☽ | Chapter 82.
DEJAD DE INTENTAR MATAROS EL UNO AL OTRO: HAY PRESAS MÁS JUGOSAS ESPERANDO
El abrazo con el que me sorprendió un instante después me dejó sin aliento. Derek estaba temblando de pies a cabeza y lo único que le había empujado a abrazarme era celebrar que estábamos vivos, y que mi herida había desaparecido sin llegar a mayores; no me aparté en ningún momento, permitiéndole a Derek que recuperara el control de sus propias emociones escondido en la curva de mi cuello, con la respiración agitada.
Pero no podíamos quedarnos mucho tiempo: teníamos que ir a buscar a Bala y Étienne, comprobar que no habían sufrido ningún daño.
Además, estaba empezando a sentirme incómoda con aquel abrazo y con los labios de Derek exhalando su cálido aliento tan cerca de mi oído.
-Bala y Étienne –fue lo único que dije.
No hizo falta añadir nada más. Me vi liberada de los brazos de Derek, pudiendo mirarlo fijamente; sus ojos azules daban la sensación de encontrarse húmedos, a pesar de que su rostro era una máscara impenetrable.
Asintió con severidad y se puso en pie. No tardé en imitarlo, sacudiéndome las hojas secas que se habían quedado enganchadas en mis pantalones; ambos miramos el destrozado coche de Derek, que no tenía salvación alguna. El morro estaba completamente plegado, con el tronco incrustado en medio. En el fondo, no sabía si lamentaba la pérdida o no.
Dimos media vuelta en silencio, rehaciendo el camino que había abierto el Tesla cuando se había salido de la carretera. Varias figuras vestidas de negro se interpusieron en nuestro horizonte, bloqueándonos la salida; Derek se detuvo abruptamente y mi cuerpo se puso automáticamente en tensión, preparándose para una posible confrontación.
Una de ellas se adelantó hacia nosotros y se me escapó un exabrupto al reconocer a la persona que acortaba la distancia que nos separaba.
-Esperaba un recibimiento mucho más cálido –comentó al llegar a nuestra altura.
Me interpuse de manera intencionada entre Derek y Lyle, quien nos observaba con una expresión dura. Derek, quizá abrumado por todo lo que había sucedido, no tardó en rebasarme para dirigirse contra Lyle; el vampiro no se inmutó lo más mínimo cuando vio que se le echaba encima.
-¿Dónde coño estabas? –exigió saber Derek, aferrándolo por el cuello del jersey.
La mirada de Lyle se volvió helada y su mano rodeó el cuello de Derek, poniéndose en la misma posición que el otro.
-Dirigiéndonos hasta aquí, tal y como Galatea me pidió –respondió.
Derek le mostró los colmillos. El resto nos habíamos quedado helados en nuestros sitios, observando con los ojos como platos el enfrentamiento que estaba empezando a formarse entre aquellos dos; temía que las cosas pudieran ponerse feas, pues Derek tenía los nervios a flor de piel. Y Lyle no tendría muchos problemas para hacerle perder la compostura, con tal que hiciera el comentario menos apropiado.
-¿Sabes qué? No te creo –le escupió Derek.
Lyle enarcó una ceja y ladeó la cabeza para dedicarme una sinuosa sonrisa, quizá intentando que me sumara a la refriega. Y lo hubiera hecho de buena gana, pero las fuerzas me habían abandonado tras el choque; no caí en las provocaciones de mi hermano, así que fui hacia donde se encontraban ambos y rodeé con uno de mis brazos el ancho pecho de Derek, pidiéndole que soltara a Lyle.
Miré a mi hermano con una expresión severa.
-Gracias por venir –le dije de manera forzada; después tiré de Derek para que retrocediera y soltara finalmente a Lyle-. Derek, por favor –añadí entre dientes.
La mirada de Derek se desvió en mi dirección, no parecía muy contento con mi intervención.
-¿No se te ha ocurrido pensar que podría estar trabajando con Eneas y Calígula? –me espetó de malos modos. Aduje ese tono a todo lo que había sucedido, a la tensión que nos rodeaba-. Me resulta bastante sospechoso que haya tardado tanto en aparecer; que haya hecho su entrada triunfal después de que unos jodidos lunáticos intentaran matarnos.
Miré a Lyle, intentando ver en su mirada o en su postura algo que pudiera delatarlo. Sin embargo, mi hermano se encontraba bastante tranquilo; Derek seguía temblando bajo mi brazo, aferrando el cuello de Lyle.
-¿De verdad me tomas por alguien tan estúpido de colaborar con los monstruos que han asesinado a mi tía? –preguntó mi hermano-. Me estás demostrando que te estaba sobrevalorando hasta ahora: eres muy estúpido, Derek.
Hice presión con la poca fuerza que me quedaba para impedir que Derek se abalanzara sobre Lyle por las insidiosas palabras que le había dedicado; me resultó muy difícil de creer que el aquelarre Herz pudiera estar aliado con los vampiros traidores de Londres, pues Eneas y Calígula habían logrado contaminar de plata a dos de los miembros del aquelarre. Una de ellas había muerto.
-Estamos perdiendo el tiempo –intervine, sonando decisiva-. Tenemos dos coches con matrículas falsas que han chocado contra el vehículo de mis amigos; creo que eso es más importante que seguir echando mierda el uno sobre el otro.
Con ello conseguí acaparar la atención de los dos contrincantes.
-En realidad tenemos tres vehículos –me corrigió Lyle-. Impedimos que uno de color rojo pudiera darse a la fuga. Tenía el morro chafado.
Contuve las ganas de abalanzarme sobre mi hermano para darle un abrazo; Derek terminó por soltar a Lyle y yo palmeé su pecho en señal de agradecimiento. Después le lancé una mirada de circunstancias a Lyle, que aflojó su agarre contra el cuello de Derek casi a regañadientes.
Permitimos que Lyle nos guiara hacia la carretera. Derek caminaba pegado a mí, sin apartar la mirada de la espalda del otro vampiro; le tensión entre ambos no parecía haber menguado, y temía que aquello pudiera llegar a explotar como una bomba de relojería.
Cogí aire al salir del bosque en el que habíamos terminado estampados. Pestañeé con incredulidad al ver a dos coches cortando una de las direcciones, la salida estaba obstaculizada por los tres vehículos que habían colisionado antes; de manera frenética busqué los rostros de Bala y Étienne.
El peso de mi pecho se aligeró al divisarlos hablando seriamente con Vincenzo y Aatifa; mi mirada los recorrió de pies a cabeza, preocupada por la posibilidad de que hubieran resultado heridos. Sus uniformes negros estaban quemados y desgarrados en algunas partes, sus rostros tenían manchas de sangre y grasa... pero parecían encontrarse bien.
Grité sus nombres y, sin importarme lo más mínimo lo que pudieran pensar el resto, eché a correr hacia ellos. Me abalancé sobre ellos para abrazarlos por el cuello, conteniendo a duras penas las lágrimas; tras mis párpados cerrados se repetía una y otra vez el momento justo en que el segundo coche había lanzado el coche gris contra el vehículo en el que iban, provocando un choque múltiple.
Étienne me rodeó tímidamente los hombros con su brazo mientras que Bala me daba palmaditas, pues no era muy aficionado a las muestras de cariño. Nos quedamos así unos instantes hasta que Derek se aclaró la garganta a nuestra espalda.
Los tres fuimos conscientes de que Derek miraba a sus dos amigos con un gesto solemne, pero era su mirada la que lo delataba: sus ojos azules contemplaban a Bala y Étienne con emoción a punto de desbordarse. La posible traición de los dos vampiros al no haber defendido a Derek frente a su padre quedó perdonada y olvidada en ese instante; me hice a un lado para que Derek ocupara mi lugar y sonreí cuando los tres se acercaron tímidamente. Los ojos del francés miraban a su amigo con una veneración que me estrujó el corazón.
-No hay nada más emocionante que los amores no correspondidos –susurró Lyle a mi lado, apareciendo por sorpresa-. Ah, y este tipo de reencuentros. Es tan emotivo que creo que van a producirme náuseas. Tendrías que haberlos visto en el pasado, formaban un equipo formidable; a pesar de ser líder, Derek no perdía la oportunidad de acompañar a esos dos para recorrer Londres.
Me giré hacia mi hermano, que contemplaba a la piña que habían formado con una expresión de macabra diversión. Los hombres del aquelarre Herz se estaban encargando de los vehículos siniestrados, buscando posibles pistas; fruncí el ceño al desgranar las tiernas palabras que le había dedicado Lyle al bonito momento que estaba teniendo lugar frente a nuestras narices.
-¿A qué te refieres cuando hablas de amor no correspondido? –pregunté.
La sonrisa de Lyle se volvió complacida.
-Pensaba que eras más intuitiva con estas cosas, Galatea –se burló, aunque no con tanta maldad como espera-. Pero esto no es algo que me corresponde a mí explicarlo. Deberíamos centrarnos en lo más importante.
Dejamos a los tres terminando de arreglar sus cosas y seguí a Lyle hasta el primer coche siniestrado. Aatifa había arrancado de cuajo las puertas y Vincenzo se afanaba por sacar los cuerpos de los ocupantes; entrecerré los ojos al percibir que estaban demasiado rígidos e inmóviles. Por unos segundos valoré la posibilidad de que fueran simples humanos utilizados como carnada, saliéndoles mal la jugada.
Se me escapó un gemido de asco cuando el primer cuerpo cayó sobre el asfalto. Lyle lo empujó sin miramientos con la punta de su caro zapato, con una expresión concentrada y pensativa: el rostro de aquel hombre estaba ceniciento y tenía las comisuras de los labios manchada de un líquido oscuro. Un hilillo de sangre le salía por la nariz.
Tenía el aspecto de encontrarse... muerto. Pero muerto de verdad.
-Los ocupantes del otro coche también se encuentran en el mismo estado –informó Aatifa.
-Por suerte para nosotros, los tipos del coche rojo no han corrido la misma suerte –respondió Lyle-. Quizá saquemos algo en claro de todo esto y sepamos por qué demonios están todos estos cabrones como fiambres.
De nuevo acompañé a Lyle hacia donde sus coches habían bloqueado la carretera para impedir que pudieran huir. El coche rojo se encontraba parado en diagonal, como si hubiera perdido el control y frenado de golpe; Peter, Ludvig, Dennis y Patrick estaban rodeando el exterior con las armas en alto, listas para disparar a la menor señal de alarma.
-Sacadlos del coche –ordenó Lyle casi con aburrimiento.
Mientras Peter y Dennis se quedaban con las pistolas en alto, Ludvig y Patrick se encargaron eficientemente de sacar a dos hombres del interior; Lyle me aferró del brazo antes de que pudiera dar un paso en su dirección. A excepción de algunos rastros de sangre, se encontraban ilesos.
Quería despedazarlos vivos. Quería arrancarles la piel a tiras y echar líquido inflamable sobre las heridas para luego prenderles fuego. Quería descuartizarlos.
-Me parece una pérdida de tiempo preguntar si trabajáis para Eneas o Calígula –habló Lyle con tono cortante-. Así que iremos al grano: vuestros compañeros están muertos. Un accidente de coche no puede afectar de esa forma a un vampiro. ¿Qué coño ha sucedido entonces?
Uno de los prisioneros escupió a los pies de Lyle, su compañero se rió a mandíbula batiente.
Lyle sonrió como si también le resultara de lo más divertido. Después hizo un gesto en dirección a Dennis; el vampiro disparó su arma sin dudas, acertándole en el hombro. La risa del otro prisionero se cortó de golpe.
Mi hermano se relamió el labio inferior.
-Me temo que no lo habéis entendido bien, chicos –dijo, fingiendo estar apenado-. Yo hago las preguntas y vosotros respondéis. De lo contrario... creo que vais a terminar como un colador chorreante de plata.
El vampiro herido tragó saliva con esfuerzo, entendiendo que la bala que tenía incrustada en su hombro podía convertirse en todo un problema en un futuro cercano; Vampiro Risitas no estaba tan preocupado como su amigo. Tenía una mirada extraña y no paraba de removerse, rascando algo en su chaqueta.
Lyle se acuclilló para estar a su misma altura.
-Hoy me siento benevolente –bromeó-. Decidme dónde se encuentran Calígula y Eneas. Decidlo y os brindaré una tercera oportunidad en la vida. Una especie de renacimiento por segunda vez como vampiro.
Mis ojos registraron demasiado tarde cómo Vampiro Risitas lograba arrancar algo de la costura del hombro de su chaqueta. Grité con alarma, pero el vampiro ya se había metido en la boca lo que quiera que hubiera escondido; su cuerpo comenzó a convulsionar mientras la sangre bajaba por su barbilla y sus ojos se ponían en blanco.
Unos instantes después el cuerpo del vampiro se desplomó al suelo, dejándonos al resto completamente helados. Dennis disparó de manera inconsciente al cuerpo del vampiro que quedaba vivo, ya que había intentado imitar a su compañero; Lyle ordenó que le registraran a fondo mientras Ludvig se encargaba de esposarlo.
Patrick sacó una pequeña cápsula que había escondida en un pequeño compartimento cosido a la chaqueta y se la tendió a Lyle. Éste la cogió con cuidado, estudiándola con el ceño fruncido; yo me incliné en su dirección para poder contemplarla desde más cerca. Y llegué a la conclusión de que no me daba buena espina.
Lyle la olfateó y la apartó bruscamente de su nariz con un gesto de repulsión y temor.
-Plata –adivinó.
Tragué saliva. Alguien colocó una mano sobre mi hombro y me topé con Derek a mi espalda, junto a Bala y Étienne; el vampiro superviviente se debatía inútilmente contra sus captores y Lyle aún seguía sosteniendo en la palma de su mano la ampolla llena de plata líquida.
Lyle se encargó de hacer un pequeño resumen de lo poco que habíamos logrado averiguar, añadiendo un par de datos de su propia cosecha. Bala y Étienne miraban al vampiro preso con el ceño fruncido; Derek se había acercado a la palma del vampiro para ver más cerca de lo que estaba hablando Lyle.
-Los vampiros muertos de ahí atrás –estaba diciendo mi hermano- seguramente tenían estas mismas capsulitas. Eneas y Calígula no quieren dejar ningún cabo suelto; usan mercenarios o vampiros que no tienen nada que perder. Los manipulan para convertirlos en sus pequeñas sorpresitas y les dan este tipo de cápsulas para que no podamos sonsacarles ningún tipo de información.
Lyle se retiró un par de pasos para dejar caer la cápsula al suelo y luego aplastarla con el pie. Retrocedí de manera inconsciente, como si la plata tuviera vida propia y pudiera alcanzarme; choqué en mi huida con el cuerpo de Derek, que consiguió detenerme. Al mirarle por encima de mi hombro recibí una mirada inquisitiva por su parte, pero yo sacudí la cabeza.
Mi hermano miraba de nuevo en dirección del único vampiro que quedaba con vida. Sus hombres nos miraban a ambos con expresión severa, a la espera de que alguno de los dos diéramos la siguiente orden; el aquelarre Herz sabía lo que había dispuesto Wolfgang en su testamento y, al parecer, no estaban en desacuerdo con el hecho de tener un liderazgo fraccionado.
Sin embargo, yo aún no me encontraba cómoda ladrando órdenes a unos vampiros con los que había convivido como su igual durante el tiempo que estuve refugiada en la mansión Herz.
-Rompedle el cuello –ordenó Lyle, salvándome a mí de tener que tomar alguna decisión-. No quiero tener ninguna sorpresa desagradable de regreso a la mansión.
Miré a mi alrededor, consciente de que el desastre que se había formado con aquella emboscada iba a ser difícil de esconder. Gracias a Dios que aquella carretera no solía ser muy transitada; lo que no quitaba la posibilidad de que alguien decidiera pasar por allí de manera casual.
-Avisad en la mansión que necesito que alguien se encargue de todo este desastre –siguió hablando Lyle.
Todos los vampiros se pusieron en movimiento. Ludvig sacó su móvil, seguramente para cumplir con la última orden que había dado Lyle; Dennis y Patrick se encargaron de meter el cuerpo del vampiro en la parte trasera de uno de los coches. Lyle nos contempló a los miembros del aquelarre Vanczák con gesto pensativo antes de distribuirnos en las plazas que quedaban libres.
Ninguno de nosotros puso queja alguna cuando supimos nuestros respectivos lugares.
Derek acabó encajado entre Bala y Étienne en el asiento trasero del vehículo que conducía Lyle. El resto de vampiros de los Herz se repartió entre los dos coches restantes; una vez estuvimos todos instalados, Lyle arrancó en silencio, colocándose en cabeza.
En el coche reinaba un silencio opresivo.
Me aclaré la garganta, con la firme intención de eliminarlo.
-¿Cómo está Jana? –pregunté con suavidad.
Los ojos de Lyle se desviaron en mi dirección, con una mezcla de incredulidad y dolor; después miró por el espejo retrovisor que había en la luna delantera, seguramente taladrando con ella a Derek. No entendí el por qué de ese gesto.
-¿Derek no te ha dicho nada? –respondió Lyle con tensión.
Me mantuve en silencio, girando la cabeza para observar a Derek en el asiento trasero. Lyle dejó escapar una ronca risa.
-Jana también fue contaminada por la plata –desveló y mi estómago se agitó violentamente-. Alguien aprovechó su debilidad para inyectársela; por el momento ha resistido... pero ninguno de nosotros quiere hacerse ilusiones al respecto.
Desvié la mirada hacia Lyle. Quería seguir preguntándole sobre el estado de mi amiga, sobre el bebé; me resultaba un acto atroz que hubieran sido capaces de ir a por alguien como Jana.
-Pero...
La mirada que me dirigió Lyle fue feroz.
-Os conseguiré algo de ropa cuando lleguemos a la mansión.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro