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☽ | Chapter 71.

LA DECADENCIA DEL CORAZÓN CASI SIEMPRE VIENE ACOMPAÑADA POR LA DEL AMOR

Una parte de mí había imaginado que todo aquello terminaría en otra fortísima discusión, y su consiguiente alejamiento por parte de Derek, pero el instinto me falló: después de dirigirme aquellas tristes palabras, Derek aferró mi mano y me dio un apretón que pretendía decirme que no se enfadaría conmigo.

Que, simplemente, estaba decepcionado por la decisión que había tomado.

Y aquello me hizo sentir muy mal. Había firmado aquellos papeles del señor Ferguson porque estaba convencida que ayudaría a Derek en su cruzada personal contra el resto de aquelarres; había conseguido parte del aquelarre Herz y estaba segura de poder lidiar con mis dos hermanos para que dieran su apoyo al aquelarre Vanczák. Incluso podrían alcanzar una nueva tregua.

Y Yolanda dejaría de ser un problema para nosotros.

El resto del viaje lo hicimos en silencio, conmigo lanzando miraditas en dirección a Derek mientras seguía conduciendo sin apartar los ojos de la carretera. Sus últimas palabras aún resonaban en mis oídos, empezando a hacer mella en mi seguridad; Galatea Riley había muerto finalmente y un cadáver ocupaba su ataúd, bajo una lápida.

Había cortado todos mis lazos con mi pasado.

Había renacido.

Con la mano que tenía libre apreté con fuerza el sobre que reposaba encima de mis rodillas. Derek torció por el camino de tierra que nos acercaba a la mansión Vanczák; Bala y Étienne debían seguirnos de cerca, poniendo punto final a aquella maldita aventura que había creado un nuevo trecho entre Derek y yo.

Derek soltó mi mano para poder maniobrar con más facilidad y yo me encogí sobre el asiento del coche. Llegamos al enorme garaje y Derek se apresuró a aparcar el vehículo en su hueco; lo miré cuando dejó el motor en marcha, sin mover ni un solo músculo y sin tan siquiera mirarme.

-Derek –lo llamé en voz baja.

Él apretó el volante con fuerza, pero no respondió. Aguardé unos segundos más en silencio y volví a llamarlo; había creído en un principio que Derek estaba decepcionado conmigo, pero su silencio me estaba haciendo daño.

-Toda esta situación te está desgastando –dije, con el corazón en un puño-. Soy testigo de cómo se desborda todo... Estoy viendo a un Derek que no reconozco y he hecho lo que creía que podría ayudarte.

Derek cerró los ojos y apoyó la frente sobre el volante.

-No lo has conseguido, Galatea –el corazón se me hundió en el pecho cuando habló, sonando terriblemente cansado-. Lo que has hecho no nos va a ayudar en absoluto. Los Herz jamás accederían a tus peticiones, por mucho que te hayas convertido en... en lo que quiera que seas.

Un nuevo silencio se instaló entre nosotros, siendo éste mucho más corrosivo que el anterior.

-Sigo siendo la misma, Derek –hablé atropelladamente, ansiosa por aquella reacción tan extraña por su parte-. Que me haya convertido en Galatea Herz no cambia quién soy.

Mi respuesta hizo que Derek desviara el rostro en mi dirección. Fui consciente del brillo apagado de sus ojos azules; fui consciente de que se había quitado la máscara de líder del aquelarre y se mostraba como el chico que era. Un chico que no había pedido jamás ocupar el hueco que pertenecía a su hermano; un chico que había tenido que ver cómo Axel Vanczák cambiaba su relación debido a que creía que le había robado lo que le pertenecía por derecho de nacimiento.

Un chico que había visto cómo cambiaba su vida en un solo momento, con la muerte de su madre.

-Pero has cambiado –me contradijo-. Desde que desapareciste de esta mansión has cambiado.

Lo miré sin entender a qué se estaba refiriendo.

-Apenas puedo reconocer a la vieja Galatea –continuó Derek-. A esa misma que no dudaba ni un segundo en hacer uso de su maldito sentido del humor ácido; a esa misma que le encantaba golpear antes de preguntar. Reconozco que me has ocultado cosas en el pasado, siempre lo achaqué a la poca confianza que existía entre nosotros... pero ¿tanto tiempo, Galatea? ¿Después de tanto tiempo sigues desconfiando de mí?

-Confío en ti, Derek –pero me falló la voz al recordar la estrecha relación que parecía haber unido a Anastacia; al recordar que no había sido capaz aún de contarle la verdad sobre la muerte de Axel.

Y eso era algo que no se le pasó por alto a Derek.

-¿En quién te has convertido? –me preguntó, entrecerrando los ojos-. El tiempo que has pasado con los Herz te ha afectado... te ha cambiado –se corrigió a sí mismo-. La Galatea que conocí jamás querría nada que procediera de esa familia. La antigua Galatea odiaba a los Herz.

Bajé la mirada patéticamente a mis manos y, por ende, al sobre que seguía sobre mis rodillas, cobrando peso.

-Odiaba a Wolfgang por lo que me hizo –apunté a media voz-. Pero ya obtuve mi venganza cuando... cuando... cuando lo asesiné.

-¿No odias a Lyle por lo que intentó hacerte? –preguntó Derek.

Todo mi cuerpo se quedó agarrotado al rememorar la emboscada que me había tendido Lyle a mi regreso, tras la boda de Deirdre; en ese momento tuve la agobiante sensación de que el vampiro era más parecido a su padre de lo que había creído en un principio: ambos estaban locos y eran peligrosos. Al final, para evitar que me forzara, me vi en la obligación de romperle el cuello.

-Puedo controlar la situación con Lyle –le aseguré.

-¡En eso no has cambiado nada, Galatea! –subió entonces el tono de voz con aquel reproche-. ¡Sigues creyendo que eres invencible, que eres capaz de hacerle frente a todo!

-No soy invencible, Derek –me atreví a hablar, alzando la mirada para encontrarme cara a cara con sus ojos cargados de rabia-. ¿A qué ha venido toda esta discusión? Sigo siendo yo –repetí, agobiándome por la forma en la que Derek había explotado.

-Ahora te has convertido en una de ellos –me corrigió-. Eres una Herz, Galatea.

Pestañeé con desconcierto.

-¿Por qué tanto odio?

-Porque los Herz representan lo que te hizo Wolfgang en el pasado –respondió Derek, temblando de pies a cabeza-. Fue tu creador quien te manipuló, quien te hizo creer que nosotros éramos tu enemigo; fue el propio Wolfgang quien nos separó en el pasado, quien te hizo desconfiar de nosotros. Y no puedo olvidarlo, Galatea; no puedo olvidar ni por un segundo todo el daño que ha causado ese apellido a mi familia... a mi aquelarre. Incluso muerto, Wolfgang sigue moviendo los hilos para destrozarnos.

De manera frenética, tiré el sobre a mis pies, sin importarme de que el contenido pudiera esparcirse por el suelo, y me quité el cinturón de seguridad, saltando hacia el reducido espacio que había entre el cuerpo de Derek y el volante.

La desesperación había empezado a enroscárseme en el estómago al escuchar cómo Derek se estaba hundiendo delante de mí. Aunque había tratado de ocultarlo, el hecho de verme convertida en Galatea Herz le había supuesto un duro golpe; entendía ese odio visceral hacia Wolfgang por todo lo que le había quitado. Ambos habíamos compartido ese mismo sentimiento tiempo atrás, aunque nunca hubiéramos hablado de ello abiertamente.

Derek se puso tenso ante mi repentino movimiento, al verse aplastado por mi cuerpo de aquella manera tan sorpresiva. Sus ojos me contemplaron con desconcierto y, en el fondo, con una imborrable huella de un hondo dolor; la sombra de Wolfgang Herz estaba acechándolo desde que había admitido que había aceptado convertirme en una Herz a cambio de mi parte de herencia.

Pero había algo más.

Una tensión que llevaba arrastrando desde que la situación en Londres se había desestabilizado y los cuatro aquelarres nos encontrábamos en peligro. Derek no solía compartir sus problemas con nadie, a excepción de sus dos amigos y su hermano menor, por lo que siempre arrastraba esos problemas a su espalda, acumulándonos hasta que explotaba.

Y yo quería ayudarle, quería ser un apoyo para Derek. Quería que también me hiciera partícipe de sus problemas y pudiéramos intentar llevar una relación medianamente normal; había aprendido a la fuerza que no todo su tiempo podría ser para mí, que posiblemente habría más ocasiones como la que habíamos vivido en el interior de aquel coche, incluso otras más.

Pero quería que Derek me viera como a una igual, como alguien a quien poder acudir pidiendo consejo o, simplemente, para desahogarse.

Me atreví a poner mis manos sobre su rostro, acariciando sus mejillas. No quería seguir discutiendo con Derek, no quería que siguiera teniendo dudas respecto a mis lealtades; que hubiera aceptado la herencia de Wolfgang no significaba que fuera a abandonar a los Vanczák.

-Wolfgang está muerto –sentencié con aplomo-. Wolfgang Herz ya no puede hacernos daño, Derek.

Su mirada estaba sembrada de dudas.

-Pero su familia sí. Y tú has aceptado convertirte en una de ellos.

Parecía obsesionado con la idea de que hubiera decidido cambiar mi apellido. Por unos segundos temí que se hubiera venido finalmente abajo, que la presión hubiera podido con Derek; quizá había sido mi noticia lo que había terminado por terminar de hundir al vampiro en su pozo personal.

¿Los vampiros podían presentar síntomas de depresión... de estrés? Porque Derek había comenzado a hacerme creer que sí.

-Los Herz no nos van a hacer daño –le juré-. Yo no voy a hacerte daño, Derek. Todo lo que he hecho ha sido por nosotros, por el aquelarre.

Los brazos de Derek se encontraban caídos a sus costados y no había nada en él que me hiciera creer que quisiera tocarme motu proprio, ya que seguía anclado a ese nocivo pensamiento sobre su particular odio hacia la familia Herz; yo me encontraba casi rozando la desesperación por aquel cambio de humor de Derek, por haber retrocedido de nuevo casillas.

Había echado a perder el acercamiento que habíamos tenido en el cementerio, después de ver cómo mi familia se despedía de un cuerpo que creía que era yo; le había dado una oportunidad a Anastacia para que volviera a hacer de las suyas y eso consiguió atenazarme el estómago de miedo.

Lo miré fijamente antes de acercarme a su rostro para besarle. De haber continuado siendo humana, mi corazón habría estado a punto de sufrir una apoplejía; no soportaba ni un segundo más la actitud que estaba teniendo Derek conmigo, el silencio... su parálisis estaban logrando herirme en lo más profundo.

Sus labios estaban duros y fríos como si se trataran de piedra. No me respondió el beso y su actitud se me estaba antojando distante, como si estuviera alejándose de mí a cada segundo que transcurría. ¿Y si aquella discusión suponía el golpe final a nuestra relación? Lo besé con más ímpetu, intentando arrancarle algún tipo de respuesta... aunque fuera rechazo.

Y no obtuve nada.

-Derek, por favor –le supliqué-. Por favor.

-Necesito tiempo para poder procesar todo... todo lo que ha sucedido –las palabras que conseguí de Derek me provocaron un escalofrío-. Tengo que hablar con mi padre sobre el testamento de Wolfgang Herz y lo que supone para nosotros.

Regresé patéticamente a mi asiento y contemplé a Derek con una expresión desolada. ¿Tan grave había sido para él que hubiera decidido aceptar parte de mi legado? ¿No era capaz de ver que Wolfgang pudiera haber dispuesto lo que me pertenecía a modo de compensación? No era tan influenciable como en el pasado y tenía bastante claro mis objetivos: los Herz jamás podría considerarlos mi familia. Por mucho que me hubiera comprometido a pasar pequeños períodos junto a ellos, en el fondo de mí siempre tendría otro apellido grabado a fuego en mi alma.

Derek giró la llave del contacto, apagando el motor finalmente. Ambos nos sobresaltamos al escuchar la puerta del garaje, anunciando la llegada de Bala y Étienne; recogí apresuradamente el sobre que había dejado caer en el suelo y lancé una mirada al vampiro, que había pasado a desviar la mirada para que nuestros ojos no se cruzaran.

-Estaré el resto del día en la habitación –anuncié, extendiéndole una silenciosa invitación que no estaba segura de que fuera a aceptar.

Salí del coche con la cabeza gacha y me dirigí velozmente hacia las puertas que conducían a los pasillos de la mansión; comprobé la hora que era y vi que el servicio de los Vanczák ya se había puesto en marcha para mantener el orden y limpieza por cada rincón.

Esbocé una sonrisa de manera automática cuando me topé con Deirdre a los pies de la escalera. Hacía días que no hablaba con mi amiga, solamente habíamos cruzado algunos saludos cuando coincidíamos en nuestros respectivos trayectos, y ella había estado conociendo mejor a Anastacia, intentando integrarla dentro del aquelarre del mismo modo que Anna intentó hacer conmigo en el pasado.

Algo se relajó en mi interior cuando Deirdre sonrió con ilusión, marcando sus elegantes pómulos. Casi había creído que aquellos días separadas habían servido para que Anastacia malmetiera también en nuestra amistad.

-¡Ah, Gala! –exclamó con júbilo-. Justo era a ti a quien estaba buscando.

La miré con extrañeza.

-No he tenido oportunidad de poder decírtelo... ¡pero Derek nos ha permitido a Attila y a mí unas pequeñas vacaciones para pasarlas fuera de la mansión! –mi amiga estalló en aplausos mientras yo seguía mirándola con una expresión de absoluto desconcierto, además de estupefacción.

Pestañeé como si algo se me hubiera metido en el ojo, incapaz de creerme que Derek hubiera dado permiso a Attila y Deirdre para que pudieran tener una luna de miel en condiciones.

-Eso... eso es una gran noticia, Deirdre –balbucí tras varios intentos tratando de decir algo coherente.

Por dentro, sin embargo, no estaba para nada alegre de que mi amiga estuviera fuera de la mansión. Debía ser una amiga horrible si estaba deseando que algo saliera mal y que todo aquel rollo de la luna de miel se cancelara; tras los últimos sucesos en mi vida, necesitaba desesperadamente la presencia de Deirdre a mi lado para que pudiera aconsejarme sobre qué debía hacer.

Oh, Dios, iría directa al infierno por desear que la luna de miel de mi mejor amiga sufriera una estrepitosa cancelación porque era incapaz de saber cómo llevar mi propia relación.

Sin embargo, Deirdre no fue consciente del turbulento torbellino que había desatado en mi interior con su buena noticia. Al parecer, mis dotes de actriz habían resurgido de sus cenizas y había sido capaz de engañar a Deirdre.

-¡Quiero que me ayudes a prepararlo todo! –Deirdre se abalanzó sobre mí para entrelazar su brazo al mío y poder ponernos en marcha-. Aún no tenemos ningún destino concreto, pero ya hemos empezado a echar un vistazo a algunos sitios que nos haría mucha ilusión visitar.

Nos refugiamos en mi suite para poder llevar a cabo nuestra improvisada reunión de chicas. Me desplomé sobre el sofá que estaba pegado a uno de los ventanales del saloncito que había anexo al dormitorio y deposité con cuidado el sobre con toda la documentación encima de la mesita; Deirdre contempló con repentina curiosidad el rectangulito que contenía la prueba de lo que había hecho.

Sus ojos oscuros ascendieron apresuradamente hacia mi rostro con una pregunta implícita en ellos. Decidí portarme como una buena amiga, así que opté por tirar balones fuera y darle una respuesta que no fuera comprometida.

-Supongo que sabes que Derek tuvo la maravillosa idea de manipular un cadáver para fingir que era yo –empecé y ella asintió una vez-. Son copias de mi propia autopsia, quería tener un bonito recuerdo para la posteridad.

Deirdre esbozó una forzada sonrisa ante mi mentira, nada conforme con mi sarcasmo.

-Será mejor que abandonemos el tema de cadáveres calcinados y autopsias y volvamos a lo importante: tu escapada romántica con tu flamante marido –le pedí, devolviéndole una amigable sonrisa.

Deirdre aceptó gustosamente que habláramos de nuevo de su futura luna de miel y se lanzó de lleno a una interesante conversación sobre los destinos que habían estado mirando, además de una pequeña opinión personal sobre algunos aspectos de tal u otra ciudad; traté de seguirle el ritmo durante todo su monólogo, asintiendo en los momentos precisos y añadiendo algún que otro detalle que a mi amiga se le había pasado, pero me resultó muy complicado tras haber terminado de hablar de Oslo.

Froté mis sienes con una expresión de molestia. Sabía que era imposible que un vampiro pudiera enfermar, y que todo aquel rollo de las sienes debía ser un dolor fantasma, pero se me hizo muy complicado seguir ocultando que me había perdido completamente de nuestra conversación.

Deirdre lo notó.

-Gala, tienes muy mala cara –observó con atino-. ¿Va todo bien con Derek?

Evidentemente, cada vez que mi humor se encontraba por los suelos o en modo «asesinato sangriento a la primera persona que se me cruzara por delante» se debía a que las cosas con el vampiro no iban del todo bien; Deirdre me conocía demasiado bien, pero a mí no me apetecía mucho hacerle un resumen de lo sucedido.

Me encogí de hombros.

-Como siempre –respondí, añadiendo una pequeña sonrisa-. Con demasiada tensión acumulada por todo lo que está sucediendo en Londres.

No estaba siendo del todo sincera con Deirdre, y rezaba para que la vampira no fuera consciente de ese diminuto detalle; ella se merecía tener la mente completamente enfocada a sus planes vacacionales con Attila, no intentando darme ánimos por el mismo asunto de siempre. Sospechaba que tampoco me creería cuando le dijera que Anastacia era una jugosa parte de mis problemas.

El rostro de Deirdre se ensombreció, encendiendo en mi interior una llamarada de pánico al creer que había descubierto mi mentira.

-No debe ser fácil para ti todo esto, ¿verdad? –preguntó al mismo tiempo que yo contenía el aliento-. La situación se está descontrolando y eso impide que podáis estar juntos... No habéis tenido buen ojo a la hora de empezar una relación, Gala.

Mi sonrisa se tornó débil y algo temblorosa.

-No acertamos al tomar esa decisión –intenté bromear, restarle importancia al hecho de que mis palabras podían aplicarse al hecho de haber aceptado convertirme en la compañera de Derek-. Pero ya tendremos tiempo de compensarnos mutuamente cuando todo esto termine.

Intenté sonar lo más optimista posible, deseando dejar ese tema en cuestión. Deirdre esbozó una sonrisa comprensiva e hizo un hábil cambio de conversación; suspiré interiormente cuando nos sumimos de nuevo en sus planes e interminables listas de ropa que tendría que llevarse para todos los posibles destinos.

Deirdre se quedó conmigo hasta que empezó a anochecer. Ni siquiera fui consciente del paso del tiempo hasta que mi amiga miró por la ventana y abrió mucho los ojos, cogida por sorpresa; decidimos dejar ahí nuestra improvisada reunión, pues Deirdre solía cenar con el resto de miembros del aquelarre y antes quería ver a su marido.

La despedí en la puerta de mi habitación y luego volví al sofá, con claras intenciones de quedarme allí un rato más. Derek no había puesto un pie por mi habitación desde que le había dejado caer que no me movería de esa parte de la mansión, esperando que él viniera a verme; aún guardaba la esperanza de que hubiera tenido un día ajetreado y que acudiera a mí...

Pasada una buena media hora, decidí darme por vencida. Me interné en mi dormitorio para sustituir mi ropa de calle por el pijama; la decepción de que Derek hubiera decidido pasar por completo de mi invitación para que pudiéramos terminar de hablar y arreglar nuestros problemas.

Suspiré cuando me bajé lentamente la camiseta del pijama, dispuesta a irme directa a la cama y dar por terminado ese maldito día. Sin embargo, antes de quedarme dormida debía hacer algunos planes para el futuro; aún me quedaban tres días hasta que llegara mi primer período como nuevo miembro de la familia Herz.

Al menos había conseguido más poder contra Helga Sinclair... aunque no sabía si eso podría volverse contra mí en algún momento.

Me sobresalté al escuchar alguien llamando a mi puerta con suavidad. Por unos segundos creí que se trataría de alguna doncella trayéndome algo de beber por orden de Derek; fui hasta la puerta y la abrí de mala gana, encontrándome cara a cara con un plato lleno de comida y un vaso hasta los topes de sangre. Enarqué ambas cejas con una expresión de absoluta sorpresa.

-Deirdre me ha dicho que no has salido de la habitación en todo el día –se excusó, pasando al interior de la habitación mientras yo cerraba la puerta-. No has comido nada.

Le observé caminar hacia la mesita y dejar el plato sobre ella, ocupando después uno de los sofás. Quise asegurarme a mí misma de que Derek hubiera decidido venir hasta mi habitación como algo positivo; al final del día todo estaría arreglado entre nosotros y lo sucedido en el interior del coche quedaría en el pasado.

Me aferré a ese pensamiento de manera casi obsesiva.

Decidí ocupar el sofá vacío, poniendo algo de distancia entre nosotros. El rostro de Derek había recuperado algo de expresividad desde que lo había dejado en el coche por la mañana; sin embargo, eran sus ojos azules lo que me inquietaban hasta un punto insospechado.

Pestañeé cuando Derek arrastró el vaso y el plato en mi dirección.

-¿A qué has venido? –me escuché preguntar, con los ojos clavados en él.

-Tenemos que hablar, Galatea.

No me gustó ni un pelo cómo me lo dijo. Tampoco me gustó nada el escalofrío que me provocó la frase, una sensación helada que recorrió mi nuca hasta el final de mi espalda; de nuevo me dije que aquello iba en la buena dirección, que muy pronto todos nuestros problemas habrían quedado solucionados.

Me removí sobre el sofá, intentando encontrar una posición más cómoda.

-Mi reacción quizá haya sido algo desproporcionada –empezó, sorprendiéndome con haber admitido lo sucedido en primer lugar-. Pero he tenido tiempo de poder pensar en frío en todo lo sucedido y...

Me incorporé sobre el sofá, aguardando a que dijera las siguientes palabras. Esas mismas en las que suplicaría que le perdonara por lo que había pasado y me pediría una oportunidad para tratar de resarcirme por ello; intenté mantenerme lo más serena posible aunque en el fondo estuviera dando botecitos como una niña pequeña.

Derek apoyó los antebrazos en las rodillas y dejó caer la cabeza hacia delante, con la vista clavada en la alfombra que había a sus pies.

-Creo que deberíamos tomarnos un tiempo de todo esto –por un segundo creí que había escuchado mal-. Es evidente que la situación se nos ha ido de las manos, que desde hace tiempo que las cosas entre nosotros se han vuelto muy tirantes...

Lo miré con un nudo en la garganta.

-No quieres estar conmigo –dije con un tono ahogado, sonando casi como un quejido animal.

Los ojos azules de Derek se enturbiaron cuando alzó la cabeza.

-Simplemente te estoy pidiendo un tiempo para que podamos tomar algo de distancia y meditemos sobre lo que verdaderamente queremos.

Yo seguía estando paralizada, intentando mantenerme entera mientras mi cerebro trataba de asimilarlo todo.

Deseando haberlo entendido todo mal.

-¿Por qué...? –fue lo único que pude pronunciar, temblando como una hoja.

Me estaba desgarrando por dentro y Derek parecía haberse sumido en sus propios pensamientos. Miles de preguntas se me agolpaban en la cabeza, produciéndome un molesto dolor en las sienes; no entendía a qué se debía la decisión de que nos diéramos un tiempo... Simplemente se me estaba haciendo muy complicado asimilarlo.

Había muchísimos antecedentes sobre qué sucedía con las parejas cuando decidían «darse un tiempo». A mi forma de ver, aquello era una excusa suave para romper una relación; Derek ya no quería estar conmigo y yo no sabía el motivo que había propiciado esa decisión que había decidido tomar de manera unilateral.

-Tengo que marcharme de la mansión porque Eneas Wendt ha involucrado a algunos aquelarres en su cruzada personal contra Calígula Lara –siguió explicándome Derek, pasando por alto mi intervención-. Solamente serán unos días, regresaré antes de que tengas que marcharte con los Herz; te daré una respuesta entonces.

Pestañeé para evitar que las primeras lágrimas de sangre se me pudieran escapar. Derek se iba de la mansión y no quería que lo acompañara; nuestra relación, mi papel de compañera del líder, se había quedado en suspenso porque Derek no estaba seguro de lo que quería... de si quería estar conmigo.

Me llevé una mano al pecho, pues había comenzado a sentir un potente dolor en el sitio donde debería encontrarse latiendo mi corazón.

-Dime que no es por Anastacia –dije, ganando seguridad en mi voz-. Dime que no estás haciendo todo esto para no sentir remordimientos cuando al fin te acuestes con ella.

Aquella disparatada posibilidad había aparecido de la nada en el interior de mi cabeza. La pequeña presa que mantenía a raya mis turbulentos sentimientos hacia esa maldita mujer se vio resquebrajada cuando creí caer en la cuenta de por qué Derek había decidido que nos diésemos un tiempo; las duras palabras que le dirigió Anna en el comedor, poco después de hacer oficial su ruptura, se repitieron en mis oídos.

«Derek Vanczák no sabe lo que es el amor.»

Una sombra de dolor cruzó el rostro de Derek, como si mis palabras atropelladas le hubieran herido en lo más profundo de su ser. Vi que apretaba sus puños y que la línea de su mandíbula se endurecía.

-Galatea...

Me puse en pie con premura, alejándome de allí y paseándome por la habitación como si me hubiera convertido en una leona enjaulada. El dolor que me había causado la decisión de Derek estaba siendo eclipsada por una burbujeante y corrosiva rabia que procedía de un único pensamiento: Anastacia. Derek, al final, también había terminado por caer en las redes de la vampira y quería ir más allá.

Se repetía la historia e intentaba no cometer los mismos errores que había cometido con Anna y conmigo en el pasado.

-Muy bien –dije, temblando de pies a cabeza-. Usa estos tres días para pensar sobre nosotros, si quieres seguir conmigo –hice una pausa, entornando los ojos mientras Derek y yo nos contemplábamos mutuamente-. Pero si me entero de que has utilizado esta excusa para ponerle un solo dedo encima a esa maldita puta, me marcharé para siempre de aquí, Derek.

Él abrió la boca, pero yo aún no había terminado de hablar y de amenazarle, recurriendo a lo último que se me pasaría por la cabeza.

-Y usaré todo mi poder como Galatea Herz para destrozarte.


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