☽ | Chapter 80.
¿HE DICHO YA QUE ODIO LAS REUNIONES FAMILIARES? ¿NO? LAS DETESTO
Traté de recolocarme sobre el colchón, pero algo me lo impedía. Las sienes me latían como si una banda de heavy metal hubiera decidido instalarse en mi cabeza, y tenía un regusto amargo en la boca; di gracias en silencio de haber conseguido retener en mi interior todo el alcohol que había ingerido la noche anterior.
«La noche anterior...»
Un burbujeo bastante desagradable empezó a agitar mi delicado estómago, haciéndome temer que mi premisa sobre estar agradecida de no haber vomitado aún se viera en entredicho; entreabrí los ojos, haciéndome daño con la luz solar y soltando un gruñido molesto. Comprobé que lo que me impedía moverme con facilidad era el brazo de Derek que, de algún modo misterioso a lo largo de la noche, se había colado por debajo de la camiseta que me había prestado y su mano se encontraba terriblemente cerca de mi pecho.
«Mierda. Mierda. Mierda. MIERDA.»
Por desgracia para mí, la borrachera no había llegado a llevarse consigo los inquietantes recuerdos de la noche anterior. Además, en caso de que hubiera logrado olvidarlo, tenía pruebas suficientes para hacerme una idea de lo que había sucedido en esa habitación; mi ropa interior estaba húmeda, y no de agua precisamente, para recordarme lo bien que me lo había pasado mientras toda mi coherencia y sensatez, esa misma que había conseguido adquirir al madurar (un poco, tampoco exageremos) como vampira, habían decidido abandonarme en un momento tan crucial.
Por Dios, apestaba a una variopinta selección de olores que me hizo querer meterme en la bañera de la suite de Derek y frotar mi piel hasta desgastármela.
¿Qué sucedía si mezclabas a una chica con un enorme lío en la cabeza, con el chico que formaba parte de ese maremágnum mental, en un pub donde el dueño había decidido presentarnos su más terrorífico cóctel de alcohol? Exacto: nada bueno.
Seguía inmóvil, tumbada de costado y con Derek a mi espalda. Por el amor de Dios, nunca antes me había incomodado tanto hacer la cucharita con el vampiro...
El suspiro pegado a mi nuca de Derek hizo que me pusiera rígida. Tenía que salir de allí. Inmediatamente.
Seguro que Shane se estaba preguntando dónde demonios me encontraba para poder dar mi primer informe. ¿Y qué le iba a decir al respecto? «¿Se me fue de las manos y acabamos completamente borrachos y en su cama. Pero, tranquilo, nos portamos lo mejor que pudimos, dadas las circunstancias?» Estaba bien jodida.
Respiré hondo, tratando de no ponerme en lo peor. Lo que más me urgía en ese preciso instante era salir despavorida de la habitación de Derek; después, quizá, darme una larga ducha. El resto, tendría que improvisar.
Derek parecía encontrarse completamente fuera de juego, lo que me ayudaba bastante en mi desesperado plan de huida. Aparté las sábanas, con las que no recordaba haberme tapado, y fui deslizándome con cuidado hacia el final del colchón; mi mirada vagó por el suelo, intentando localizar mis prendas de ropa.
La mano de Derek resbaló lentamente por mi piel, poniéndomela de gallina. Al final opté por sacarla la vieja usanza: agarrando la muñeca del vampiro y quitármela de encima. Miré a Derek y éste se removió, hundiendo aún más su rostro en la almohada.
Cuando mis pies rozaron la mullida alfombra que había bajo la majestuosa cama respiré con alivio, cogiendo mi ropa minuciosamente.
-No pensaba que fueras de esas chicas –dijo una voz adormilada a mi espalda.
Contuve las ganas de golpearme la cabeza contra la cómoda que tenía más cerca. Fallo de principiante: jamás le des la espalda a tu enemigo, aunque éste parezca estar sumido en un coma etílico; miré por encima de mi hombro y Derek enarcó una ceja desde la cama.
-Perdona, ¿qué? –pregunté con un tono enfadado.
Él hizo un aspaviento con la mano, creyendo que yo entendería lo que quería decir con ese movimiento. Lo siento, el lenguaje de los signos era una asignatura que aún tenía pendiente.
-Ya sabes, de las que huye a la mañana siguiente después de una noche frenética –especificó.
¿Dónde estaba el Derek que estaba conmigo ayer en el restaurante de sushi? Quise achacar las palabras del vampiro a su resaca.
-No fue una noche frenética –le contradije entre dientes.
«O no, por supuesto que no. Fue una noche de lo más normal...»
La ceja alzada de Derek subió un poco más al escuchar mi patética contestación. Sentía la necesidad de intentar arreglar mi vergonzosa intervención para salvarme de la humillación más absoluta.
Me aclaré la garganta.
-No nos acostamos juntos –puntualicé.
«Qué forma de arreglar las cosas. Brillante.»
Derek se apoyó sobre su codo, provocando que la sábana que antes le cubría cayera sobre su regazo. Intenté desesperadamente que la vista de su torso desnudo no me afectara lo más mínimo; yo aún seguía llevando puesta su camiseta y dudaba en qué hacer con ella. Si yo hubiera seguido siendo una adolescente completamente normal y aquello un error debido al alcohol, podría salir huyendo despavorida con la seguridad de no volver a cruzármelo en mi vida; Londres era enorme, tan grande que te daba una excusa para perder de vista lo que no querías ver... pero la mansión no era tan grande y convivía con Derek. Evitarlo era demasiado complicado, y eso que no había tomado en cuenta el factor decisivo: me encargaba de su seguridad y protección.
Los labios de Derek se curvaron en una traviesa sonrisa, comprendiendo qué me tenía tan embobada.
-Es posible que no nos acostáramos juntos, pero no podemos negar que no nos comportamos del todo bien, ¿verdad?
-Fue por culpa del alcohol –intenté justificar mi comportamiento de anoche. Lo único de lo que verdad estaba orgullosa fue cuando pateé el coche nuevo de Derek.
«Fii pir cilpi dil ilcihil.»
Oh, Dios mío, si hasta en mis propios oídos resultaba patética; sonaba como la Galatea humana, cuando se encontraba frente a un problema que le venía demasiado grande. ¿Dónde demonios se había metido mi valor y mis comentarios sarcásticos? Hasta hace pocas veinticuatro horas, había sido capaz de lidiar perfectamente con todo tipo de comportamientos de Derek gracias a mi lengua afilada.
Aplasté contra mi pecho el montón de mi ropa, intentando pensar con calma. Fríamente.
«Mi único momento caliente antes de convertirme en vampira fue cuando me quemé con el horno de casa...»
Un segundo después fui consciente de que había expresado en voz bien alta aquel pensamiento. Derek me contemplaba con una mezcla de perplejidad y diversión desde la cama, como si no supiera cómo reaccionar ante mi vergonzosa confesión; pestañeé, intentando sacudirme de encima la ola de vergüenza, y aproveché el extraño momento que se había formado tras mis pensamientos para dar media vuelta. Derek seguía tan anonadado a mi espalda que no reaccionaría a tiempo.
Abrí la puerta de la suite de un tirón y mi boca se entreabrió al descubrir al otro lado a un atractivo vampiro con el cabello castaño, casi similar al cobre bruñido; sus ojos verdes me recorrieron de pies a cabeza antes de sonreírme con lujuria. Eso activó todos mis sistemas, esos mismos que tendrían que haberme ayudado a plantarle cara a Derek unos momentos atrás; le devolví una mirada de desagrado mientras recolocaba el montón de ropa de mis brazos por si acaso necesitaba mostrarle un mínimo de decencia a base de puñetazos.
El desconocido se apoyó en la puerta y me guiñó un ojo de manera pícara. El verde de sus iris se había oscurecido, mostrándome qué era lo que se le estaba pasando por su cabeza; me resultó de lo más repulsivo.
-¿Me habré equivocado de puerta? –se preguntó a sí mismo, alzando una mano para acariciar mi mejilla-. ¿O quizá seas la diversión de Derek de anoche?
Por unos segundos deseé poder vomitarle encima. Lo único que había sacado en claro de aquel tipo es que no le había visto en mi vida y que era amigo de Derek; aparté la cara con brusquedad cuando su dedo se deslizó sobre mi comisura con intenciones un tanto turbias.
-Aléjate de ella, Garrett –espetó la iracunda voz de Derek.
Un instante después, tenía pegado a mi espalda el pecho del vampiro. El vampiro, que ahora descubría que se llamaba Garrett, sonrió con disculpa y alejó su mano de mí; sus ojos volvieron a recorrerme con atención, esta vez con una pizca de curiosidad. Sospeché que era la primera vez que Derek le ordenaba algo así, pues Garrett se hizo a un lado, dejándome vía libre para que pudiera salir de allí.
-Estoy desinformado de los últimos cambios en el aquelarre, Derek –comentó Garrett con tono divertido-. Tendrás que ponerme al día sobre las novedades.
No me atreví a mirar a mi espalda. Alcé la barbilla con dignidad y di un paso hacia el pasillo; el tal Garrett se mantuvo inmóvil, con esa inquietante sonrisa que le hacía parecer un lobo hambriento. Cogí confianza y salí al pasillo con intenciones de marcharme de allí.
Nunca antes me había parecido que mi habitación pudiera estar tan lejos.
Ignoré a Garrett cuando pasé a su lado, pero él no parecía querer dejarme tranquila hasta tenerme fuera de su alcance: su mano rozó deliberadamente mi muslo mientras gruñía, imitando a un perro, terminando finalmente en una escalofriante carcajada divertida.
-Garrett –ladró amenazadoramente Derek a su amigo.
Cerré la mano en un puño y conté hasta diez, elaborando una lista de problemas que podría tener si decidía arrancarle la cabeza y colgarla de una pica en el ático de la mansión; la intervención de Derek, que sonó demasiado territorial y posesivo, sirvió para que la risa de Garrett se esfumara de un plumazo.
-¿Qué? –se intentó defender el vampiro-. Es perfecta para nuestras reuniones, como en los viejos tiempos.
Derek suspiró.
-Hace tiempo que lo dejé, Garrett.
No pude seguir escuchando más sobre su tierna conversación recordando viejos tiempos porque bajé apresuradamente las escaleras para evitar cruzarme con alguien vestida de esa guisa.
El clic de la puerta a mi espalda me sonó casi como un coro de ángeles celestiales. Aún era demasiado temprano para que el resto de la mansión se hubiera puesto en movimiento, así que tenía tiempo de sobra para conseguir un aspecto presentable.
Fui directa al baño, lanzando al cesto de la ropa sucia (que cada día se vaciaba) las prendas que llevaba entre las manos. Después me quité la camiseta de Derek, que tiré sobre la pila del lavabo; mi ropa interior siguió el mismo camino que mi uniforme: directo al cesto. Aunque sentía la tentación de quemarla, para borrar así cualquier rastro de «mi noche de desenfreno», como lo había llamado Derek.
Una vez bajo el caliente chorro del agua, pude empezar a pensar con meridiana claridad. Aún tenía pendiente hablar con Shane, y no tenía muy claro qué debía contarle al respecto; no sabía siquiera si alguien dentro de la mansión estaba al tanto de la salida que habíamos tenido anoche. Aún tenía que cumplir con mi habitual ritual de sangrar para intentar eliminar la plata que todavía estaba en mi interior, por lo que usé mis propios colmillos para hacerme pequeñas heridas en los brazos; miré la sangre mezclarse con el agua, atenta a cuánto tiempo tardaban en cicatrizar las heridas.
Al salir de la ducha, que no me había ayudado a encontrar una solución a mis futuros problemas, me enrollé en una de las toallas al cuerpo, pasando de los habituales albornoces grabados de los Vanczák. Ya de regreso en la habitación, hurgué en el interior del armario hasta conseguir dar con algo cómodo.
Al otro lado de la puerta, para mi sorpresa y horror, estaba Hunter. El vampiro me sonreía con amabilidad, ajeno totalmente al enorme lío que tenía formado en mi cabeza; intenté devolverle la sonrisa a duras penas, saliendo de la habitación y fingiendo que había estado allí todo el tiempo. Que mi salida con Derek no había tenido lugar.
-He pensado que podríamos bajar a desayunar juntos –comentó Hunter, removiéndose sobre la alfombra del pasillo-. Que recuperemos parte de nuestra rutina.
Una rutina que yo había terminado por perder completamente. Quería encerrarme en mi dormitorio como si fuera un búnker, pero eso podría haber levantado sospechas; tampoco quería bajar al comedor para encontrarme cara a cara con Ferenc y Morticia, quienes seguían aún celebrando su victoria.
Además, se encontraba el hecho de que Derek y yo teníamos que partir hacia la mansión Herz para acudir al funeral de Lucrezia. Seguramente Ferenc aprovecharía la hora del desayuno para impartirme órdenes sobre nuestra asistencia; rezaba para que fuera un viaje de ida y vuelta en el mismo día.
Seguí a Hunter a través del pasillo, fingiendo estar escuchándolo atentamente mientras mi cabeza se encontraba en otra parte. Bajamos al vestíbulo y suspiré de alivio cuando no vi ninguna señal que indicara que Derek se encontraba cerca; en cambio, Shane sí que estaba pululando por allí, como si estuviera esperándome.
Hunter frunció el ceño cuando el vampiro nos divisó. Quizá se me había olvidado comentarle los últimos cambios en el equipo de seguridad, aunque ya sabía que yo había sido admitida de nuevo gracias a Ferenc.
Ambos nos tensamos ante la proximidad de Shane.
-Enviaremos con vosotros a dos vampiros más –fue lo que dijo, saltándose por completo un mínimo saludo-. Ferenc teme que puedan tenderos una emboscada.
Y, dicho esto, dio media vuelta y se alejó de regreso a la sala de control. Miré a Hunter, intentando confirmar que aquello no había salido de mi imaginación; jamás en mi vida hubiera imaginado que Shane fuera tan parco en palabras.
Hunter se encogió de hombros ante lo sucedido y reanudamos la marcha hacia el comedor. Ferenc y Morticia ya se encontraban allí, hablando entre susurros con las cabezas muy juntas. Dudaba que estuvieran hablando de cosas picantes, ya que la mirada que nos dirigió Ferenc no fue nada agradable.
-Han desaparecido –dijo.
-¿Quién ha desaparecido? –quiso saber Hunter.
El ceño de Ferenc se frunció y sus labios se torcieron en una mueca.
-Calígula y Eneas –respondió, como si aquello fuera obvio-. Han desaparecido con sus respectivos aquelarres sin dejar una sola pista que pueda indicarnos dónde se esconden. Y eso no nos beneficia en absoluto.
Nos dirigimos a nuestros respectivos sitios y tomamos asiento mientras Ferenc seguía iracundo por haber perdido de vista a nuestros principales enemigos; Morticia nos desveló que Ferenc tenía intención de reunirse con el resto de líderes para empezar a plantear una estrategia para repeler el ataque de los vampiros proscritos.
Las manos me temblaron cuando serví un vaso de sangre para Hunter y para mí. La idea de que Calígula y Eneas estuvieran sueltos por cualquier parte de Londres, consiguiendo más apoyos en su cruzada, me ponía los pelos de punta; habían sido esos mismos vampiros los que no habían dudado en rebelarse contra sus propios congéneres hasta llegar al punto de usar nuestras propias debilidades contra nosotros mismos.
No era un panorama demasiado alentador.
-Necesitamos aliados –comenté en voz alta.
Ferenc me miró fijamente.
-Y eso es lo que estoy intentando conseguir –desveló en un tono reflexivo-. Pero debemos movernos con cuidado porque cualquier paso en falso demostrando que estamos al tanto de los planes de Calígula y Eneas podrían suponer que cambiaran su idea inicial; y ya no tenemos forma de saber sus próximos movimientos.
Porque Anastacia, el vínculo que existía entre Eneas y lo que sucedía en aquella mansión, estaba muerta y atada en uno de los sótanos.
Me encogí sobre mi asiento al recordar la tétrica imagen del cadáver de la vampira pegada a la pared mientras Derek le obligaba a beber plata. A pesar de que su recibimiento en la mansión fue totalmente distinto al mío, tenía que agradecer que mi final hubiera sido del mismo modo.
Las puertas del comedor azotaron con fuerza las paredes cuando se abrieron con brusquedad. Todos los que nos encontrábamos allí giramos nuestras cabezas a la par, topándonos con la imagen de un presuntuoso Derek acompañado por su maldito amigo, Garrett.
El primero en entrar en el comedor fue el propio Derek, quien mantenía su cabeza erguida y miraba fijamente a su padre con un brillo de desafío reluciendo en sus ojos azules; Garrett se mantenía cerca, casi disfrutando de la tensión que se respiraba desde que ambos, padre e hijo, habían unido sus miradas.
-Padre –saludó Derek-. Verte ahí sentado es como si fuera un niño otra vez.
Hunter parecía encontrarse incómodo en aquella situación, como si su lealtad estuviera partida en dos. Ferenc saludó a su hijo mayor, ignorando el comentario cargado de maldad que había seguido a su escueto saludo; Derek se sentó en la silla que había frente a mí. Garrett se sentó a mi lado.
-Galatea –pronunció entonces Ferenc-. Permíteme presentarte a Garrett Kozma, mi sobrino.
Miré hacia el aludido, quien me dedicó una esplendorosa sonrisa. Aparté ligeramente mi silla de la suya; Hunter rozó mi rodilla efímeramente al notar cómo me alejaba de Garrett.
-Es el hijo adoptivo de mi hermana –dijo Ferenc, sonriéndole a Garrett con cariño. Creo que era la primera vez que le veía sonreír de ese modo.
Pestañeé con desconcierto, intentando atar cabos por mí misma.
Derek sonrió con socarronería, sirviéndose un rebosante vaso de sangre. Parecía completamente recuperado de su delicado estado; casi parecía ser el mismo Derek que me había encontrado en las calles de Londres.
Le mostré los colmillos a Garrett cuando su mano se posó indolentemente en mi muslo, con una sonrisa provocativa.
-Espero que nos conozcamos mejor, Galatea –deseó con fervor-. Voy a quedarme en la mansión durante un tiempo.
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