☽ | Chapter 76. [01]
SANGRE OSCURA, SANGRE MUERTA
[PARTE 1]
DEREK
Abrí los ojos con un molesto pitido en los oídos.
La explosión me había mandado a varios metros de distancia de donde me había encontrado con Galatea hacía... ¿hacía cuánto? Había perdido por completo la noción del tiempo tras aquella explosión.
Estaba sepultado bajo enormes bloques de piedra y cubierto de pies a cabeza de escombros. Apreté los dientes cuando sentí un punzante dolor en el pecho, pero reuní las fuerzas suficientes para poder quitarme de encima el peso que me comprimía, dejándome metido bajo piedra.
Me incorporé con esfuerzo y con una leve sensación de encontrarme algo perdido. La explosión nos había enviado a cada uno a un sitio distinto, dependiendo de la cercanía del propio epicentro; pestañeé con desconcierto al ver los estragos que habían resultado de la detonación. Mis oídos aún tenían un persistente pitido, pero era capaz de registrar el sonido de las sirenas de todos los servicios que se habían trasladado hasta allí para poder cubrir la zona afectada.
Sacudí la cabeza tratando de despejarme y pude divisar a Bala y Étienne, ambos con el mismo aspecto que yo, corriendo hacia mí. Sus rostros reflejaban una mezcla de alegría y preocupación, aunque no dudaron en ayudarme a ponerme totalmente en pie.
Varios vampiros se encontraban igual de conmocionados deambulaban de un lado hacia otro, comprobando que todos estuviéramos... bien. Más o menos.
-¿Dónde está Galatea? –es lo único que me importaba.
Había estado a mi lado cuando había hecho explosión la bomba, o lo que hubiera sido. Ese había sido el último instante en el que habíamos estado juntos; las posibilidades sobre el paradero de Galatea martilleaban mis sienes, provocándome un ligero temblor en las manos que anunciaban que estaba perdiendo poco a poco el control.
Bala colocó una de sus manos sobre mi hombro, sospechando lo que estaba sucediendo en mi interior.
-¿Dónde está? –repetí entre dientes.
Étienne y Bala compartieron una mirada llena de significado.
-No hay ni rastro de su paradero –contestó Étienne, el más diplomático de los tres-. Pero hay alguien que la ha reconocido. Un policía.
Mi mano se lanzó hacia el cuello de su camisa y la aferró con una sacudida. Mis labios se retrajeron para mostrar mis colmillos; en aquellos momentos parecía un maldito neófito recién convertido. Étienne me miró con una mezcla de temor y profunda pena, aunque no hizo ningún amago para liberarse.
Los dedos de Bala se clavaron dolorosamente en mi hombro, advirtiéndome.
-Muchos de los invitados se están encargando de modificar ligeramente las mentes de la policía, bomberos y médicos que se han desplazado hasta aquí –tomó el relevo Bala-. Hemos intentado ayudar hasta que le hemos visto, a ese dichoso humano... No paraba de pronunciar el nombre de Galatea.
Miré a Bala de reojo.
-¿Quién es ese policía? –les exigí.
Solté lentamente el cuello de Étienne y mi amigo se frotó la garganta, a pesar de que no le había rozado siquiera. Mi amigo señaló un coche policía que se encontraba cerca de la orilla que pertenecía a Hyde Park; la explosión había tenido un alcance limitado, pero había causado destrozos a las zonas colindantes.
Divisé a dos policías cerca del coche que me habían señalado y entrecerré los ojos, preguntándome cuál de todos ellos sería la persona que podría haber reconocido a Galatea.
-Es el hombre de mayor edad –especificó Bala.
Me liberé bruscamente de la mano del vampiro sobre mi hombro y eché a correr hacia mi objetivo. Mis amigos tardaron unos preciosos segundos en perseguirme, brindándome algo de ventaja; no me resultó difícil alcanzar la zona, pues me había convertido en un borrón difuso debido a la velocidad que llevaba. Pillé desprevenido al policía que buscaba y lo arrastré conmigo hacia uno de los callejones afectados tras la explosión.
El golpe que de su cuerpo contra lo que quedaba de una pared no me afectó en absoluto. Pero su aspecto fue lo que me hizo titubear levemente.
Sus ojos azules abiertos de par en par, contemplándome con absoluto terror. Como si se encontrara frente a un monstruo.
Sin ser consciente le estaba mostrando los colmillos, lo que había logrado acobardar al pobre hombre. Me fijé en las canas que poblaban sus sienes, destacando contra su cabello negro.
-Señor Riley –jadeé, abriendo mucho los ojos.
Cuando nos topamos con Galatea siendo una neófita, me encargué de hacer una exhaustiva investigación sobre su pasado humano, intentando encontrar alguna pista que pudiera desvelarme quién podría haber sido su creador; me había hecho con una gran cantidad de información sobre los Riley y algunos amigos cercanos de Galatea.
Había visto fotos en las redes sociales de los padres de Galatea junto a su hija. Pero aquel hombre que tenía arrinconado había cambiado mucho y apenas lo había reconocido de las fotografías en las que había visto a padre e hija posando.
Me recordé lo que estaba en juego, lo que pasaría si dejaba escapar a ese hombre... que había visto a su hija cuando había creído que la había enterrado tiempo atrás.
-¿Quién... quién eres? –tartamudeó el padre de Galatea, temblando de pies a cabeza.
-La ha visto –hablé con un tono ronco-. ¿Dónde?
El señor Riley me miró con temor.
-No... no... yo no...
Estaba mintiéndome.
Por eso apreté su cuello para intentar hacerle cambiar de opinión. Mis fosas nasales se llenaron del hedor a miedo que desprendía el padre de Galatea, además de un ligero aroma que me resultaba terriblemente familiar... que me recordaba dolorosamente a Galatea.
-¿Dónde está ella? –repetí con menos amabilidad.
La boca del señor Riley se abrió y cerró varias veces, incapaz de pronunciar palabra. Gruñí debido al tiempo que estábamos perdiendo y me interné de lleno en su mente, arrancándole un gemido de sorpresa y dolor debido a la virulencia que había usado al entrar en su cabeza.
No me resultó difícil hacerlo, ya que el estado agitado del señor Riley contribuyó enormemente a que sus defensas mentales (débiles por el simple hecho de ser humano) estuvieran bajas; traté de evitar los enrevesados pensamientos del padre de Galatea en los que aparecía su hija, mucho más joven... mucho más humana. Me inquietó ver desde su punto de vista el momento del supuesto entierro de Galatea, la intensidad del momento; me agobié de ver una Galatea completamente humana, diferente a la que había conocido.
Hasta que encontré los recuerdos que pertenecían a esa misma noche, momentos después de que hubieran llegado a la zona afectada por la explosión. Forcé a mi mente en ese recuerdo concreto, viendo a través de los ojos del señor Riley cómo un vampiro fornido llevaba entre brazos a una chica desmadejada y cubierta de polvo; de lejos podría confundirse con alguien similar a Galatea, ya que estaba oscuro y la visión humana no era tan precisa como la que poseíamos los vampiros.
Sin embargo, era más que evidente que se trataba de Galatea por el color del vestido que destacaba bajo la capa de polvo que cubría a ambos.
En el recuerdo el señor Riley gritaba el nombre de su hija, pero los vampiros ignoraron por completo al policía, siguiendo hacia delante. Hacia un coche de color negro cuya matrícula se veía borrosa debido a la precaria vista humana.
Salí de su mente con brusquedad y el señor Riley dejó escapar un quejido, desplomándose sobre la pared. Ambos estábamos jadeando debido a la intensidad de mis esfuerzos y los del propio señor Riley.
Los ojos azules me miraron de nuevo.
-Está viva –escuché que murmuraba el padre de Galatea-. Sabía que mi intuición no me estaba fallando. Mi hija está viva. Galatea... ella... ¿Cómo es posible?
Dejé que siguiera hablando consigo mismo sobre el descubrimiento de saber que su única hija estaba viva, que había habido un error en las pruebas que le habían realizado al cadáver que se suponía que pertenecía a Galatea.
Nuestro secreto corría grave peligro en caso de que permitiera al señor Riley volver a su casa tras haber visto a Galatea convertida en vampira, aunque no lo hubiera descubierto de momento; las opciones que se me planteaban no eran nada agradables.
Podía destrozarlo en aquel preciso momento.
O podía desangrarlo...
Pero Galatea jamás me lo perdonaría. Aún recordaba lo impresionado que había quedado al escuchar las duras palabras que me había dirigido en su habitación, cuando le había pedido un tiempo para poder reflexionar y ella había creído que yo tenía intenciones deshonestas con Anastacia.
Si lo hacía... Galatea me destrozaría personalmente.
No quedaría nada de mí, literalmente.
Y no podría soportar más odio por parte de Galatea.
Así que opté por la solución más inmediata: lo inmovilicé contra la pared de ladrillo y cogí su barbilla hasta que nuestros ojos quedaron a la misma altura; su mente estaba exhausta tras mi primera intrusión, por lo que no tuve problemas para colarme por segunda vez. Lancé parte de mi conciencia a su reencuentro con Galatea, cuando la había visto inconsciente en brazos de aquel desconocido; fui eficiente a la hora de eliminar las pruebas, provocando que olvidara lo que había sucedido... incluso mi ataque.
Le obligué a que cayera inconsciente y lo dejé apoyado contra la pared, sin ningún recuerdo de lo que había visto.
-Derek –escuché el jadeo ahogado de Bala al otro lado del callejón-. ¿Qué has hecho?
Me aparté del padre de Galatea, mirando a mi amigo de hito en hito. Étienne no tardó en aparecer a su lado, contemplando la escena boquiabierto y con la misma expresión decepcionada que nuestro amigo.
-Es su padre –les expliqué-. Es su padre y nos había descubierto... No he tenido otra opción.
-Derek –dijo Étienne-. Derek... ha habido muertes, muertes de humanos inocentes que pasaban en el momento equivocado. Y tú... tú...
-Le he borrado la memoria –exhalé con esfuerzo-. Había visto a Galatea con un vampiro...
Bala y Étienne se miraron entre ellos.
-Hemos recibido una llamada desde la mansión –me informó Étienne, hablando con cuidado-. Sabemos dónde está Galatea, Derek. La hemos encontrado.
«La hemos encontrado.»
Aquella frase fue como si hubiéramos regresado a la noche en la que Wolfgang decidió atacarnos, tendiéndonos una emboscada en nuestra propia mansión; los recuerdos de la angustia que sentí cuando todo terminó, cuando se me hizo saber que no se sabía nada del paradero de Axel, Galatea y Wolfgang, me golpearon de nuevo. En aquel entonces creí que estaba muerta.
La poca información que me habían proporcionado sobre Galatea me hacía temerme lo peor.
-Tenemos que irnos de inmediato.
Étienne no necesitó pronunciar nada más. Echamos a correr fuera del callejón, esperando que pronto encontraran al señor Riley, y nos dirigimos hacia una de las calles secundarias que no habían quedado cortadas al tráfico debido a la explosión; allí ya nos esperaba un vehículo de la mansión, con el motor en marcha.
Un nervioso Nelson nos esperaba al volante.
-El señor Vanczák...
Bala golpeó el salpicadero mientras Étienne y yo nos colocábamos en los asientos traseros. El pobre vampiro dio un brinco sobresaltado debido a la brusquedad del movimiento de mi amigo.
-Ahora vas a llevarnos adónde yo te diga.
Étienne me dio un apretón en el hombro mientras Nelson trataba de conducir a toda prisa, espoleado por las quejas de Bala y sus malsonantes palabras; en otra ocasión me hubiera reído de buena gana de los comentarios vulgares que estaba haciendo mi amigo, pero la situación de incerteza sobre cómo se encontraba Galatea había nublado todos mis pensamientos.
Las manos empezaron a temblarme de nuevo.
La mirada de Étienne bajó hacia ellas y las suyas se aferraron a mis muñecas como si fueran grilletes.
-No puedes perder el control ahora –me pidió en voz baja para que Nelson no pudiera escucharlo-. Te necesitamos.
Nelson dio un volantazo algo brusco y las ruedas chirriaron cuando el vampiro frenó en seco el vehículo. Nos encontrábamos aún en Londres, cerca de Mayfair, en una zona con casas de grandes dimensiones pegadas las unas a las otras; frente a la que habíamos parado tenía la puerta abierta y todas las luces encendidas.
En el umbral nos esperaba una vampira de rasgos latinos que no parecía encontrarse muy feliz de vernos allí.
Bala le ladró a Nelson que se quedara dentro del vehículo sin apagar el motor. El resto nos bajamos del coche y nos apresuramos a cruzar la verja hasta llegar donde se encontraba la mujer.
-Helen Myers –se presentó escuetamente-. Nadine se encuentra arriba con Molly.
-Galatea –la corregí entre dientes-. Se llama Galatea.
La sonrisa que me dedicó Helen fue sarcástica.
-No me estaba refiriendo a la neófita –aclaró.
Bala se interpuso entre ambos antes de que yo decidiera saltar encima de la irritante vampira.
-No es neófita, ya no –le gruñí por encima del hombro de mi amigo.
Helen chasqueó la lengua con fastidio.
-Están en el segundo piso, ensuciando una de las habitaciones de invitados.
Aparté a Bala con un empellón y me abalancé hacia las escaleras. Las subí de dos en dos mientras escuchaba una acalorada conversación que procedía de una habitación abierta; derrapé al dirigirme hacia ella y mis pies se quedaron congelados en el umbral, incapaz de poder moverme.
Nadine, y la que supuse que era la verdadera Molly, se encontraban junto a la cama donde habían depositado a Galatea. El estómago se me hundió dolorosamente al ver el estado en el que se encontraba ella.
Tendida sobre la cama, Galatea tenía el vestido destrozado y lleno de polvo... y sangre. Sangre oscura que cubría parte de su pecho y que manchaba las comisuras, además de barbilla, de Galatea.
No parecía ser consciente de lo que sucedía, pues tenía la mirada desenfocada y fija en algún punto de la pared. Entonces, su cuerpo se sacudió y las dos vampiras se pusieron en movimiento, como si no fuera la primera vez que lo hacían: Nadine se apresuró a retirarle el cabello mientras la tal Molly cogía una palangana y la colocaba delante de Galatea.
Ella vomitó estruendosamente algo oscuro que era similar a la sangre que manchaba su vestido.
-Gala –la llamé con una nota de pánico en la voz.
Nadine y Molly se giraron a la par hacia mí mientras Galatea se desplomaba de nuevo sobre los almohadones.
-Derek Vanczák –suspiró Nadine-. Gracias a Dios que has venido.
El gemido de dolor que dejó escapar Galatea me puso en movimiento. En apenas un parpadeo ya me encontraba a la otra orilla de la cama, sosteniendo la mano de Galatea... una mano que me resultó demasiado cálida.
-¿Esto lo ha provocado la explosión? –le pregunté a Nadine.
Ella miró a Molly, como si no supiera qué contestar.
-No tengo respuesta a esa pregunta –confesó, bajando la mirada-. La encontramos sin conocimiento entre los escombros, y sospecho que alguien pudo sacarla de donde estuviera atrapada; la trajimos aquí de inmediato... fue entonces cuando empezó a vomitar sangre. He llamado a Molly creyendo que podría ayudarme, que podría decirme qué le está sucediendo.
Estreché la mano de Galatea, mirándola con una expresión de absoluto desconsuelo.
-Es muy extraño todo esto –intervino Molly, aclarándose la garganta-. El color de su sangre es demasiado oscuro, incluso después de haber abandonado la etapa de neófita. No entiendo cómo es posible...
La miré con fiereza.
-¿Tiene alguna idea de lo que puede sucederle? –la corté.
La vampira sacudió la cabeza, entristecida.
Asentí una sola vez y rodeé el cuerpo de Galatea para cargarlo. Nadine soltó una exclamación de sorpresa y Molly entornó los ojos; la cogí en brazos mientras Galatea temblaba, sin dar señales de reconocerme. Me deslicé con cuidado fuera de la cama y contemplé a ambas vampiras, que me miraban con una expresión de encontrarse contrariadas ante mi decisión.
-Quizá sería mejor que la dejaras aquí, Derek –me recomendó Nadine-. Ella no se encuentra bien. Puedes quedarte en esta habitación a su lado, si así lo prefieres.
-Debo volver a la mansión –rechacé su ofrecimiento con toda la educación que pude reunir en un momento como aquél-. Quizá allí puedan darme una respuesta a qué le sucede.
Cuando me giré vi que Bala y Étienne me esperaban en la puerta. Los ojos de ambos se clavaron en el cuerpo de Galatea, Étienne pestañeó con desconcierto; les hice un gesto con la cabeza y salimos de la habitación en silencio, dirigiéndonos hacia las escaleras y, por ende, hacia la salida. Nadine salió tras nosotros, protestando de mi mala decisión, pero no me importó en absoluto.
Agradecí en silencio que Nelson se hubiera quedado en el coche, con el motor en marcha. Étienne me ayudó a que nos colocáramos entre los asientos traseros y Bala le exigió a Nelson que desalojara el asiento del conductor puesto que se trataba de una emergencia y «no iba a tolerar que siguiera conduciendo como un conductor que acababa de sacarse el permiso de conducir.»
Salimos disparados en dirección a la mansión. Bala se había puesto en modo conductor kamikaze y giraba el volante de un lado a otro, cambiando de marcha rápidamente y pisando los pedales como si de un coche de carreras se tratara; abandonamos Londres en tiempo récord y enfilamos la carretera que conducía a la mansión.
Bajé la mirada hacia el cuerpo de Galatea. Tenía los ojos cerrados y temblaba como si tuviera fiebre; Étienne también parecía asustado del aspecto que tenía ella. No había vomitado en todo el trayecto que llevábamos, pero la imagen que había presenciado en aquel dormitorio seguía fija en mi mente.
Bala aulló de alivio cuando nos encontramos cruzando a toda velocidad las puertas de hierro y frenamos a los pocos instantes frente a la escalera de piedra, donde nos esperaba una pequeña comitiva del aquelarre.
Los ojos de mi padre se clavaron en mí y en el cuerpo de Galatea con una expresión de desconcierto. Pasé de largo, dirigiéndome directo a las escaleras; Étienne y Bala se mantenían a mi espalda fielmente.
Cuando intenté llegar a las que llevaban al segundo piso, el brazo de Bala me detuvo. Sus ojos negros me miraban con una expresión hermética.
-Hay una habitación preparada aquí –me indicó-. Es más cómodo que llevarla hasta allá arriba.
No puse en duda las palabras de mi amigo y dejé que me guiaran a la habitación que había ocupado Galatea en el pasado, antes de que decidiera destrozarla en un ataque de ira no controlada; la deposité sobre la cama con cuidado y le aparté algunos mechones de la cara.
Su cuerpo se convulsionó de nuevo, como si hubiera intentado posponer el máximo de tiempo posible ese momento, y después me vomitó encima.
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