vampiros restantes.
-En cuanto a vosotros... -por unos segundos lo vi dudar-. Podéis instalaros en el edificio de invitados, no me gustaría arriesgarme de teneros aquí.
Dicho esto, se giró hacia el séquito de humanos que aguardaba a su espalda y les ordenó algo en voz baja. Todos ellos asintieron con gravedad y se pusieron en movimiento; Lyle les pidió a mis amigos que siguieran al servicio, sin darles otra opción. Los observé marcharse hacia los jardines traseros con la sensación de que Lyle estaba tramando algo.
Me giré hacia mi hermano con un gesto de sospecha.
-En tu habitación encontrarás algo para cambiarte –me indicó Lyle, frotándose la frente y dejando caer su máscara finalmente: su habitual altanería había desaparecido por completo, ahora solo podía ver un hondo sufrimiento-. Ordenaré que les lleven algo al edificio de invitados.
Mi mente repitió la forma en la que había eludido mi pregunta sobre Jana. Había acusado a Derek de haberme ocultado el delicado estado de mi amiga, pero no había añadido nada más; ahora que nos encontrábamos a solas, quizá estuviera más abierto a sacarme de dudas respecto a lo que sucedía con Jana.
Me tragué el temor a que todo aquello fuera otra treta por su parte y me acerqué hasta donde se encontraba, apoyado en la barandilla. No movió ni un músculo, a pesar de escuchar perfectamente mis pasos en su dirección; mis ojos estudiaron mi entorno ante la posibilidad de que la actitud de Lyle fuera una trampa.
-Lyle.
No alzó la mirada y fingió no haberme escuchado.
Coloqué una mano sobre su hombro, obligándole de esa forma a que alzara la cabeza en mi dirección. ¿Sería posible que Lyle pudiera mostrarse de aquella forma? Quizá la pérdida de Lucrezia le había hecho abrir los ojos y enseñarle que no podía centrarse siempre en sentimientos tan negativos. Quizá yo era demasiado inocente respecto a los motivos de Lyle y estaba dándole una confianza que no debería.
-Quiero ver a Jana –le pedí.
Su mirada se tornó fría.
-¿Qué derecho tienes a pedirme eso? –me espetó-. ¿Ahora te preocupas por ella?
Recibí su golpe bajo con estoicismo. La última vez que había visto a Jana fue el mismo día de la fiesta, cuando nos había acompañado al restaurante para asegurarse de que todo lo que tenían preparado estuviera en su lugar; mi amiga no me había reprochado en ningún momento la separación que habíamos tenido, y yo había intentado recompensarla por ello.
-Por supuesto que me preocupo por ella –le respondí en el mismo modo.
Lyle enarcó una ceja con escepticismo.
-Permíteme que lo dude.
Lo miré con desagrado.
-No me importa lo más mínimo tu opinión al respecto, Lyle –repuse-. Porque tú mismo la usaste para llegar hasta mí, engañándola.
La mirada de mi hermano resplandeció con rabia ante mi apunte. Después sus labios se curvaron en una siniestra sonrisa; en aquel instante me arrepentí de haber intentado un acercamiento amistoso con él, pues no había cambiado en absoluto: continuaba estando tan podrido por dentro como siempre.
-Eres tan venenosa como nosotros, Galatea; no en vano eres una Herz –me acusó con perversa diversión-. Lo contaminas todo a tu paso.
Apreté mi mano en un puño y la retuve contra mi costado, a pesar de que el rostro de Lyle se encontraba relativamente cerca para que pudiera estampárselo. El humor de mi hermano parecía haber mejorado tras lanzarme su hiriente comentario; ya no se mostraba decaído: estaba listo para un enfrentamiento. Casi parecía estar deseándolo fervientemente.
-Podría ponerte un claro ejemplo de cómo has expandido ese veneno que tienes en tu interior –se relamió el labio inferior, saboreando su respuesta-. Derek Vanczák lo ha perdido todo por tu culpa; al menos, cuando estaba con Anna y tenía sus continuas aventuras, sabía mantener el aquelarre. Tú se lo has arrebatado.
El labio inferior empezó a temblarme, obligándome a mordérmelo con fuerza para impedir que ese maldito tic pudiera humillarme. De todo lo que Lyle podría haberme dicho, o insinuado, aquello había sido lo peor; la parte más oscura de mí le daba la razón a gritos, abriendo poco a poco las compuertas de todos aquellos sentimientos negativos que despertaban en mí las deplorables circunstancias.
-Aléjate de mí si no quieres que te arrebate algo –le amenacé abiertamente.
Descargué mi puño sobre la barandilla de madera para subrayar mis palabras; lo único que conseguí con ello fue que Lyle me sonriera con más ganas.
Aparté a mi hermano de un empujón en mi camino a las escaleras y las subí apresuradamente, intentando borrar de mi cabeza lo que había dicho respecto a mi naturaleza tóxica. ¿Estaría perjudicando a Derek? Pisé con fuerza el escalón de madera mientras ese pensamiento se quedaba fijo y en modo bucle. El camino hacia el primer piso se me hizo muy corto y sirvió únicamente para acrecentar la angustia de mi pecho.
Mis pies dejaron de responder nada más detenerme en el umbral que precedía a mi habitación. Todo seguía estando en su sitio, sin una sola mota de polvo; eso me hizo sospechar que se había exigido al servicio que la mantuvieran limpia... con la esperanza, o la firme certeza, de que yo iba a regresar.
Al cerrar la puerta a mi espalda, sin embargo, noté que había algo diferente... o más bien que faltaba algo: alguien había quitado el pestillo de la puerta para evitar que pudiera bloquearla desde dentro. Pasé los dedos por la muesca que había dejado el pestillo y sentí que la angustia iba transformándose en rabia.
Respecto a ese pequeño detalle no me cabía duda alguna sobre quién había debido tener la fantástica idea.
Fui directa hacia mi armario y abrí las puertas con más brusquedad de lo que pretendía en un principio. Tendría que darme una buena ducha antes de cambiarme de ropa, pues mi piel estaba cubierta de sangre y suciedad. Rebusqué en el interior del armario hasta que di con un pantalón negro a conjunto con una discreta blusa del mismo color; conforme con mi elección, llevé conmigo las prendas al baño, donde habían decidido mantener el pestillo.
No dudé ni un segundo en echarlo, sintiéndome un poco más segura con ese simple gesto. Me impedí a fuerza de voluntad mirar mi reflejo en el espejo, comenzando a desnudarme de espaldas a él; hice una pelota con la ropa que había quedado totalmente inservible y me metí en el interior de la cabina de la ducha para abrir el grifo del agua caliente.
Recorrí mi vientre una y otra vez, sin encontrar ni una sola cicatriz que pudiera atestiguar que una rama me había atravesado como si fuera un trozo de mantequilla; la sangre de Derek había logrado activar mi curación, que había quedado inhabilitada, o alterada, por la presencia de la plata dentro de mí.
Llevé mis colmillos desenfundados hacia mi muñeca para abrírmelas, con un nudo en el estómago. La piel no tardó mucho en ceder bajo la presión del filo, haciéndome saborear mi propia sangre; escupí de manera automática mientras veía correr lentamente el líquido oscuro por mi brazo, mezclándose con el agua.
Jadeé cuando la herida se cerró rápidamente. No quise hacerme ilusiones al respecto, pues Randall había sido claro con mi situación: la plata no había desaparecido de mi sistema, pero quizá aquello significaba que la cantidad había menguado considerablemente.
Salí de la ducha con un aspecto mucho más limpio y me sequé apresuradamente para poder vestirme. Ahora que había eliminado la sangre y suciedad de mi cuerpo me atreví a contemplar mi reflejo; no me molesté en secármelo con el secador, pues al aire libre también tendría el mismo resultado.
Interiormente suspiré de alivio cuando no vi a nadie esperándome en la habitación ni en el pasillo. Sin embargo, Božena estaba aguardando con gesto paciente al final de las escaleras; no me sorprendió verla vestida con su habitual atuendo de color negro, largo hasta las rodillas y su pelo oscuro recogido pulcramente en un discreto moño. Sus ojos negros me observaron con suma atención al verme bajar por la escalera.
-Bienvenida a casa, Galatea –me saludó con cortesía.
Le respondí con un seco movimiento de cabeza. Božena no hizo ningún comentario sobre cómo le sentaba mi regreso a la mansión y se puso en marcha para guiarme hasta el patio trasero; el escenario no era distinto al que había mostrado el funeral por los vampiros caídos en la batalla, en la mansión Vanczák. Sin embargo, el público reunido allí era mucho más amplio y no solamente se reducía al propio aquelarre Herz.
Božena me indicó que me dirigiera hacia la primera línea frente al enorme bloque de mármol donde habían depositado el cuerpo de Lucrezia. Mi parte más escabrosa me obligó a desviar la mirada para contemplar el cadáver: habían intentado disimular el tono ceniciento de su piel y habían retirado la sangre que debía haber manchado sus comisuras y demás orificios; la habían engalanado, cruzando sus brazos sobre su pecho. Tenía los ojos cerrados.
Cualquiera pensaría que estaba durmiendo.
Me coloqué junto a Lyle quien, a su vez, estaba acompañando a su doliente madre. Bergamota van Tassel se encontraba hundida entre los brazos de su hijo; sus mejillas tenían surcos de sangre procedentes de su llanto y no trataba de ocultar su dolor ante las personas que se habían desplazado hasta allí para despedir a Lucrezia. De nuevo me sentí atrapada: al igual que en la despedida de Axel, no sabía cómo comportarme al respecto; en ese momento tenía a Hunter a mi lado, y había sido un tanto incómodo el momento en que Ferenc Vanczák se me había acercado para darme su profuso agradecimiento por haber vengado a su hijo.
Tiberius se encontraba a unos pasos de la pira que se había creado para quemar el cuerpo de Lucrezia, sin la presencia de Jana a su lado.
De manera inconsciente eché en falta a Derek para que pudiera brindarme su apoyo. Conociendo a Lyle, habría ordenado que situaran a los representantes del aquelarre Vanczák lo más alejados posible de nosotros.
Volví de golpe a la realidad cuando unos tímidos brazos me rodearon por los hombros y el rostro desencajado de Bergamota ocupó todo mi campo de visión. La primera reacción fue ponerme rígida, en guardia por un posible ataque por parte de la mujer; no en vano había sido en mi maldita fiesta de presentación donde había estallado el artefacto que había permitido a Eneas y Calígula que pudieran infectarnos con plata.
-Oh, Galatea –sollozó sonoramente, apretándome en un asfixiante abrazo-. Has venido, hija mía... Y estás bien –añadió con esfuerzo a causa del llanto-. Derek nos informó que tú también... que ellos...
No pudo, o no supo, cómo continuar. Todo su cuerpo se sacudía en silenciosos sollozos y mis clavículas descubiertas pronto quedaron manchadas de sangre procedentes de sus lágrimas; mi cabeza no paraba de repetir la forma en la que se había dirigido a mí, como si de mi auténtica madre se tratara.
Aquello me hizo sentir mucho peor de lo que ya me sentía por no saber cómo comportarme en aquella triste situación.
Mis brazos rodearon con un ligero titubeo el diminuto y regordete cuerpo de Bergamota, devolviéndole el abrazo. No dudaba en que aquella mujer había querido a sus hijos, aunque no fueran de su sangre; no dudaba en que se había comportado como una auténtica madre con los gemelos... pero yo no podía sentirla de ese mismo modo. Bergamota no era mi madre, jamás sería capaz de desplazar la figura de Angela Riley.
-Yo... lo siento –terminé por decir, intentando atinar.
Por suerte para mí, Lyle se metió de por medio, indicándonos que Tiberius estaba a punto de empezar a llevar a cabo la ceremonia. Ocupamos nuestras respectivas posiciones, con las miradas clavadas en la pira; Ludvig le pasó al líder del aquelarre (o eso creían la mayoría de invitados que no pertenecían a él) la antorcha con la que iba a prender el cuerpo de su difunta tía.
La garganta se me cerró de golpe al verme transportada al funeral de Axel Vanczák. En mis oídos se repetía el discurso que había pronunciado Derek sobre su hermano mayor en vez de las palabras de Tiberius; pestañeé y me vi catapultada a los terrenos de la mansión Vanczák.
Alguien me cogió por la muñeca, sacándome de mi ensoñación. Parpadeé varias veces hasta que la imagen de los terrenos de la mansión se desvaneció, mostrándome la resplandeciente hoguera en la que se había convertido el cuerpo de Lucrezia, pasto de las llamas.
Bajé la mirada hacia los dedos que tenían rodeada mi muñeca... y que pertenecían a Derek. De manera desapercibida había ido acercándose a mí para brindarme el apoyo que necesitaba; los ojos se me nublaron debido a las lágrimas que estaba a punto de derramar, sintiendo la espina con el nombre de Axel Vanczák retorcerse dentro de mi pecho.
-Derek –musité.
Él también se había duchado y llevaba ropa nueva que debía haberle prestado Lyle; pero parecía tener el mismo aspecto que aquella noche y noté la bilis ascender lentamente por mi garanta.
Sus ojos azules estaban cargados de preocupación.
-No tienes por qué quedarte aquí si crees que es demasiado –me aseguró.
Desvié la mirada hacia la pira de Lucrezia, empeorando mi situación. No me veía capaz de poder aguantar un segundo más allí, sacando a flote recuerdos del pasado que me hacían mucho daño.
-Regresemos a la mansión –le supliqué.
Y no me estaba refiriendo a la mansión que teníamos a nuestra izquierda... me refería a nuestro verdadero hogar: la mansión Vanczák. Aquel ambiente desolador y cargado de muerte estaba comenzando a asfixiarme; despertando viejos fantasmas del pasado que había conseguido domesticar.
La mirada de Derek se apagó levemente.
-Tenemos que pasar la noche aquí –me desveló, arrancándome un gemido ahogado-. He hablado con mi padre, contándole todo lo sucedido, y me ha ordenado que no nos movamos de los terrenos de los Herz hasta que Shane no se asegure de que no corremos de sufrir una nueva emboscada a nuestro regreso; no quieren correr riesgos –añadió.
Tragué el aire que se me había quedado atascado el recibir la noticia. Me mentalicé, diciendo que una simple noche no suponía peligro alguno; no teníamos, además, forma de regresar a la mansión Vanczák y tenía que confiar en que mi propia familia no intentaría tendernos una trampa.
Mucho más calmada, asentí. Pasaríamos la noche allí y mañana regresaríamos a casa para prepararnos ante la amenaza que se nos cernía en el horizonte; Derek tiró de mí con suavidad para que nos mezcláramos entre la multitud, con el objetivo de alcanzar la mansión.
-¿Dónde están Bala y Étienne? –quise saber, cambiando de tema.
Derek miró por encima de su hombro, como si pudiera verlos desde allí.
-Esperándome.
Seguí la dirección de su mirada, sin divisar entre la marea de rostros los dos de mis amigos.
Obligué a Derek a que se detuviera, a los pies de la escalinata que ascendía hacia la terraza que conducía al vestíbulo. El vampiro se giró hacia mí, con un gesto de desconcierto ante mi repentina parada.
-Deberías regresar a buscarlos –le recomendé, deshaciéndome con suavidad de su agarre-. Desde aquí puedo arreglármelas sola.
Ahora que había logrado poner en orden todo con Bala y Étienne, Derek merecía aprovechar la oportunidad para pasar más tiempo con sus dos amigos; además, no quería llamar la atención de Lyle con nuestra misteriosa desaparición. Estaba segura que, cuando se diera cuenta de mi ausencia, no tardaría en buscar a Derek para comprobar si nos habíamos marchado juntos.
«¿Realmente soy tan tóxica para Derek?», me cuestioné por millonésima vez.
Los ojos de Derek me estudiaron en silencio durante unos instantes. Nos conocíamos lo suficiente para saber que la idea de dejarme sola en aquel terreno hostil le resultaba inconcebible; habían sido por situaciones así por la que habíamos conseguido hundir nuestra relación. Y ahora nos encontrábamos ante una nueva prueba de fuego.
-Ten cuidado entonces, Galatea –dijo Derek a modo de despedida.
Me tragué a duras penas la sorpresa. Después, me obligué a ponerme en movimiento, rodeando el cuerpo de Derek para empezar a subir los escalones de piedra; aún me resultaba extraño que el vampiro hubiera decidido dar su brazo a torcer tan rápido, sin ninguna discusión de por medio.
Ya estaba por mitad de la escalera cuando escuché su voz llamándome a mi espalda. Tuve que apoyarme en la barandilla de piedra para buscar algo de apoyo, girándome por la cintura para mirar a Derek; sus ojos azules estaban oscurecidos por la preocupación de dejarme sola y que pudiera sucederme algo.
No se fiaba de ninguno de los invitados, como tampoco de los propios anfitriones.
-Estoy en el último piso del edificio de invitados –me avisó-. En nuestra habitación.
«Nuestra habitación», repetí de manera aturdida. La habitación que se nos había designado en la boda de Tiberius y Jana donde me había acostado por primera vez con Derek; el lugar donde finalmente me había reclamado.
Lyle era un maldito hijo de puta entrometido.
Asentí de manera mecánica, haciéndole entender a Derek que lo tendría presente por si las cosas se torcían. El vampiro hizo un gesto de despedida antes de dar media vuelta para volver hacia la multitud que seguía atenta a cómo el cuerpo de Lucrezia se consumía, pasto del fuego; imité a Derek y no bajé mi ritmo hasta que me encontré bajo la relativa seguridad del vestíbulo.
Allí dentro me topé con un chico humano que parecía algo apresurado. Sin dejar pasar la oportunidad que se me presentaba, le pregunté en qué dormitorio se encontraba Jana; el chico dudó unos segundos antes de indicarme el último piso. Aunque no especificó en qué habitación la habían acomodado.
Fui directa a su antigua habitación y me detuve en el umbral, con el estómago totalmente vuelto del revés. Sobre la cama se encontraba mi amiga, con su abultado vientre oculto bajo las mantas; su aspecto distaba mucho del que había sido testigo el día de mi regreso a la mansión Herz. Bajo el mueble pude apreciar una palangana que debía servir para las ocasiones en la que Jana era incapaz de mantener la sangre contaminada dentro de su cuerpo.
Como única compañía, Tiberius había dejado a una mujer a su cargo.
-Fuera de aquí –gruñí.
La susodicha me miró con expresión de pánico, pero sin moverse. Tuve que mostrarle mis colmillos con un peligroso siseo de advertencia para que saliera huyendo despavorida; no me importó lo más mínimo que corriera a decírselo a alguno de mis familiares, el riesgo valía la pena.
Me acomodé con cuidado en la butaca que había junto a la cama, procurando no hacer ruido. Lucrezia había muerto, incapaz de soportar la plata; Jana seguía luchando, incluso el bebé tampoco se había rendido.
Apoyé la frente sobre el colchón y traté de tragarme las lágrimas. Lyle no había mentido cuando había cuestionado mi amistad con Jana; había dejado abandonada al irme de la mansión y me había negado en rotundo en participar en su disparatado plan de huida para hacer sufrir a Tiberius.
La última vez que la vi bien no había dado señales de guardarme ningún tipo de rencor, pero ya no estaba segura de nada. Decidí refugiarme en la habitación de Jana y pasar allí la noche, velando por el delicado estado de mi amiga.
Tal y como debía haber pasado mientras yo estaba convaleciente, Jana ni siquiera fue consciente de mi presencia allí, como tampoco nadie osó interrumpirme.
Despertó entre gemidos ahogados, llevándose una mano al pecho. Me incorporé de golpe mientras el cuerpo de mi amiga sufría convulsiones, anunciando que no tardaría mucho en vomitar; cogí apresuradamente el utensilio que guardaban para ocasiones así y lo coloqué bajo la barbilla de mi amiga. El ya familiar líquido oscuro, contaminado por la plata, se expandió por la superficie de plástico.
-¿Gala? –la débil y ronca voz de Jana me hizo dar un sobresalto.
Bajé la palangana al suelo y miré a mi amiga. Sus dientes teñidos de sangre formaban parte de una escalofriante sonrisa; sus ojos cansados me observaban con esfuerzo, como si le costara estar despierta. Todo en ella gritaba que sus fuerzas la estaban abandonando poco a poco.
-Has venido...
Esbocé una sonrisa rota al ser consciente de que apenas podía hablar.
-He venido, Jana –repetí-. Pero no me merezco estar aquí porque soy una amiga horrible.
Su manita dio unos débiles golpes sobre la mía.
-Siempre perteneciste al aquelarre Vanczák –consiguió decir de corridillo-. Ése era tu lugar. No te guardo rencor por ello.
La ternura y comprensión de Jana abrieron un hueco en mi corazón. No merecía ninguna de las palabras que me había dedicado, pero ella era así: brindaba su perdón a todo el mundo porque era una criatura que no era capaz de guardar rencor por mucho tiempo. Estaba segura que había perdonado incluso a Tiberius.
No estaba en la naturaleza de Jana odiar a nadie.
Observé a mi amiga acariciar con suavidad y amor su vientre abultado.
-En mis sueños siempre veo un niño –confesó-. Incluso ya le tengo pensado qué nombre ponerle.
La miré en silencio, dejándole que hablara.
-Kovac. Así se llamaba mi padre.
-Kovac –repetí, tratando de imitar la forma en que lo había pronunciado-. Es un nombre precioso...
Nuestra conversación se vio abruptamente interrumpida cuando un fuerte olor metálico alcanzó mis fosas nasales; el estómago se me retorció al reconocer a qué sustancia pertenecía ese inquietante aroma. Mis dedos se contrajeron de manera inconsciente cuando palpé la tela húmeda que había cerca de mi mano. Jadeé con horror al bajar la mirada, descubriendo que la manta que cubría el cuerpo de Jana estaba tiñéndose de rojo.
El rostro de mi amiga parecía haber empalidecido aún más, dándole el aspecto de un cadáver. Mis ojos alternaban entre la visión de las mantas cubiertas de sangre y el rostro impasible de Jana; era como si mi amiga no fuera consciente de que había empezado a sangrar.
Mis conocimientos sobre embarazos eran muy limitados, pero lo que sugería la presencia de sangre no significaba nada bueno.
Alcé mis manos de manera automática y tomé a Jana por los hombros con cuidado, intentando recostarla sobre el cabecero; la mirada de mi amiga había perdido lucidez y sus labios se movían sin emitir sonido alguno.
-Jana... -la llamé, intentando no sucumbir al pánico-. Jana, ¿puedes... puedes...?
Su mirada se desvió hacia mi rostro.
-No siento las piernas –su rostro se contrajo en una mueca de molestia-. Avisa... avisa de que ya... ya viene.
El terror creció en mi interior, asfixiándome. Me puse en pie como un resorte y salí hacia el pasillo para pedir ayuda; gracias a Dios que el servicio se encontraba pululando por la zona, seguramente alarmados por mi repentina irrupción en la habitación privada de la esposa del líder. Aferré por el brazo a la persona que se encontraba más cerca de mí y le ordené que fuera a buscar a mi familia, transmitiéndole lo que Jana me había dicho.
Los ojos del mayordomo se abrieron de par en par, aterrorizado. Echó a correr por el pasillo, lanzando órdenes al resto de personal; los Herz debían haber dispuesto un protocolo de actuación para cuando llegara ese preciso momento. Regresé al dormitorio de Jana sin perder tiempo, encontrándome a mi amiga en el mismo estado; había logrado rodear su vientre con los brazos, como si estuviera protegiéndolo. La sangre seguía manchándolo todo a su paso.
Aparté las sábanas y mantas que estaban cubiertas de sangre y apreté los dientes al contemplar el camisón de Jana, que tenía el mismo aspecto; el desconocimiento sobre cómo actuar en ese tipo de situaciones extremas.
Las doncellas irrumpieron en la habitación, trayendo consigo un recipiente lleno de agua caliente y multitud de toallas. Poco después llegó toda la familia Herz, con Tiberius a la cabeza; respiré de alivio momentáneamente al no encontrar a Helga Sinclair entre ellos, aunque ese pequeño respiro no duró mucho cuando Božena entró en último lugar.
Todos nos hicimos a un lado, permitiéndole llegar hasta la cama. Tiberius estaba inclinado hacia su esposa, cogiéndola de las manos mientras mantenía las frentes unidas; un ramalazo de ira me sacudió de pies a cabeza al contemplar la imagen que formaban ambos. Tiberius no merecía encontrarse ahí.
Lyle tiró con impaciencia de mi brazo para que me moviera hasta donde se encontraban Bergamota y él.
El alarido que dejó escapar a continuación Jana nos puso a todos el vello de punta. Tiberius trataba de mantenerla inmóvil contra el colchón; Božena empezó a rasgar con premura el camisón de Jana para poder maniobrar con mayor facilidad. El resto de nosotros nos manteníamos como unos intrusos al fondo de la habitación, contemplando el sufrimiento de Jana.
Božena se giró entonces hacia nosotros, mirándonos con severidad. Aquello me resultó como una versión mucho más retorcida que Amanecer, con una dosis extra de sangre y vísceras.
-Deberíais esperar fuera.
A pesar de haber sonado como una recomendación, en el fondo se trataba de una orden. Los tres que sobrábamos nos dirigimos a la puerta, con Bergamota lanzando miradas por encima de su hombro; Lyle parecía encontrarse a punto de vomitar. Yo no tardaría mucho en unirme a mi hermano.
En el pasillo, un mayordomo no tardó en acercarle a Bergamota una cómoda silla para que la espera le resultara mucho más cómoda. Lyle y yo nos quedamos apoyados contra la pared, cada uno a un lado de la silla que ocupaba Bergamota; la puerta que conducía a la habitación de Jana se encontraba fuertemente cerrada, manteniéndonos apartados de lo que sucedía en su interior.
El rostro de Lyle se mantenía congestionado en una mueca que no sabía cómo interpretar. Estaba inclinado hacia delante, con la vista clavada en la puerta; tenía los puños fuertemente apretados en sus muslos, la línea de su mandíbula tensa.
Aquel bebé debía significar mucho para el aquelarre.
Bergamota había ocultado el rostro entre sus manos y se balanceaba, rezando en voz baja.
Los gritos de sufrimiento de Jana lograban colarse por debajo de la puerta, llegando hasta el pasillo. Todo el mundo estaba demasiado tenso debido a lo que estaba pasando en el interior de aquella habitación; nadie sabía cómo se estaban desarrollando el feliz acontecimiento y los pocos sonidos que se colaban no parecían sonar precisamente a felicidad.
Lyle y yo nos separamos de la pared a la par cuando los gritos cesaron; Bergamota alzó la mirada con los labios fruncidos, pero la puerta de la habitación seguía fuertemente cerrada. Miré a Lyle, pidiéndole una explicación al respecto.
Mi hermano sacudió la cabeza, igual de desconcertado que yo.
Aún tardaron unos instantes hasta que escuchamos un fuerte estruendo dentro del dormitorio. Lyle y yo nos abalanzamos sobre la puerta de manera mecánica; mis pies se quedaron congelados al observar el interior del dormitorio mientras el vampiro llegaba hasta la cama donde reposaba Jana.
Tiberius tenía el rostro hundido en el colchón y Božena sostenía entre sus brazos un bulto protegido por una manta envuelta. Lyle le preguntó algo a la vampira y ella negó con la cabeza; Jana tenía los ojos cerrados y parecía estar profundamente dormida. Todo estaba lleno de sangre.
Era como una pesadilla.
-Llévatelo fuera de mi vista –rugió entonces Tiberius-. Lo quiero lejos de mí.
Božena bajó la cabeza de manera sumisa y se dirigió hacia donde yo me encontraba, apoyada en la puerta; nos miramos a los ojos y supe la respuesta a mi pregunta no formulada. Cogí aire abruptamente, dejando que Božena pasara por mi lado, yendo directa hacia Bergamota para comunicarle la mala noticia.
Lyle miraba a su gemelo con odio contenido. De una forma que nunca hubiera imaginado, pues siempre habían estado unidos.
-La culpa de lo que ha sucedido no la tiene tu hijo muerto –le escupió Lyle, usando el mismo tono que había usado conmigo cuando me había acusado de ser venenosa-. Ambos sabemos que Jana está muerta por tu culpa; que solamente seguía adelante por su hijo.
Tiberius alzó la cabeza en dirección a su gemelo con un gesto de rabia; Lyle decidió seguir hostigando a su hermano con sus crueles palabras, buscando recovecos donde sabía que podía golpear de manera efectiva.
-Tu esposa supo de tus continuas infidelidades con Helga –continuó el vampiro, imparable-. La dejaste con el corazón destrozado y con un bebé en camino, fingiendo que no veía cómo te escabullías para tus encuentros con esa mujerzuela; si hemos llegado a este punto, ha sido por tu maldita culpa.
Yo seguía estando apoyada en la puerta, escuchando la batalla que estaba disputándose entre los gemelos. Bergamota había desaparecido, huyendo de ver el cadáver de Jana después de haberse despedido de su hermana. Lyle y Tiberius se miraban desde la distancia con idénticas expresiones de odio.
-Jana ha muerto porque se encontraba débil...
-Jana ha muerto porque se encontraba débil y abandonada por su propio marido –completó Lyle sin piedad-. Desde que supiste que estaba embarazada dejaste de prestarle atención, fingiendo estar ocupado en el aquelarre; cuando fue contaminada por la plata parecías darte cuenta de que ella te necesitaba.
Ni siquiera me dio tiempo a moverme antes de que Tiberius se abalanzara sobre su hermano gemelo; Lyle ya se encontraba esperándolo con una salvaje alegría, consiguiendo bloquear la embestida de su hermano. Mi mente era incapaz de procesar que estuvieran teniendo ese comportamiento con el cuerpo presente de Jana; estaba furiosa con ambos por distintos motivos. Incluso estaba furiosa conmigo misma.
Mi cuerpo pareció recuperar la energía perdida, espoleado por esa rabia que corría por mis venas como fuego. Me dirigí sin dudas hacia donde los dos hermanos se encontraban peleando, consciente del riesgo que entrañaba intentar interponerme entre los dos vampiros; esquivé el brazo desviado de Lyle y me moví como una serpiente, colocándome entre ambos y sujetándolos por la mandíbula. Las ganas de arrancárselas de cuajo me hicieron titubear de mis buenas intenciones.
-Me dais vergüenza –les escupí-. Tú, Tiberius, por ser un maldito adúltero que no tuvo reparos en irse tras las piernas de otra mujer mientras juraba amor eterno a su esposa; y tú, Lyle, por ser un hipócrita.
Los empujé para que cada uno terminara lejos del otro. Supuse que había ganado unos instantes debido a mi interrupción, por lo que caí de rodillas frente a la cama y busqué la mano de mi amiga; la encontré helada, mucho más fría de lo que era habitual en los vampiros.
Su barbilla estaba cubierta de sangre, al igual que la parte superior del camisón. Alguien había cubierto con una manta del pecho hacia abajo, ahorrándonos la visión que debía tener su cuerpo; me sorprendió ver su vientre aún redondeado, como si el bebé aún siguiera atrapado allí dentro.
Retiré con cuidado la sangre de su barbilla, manchándome las manos, y la observé en silencio, casi esperando que abriera los ojos de un momento a otro. Tiberius se apoyó en la pared mientras que su hermano buscó apoyo en el colchón, a los pies de Jana; nos quedamos en silencio.
-Todos hemos contribuido a que esto sucediera –dije, con un nudo en la garganta.
-Jana dijo... dijo... dijo que su mayor deseo era que tú fueras la madrina del bebé.
Alcé la mirada hacia Tiberius, quien parecía encontrarse realmente destrozado tras la muerte de su esposa y de su propio hijo, a quien no había querido ni mirar; recordé la inocente conversación que habíamos estado manteniendo Jana y yo antes de que las cosas se torcieran y la bilis empezó a subirme por la garganta. Si cerraba los ojos, la única imagen que acudía a mi mente de mi amiga era la que tenía ante mí: su cuerpo frío sobre la cama, cubierto de sangre... sin vida.
Me vi arrinconada entre los hermanos Herz y el cadáver de Jana. Sin poderlo evitar, eché a correr fuera de la habitación, intentando huir de la imagen del cadáver de Jana y el cruce de acusaciones que había hecho Lyle sobre qué había propiciado aquel triste final para mi amiga; bajé a toda velocidad por las escaleras, buscando desesperadamente una salida. Una vez en los amplios jardines, continué corriendo, dejando que mis pies me guiaran en la dirección que quisieran.
Me detuve frente a la puerta de la habitación del edificio de invitados, jadeando como si hubiera corrido una maratón y me faltara el aire. Estaba temblando de pies a cabeza, además de añadir que mi aspecto era deplorable.
Sin embargo, no sabía dónde más refugiarme que pudiera sentirme verdaderamente segura. Llamé una vez a la puerta y me rodeé a mí misma con mis brazos, notando cómo las fuerzas me abandonaban lentamente, con la oscuridad cerniéndose por las esquinas para abalanzarse cuando bajara la guardia.
Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando Derek abrió la puerta; no pudo ocultar la sorpresa de verme allí, como tampoco pudo ocultar la inquietud que le produjo contemplar mi aspecto.
Abrió y cerró la boca varias veces, sin emitir sonido alguno.
-Jana... el bebé...
Entonces me derrumbé y rompí a llorar como una niña pequeña.
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