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☽ | Chapter 73.

CORAZONES DE PIEDRA

Esperé al vampiro en el vestíbulo del hotel, vestida con el mismo vestido negro de la noche anterior y con un aspecto horrible. A pesar de haber escogido el rincón más recóndito del vestíbulo, podía sentir las miradas cargadas de compasión de alguno de los clientes; casi podía adivinar lo que debían pensar al verme allí, con un traje arrugado y una expresión casi rota. No era muy difícil: abandonada. Casi parecía que tuviera la palabra tatuada en la frente.

No supe siquiera cuánto tiempo había pasado desde que había hecho esa llamada hasta que reconocí a Bala atravesando el vestíbulo, buscándome con la mirada; salí de mi escondite, casi echando a correr hacia el vampiro. El gesto de Bala se suavizó al verme sana y salva y, fiel a su costumbre de tener el mínimo contacto físico conmigo, me dio una pequeña palmadita en el hombro.

Había decidido traer un discreto coche de color gris que había aparcado un poco lejos de la entrada del hotel; ambos nos dirigimos hacia allí en el más absoluto silencio. Bala vigilaba con la mirada que todo se mantuviera bajo control, metiéndose en su papel de jefe de seguridad.

Me encontraba totalmente desconectada de todo lo que había sucedido tras mi huida de los jardines de Eneas Wendt, por lo que no sabía lo que me esperaba a mi regreso a la mansión; el amigo de Derek seguía sumido en un profundo silencio, recorriendo con la mirada cada rincón de la calle que estábamos recorriendo.

Abrí la puerta del coche con esfuerzo y me monté con cuidado, sintiendo la rigidez de los músculos. Bala me dedicó una mirada preocupada mientras yo intentaba colocar las capas del vestido que llevaba; arrancó el vehículo sin apartar la mirada, con sus ojos oscuros estudiándome en silencio.

-Hunter avisó que regresarías a medianoche –me contó al fin, al ver que yo no abría la boca-. Pero, al ver que no llegabas, decidió llamar a Derek para decírselo...

La voz de Bala fue apagándose en la última palabra que pronunció. Mantuve la mirada clavada en el frente, sin querer ver el rostro de Bala; entendía lo que había hecho Hunter, pues se habría preocupado ante la posibilidad de que me hubiera pasado algo. No en vano algunos aquelarres menores estaban moviéndose a nuestras espaldas, tratando de desestabilizarnos y eliminarnos del mapa.

Me mordí el interior de la mejilla.

-¿Qué sucedió, Galatea? –escuché que me preguntaba Bala, recuperando el aplomo.

Sin mirarlo, me encogí de hombros.

-Era demasiado tarde y le pedí a Moses que me dejara aquí –respondí de manera vaga.

-Derek estaba frenético cuando llegó.

Su tono delató lo mucho que le había afectado ver a su mejor amigo en ese estado, creyendo que la preocupación de Derek se debía a que nadie tenía idea alguna de dónde podía encontrarme; a ninguno de los implicados nos convenía airear nuestros problemas de manera pública. Necesitábamos aparentar cierta estabilidad.

Recordar lo sucedido ayer me trajo a la memoria algo que era de suma importancia que Bala lo supiera.

-Le pedí ayuda a Yolanda Poirier –no quise decirle que había obligado a la vampira a hacerlo, amenazándola con retirarla del poder; por el rabillo del ojo vi que Bala fruncía el ceño-. Si Anastacia estaba en el territorio de los Poirier... ella tendría que saber algo, tendría que existir alguna pista sobre Anastacia y podríamos usarla para continuar investigándola –cogí aire, sacando la nota arrugada que me había dado la líder y que había sobrevivido a mi ajetreada noche-. Yolanda no encontró ni rastro de ninguna Anastacia Ashford en los registros de su rebaño, Bala: esa mujer nos ha estado mintiendo.

Bala cogió la nota que le tendía con una mano, apoyándola en el volante mientras seguía conduciendo. La desdobló con cuidado y la leyó apresuradamente; yo me mordí el labio inferior, inclinándome en mi asiento con cierto nerviosismo. La prueba que nos había dado Yolanda tendría que ser suficiente para que Derek pudiera expulsarla de manera definitiva del aquelarre.

Pero el vampiro estaba tan obsesionado con ella que no atendería a razones, ni aunque tuviera la verdad delante de sus propias narices.

-Eso nos ayuda mucho, Galatea –dijo Bala, devolviéndome el papel arrugado-. Empezaremos a buscar en otro sitio, pero esa mujer no se nos escapará; sabremos quién es.

Y, hasta entonces, tendríamos que mantener la boca cerrada y seguir permitiendo que Anastacia campara a sus anchas por la mansión. Muy posiblemente practicando para cuando ocupara mi lugar.

-Quiero que sepas que estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano –me prometió Bala, tamborileando los dedos sobre el volante-. Étienne y yo no hemos parado ni un segundo, tratando de encontrar algún indicio o pista que pudiera conducirnos a Anastacia Ashford.

Le dediqué una sonrisa de agradecimiento.

-Derek tiene mucha suerte de tener unos amigos como vosotros –murmuré.

Bala hizo una mueca.

-Eso ha dolido, muñeca –se quejó, llevándose una mano teatralmente al corazón-. Pensaba que nosotros también lo éramos para ti.

Su actitud bromista me arrancó una pequeña risa. Bala había demostrado que podía contar con su ayuda siempre que lo requiriera; no en vano había acudido a rescatarme del hotel sin someterme a ningún interrogatorio. Incluso en todo el viaje no me había insistido a que le dijera qué había sucedido.

Fui apagándome poco a poco cuando cruzamos las verjas de hierro. Alguien había dejado muy mal aparcado un enorme todoterreno de color negro, aunque el resto se mantenía todo en orden; contuve un suspiro cansado cuando me apeé el vehículo, con la tranquilizante presencia de Bala a mi lado.

Me recogí los bajos de la falda del vestido para evitar tropezar y conté mentalmente hasta cien, intentando mantener bajo control las sensaciones que llevaban abordándome desde que había entendido que Derek no quería continuar más conmigo.

En el vestíbulo se encontraba Hunter, junto a Randall y Nelson. El rostro del pequeño de los Vanczák estaba contraído en una mueca desolada; entrecerré los ojos cuando divisé algo de lo que parecía sangre en la comisura de sus labios. Bala se aclaró la garganta de manera significativa, lanzándoles una mirada cargada de intenciones a los dos vampiros que escoltaban a Hunter.

Quise protestar, pero los tres habían desaparecido, dejándome a solas con el hermano pequeño de Derek.

Crucé la distancia que me separaba del vampiro y le abracé con fuerza; Hunter titubeó unos segundos antes de rodearme con sus brazos, devolviéndome el abrazo.

-Lamento mucho no haber regresado –me disculpé-. Se me fue de las manos.

Y no sabía de qué modo.

Me separé un poco y pude comprobar de cerca que no me había equivocado: Hunter tenía restos de sangre en la comisura del labio. Lo miré de manera interrogante, preocupándome de que hubiera pasado algo grave en mi presencia.

-¿Eso que veo en tu comisura izquierda es sangre? –le pregunté.

Hunter desvió la mirada y se apresuró a eliminar el rastro delator.

-No es nada.

Ambos nos conocíamos demasiado bien para saber que estaba mintiendo, y que me estaba ocultando información porque sabía que me disgustaría o acabaría estallando de nuevo.

Le aferré por la barbilla, obligándome a que me mirara.

-Quiero que me digas qué ha sucedido –le ordené.

-Derek ha perdido el control definitivamente –contestó en un murmullo avergonzado-. Anoche, al ver que no aparecías a la hora que habíamos acordado, llamé a Derek porque no sabía a quién más acudir; no se tomó muy bien que no hubieras regresado a la mansión, y creo que ya se encontraba algo nervioso. Le pedí que no se preocupara, que mandaría a alguno de los vampiros a buscarte, pues sabía con quién te habías ido.

»No tuve oportunidad de dar orden alguna porque Derek irrumpió en la mansión totalmente enfurecido. Le expliqué que no teníamos modo de ponernos en contacto contigo y eso le enfadó aún más; me gritó que no debería haber permitido que te marcharas con Moses Nickels... y me pegó.

Ahogué una exclamación cargada de consternación. Derek no tenía ningún derecho a comportarse de ese modo, como tampoco a golpear a su hermano, que había intentado hacer todo lo que había estado en su mano, supliendo el hueco que Derek había dejado de manera temporal al largarse a aquella fiesta para disfrutar en secreto de la compañía de Anastacia.

-Voy a machacarlo –le juré, y no me faltaban ganas.

Los ojos azules de Hunter relucieron con alarma y miedo. A pesar de haberle acusado en el pasado de temer a su hermano mayor, ahora sabía que estaba equivocada: el Hunter que se encontraba frente a mí que se encontraba muerto de miedo por Derek. Su respiración se había acelerado y sus pupilas se dilataron, delatándolo.

-No reconozco a mi hermano –me confesó, temblándole la voz-. Está fuera de sí y es incapaz de atender a razones... La presión ha podido con él, Gala; este último año ha sido definitivo para acabar con su cordura. No ha podido hacer frente a todos los problemas que han surgido, desde que te fuiste de la mansión...

Dejó la frase en el aire, pero su aire alicaído fue lo que delató lo que había preferido callarse: mi huida de la mansión Vanczák había supuesto un clavo más en la tumba de Derek. Había ayudado activamente a que el vampiro se encontrara en aquella difícil situación.

Nos habíamos destrozado mutuamente y no habíamos frenado a tiempo.

Aunque me costara admitirlo (y probablemente luego me bebería un litro de lejía para borrarlo) ambos teníamos la culpa de la situación en la que nos encontrábamos. Y Derek, quizá, había sido el que más malparado había salido debido a que también tenía que hacer frente a los problemas que traían consigo ser el líder del aquelarre.

-Mi padre quiere que nos reunamos con él en el despacho –me informó Hunter, con la voz tomada por la emoción de haber sido testigo de cómo se desmoronaba su hermano.

La cita con Ferenc Vanczák no me traía buenas vibraciones. Asentí y acompañé en silencio al vampiro hacia el punto de reunión; me quedé sorprendida al encontrarme allí a Bala, Étienne y a la ostentosa Morticia ocupando el mismo sitio que había usado yo cuando Hunter se había reunido con Moses Nickels.

Ferenc Vanczák me sonrió desde la silla que pertenecía a Derek. Y no era una sonrisa que transmitiera mucha felicidad, a decir verdad; el patriarca de los Vanczák parecía haber envejecido varios años de golpe y sus ojos azules habían perdido brillo.

-Me alegro de que estés bien y hayas decidido volver, Galatea –deseó el anciano-. Pues me temo que esta reunión se ha visto adelantada debido a las recientes... circunstancias.

Me erguí y busqué con la mirada a los amigos de Derek. A excepción de Morticia, el resto nos encontrábamos totalmente perdidos respecto a por qué Ferenc Vanczák había decidido reunirnos en el despacho, sin la presencia de su hijo mayor.

Bala y Étienne me devolvieron la mirada, sin saber qué decirme.

-Llevo tiempo observando a mi hijo Derek y puedo ver que el puesto de líder está empezando a aplastarlo –continuó hablando Ferenc, manteniendo la entereza; Morticia le lanzaba miraditas de vez en cuando-. Soy consciente de que todos aquí nos preocupamos por él y sabemos que, desde cierto momento, las decisiones que ha estado tomando mi hijo son erróneas.

Me hundí las uñas en el brazo cuando entendí que estaba hablando de la llegada de Anastacia a la mansión y en cómo Derek se había dedicado a defenderla a capa y espada sin importarle nada más; por el rabillo del ojo vi que Bala fruncía el ceño y Étienne se removía con incomodidad. Hunter parecía haberse convertido en una estatua de hielo.

-Derek no quiere comprender lo que supondría para el futuro del aquelarre que la señorita Ashford siguiera bajo este mismo techo –el vampiro frunció los labios con desagrado, como si pronunciar el apellido de la forastera le supiera amargo-. Muchos de nosotros hemos intentado abrirle los ojos, sin éxito; por eso mismo os he pedido que nos reuniéramos: no podemos permitir seguir corriendo riesgos por una mujer que es un completo misterio para todos.

»Estoy al tanto de las investigaciones que están llevando a cabo Étienne y Bala –añadió, mirándome fijamente-. Y también de las pocas pistas que tenemos al respecto. Anastacia Ashford apareció aquella noche, como la única superviviente de una masacre; una tragedia, sin duda alguna... pero también resulta muy sospechoso.

-Duplicaremos nuestros esfuerzos, señor –prometió Bala.

-Y espero resultados pronto –repuso Ferenc con gravedad-. Pues no podemos seguir perdiendo un segundo más; es evidente que la situación se le ha quedado algo grande a Derek y, por ello, hay que tomar medidas antes de que nos conduzca al desastre.

El vello se me erizó y contuve el aliento.

-Voy a revocar la decisión de que mi hijo continúe siendo el líder del aquelarre Vanczák –anunció Ferenc, poniéndose en pie-. Es el momento de que se tomen las decisiones correctas, y Derek no es capaz de hacerlo. Debemos mirar por la seguridad del aquelarre, así que yo me haré cargo de ahora en adelante.

La mirada azul del padre de Derek nos recorrió a todos hasta clavarse en mí.

-¿Me apoyarás en esto, Galatea? –me preguntó, entornando los ojos-. He sido consciente de tus intentos en vano de hacerle entender que Anastacia solamente nos traería problemas y sé que estarás de acuerdo conmigo en que Derek no está capacitado para seguir llevando el liderazgo del aquelarre.

Su pregunta me pilló totalmente desprevenida. Una irritante vocecilla repitió en mi cabeza las hirientes y amenazantes palabras que le había dedicado a Derek cuando me había informado que necesitábamos tomarnos un respiro; le había prometido hundirlo y Ferenc me había tendido una oportunidad perfecta.

Abrí la boca, dispuesta a aceptar... pero no pude. No pude por el simple hecho de que los remordimientos decidieron emerger, recordándome todo el daño que ya le había causado, y que había desembocado en aquel desastre; Derek siempre se había desvivido por el aquelarre. Ese aquelarre que era su familia.

Tuvo que esforzarse mucho para conseguir la aceptación de su padre tras la drástica decisión de cederle a él el puesto de líder. Y ahora querían arrebatárselo...

-No puedo contribuir a eso –dije a media voz, notando la garganta como papel de lija-. No voy a participar, lo siento.

Ferenc no pareció sorprendido de mi respuesta.

-Espero, entonces, que no intervengas para impedirlo –me advirtió, luego pasó a repetir la misma pregunta al resto de presentes.

Todos y cada uno de ellos se mostraron igual de confundidos ante la decisión de Ferenc. Sin embargo, respetaron los deseos del viejo vampiro y prometieron, como yo, no interferir en la decisión; Morticia tenía que hacer un esfuerzo tremendo para no demostrar lo mucho que le complacía la idea.

Incluso sospeché que ella había tomado parte activamente a la hora de idear aquel plan.

Ferenc asintió de manera solemne.

-Haré el anuncio después de la fiesta de presentación de Galatea –anunció y yo lo miré con sorpresa-. Espero que, ahora que se te ha reconocido, ayudes a mantener la tregua que, hasta hace poco tiempo, manteníamos con los Herz; Wolfgang cometió sus propios errores, pero nosotros podemos aprender de ellos. Y necesitamos el apoyo de tu familia, Galatea; necesitamos estar unidos ante la amenaza de un posible motín.

Tragué saliva mientras sacudía afirmativamente con la cabeza.

-Derek no ha pasado buena noche –dijo entonces Ferenc-. Y creo que la única persona aquí que puede ayudarlo eres tú, Galatea; está encerrado en tu suite y no nos ha permitido el paso. Tengo la fe ciega de que hablará contigo.

El corazón se me encogió al imaginármelo allí atrincherado.

-No quiero que nadie diga ni una sola palabra de lo que ha sucedido en esta habitación –nos advirtió Ferenc.

Salimos en silencio del despacho y cada uno tomamos direcciones diferentes. A cada paso que daba hacia mi suite, más nerviosa me sentía; Hunter había sido atacado por Derek cuando éste había perdido el control. No pude evitar imaginármelo como yo en el pasado, durante esos meses que era incapaz de lidiar con mis propias emociones y estallaba a la mínima.

No tardé mucho en alcanzar el tercer piso. La puerta de mi suite se encontraba cerrada a cal y canto, por lo que llamé con suavidad; esperé unos instantes sin recibir respuesta, así que abrí. En el salón no había ni rastro de Derek, lo que me indujo a pensar que quizá ya se había cansado... que se había ido. Di un par de pasos cuando su voz se coló desde el dormitorio, sonando ronco y casi salvaje.

-Nadie va a moverme de aquí –advirtió en un tono peligroso.

Continué andando hasta que me quedé en mitad del umbral de la puerta que conducía al dormitorio; Derek se encontraba tendido sobre mi cama, con las mantas arrugadas y el contenido de varios de mis cajones esparcidos sobre el colchón. La cajita negra que contenía la gargantilla que me había obsequiado Derek estaba sobre su pecho, casi cerca de su corazón.

-¿De qué te va a servir esto, Derek? –le pregunté, tratando de mantener un tono indiferente-. Estás patético.

Su aspecto dejaba mucho que desear con todo el traje arrugado y una mirada casi desquiciada. Los ojos del vampiro se abrieron de par en par al reconocerme, saltando patosamente de la cama y cayendo de rodillas frente a mí; retrocedí un paso, conmocionada de verlo humillarse de aquella forma por segunda vez en tan poco tiempo, pero Derek rodeó mis piernas con sus brazos, anclándome en mi sitio.

-Galatea –murmuró contra la falda de mi vestido-. Has vuelto. Has regresado a mí. Sabía que no me abandonarías...

Lo miré con el ceño fruncido, preocupada por su estado casi enajenado.

-No he vuelto a ti –le aclaré, sonando algo brusca-. He venido a mi habitación, esa misma que has invadido, quebrantando mi intimidad. ¿Por qué, Derek? ¿Qué haces aquí?

-Hunter me dijo que no habías vuelto a la mansión –respondió, con la voz ahogada por estar pegado a la tela de mi vestido-. Te habías marchado con Nickels y creí... creí... no sé qué creí... Perdí el control y regresé a la mansión.

No me resultó muy difícil adivinar qué es lo que había pensado Derek sobre mí. Me mantuve callada, sin querer sacarlo de su error; estaba más interesada en valorar hasta qué punto se encontraba Derek desatado. Y si suponía un auténtico peligro.

Quería comprobar que Ferenc Vanczák no se equivocaba al querer retirarle el poder de líder.

-Pegaste a Hunter sin motivo alguno –le acusé.

Derek tembló y sus dedos se aferraron con más fuerza contra mí.

-Le pegué porque no había cumplido con lo que me había prometido –siseó-. Porque había permitido que te fueras con ese desconocido.

No aguanté más y lo aparté de un brusco empujón. Derek me miró como si no comprendiera a qué había venido ese gesto por mi parte.

-Eres injusto con tu hermano, Derek.

Mantuve la mirada fija en el vampiro cuando se puso en pie, tambaleante. Quise apartarme de su camino al ver que intentaba tocarme, pero no pude moverme del sitio; Derek cogió mi rostro entre sus manos y me sonrió.

Temblé de manera inconsciente, pues aquella sonrisa había sido algo desquiciada.

-Le pediré perdón, ¿vale? Haré todo lo que me ordenes, Galatea –me prometió, sonando vehemente-. Lo haré todo con tal de que volvamos a estar bien. Esto solamente ha sido un bache, nada que no podamos superar...

Cerré los ojos y me mordí el interior de la mejilla. Tarde, la promesa de Derek llegaba demasiado tarde; llegaba en un punto en el que no podía fiarme de las palabras del vampiro porque mi corazón había terminado destrozado a causa de esa ceguera.

Sentí náuseas.

-Mantuve mi palabra, Galatea –insistió Derek, sonando a cada sílaba que pronunciaba más desesperado-. No hice nada con Anastacia, no tengo ninguna intención de hacer nada con ella.

Me atreví a abrir los ojos para poder mirarlo.

-Temía que pudieras tomar alguna represalia contra ella por mi culpa y por eso dispuse que me acompañara, pero en ningún momento se me pasó por la cabeza tener algo con Anastacia. Te quiero, Galatea.

Lo sujeté por las muñecas para que me soltara.

-Me entró el pánico cuando supe que te habías convertido en Galatea Herz –confesó, bajando la mirada-. Las últimas semanas han sido una auténtica mierda, con todos esos vampiros lanzando sus desafíos hacia nosotros... No he sabido cómo gestionarlo y he ido acumulando tensión, una tensión que ha desembocado en todo esto –cogió aire-. Me equivoqué al pedirte un tiempo, Galatea; me equivoqué estrepitosamente.

Apreté mi agarre contra sus muñecas, deseando que dejara de hablar.

-Basta ya, Derek –le advertí.

-Nos hemos equivocado en muchas cosas, pero nos queremos. Nos queremos, Galatea, y podemos aprender de estos errores para fortalecer nuestra relación; aprenderemos juntos, poco a poco.

-No sigas estropeándolo todo –pedí a media voz-. No lo hagas más difícil.

Su beso me pilló por sorpresa. De manera inconsciente me comporté del mismo modo que Derek en el coche, cuando yo había hecho lo mismo; me mantuve como si me hubiera convertido en una estatua de hielo. Los labios de Derek trataban de arrancarme algún tipo de respuesta, pero no se lo permití.

Derek intentó profundizar el beso, volviéndolo algo más duro. Era capaz de notar su desesperación a través del beso, de cómo iba perdiendo la esperanza poco a poco al ver que no estaba consiguiendo su objetivo.

Entonces cayó la primera lágrima sobre mi mejilla.

Me aparté de golpe de Derek, llevándome una mano hacia la zona donde había impactado. No pude apartar la mirada mientras veía cómo el vampiro se rompía finalmente frente a mí; era la primera vez que era testigo de cómo Derek se abandonaba al llanto.

Y aquello no me satisfizo ni lo más mínimo.

Me hizo sentir peor persona aún.


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