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☽ | Chapter 74.

UNA BUENA CHICA

No me moví mientras era testigo de cómo Derek dejaba escapar lágrimas de sangre, acompañadas de desgarradores sonidos que hicieron mella en mi podrida alma; me dije que todo eso no podía ser premeditado, que Derek no podía ser tan retorcido como para fingir.

Retrocedí un paso de manera inconsciente cuando Derek cayó de rodillas otra vez, sin levantarse en esta ocasión. El pecho se me contrajo dolorosamente al escuchar los sonidos que emitía Derek, completamente roto; ahí, frente a mí, la imagen de Derek Vanczák se me grabó a fuego en la mente. Añadiendo un punto más a la larga lista de errores que había cometido desde que me había convertido en vampira, y que me perseguirían el resto de mis días.

-Deberías marcharte de aquí –conseguí articular. Me sentí estúpida un segundo después de haber hablado.

No tenía ni idea de qué debía hacer. Toda la rabia, rencor y odio que había despertado Derek tras decirme que «necesitaba un tiempo» se había evaporado con las circunstancias; las súplicas de Derek habían conseguido hacer mella en mí, desequilibrándome todavía más. Me había jurado que no había tocado a Anastacia, que no tenía intenciones de traicionarme... y había sonado dolorosamente sincero; pero por muchas promesas que me hiciera, no podíamos borrar lo que habíamos hecho.

Lo que nos habíamos hecho el uno al otro.

Era evidente que lo intentamos, que ambos (quizá cada uno a su manera) habíamos hecho todo lo posible para que saliéramos adelante; no había sido suficiente, pues las circunstancias nos habían hundido bajo su peso, rompiéndolo. Nuestro amor se había fragmentando en tantos trocitos que era imposible volver a unirlos de nuevo.

Al principio no había dudado de los sentimientos de Derek hacia mí, y había luchado contra aquellos que habían intentado crear discordia, pero mi energía se había esfumado; y las semillas de todos esos que se habían entrometido en nuestra relación habían germinado. Ya no estaba segura de nada.

Ni siquiera de mí misma.

-¿Me quieres? –preguntó con voz ronca.

Parpadeé, saliendo de golpe de mis enrevesados pensamientos. Derek había alzado levemente la cabeza, mostrándome sus mejillas pintadas de color sangre debido a las lágrimas que había derramado.

Sus ojos azules mostraban sufrimiento.

-¿Qué? –jadeé, pues creí haber oído mal.

-Si me quieres –repitió Derek, arrastrando las palabras.

Las rodillas me temblaron. Mis ojos se mantuvieron secos, aunque el golpe había surtido efecto; Derek aún estaba arrodillado frente a mí con un aspecto deplorable... incluso peor que el mío. Nos habíamos destrozado tanto...

-No te quiero, Derek –su mirada se endureció, a pesar de que yo no había terminado de hablar-. Te amo. Y ese amor que siento hacia ti... duele. Duele porque ese sentimiento nos ha hecho daño a los dos, nos ha ido envenenando poco a poco; ninguno de los dos hemos sabido cómo hacerlo bien. No hemos sabido cómo gestionarlo. Lo único puro que teníamos lo hemos corrompido lentamente hasta envenenarnos a nosotros mismos.

Derek me miró boquiabierto. Podría negarlo las veces que quisiera, podría tratar de imitar mi propio comportamiento, pero sabíamos que era cierto: nuestra relación se había ido corrompiendo poco a poco debido a nuestros errores; quizá Derek había tratado de protegerme, pero encerrándome en la mansión casi como si aquello fuera una cárcel había conseguido todo lo contrario: asfixia, recelo, rencor por mantenerme apartada de todo a pesar de ser su compañera. Y yo... yo había empujado a Derek una y otra vez al límite, tal y como había dicho Axel en el pasado; no me había detenido a pensar en las consecuencias y había creado más problemas al vampiro.

-Podemos con ello –me aseguró con voz ronca, esperanzado-. Solamente tenemos que ir aprendiendo, juntos...

Su voz se le apagó al ver que no conseguía ablandarme lo más mínimo. En aquellos instantes se me asemejó al Derek que había encontrado en el callejón, perdido mientras yo me encargaba de eliminar a sangre fría a un vampiro que no había cumplido con su acuerdo con los Herz; de nuevo yo era la causante de esa debilidad. De nuevo yo era la persona que iba a conseguir que Derek perdiera el aquelarre.

Esta vez de manera definitiva.

-Ahora soy yo la que te está pidiendo tiempo, Derek –le pedí-. Un tiempo que nos sirva a ambos para poder despejarnos y quitarnos de encima toda la mierda que llevamos arrastrando desde que estamos juntos.

Me reproché haber sonado tan dura, pero era necesario. Derek, a mis pies, seguía observándome con una expresión herida; había decidido abandonar la fiesta de Wendt después de que Hunter le alertara sobre mi ausencia en la mansión, creyendo que yo había decidido marcharme con Moses para pasar toda la noche a su lado. Me mordí el labio inferior.

-Adelantaré mi regreso a la mansión de los Herz –le informé, tomando la decisión en ese preciso instante-. Me marcho esta misma tarde.

Necesitaba distancia para poder aclarar mi mente. Las últimas noches habían sido devastadoras para mí; demasiada información que procesar y demasiados sentimientos con los que lidiar. Quizá organizar mi propia presentación en sociedad con unos vampiros que querían mi cabeza me ayudaba a despejarme lo suficiente.

Derek me miró del mismo modo que cuando le informé sobre mi marcha de la mansión, cuatro meses atrás; en aquellos momentos lo único que quería hacer era salir huyendo de nuevo, esconder la cabeza en un hoyo y no salir de allí en mucho tiempo.

Tragó saliva.

-¿Volverás? –preguntó con un tono desesperanzado.

Pensé mi respuesta durante unos instantes. Le prometí en el pasado que jamás iba a abandonarlo, y la idea de dejar la mansión Vanczák para siempre... me partía el corazón del mismo modo que lo había hecho cuando me fui de allí la primera vez. Esa maldita mansión había conseguido atraparme, allí había formado algo parecido a una familia; pensé en Deirdre y lo desolada que se había quedado. Pensé en Bala y Étienne, que tendrían que lidiar a solas con los problemas que provocarían el cambio de líder.

Pensé en Hunter, en lo destrozado que quedaría después de que su familia volviera a tener problemas.

A pesar de haberme convertido en una Herz, jamás sentiría a ese aquelarre del mismo modo que los Vanczák. Había sacrificado mi identidad, atendiendo a las exigencias de Wolfgang, para conseguir algo más de poder a favor de Derek; y mi decisión había terminado de catapultar mi relación a la mierda.

Suspiré interiormente de resignación. Si quería salir adelante, ganar algo de estabilidad, tenía que dejar de darle vueltas una y otra vez a los motivos que nos habían conducido a este desastre; cogí aire y lo fui soltando lentamente mientras Derek aguardaba a que le diera una respuesta.

-Volveré –fue lo único que prometí.

Aquella simple palabra hizo que Derek se pusiera en pie con esfuerzo, mirándome fijamente. Contuve las ganas de eliminar el rastro de las lágrimas en sus mejillas, limitándome a apartarme del camino de Derek; el vampiro se tambaleó hacia fuera de mi dormitorio, intentando alcanzar la puerta que conducía al pasillo. Mantuve mi mirada clavada en la espalda de Derek, comprobando personalmente que no necesitaba ayuda para poder salir de mi suite. Una suite que abandonaría en breve.

Me puse rígida cuando Derek se detuvo abruptamente cerca de la puerta, como si se hubiera olvidado algo.

-Lamento mucho haberte hecho sufrir –se disculpó a media voz-. Yo... yo lo único que quería era protegerte, evitar que pudieras sentirte amenazada como aquella vez y quisieras huir... de nuevo.

Sus palabras golpearon mi pecho con una fuerza arrolladora. Derek creía erróneamente que yo me había marchado de la mansión porque me sentía en peligro; yo misma me había encargado de mentirle al respecto, ocultando el hecho de que había huido para proteger mi mayor secreto. Porque temía que alguien supiera que yo había asesinado a Axel Vanczák.

Alcé la barbilla, aunque Derek no podía verme.

-Y yo lamento no haber sido una compañera a la altura –pronuncié las palabras con cuidado, evitando que se colara algún tipo de sentimiento en mi tono de voz.

Vi la cabeza de Derek asentir y luego abrió la puerta. Hunter, como sospechaba, se encontraba en el pasillo; sus ojos azules se clavaron en mí por encima de su hermano, parecía agradecido de que hubiera conseguido sacarlo de su encierro de mi habitación con un aspecto mucho más accesible que antes.

Me quedé en el umbral de la puerta, supervisando cada paso que daba Derek en dirección a su habitación. Hunter se mantuvo cerca de su hermano mayor, preocupado por el constante tambaleo que tenía su cuerpo; le hice una señal con la cabeza para indicarle que le echara una mano y yo regresé al interior de la suite.

Contemplé el saloncito y lo poco que me llegaba de la habitación, notando una opresión en el pecho. Derek me había dado aquel privilegio después de haber destrozado mi antiguo dormitorio, además de haber intentado seducirlo para que me quitara el grillete que había llevado en el tobillo debido a mi mal comportamiento.

Aquella habitación había vivido demasiado, había visto demasiado de mi existencia como vampira y yo ahora no me encontraba cómoda. Los recuerdos no tardarían en asfixiarme bajo su peso.

Hice en primer lugar la maleta que me llevaría conmigo a la mansión de los Herz. Aún no sabía si mantendrían allí mis pertenencias, aquellas que no había tenido tiempo de empaquetar cuando huí tras mi encontronazo con Lyle, por lo que decidí llevarme lo imprescindible.

Luego, con más esfuerzo, recogí todas mis cosas con cuidado para poder trasladarlas en pocos viajes. Dejé la maleta cerca de la puerta de la suite y cogí la primera de las bolsas en las que había metido mis pertenencias; comprobé que el pasillo estaba vacío y salí hacia las escaleras. En el segundo piso me encontré con algunas doncellas que parecían haber terminado sus tareas y les pedí si podían echarme una mano con el resto de pertenencias; después, bajé al primer piso y recorrí el pasillo que conducía a mi antigua habitación.

La mano me tembló cuando aferré el picaporte, abriendo la puerta lentamente. No sabía qué había hecho Derek con esa habitación después de sacarme de allí y nunca me había preocupado por descubrirlo el tiempo que estuve en la mansión; contuve el aliento al no ver nada. Solamente oscuridad.

Avancé a tientas por la habitación, dejando junto a la puerta la bolsa con mis pertenencias; tanteé en el aire hasta que di con las persianas, subiéndolas con cuidado hasta que la luz diurna inundó toda la sala. Parpadeé con incredulidad cuando vi que la habitación se encontraba totalmente reformada; los muebles destrozados y astillados habían sido sustituidos por unos nuevos que le daban un aspecto mucho más luminoso. La cama, sin embargo, seguía siendo la misma.

Solté el aire en un suspiro tembloroso. Entre esas cuatro paredes había tenido que pasar mucho tiempo encerrada, además de haber vivido algunos momentos demasiado duros; sin embargo, el peso de esos recuerdos no me afectaba del mismo modo que los que contenían la suite. En aquel entonces había odiado a Derek con todo mi ser y había disfrutado de todo lo que había sucedido; mis sentimientos habían estado claros y mis ansias por intentar huir de la mansión me habían empujado a seguir adelante.

Alguien carraspeó a mi espalda y vi que las doncellas se encontraban en el umbral de la puerta con las últimas pertenencias que había dejado en la suite.

-¿Dónde quiere que las dejemos, señorita Ril... Herz? –no se me pasó por alto cómo se corrigió a sí misma, utilizando mi nuevo apellido.

Señalé la cama con un gesto vago y les agradecí la ayuda. Ellas, lejos de querer irse, se quedaron allí un rato más; deshicieron todo lo que yo había empaquetado y lo colocaron pulcramente bajo mi supervisión.

-Limpiaremos la suite –me informó una de las chicas-. Nos encargaremos de dejarla preparada para cuando usted decida volver.

No las corregí, pues ni yo misma sabía si alguna vez podría regresar a la suite... al tiempo donde las cosas estaban bien. Aquello me trajo a la memoria que aún tenía un asunto pendiente, algo que me costaría algunos problemas; les dediqué una sonrisa agradecida mientras salía de la habitación, dejando a las humanas poniendo mi habitación a punto. Me acerqué a los ventanales que daban a los jardines traseros y divisé a mi objetivo.

Bala y Anastacia parecían estar sumidos en una interesante clase de defensa personal, la misma que había recibido yo pocos días después de mi llegada por exigencias de Derek, que no se dieron cuenta de mi llegada. Carraspeé y Bala me miró por encima del hombro, quedándose sorprendido de verme allí... todavía con el vestido.

Anastacia me dedicó una venenosa sonrisa.

-Galatea –me saludó el vampiro con cierta rigidez.

Le dediqué una diminuta sonrisa mientras evaluaba con la mirada a la mujer que tenía frente a mí. La misma que había ayudado activamente a que Ferenc Vanczák tomara la decisión de retirar a Derek del liderazgo y había creado continuas discusiones con el vampiro.

-No he podido evitar espiaros desde la mansión –dije, imitando la sonrisa de Anastacia-. Y quisiera ayudar.

Bala me miró con un gesto totalmente alucinado mientras que Anastacia me lanzaba una mirada intrigada, evaluándome. Derek habría ordenado a Bala que se hiciera cargo del entrenamiento de la vampira, creyendo que estaba haciéndole un favor a la mujer; no había tenido el placer de presenciar, si había habido alguna, sesión y ahora sentía curiosidad por saber si Anastacia necesitaba o no que Bala le enseñara a combatir.

-Me temo que no tienes el equipo acorde –señaló Bala.

Mi sonrisa se volvió traviesa mientras me bajaba la cremallera y dejaba caer el vestido, quedándome únicamente con la combinación de ropa interior negra que llevaba bajo él. Bala abrió mucho los ojos, totalmente noqueado, y Anastacia me recorrió de pies a cabeza.

-Estoy lo suficientemente cómoda para poder ayudar a Anastacia –le aseguré-. Soy tu mejor opción, Bala.

El vampiro no podía negármelo. Era alguien casi del mismo tamaño que Anastacia, perfecta para poder entrenar con ella mientras el vampiro pudiera observarnos desde fuera, tal y como había hecho conmigo cuando Hunter se había ofrecido para ocupar el sitio que yo misma iba a ocupar en ese instante; si Bala aceptaba mi oferta, estaba un paso más cerca de conseguir mi objetivo.

Bala me estudió con la mirada, intentando encontrar la trampa en mis palabras. No debió encontrar nada, ya que se encogió de hombros y se apartó de nuestro lado, tomando la posición de juez; le dediqué una nueva sonrisa a mi amigo mientras Anastacia y yo nos movíamos sobre el césped para ocupar nuestros respectivos lugares.

El vampiro echó una ojeada a Anastacia, casi de manera condescendiente. Quise atribuirlo a la poca experiencia que tenía la vampira en el campo de los combates físicos.

Contuve una sonrisa mientras colocaba mis pies en una posición defensiva, dispuesta a concederle a la vampira el primer golpe. Bala nos observó a ambas unos segundos más antes de darnos la señal para que pudiésemos comenzar; dejé los pies clavados en el suelo mientras Anastacia se abalanzaba sobre mí a toda velocidad. Su puño se lanzó directo sobre mi pómulo, aunque me retiré lo suficiente para que solamente me diera sobre la mandíbula; gruñí de dolor ante el impacto, sorprendida de la fuerza con la que me había dado el puñetazo.

Al parecer, Anastacia quería jugar en serio... y duro.

Hice una mueca, moviendo la mandíbula para comprobar los daños, mientras Anastacia retrocedía lo suficiente para golpearme de nuevo. Su racha de buena suerte se había quedado en un único golpe; esquivé el resto de puñetazos que intentó lanzarme y bloqueé las piernas de Anastacia cuando pasó a las patadas. La vampira me dedicó una mirada desdeñosa, consciente de su desventaja, y luego trató de tomar algo de distancia para evitar mis posibles golpes.

Bala me había entrenado lo suficiente para poder tumbar a una zorra sin apenas experiencia y que creía saber golpear; me abalancé sobre ella y, en el último segundo antes del impacto, finté hacia su izquierda, flaco que había observado que tendía a desproteger, rodeando su menudo cuerpo hasta llegar a su espalda. Sin ningún tipo de duda, barrí sus piernas hasta que cayó patéticamente al césped y la inmovilicé mientras acercaba mi boca a su oído.

-Escúchame bien –le siseé, procurando que solamente ella pudiera oírlo-. Escúchame bien porque solamente te lo diré una maldita vez: mantente alejada de Derek, Anastacia. Este no es tu lugar y Derek ya tiene alguien que le caliente la cama; en este aquelarre no hay espacio para ti. Si fueras inteligente, cogerías todas tus cosas y desaparecerías de aquí antes de que las cosas se pusieran feas porque, cuando eso suceda, vas a suplicar la muerte y yo disfrutaré de cada segundo de tu sufrimiento.

A pesar de tener su cara pegada al césped, pude ver que sus labios se curvaban para formar una amplia y pícara sonrisa.

-¿Es eso una amenaza, Galatea? –ronroneó-. Porque Derek no estaría nada conforme con saber que su querida novia se comporta como una psicópata y matona a sueldo –hizo una pequeña pausa, pasándose la lengua por el labio inferior-. Derek y yo nos hemos vuelto muy cercanos, Galatea; no te imaginas hasta qué punto. No dudará en creerme cuando le diga que me has dado una paliza sin motivo alguno.

Mi sonrisa se volvió siniestra.

-Me alegra saber que tengas tanta imaginación –le contesté-. Pero sé la verdad, Ashford: sé que te llevó a esa maldita fiesta porque sentía la obligación de protegerte de mí, de lo que pudiera hacerte; igual que sé que no ha pasado nada entre nosotros, por mucho que tú te fuerces a que suceda, porque se marchó de allí poco después de que Hunter le informara que yo no había vuelto a la mansión.

»Lamento desilusionarte, Anastacia, pero soy capaz de jugar con tus mismas reglas y podría conseguir que Derek te diera la patada en este mismo momento, sin maletas que llevar contigo –la imité, relamiéndome el labio inferior como había hecho ella-. Pero no voy a hacerlo porque vas a ser tú solita la que vas a decirle a Derek que no puedes quedarte un minuto más aquí; invéntate cualquier excusa, Ashford: eres buena haciendo eso, ¿verdad?

Quise presionarla hasta que su perfecta máscara de vampira perfecta se quebrara; estaba intentando que Anastacia se pusiera en evidencia a sí misma, que pudiera darme una pequeña pista de quién era en realidad.

-No tienes ninguna prueba de ello, Galatea –dijo, muy segura de sí misma-. Nadie va a creerte porque todos han podido ver lo mucho que me odias, la aversión que me tienes es debido a que crees que tu querido Derek quiere meterse entre mis piernas.

La aplasté contra el césped y retorcí uno de sus brazos a la espalda, sacándole un siseo molesto a la vampira.

-Las únicas piernas entre las que quiere meterse Derek son las mías –le aseguré, notando un regusto amargo en la boca. Al menos contaba con la ventaja de que Anastacia no conocía en qué punto se encontraba mi relación con Derek; por el momento pensaba utilizarla y exprimirla.

Le retorcí un poco más el brazo.

-Vas a mantenerte alejada de Derek y de su aquelarre –repetí con un tono peligroso-. Te vas a marchar de aquí y no vas a tratar de ponerte en contacto con ninguno de ellos: vas a desaparecer de nuestras vidas para siempre de una puta vez, Anastacia Ashford.

Su risa me puso el vello de punta.

-Creo que voy a rechazar tu oferta, zorra –se negó-. Aún tengo asuntos pendientes por aquí.

No dudé ni un segundo cuando retorcí su brazo hasta que escuché cómo su hueso crujía, roto. Anastacia dejó escapar un agónico grito cargado de dolor mientras yo retorcía aún más la extremidad, deseando alargar mucho más la tortura física que debía estar sufriendo la vampira; no me caracterizaba por ser una mujer demasiado retorcida y sanguinaria, pero Anastacia se merecía sacar esa faceta de mí. Esa misma que había mantenido controlada desde que aprendí a convivir con mi vampirismo.

-Respuesta errónea –le susurré.

Unos brazos rodearon mi cintura, alzándome en volandas y obligándome a que soltara el brazo destrozado de Anastacia, que seguía retorciéndose en el suelo a causa del dolor; no me resistí, como tampoco traté de golpear a Bala, que era el que se había encargado de quitarme de encima de la vampira antes de que continuara con mi tortura física para conseguir lo que quería: que nos dejara en paz. Que no nos causara más problemas de los que ya teníamos encima.

-¿En qué estabas pensando, Galatea? –dijo Bala junto a mi oído, frenético.

Entrecerré los ojos, fulminando con la mirada el cuerpo retorcido en el césped de Anastacia. Étienne había aparecido de la nada y se había inclinado hacia Anastacia, tratando de evaluar los daños; Elek y Jasira nos observaban desde la entrada de la mansión con una expresión indescifrable. Bala me bajó de malas maneras y me cogió por el brazo mientras Étienne cargaba a Anastacia y todos no dirigíamos hacia el interior de la mansión.

-Estaba pensando en el bien común –mascullé.

No le di importancia al hecho de que iba en ropa interior mientras nos cruzábamos con las dos vampiras. Elek me dedicó una media sonrisa divertida, seguramente debido a mi indumentaria, pero Bala siseó en voz baja; el rostro de la vampira se puso serio y no dijo ni una palabra al respecto.

Bala me condujo directamente hacia las escaleras, dejando atrás a Étienne y Anastacia, además de las dos vampiras. Sin embargo, cuando se movió con intención de subir un piso más, yo tiré para indicarle que el pasillo era nuestro camino.

-Estoy en mi antigua habitación –le informé con tono monocorde.

El vampiro chasqueó la lengua con desdén y nos condujo hacia allí. Sus dedos se soltaron de mi brazo con suavidad una vez alcanzamos la relativa seguridad de aquellas cuatro paredes; cerró la puerta al mismo tiempo que yo me movía por la habitación hacia el nuevo armario que habían instalado donde destrocé el antiguo. Rebusqué entre las prendas de ropa hasta encontrar una camiseta lo suficientemente larga y unos pantalones deportivos cortos.

Me vestí frente a Bala sin importarme lo más mínimo.

Bala se apoyó contra la puerta, golpeando la superficie con la nuca y dejando escapar un suspiro irritado. Demasiado irritado.

-¿Puedes explicarme qué coño ha pasado ahí fuera? –preguntó por segunda vez, hablando entre dientes.

-Lo he hecho de manera intencionada –confesé sin pudor alguno-. Y lo he hecho porque quiero a Anastacia Ashford fuera de esta mansión cuanto antes.

-¿Y creías que destrozándole un brazo lo conseguirías? –insistió con un tono asombrado, incrédulo.

Me encogí de hombros.

-Eso fue un contratiempo. La mandé de boca al suelo para poder advertirle lo que sucedería de seguir un segundo más bajo este mismo techo, pero ella no me hizo ningún caso; por eso mismo me vi en la obligación de intentar hacerle cambiar de opinión con otro método.

-Es evidente que no ha funcionado –señaló Bala-. Y que has logrado poner las cosas más difíciles.

Apreté los dientes.

-Derek no necesita más problemas, Galatea –continuó hablando el vampiro-. En estos momentos, lo único que necesita urgentemente es algo de tranquilidad hasta que su padre le informe que lo retira definitivamente del liderazgo...

Nos miramos largamente. Ambos habíamos estado en el despacho, escuchando las intenciones de Ferenc y Morticia sin poder decir ni una sola palabra; sabíamos que el peso del aquelarre había contribuido a que Derek hubiera tomado malas decisiones, como aceptar a Anastacia entre nosotros sin informar al resto de aquelarres, y que, quizá, estar un tiempo apartado de todos los problemas y obligaciones pudiera ayudar al vampiro a coger perspectiva. A recuperarse.

Los dos nos habíamos mantenido al margen cuando Ferenc había preguntado si lo apoyaríamos, aunque lo habíamos aceptado de manera tácita al prometer no inmiscuirnos.

-Le he pedido un tiempo a Derek –le confesé de improvisto, deseando escupir esas palabras que se habían atorado en mi garganta-. No podíamos continuar en esa terrible situación y, por eso, he creído que deberíamos darnos un tiempo. Un tiempo en el que poder reflexionar y pensar en qué debemos hacer –hice una pausa para coger aire-. Jamás lo había visto como ahí arriba, Bala; está tan... tan destrozado, que apenas puedo reconocerlo. Y parte de la culpa es mía. Mía por no haber sido lo que Derek necesitaba.

La mirada de Bala se tornó triste y melancólica. Dolida por escuchar que su amigo estaba perdiéndose poco a poco, sin que pudiéramos hacer nada mientras que Anastacia Ashford seguía campando a sus anchas por allí, haciendo Dios sabía qué.

-Gala, la culpa no es...

Sacudí la cabeza, sin querer escuchar las compasivas palabras de Bala.

-No niegues lo evidente por intentar hacerme sentir mejor –le pedí, apoyándome sobre el armario-. Sabemos que parte de la culpa del estado de Derek es mía y yo... yo estoy intentando arreglarlo. Es evidente que con Anastacia no ha funcionado, pero estoy en ello.

-¿Qué va a suceder cuando Ferenc ocupe el lugar de Derek?

Tragué saliva.

-No lo sé –aunque me hacía una ligera idea sobre lo que nos esperaba; alcé el mentón con seguridad-. Pero quiero volver a formar parte del equipo de seguridad. Quiero mi antiguo puesto.

Bala cerró los ojos y se frotó el puente de la nariz.

-Ferenc estará encantado con la idea –murmuró casi para sí mismo-. Desde que te aceptó ha seguido muy de cerca todos tus avances dentro del aquelarre. Hablaré con él más tarde.

Ahora, aunque Derek y el resto del aquelarre aún no lo supieran, rendíamos cuentas ante el patriarca de los Vanczák. Mi pecho seguía doliendo tras la decisión que se había llevado a cabo de manera unilateral por parte del viejo vampiro, pero con ello había conseguido algo más de libertad; si Derek no seguía frente al liderazgo del aquelarre, eso significaba que podría mantenerme más tiempo encerrada en la mansión como había hecho en el pasado.

-Le romperemos el corazón a Derek cuando lo sepa –dijo Bala, sonando afectado.

Aspiré violentamente el aire por la boca.

-No creo que quede mucho corazón de Derek por destrozar –murmuré.

«Porque ya lo había hecho yo sola.»

Bala contempló la habitación con un gesto meditabundo. El vampiro había sido elegido en ocasiones para vigilar a las doncellas que me enviaba Derek mientras estuve allí presa, controlando que yo no les saltara al cuello; los ojos negros de Bala recorrieron todos los rincones, como si estuviera rememorando el pasado.

-Salgamos de aquí –pidió a media voz-. Tenemos que dar muchas explicaciones.

Esbocé una sonrisa cruel cuando pensé en el brazo destrozado de Anastacia, en lo bonito que había sonado su hueso al crujir; Bala nos abrió la puerta y me permitió que saliera primero, siguiéndome de cerca. Étienne vigilaba la puerta de la habitación donde se encontraba Anastacia con una expresión perdida, dándole el aspecto de no encontrarse allí realmente.

Giró la cabeza en nuestra dirección cuando nos oyó acercarnos a él. Tenía el cabello rubio despeinado y sus ojos desprendían un cansancio infinito; Bala y él habían estado trabajando duro en la investigación sobre la verdadera identidad de Anastacia Ashford, además de los encargos del propio Derek.

Para Étienne no era fácil ver cómo sus esfuerzos por salvar a su mejor amigo de la oscuridad no estaban dando ningún resultado.

-Nelson está dentro con Anastacia –nos contó en un tono impersonal-. El brazo no logra... no logra curarse.

Me alegré de aquella noticia. Me alegré muchísimo de que el maldito brazo de aquella impostora no pudiera volver a funcionar porque se lo merecía, se lo merecía por todo el daño que nos había causado; por haber conseguido que Derek perdiera definitivamente el apoyo de su padre para que continuara siendo líder del aquelarre Vanczák.

Los ojos de Étienne nos contemplaron con preocupación... y temor.

-Pero eso no es lo peor –continuó hablando-. Hunter nos gritó pidiendo ayuda, diciendo que su hermano estaba fuera de control... Al parecer, Derek estaba tan fuera de sí que comenzó a destrozar su propia habitación, hiriéndose a sí mismo.

Ahogué una exclamación de horror con mi propia mano, mirando a Étienne sin poder concebir lo que estaba diciendo, incapaz de poder creer que Derek hubiera llegado hasta tal extremo; Bala, a mi lado, aspiró el aire con fuerza, igualmente horrorizado por aquella información.

Étienne desvió la mirada.

-Hemos tenido que reducirlo entre cinco vampiros –la voz se le quebró-. Randall ha tenido que darle un potente sedante para poder impedir que siguiera con el destrozo. Ferenc no tardará en saberlo...

Y era muy posible que decidiera adelantar todo.

Derek había perdido el control definitivamente, no parecía encontrarse dentro de sus cabales y era evidente que no podía estar al frente del aquelarre en esas terribles condiciones; nos miramos los unos a los otros mientras las palabras de Étienne seguían flotando sobre nuestras cabezas.

Los pensamientos culpables volvieron a la carga, intentando asfixiarme bajo su enorme peso. Étienne leyó en mi mirada mis intenciones y señaló con la barbilla las escaleras que subían al segundo piso.

-Está en su habitación –indicó-. El sedante no ha conseguido dormirlo, pero sí dejarlo algo... algo débil.

No necesité que siguiera hablando, eché a correr hacia las escaleras sin importarme en comprobar si ambos vampiros me seguían o no. En aquellos instantes la imagen de un Derek atado a los postes de la cama, del mismo modo que lo había estado yo en el pasado, inundaban cada rincón de mi mente; derrapé al llegar al rellano del tercer piso, doblando el pasillo hacia la parte que conducía a la habitación de Derek. Junto a la puerta se encontraban hablando Hunter y Randall con las cabezas muy juntas; ambos se giraron a la par, mirándome con una expresión mortalmente seria.

-No es buena idea...

Levanté una mano, frenando a Hunter.

-No me obligues a entrar por la fuerza –le advertí.

El menor de los Vanczák miró con dudas a Randall, que me contemplaba con el ceño fruncido.

-Puede pasar –claudicó el enorme vampiro rubio.

Asentí en agradecimiento y me colé en la habitación de Derek con un nudo en la garganta. Mis ojos se abrieron como platos al contemplar cómo había acabado el salón de su suite tras el huracán en el que se había convertido Derek; esquivé a duras penas restos de papeles y muebles mientras me dirigía lentamente hacia el dormitorio donde se encontraba el vampiro.

Allí, al menos, no había llegado su furia.

Contemplé el cuerpo tendido del vampiro, su rostro apacible. Di un paso en su dirección, haciendo un pequeño sonido contra el suelo; los ojos de Derek se entreabrieron con esfuerzo, con un brillo casi febril. Culpable, culpable, culpable. Aquel pensamiento no paraba de latirme en las sienes, en la boca del estómago. En el pecho.

Terminé de acercarme a la cama y me dejé caer de rodillas a su lado, mirándolo con una expresión desolada. No tenía energías suficientes para seguir fingiendo una indiferencia que no sentía en absoluto, no después de lo que le había sucedido.

De lo que yo le había provocado.

-No estás aquí –escuché que farfullaba-. Eres producto de las malditas medicinas de Randall.

Me mordí el labio inferior hasta hacerme daño.

-¿Qué has hecho, Derek? –le pregunté, con el corazón en un puño.

Derek dejó escapar una ronca risa.

-Tú sabes bien lo que se siente –murmuró con voz pastosa-. Tú también has pasado por lo mismo... cuando la rabia te ciega y prefieres lanzarte de cabeza a destrozar una habitación en vez de algún ser querido. Eso es lo que me ha sucedido.

Estaba en lo cierto. Durante mis primeros meses como vampira, ya estando en aquella mansión, yo había tenido que lidiar con lo mismo; miré a Derek largamente, fui testigo de su lucha por mantenerse consciente... con los ojos abiertos. El sedante que le había suministrado Randall estaba haciendo efecto lentamente.

-He aprendido la lección –respondí-. Aprendí la lección...

Quería decirle lo que planeaba su padre, quería exigirle que dejara de comportarse de ese modo y que plantara cara. Derek estaba consumido, apagado; estaba dándole razones suficientes a Ferenc para que creyera que estaba tomando una buena decisión para todos nosotros.

Pero no pude decir nada.

Y me sentí como una maldita cobarde.

-Tienes que luchar –le pedí.

Sus ojos azules se desviaron en mi dirección.

-No le veo ningún sentido. Lo he perdido todo.

-Aún tienes el aquelarre –rebatí.

Aunque no fuera por mucho tiempo más, hubiera debido añadir.

-Pero no te tengo a ti –masculló entre dientes-. Te dije en una ocasión que abandonaría el aquelarre, que por ti dejaría el liderazgo para que pudiésemos marcharnos juntos, pero tenías razón... tenías razón en algo: soy un maldito egoísta. Un maldito egoísta que buscaba tenerlo todo.

-Estoy aquí, ¿no? –le dije, apretando la mandíbula-. No me he ido.

-¿Y por qué sigues aquí? –preguntó entonces.

-Porque, aunque no estemos juntos, estoy cumpliendo mi promesa: no voy a abandonarte, Derek. Soy una mujer de palabra.

Derek se echó a reír de nuevo.

-Sé que me estáis ocultando algo. Todos vosotros me estáis ocultando algo, maldita sea.

Mi rostro se convirtió en una calculada máscara.

-Te equivocas, lo único que queremos es tu recuperación –mentí con fluidez-. El aquelarre te necesita, Derek... ¿O vas a permitir que el resto de aquelarres crean que somos débiles? ¿Vas a permitir que los Herz crean que tienen una oportunidad contra nosotros en mi fiesta de presentación?

-No tenía ninguna intención de asistir –contestó.

Nos sostuvimos la mirada.

-Significaría mucho tu presencia allí, apoyándome.

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