☽ | Chapter 68.
SEÑORITA RILEY, SE REQUIERE SU PRESENCIA EN SU PROPIO ENTIERRO
Estaba metida en un buen lío, aunque aún no supiera cuál de todos los motivos que se me ocurrían era el causante de aquel enfado por parte de Derek; Hunter se había quedado en silencio, sosteniéndole la mirada a su hermano mayor, sin entender por qué iba a reprocharme algo.
Pero Hunter no sabía mi tenso encuentro con Anastacia y cómo había tenido que intervenir Bala antes de que la situación se descontrolara.
Derek seguía en la puerta de la cocina, con su mirada clavada en nosotros dos. Anastacia, oculta tras la espalda de Derek, seguramente estuviera frotándose las manos hasta sacarse brillo; la mejor opción que se me planteaba era mostrarme siempre que veía que Derek estaba cerca: cordial y amigable. Los gritos y las ganas de lanzarle lo primero que tuviera a mano no iban a favorecerme en aquella guerra fría que estaba manteniendo con Anastacia.
-¿Quieres que hablemos aquí? –le pregunté, fingiendo no saber de qué podía querer de mí.
La mirada de Derek se desvió de nosotros dos para recorrer la cocina, evaluando la habitación como sitio de reunión. Hunter me lanzó una mirada interrogativa, pero yo me encogí de hombros; después podría explicarle los motivos que habían propiciado aquella cercana batalla que se avecinaba.
-No –respondió finalmente-. Este no es el lugar apropiado.
Hunter y yo nos pusimos en pie a la par. Derek le ordenó que regresara junto a Bala para comprobar algo que yo no logré entender; contuve una sonrisa cuando le pidió que se llevara con él a Anastacia. Sin embargo, la pequeña alegría de tener lejos a Anastacia se vio eclipsada al mirar de nuevo a Derek, cuyo rostro no transmitía que fuéramos a pasar un buen momento.
-Subamos a mi habitación –dijo.
Lancé una última mirada al desastre que había sobre la encimera de la cocina antes de acercarme hasta donde aguardaba Derek; me dejó pasar primero y me siguió de cerca, haciéndome sentir como si estuviera arrestada. Subimos en silencio los tres pisos que nos separaban de su dormitorio y retrasé mis pasos para que Derek tomara la cabeza; que hubiera elegido ese escenario, en vez de su despacho, me había descolocado completamente.
Derek me abrió la puerta con lentitud, permitiéndome de nuevo el paso. La habitación de Derek se encontraba pulcramente colocada, a excepción del escritorio que tenía, que estaba lleno de papeles; me rasqué distraídamente el antebrazo, sintiéndome algo inquieta ante el desconocimiento de lo que iba a suceder.
Me señaló uno de los sofás y yo me moví automáticamente, ocupando el que se encontraba pegado a la ventana; mis ojos siguieron el trayecto de Derek hacia el otro sofá, manteniéndose a una distancia prudente de mí.
Sus ojos azules se clavaron en los míos.
-¿Hay algo que quieras decirme? –preguntó.
Me tomé como buena señal que su tono hubiera sido calmado; quise creer que Derek no estaba enfadado conmigo, que todo aquel paripé se debía a otro asunto. Junté mis manos sobre el regazo, intentando mantener la compostura.
-No sé a qué te refieres –respondí con cautela.
Derek frunció el ceño, como si hubiera esperado otro tipo de respuesta por mi parte.
-Galatea, no es necesario que sigas fingiendo –mis dedos se crisparon al escucharlo, pues eso quería decir que algo le había llegado; apostaba a que Anastacia le habría ido con la historia, ligeramente retocada a su favor-. No soy ciego, tampoco estúpido. Sé que te traes algo entre manos, y quiero saber el qué.
Lo miré fijamente. Derek sospechaba de mí, aunque no sabía en qué sentido; aún no sabía que estaba moviendo los pocos hilos que poseía para demostrarle que Anastacia suponía una amenaza para todos nosotros y que había algo que ocultaba.
Bala y Étienne, junto a nuestro acuerdo, todavía se encontraban a salvo de las garras de la vampira.
Me encogí de hombros con aire inocente.
-Tienes una impresión equivocada –dije.
Derek entornó los ojos, contemplándome con un brillo especulativo.
-¿No has tenido una interesante conversación con Yolanda Poirier antes de marcharse? –me preguntó, usando el mismo tono dulce que había hecho palidecer a la líder del aquelarre Poirier.
Me erguí sobre el asiento del sofá, pillada in fraganti.
-Es posible –reconocí a media voz.
Derek asintió.
-Sabes que nos encontramos en una situación muy delicada respecto al aquelarre de Yolanda. Lo que ha sucedido en el despacho fue algo premeditado por mi parte, ya que me habían llegado los rumores de que Yolanda haría exactamente lo que ha hecho –hizo una pausa-. Y tú has conseguido darle una oportunidad contra nosotros... contra mí.
Aspiré el aire de golpe.
-Simplemente he intentado pedirle un favor –traté de defenderme utilizando una media verdad.
-Un favor –repitió Derek, incrédulo-. Yolanda Poirier cree que tengo una amante porque te has mostrado bastante vehemente con conseguir información sobre una persona en concreto.
Me mantuve en silencio, pues no había nada que pudiera decir para rebatir a Derek.
-Sabes lo que sucederá –continuó el vampiro, inflexible-. Has echado a perder la oportunidad de intentar integrar a Anastacia en este aquelarre y le has dado a Yolanda un arma que usar a su favor. Y todo esto por un estúpido arrebato de celos...
Apreté los dientes con fuerza. ¿Un simple arrebato de celos? ¿Acaso Derek no era consciente de lo que suponía la presencia de Anastacia bajo este techo? Ya no estaba hablando de lo mucho que me enrabietaba saber que mi novio parecía sentir una extraña fascinación, y afán de protección, hacia una chica que no conocía de nada; estaba hablando de asuntos mucho más serios que nuestra decadente relación.
Estaba refiriéndome a que había dos aquelarres mayores esperando pacientemente a que diéramos un paso en falso para poder abalanzarse sobre nosotros como perros de presa.
El tiempo que había pasado viviendo en el aquelarre Vanczák y Herz me habían permitido ver la cara oculta, la que unos pocos eran capaces de descubrir, de la política de los vampiros; habían abandonado las masacres del pasado, pero guardaban sus garras y ponzoña para ocasiones propicias.
Se trataba de una guerra fría, parecida a la que mantenía yo con Anastacia.
-Oh, sí, Derek –asentí con desgana; no iba a servirme de nada iniciar una discusión o tratar de explicarle, por milésima vez, que Anastacia debía marcharse-. Estoy muerta de celos.
-Estoy hablando en serio, Galatea –me exhortó con voz dura.
Suspiré con derrota.
-Derek, estoy agotada de intentar hacerte ver que Anastacia Ashford no es quien dice ser –lancé mi último cartucho, con la certeza de que iba a ser en vano; iba a conseguir empezar otra disputa con Derek y Anastacia se encontraría un poquito más cerca de la victoria-. Pero no hace falta que digas nada, sé lo que vas a decirme: que estoy equivocada, que solamente hablan mis celos y que debería comportarme mejor con ella...
Me mordí el labio inferior al notar que empezaba a temblarme. Mis energías se encontraban al límite y mi paciencia rozaba la línea del agotamiento; podría haberme puesto a gritar, a comportarme del mismo modo que tanto había criticado Derek, pero, en vez de eso, me había comportado con una madurez impropia de mí. Había aguantado como bien había podido los reveses que el cosmos y Derek habían decidido propinarme, y estaba cerca de mandarlo todo a la mierda.
En aquellos momentos lo único que deseaba era distancia de Derek.
-Quisiera unirme a Hunter para su entrenamiento –le pedí tras aclararme la garganta-. Por favor.
-Aún no hemos terminado de hablar.
Mantuve mi culo pegado al sofá y no moví ni un solo músculo. Quizá Derek había decidido guardarse lo peor para el final, así que intenté hacer acopio de fuerzas para lo que se me avecinaba; observé al vampiro ponerse en pie y dirigirse hacia su abarrotado escritorio. Entrecerré los ojos cuando trajo consigo una carpeta marrón.
Tragué saliva, sin apartar la mirada del rectangulito que Derek llevaba entre manos.
-Lo cierto es que tenía intención de hablar contigo de esto –empezó, agitando un poco la carpeta-, en vez de por qué odias tanto a Anastacia.
Me tendió la carpeta con cuidado y yo la tomé con la misma suavidad, como si fuera de cristal. Derek se apoyó contra el respaldo del sofá que estaba ocupando, atento a cada uno de mis movimientos; pellizqué con cuidado la esquina de la carpeta para abrirla, encontrándome cara a cara con un informe de policía.
Miré alternativamente el papel y a Derek, sin saber qué significaba lo que tenía entre manos. Derek me hizo una señal con la cabeza, indicándome que leyera lo que ponía en aquel informe.
Obedecí, bajando la mirada de nuevo al papel.
Jadeé cuando comprendí que aquel informe pertenecía al expediente que debía haberse abierto tras mi desaparición. La primera hoja era la denuncia de mis padres que habían presentado dos días después de que yo no regresara a casa; mis ojos se movían sobre las líneas escritas a mano del policía que debía haberla rellenado. En ella se detallaba mi constitución física y la ropa que llevaba aquella noche.
Pasé a la siguiente hoja y contuve el aliento, pues aquello pertenecía a algo privado y guardado celosamente en la comisaría donde interpusieron la denuncia de mi desaparición; en ese papel se relataba algunos puntos de la investigación, incluyendo las declaraciones que habían hecho a mis propios padres y a mis amigas, quienes habían sido las últimas en verme antes de que yo desapareciera.
Las declaraciones de mis amigas eran unánimes al respecto: nos habíamos despedido en la puerta de la discoteca donde celebramos el cumpleaños de Rose y allí se me había perdido el rastro. La policía había investigado las coartadas de todas ellas, no llegando a nada concluyente.
-¿Por qué me estás enseñando todo esto? –le pregunté a Derek.
-Sigue leyendo –me indicó él.
Bajé de nuevo la mirada a los folios y pasé al siguiente. Abrí los ojos de golpe al encontrarme con una secuencia de imágenes de un cadáver completamente calcinado; estaba situado en una camilla de la morgue y llevaba una cartulina pequeña amarrada de lo que parecía ser el tobillo.
El estómago se me agitó ante las imágenes que los forenses habían tomado desde todos los ángulos, captando cualquier detalle. Me fijé en algunas fotografías, cayendo en la cuenta de que aquel cadáver debía pertenecer... a una mujer. O a lo que había sido una mujer antes de verse consumida por el fuego.
Pero ¿por qué esas imágenes estaban en lo que se suponía que era mi ficha sobre la desaparición?
En la siguiente página encontré la respuesta... pues se trataba de un informe forense sobre una autopsia que se había realizado unos días atrás en un cadáver que se había encontrado en un descampado ante la llamada de un vecino que había visto el fuego; me mordí en el labio inferior cuando empecé a leer el informe detallado.
Tal y como había supuesto, el cadáver pertenecía a una mujer que se encontraría entre los diecisiete y dieciocho años. Y la prueba de ADN era concluyente.
Se trataba del cadáver de Galatea Riley.
En aquel papel se decía claramente que yo estaba muerta. Que ese cadáver chamuscado era mío.
-¿Qué... qué es esto? –pregunté con un susurro.
El rostro de Derek estaba sombrío y sus ojos se habían convertido en un muro de hielo. Me observaban con inexpresividad.
-Lo que debíamos haber hecho mucho tiempo atrás –respondió.
Fruncí el ceño.
-Ese cadáver no es el mío.
Mis ojos no podían apartarse de la firma de aquel forense que había afirmado categóricamente que, a pesar del mal estado en el que se encontraba el cadáver calcinado, la prueba de identificación dental había dado como resultado que ese cuerpo chamuscado era yo.
No entendía de medicina forense, pero sospechaba que no debía haber sido fácil poder falsificar una prueba como aquélla. Y tenía la certeza de saber quién había ordenado hacer eso.
Alcé la mirada hacia Derek con una expresión de absoluto desconcierto.
-¿A qué ha venido todo esto? –le pregunté con más seguridad que las anteriores ocasiones.
Derek se removió sobre el sofá, intentando buscar una posición más cómoda para poder darme una respuesta. Yo cerré la carpeta, sintiendo el estómago revuelto por las cruentas imágenes y un palpitante dolor en las sienes debido al informe forense donde se certificaba mi propia muerte.
-Es algo que llevaba valorando desde hace tiempo –me confesó Derek, bajando la voz; casi parecía encontrarse arrepentido-. Tu familia se podría convertir en un objetivo para los vampiros si descubrieran quiénes son...
Lancé la carpeta sobre el regazo de Derek, asqueada por su forma de hablar del asunto... con aquella calma premeditada, como si aquel asunto fuera uno más de los que tenía que tratar; como si formara parte de sus funciones como líder tomar ese tipo de decisiones que no le concernían en absoluto.
Había vuelto a hacerlo. Había olvidado su promesa de hacer concesiones mutuas y había decidido guiar mi vida, incluso mi pasado, sin haber tenido en cuenta siquiera mi opinión.
-Me alejé de mi familia –le espeté, molesta-. No he tenido ningún contacto con ellos desde que me transformé; ni siquiera los he espiado recientemente... ¿Por qué crees que corren peligro? ¡Ellos están fuera de esto!
Derek hizo un ademán de tocarme, pero yo me retiré como si su simple contacto me repeliera.
-Allí fuera hay mercenarios que están buscando una oportunidad para poder hacerte daño –me recordó con frialdad-. Y es posible que algunos decidan investigarte... llegando hasta tu familia.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando imaginé a un grupo de vampiros irrumpiendo en mi casa, encontrándose con mis asustados padres... En mis inicios como vampira había sido sanguinaria y no había dudado en asesinar; los mercenarios tampoco tendrían piedad con ellos.
Sacudí la cabeza para apartar esas turbias imágenes de mi cabeza.
-No tenías ningún derecho a tomar esa decisión –rebatí a Derek-. ¡Es mi vida!
-¿Hubieras preferido que me mantuviera al margen? –siseó, perdiendo levemente la compostura-. ¡No hay muchas opciones en el caso que se nos planteaba, Galatea! Podría haber borrado tu existencia de sus memorias, haciéndoles creer que nunca habían tenido una hija. ¿Querrías que hubiera borrado los últimos dieciocho años de sus vidas?
Apoyé la frente sobre el dorso de mi mano, incapaz de poder sostenerle la mirada a Derek. La segunda opción que me había planteado se me había clavado en el pecho como si de una garra helada se tratara; no sabía si eso hubiera servido de algo frente a la amenaza que suponían los mercenarios para mis padres... pero a mí me habría roto el corazón.
Borrar dieciocho años de sus cabezas... robarles sus recuerdos que habíamos compartido... No, aquella no habría sido la solución.
-Lo he hecho por vuestro bien, Galatea –añadió-. Si deciden investigar a tu familia, se toparán con lo que tienes entre manos; nadie relacionará a tus padres con tu persona porque creerán que su hija está muerta.
Apreté con rabia el acolchado del respaldo del sofá hasta que mis nudillos se pusieron blancos. Intenté pensar objetivamente, ponerme en la postura de Derek, pero mi mente estaba nublada por la rabia y la desesperación que me producía pensar en cómo les habría afectado la noticia a mis padres, quienes habían guardado la esperanza de volver a encontrarse conmigo... viva.
La primera lágrima de sangre cayó sobre el dorso de mi mano y yo me apresuré a eliminar el rastro que había dejado sobre mi mejilla, intentando disimular ante Derek. Había visto de primera mano el infierno en el que se habían sumido mis padres desde que yo había desaparecido sin dejar ni rastro; había sido testigo de cómo se hundían en las profundidades de ese abismo.
-No es justo para ellos –murmuré.
Como tampoco lo era para mí.
-Les he dado la oportunidad de que cierren ese capítulo de su vida –trató de explicarme, sonando algo desesperado por hacerme entender-. Tienen un cuerpo al que llorar y enterrar. Una vez lo hagan, podrán seguir con sus respectivas vidas; podrán dejar de sufrir.
Lo miré con una expresión dolida.
-¿Cómo eres capaz de hablar con esa... con esa frialdad sobre mis padres? –le espeté con la voz estrangulada-. ¡Creen que han perdido a su única hija!
Derek se cruzó de brazos.
-Y es esa certeza la que les ayudará a seguir adelante –insistió con vehemencia-. Tienen un cuerpo y podrán despedirse de ti...
-Vete a la mierda, Derek –escupí, poniéndome en pie.
Cogí de malas formas la carpeta que contenía toda la información sobre mi supuesta muerte y empecé a caminar hacia la puerta de la habitación. Derek se quedó inmóvil sobre su sitio del sofá, sin hacer el más mínimo movimiento de intentar detenerme; estrujé la carpeta entre mis manos, intentando contener el grito de rabia que se me había quedado atascado en la garganta.
-Lo siento, Galatea –escuché que decía Derek a mi espalda con un convincente tono apesadumbrado-. Era la única forma que se me ocurrió de intentar proteger a tus seres queridos...
Lo miré por encima de mi hombro, con la mano aferrada al picaporte de la puerta, a un simple movimiento de abrirla.
-Quédate aquí –me pidió y yo fruncí el ceño-. Quédate conmigo.
-Lo siento mucho, Derek –dije, imitando su tono apesadumbrado-. Tengo que prepararme para mi propio funeral.
Salí del dormitorio.
Fui directa a mi habitación. Aún llevaba la carpeta bajo el brazo y tenía la sensación de que desprendía calor; la cabeza me daba vueltas, repitiendo algunas de las fotografías de un cadáver que no era yo. Derek me había asegurado que lo había hecho por protegerme, pero una diminuta parte de mí apostaba a que también lo había hecho para obligarme a cortar lazos con mi pasado de forma permanente.
Nadie creería que una muerta pudiera volver a la vida... y aquello era cruelmente retorcido, ya que es lo que había sucedido conmigo, trayéndome de nuevo a la vida convertida en vampira.
Deposité con cuidado la carpeta sobre mi mesa y después fui en busca de mi ordenador portátil. Derek había permitido que mantuviera la conexión a Internet, aunque había bloqueado algunos sitios arriesgados para mí; pulsé el botón de encendido del aparato y aguardé a que terminara de iniciarse. Mientras tanto, hojeé con cuidado las páginas restantes de la carpeta, dándome cuenta de que no había imágenes de mi persona entre esos papeles.
Me aparté unos segundos de la carpeta para centrarme en el ordenador. Guié el ratón hacia el icono del navegador e hice click dos veces sobre él para iniciarlo; en la cajita de búsqueda tecleé mi propio nombre y aguardé hasta que el navegador me devolviera las entradas que había encontrado con las palabras que había escrito.
La primera de ellas pertenecía a un periódico local que anunciaba a los cuatro vientos que habían conseguido identificar el cadáver que se había encontrado completamente calcinado en un descampado unos días antes; me metí dentro de la noticia, ávida por conocer más información del caso, y releí tres veces la entrada.
Mis padres no hicieron ninguna declaración a ningún medio sobre el terrible suceso, y yo lo agradecí en silencio: no estaba preparada mentalmente para escuchar a ninguno de mis progenitores hablando claramente de mi muerte.
Navegando por un par de páginas di con la fecha y lugar donde iba a celebrarse mi funeral. Vaya, y yo que siempre había querido estar enterrada en uno de los Siete Magníficos de Londres...
Ahora, sin lugar a dudas, mi sitio era Highgate. Como el extraño caso de vampirismo que tuvo lugar en ese mismo cementerio en 1970.
Terminé por apagar el ordenador, incapaz de leer una sola línea más sobre mi muerte, y me dirigí al vestidor. No había mentido a Derek cuando le había dicho que tenía que preparar mi propio funeral: tenía intenciones de asistir a mi propio entierro, tuviera o no tuviera permiso por parte de Derek.
Encontré un recatado vestido de color negro que podría usar sin problemas y luego di con una pamela (que no sabía de dónde había salido) con una tétrica cortinilla de encaje que me daría el aspecto de misteriosa mujer que quería mantener su identidad en secreto.
Una vez resuelto ese tema, me fui a dormir.
Tal y como había sospechado, no pude dormir sin que siniestras pesadillas con cadáveres calcinados me asolaran. Me mantuve en la cama, con los ojos pegados al techo y sin intenciones de volver a cerrar los ojos; observé cómo las ventanas del saloncito anexo al dormitorio reflejaban la luz del amanecer sobre la pared que se encontraba enfrente de ellas. El tiempo se me había hecho eterno, pero había llegado el momento de enfrentarme a ver cómo mi familia enterraba a una persona que no era yo.
Había llegado el momento de cortar lazos definitivamente con mi pasado.
Una vez metieran el ataúd en un hoyo, Galatea Riley se habría esfumado de aquel mundo. Habría muerto oficialmente y mis padres podrían intentar reconducir sus vidas sabiendo que habían perdido a su única hija.
Salí de la cama y me froté los brazos, como si pudiera sentir el frío que había en la habitación. El día anterior había dejado preparado el atuendo que tenía pensado llevar para asistir a tan funesto evento, por lo que solamente tenía que cambiarme y escabullirme de la mansión.
Alguien llamó con suavidad a la puerta y yo me quedé inmóvil, sin saber muy bien si debía esconder mis planes o despachar cuanto antes a la persona que se encontraba al otro lado de la puerta; opté por abrir e intentar deshacerme de la persona que me había interrumpido, así que me dirigí a la puerta.
Me quedé muda al comprobar que se trataba de Derek. Mis ojos lo recorrieron de pies a cabeza, sin entender a qué se debía su visita después de haberme confesado que había ideado mi propia muerte; iba vestido de negro de pies a cabeza, como la noche que se marchó a Seven Sisters.
Cerré de manera inconsciente mi bata.
-Derek –dije a modo de saludo.
Intenté mostrarme despreocupada, pues temía que pudiera sospechar que ocultaba algo.
-Sé que ayer no estabas bromeando respecto a ir a tu propio funeral –sus primeras palabras me hicieron que tragara saliva con esfuerzo, vista al descubierto-. Quisiera acompañarte.
Parpadeé con lentitud, creyendo haber escuchado mal.
-No creo que sea una buena idea –respondí al final, después de repetir en mi cabeza lo último que me había dicho-. Es algo que debo hacer yo sola. Tú ya has hecho suficiente.
Pero Derek no estaba dispuesto a darse por vencido, a pesar de saber que no lo quería cerca después de haberme enterado de su activa participación en todo aquel montaje creado exclusivamente para mis padres.
-Por favor –insistió-. Quiero estar a tu lado.
Fruncí el ceño.
-¿Eres consciente de que eres la persona que menos quiero ver en estos momentos? –le pregunté, hundiendo las uñas en la madera de la puerta.
Aunque su expresión se mantuvo firme, vi que sus ojos relucían con un brillo herido por mis duras palabras. No me arrepentí de haberlas pronunciado, pues es a lo que me había empujado Derek con aquella decisión que había tomado por su cuenta y riesgo, sin importarle lo más mínimo lo que yo tuviera que decir al respecto.
-Por favor –repitió un tono más bajo que antes.
Lo contemplé en silencio unos instantes. Ya no sabía qué esperarme de la persona que tenía delante de mí; las circunstancias, y ciertas influencias con nombre propio, habían logrado convertirlo en un completo desconocido.
Había algo en Derek que había conseguido hacerme recelar de él.
Casi a regañadientes, me hice a un lado para que entrara a mi dormitorio. Entrecerré los ojos mientras le seguía con la mirada; Derek fue directo a uno de los sofás que había en el saloncito y yo regresé al dormitorio. Estudié el vestido que había extendido sobre la cama deshecha y, al girar la cabeza, pillé a Derek mirándome fijamente; recogí a toda prisa el atuendo y me encaminé hacia el baño, con claras intenciones de encerrarme allí para poder cambiarme.
-Galatea, no es necesario... -trató de decirme.
Pero yo ya me había metido en el baño y había cerrado la puerta a mi espalda.
Me tomé mi tiempo para ponerme el vestido y, después, para camuflar mi aspecto. Bien era cierto que la transformación en vampira había provocado algunos cambios en mi físico, como afilar mis rasgos, dándome el aspecto algo distinto de quien había sido alguna vez, pero no quise arriesgarme a que alguien pudiera a reconocerme.
Una vez estuve lista, salí del baño y fingí no haber sido consciente de las últimas palabras que me había dirigido Derek antes de que yo le cortara de golpe. El vampiro seguía esperándome en el sofá, con la línea de los hombros hundida y la cabeza gacha.
Solamente tuve que aclararme la garganta para avisarle que ya estaba lista.
Salimos en silencio del dormitorio y bajamos hacia el vestíbulo. Aún era algo temprano en la mansión para que los vampiros decidieran salir de sus respectivas habitaciones, pero no había ni rastro todavía del servicio; Derek, al alcanzar el vestíbulo, fue directo hacia las puertas, en vez de al pasillo que llevaba al garaje.
Allí fuera ya se encontraba aparcado un vehículo negro que usaríamos para llegar al cementerio donde tendría lugar mi supuesto funeral. No esperé a que Derek me indicara que podía subir, me apeé al asiento del copiloto y desvié la mirada hacia la ventanilla, dispuesta a no cruzar palabra con Derek en todo el trayecto.
Contuve un suspiro al escuchar la puerta de Derek cerrarse con suavidad. Arrancó el coche sin mediar palabra y nos pusimos en marcha, rodeados por un frío silencio; yo todavía seguía preguntándome qué motivos escondería Derek al querer acompañarme... y si Anastacia estaría al corriente de todo lo sucedido.
Recé en silencio para que el viaje de ida a Londres se hiciera en el menor tiempo posible.
Pero el universo y el cosmos debían tener reservados otros planes para mí...
-¿Estás bien? –preguntó Derek.
No le dirigí una simple mirada.
-Perfectamente. Es emocionante acudir a tu propio entierro y ver cómo la gente que conoces se hunde finalmente mientras ven un maldito ataúd bajando a un hoyo de tierra, incapaz de poder decirles la verdad porque acabarían con la garganta abierta o Dios sabe qué –le espeté, hablando con rabia contenida.
El coche dio una pequeña sacudida cuando Derek pisó el acelerador.
-Lo he hecho por tu bien.
-Lo has hecho por tu propio provecho –le corregí-. Porque, en caso contrario, me habrías pedido opinión y no habrías hecho lo que te hubiera venido en gana.
Derek se mantuvo en silencio unos segundos. Cuando habló de nuevo, sonó casi desesperado y hundido emocionalmente; quizá estaba viéndose demasiado agobiado en su puesto de líder y todo aquello estaba pasándole factura finalmente.
-Jamás creí que iba a ser tan difícil mantener esto –confesó.
Me hundí las uñas en la carne del antebrazo al comprender que estaba hablando de nuestra relación.
-Bueno, yo también me encuentro algo decepcionada –repuse con ironía-. Las expectativas que tenía no se corresponden con la realidad.
Con aquella simple frase logré silenciarlo hasta que llegamos al cementerio.
Respiré hondo antes de bajarme del vehículo, viendo una hilera de personas que se dirigían a un mismo sitio. Me sorprendí de encontrar entre la multitud caras amigas, como las de mis compañeros de instituto... o la de mis propias amigas; me fijé en que Rose se tenía que apoyar en Cody, su novio, mientras avanzaban en un riguroso silencio, roto en ocasiones por algún sollozo o quejido.
Esperé pacientemente a que la entrada quedara despejada y me apeé en silencio, deslizándome como una sombra por el cementerio hasta encontrar un escondite lo suficientemente seguro para poder contemplar toda la ceremonia sin que nadie pudiera descubrirme; Derek, evidentemente, se mantuvo pegado a mi lado en todo momento, aunque no abrió la boca.
Entorné los ojos al divisar mi féretro y el pecho me dolió al reconocer los rostros de mis padres en la primera línea de asientos; incluso me dolió más ver a mis abuelos maternos, que vivían en Essex, arropando como bien podían a mis dolientes padres.
Contuve el aliento cuando dio comienzo la ceremonia. No me perdí ni una sola palabra, pues mi oído era capaz de alcanzar hasta aquella distancia que nos separaba de la reunión; Derek hizo ademán de intentar rodearme con su brazo al llegar el momento de decir unas últimas palabras, pero al final volvió a dejar caer el brazo junto a su costado.
Yo me incliné hacia delante, consciente de que pronto llegaría el tan temido momento de ver desaparecer mi ataúd en aquel hoyo excavado en la tierra, que sería coronado por una bonita lápida con mi nombre.
-No tienes por qué ver esto –me avisó Derek-. Podemos irnos de aquí...
Lo corté con un simple gesto de mano.
-Quiero verlo con mis propios ojos –le dije-. Quiero ver cómo meten un cuerpo que no soy yo en ese agujero.
Así pues, Derek obedeció mi deseo y nos quedamos allí escondidos hasta que el féretro fue descendiendo lentamente, desapareciendo de la vista de todos los presentes; mi familia se despidió de mí lanzando orquídeas blancas, mi flor favorita, al hoyo mientras contemplaban el descenso del féretro.
Apreté los dientes con fuerza al ver a mi madre caer desmayada entre los brazos de mi padre, que apenas podía sostenerla.
-Espero que haya valido la pena, Derek –le advertí en tono bajo y amenazador-. Espero que todo este maldito espectáculo haya servido para mantenerlos alejados de todo este embrollo.
-Lo están, Galatea –me aseguró.
No me quedé para ver cómo los asistentes iban acercándose para dar sus condolencias a mi familia. Allí ya no quedaba nada de mí.
De camino al coche, el teléfono empezó a vibrar, indicándome que tenía una llamada. Al contemplar la pantalla, no reconocí el teléfono móvil, pues mi número de teléfono solamente lo tenían ciertas personas... y no muchas.
Tardé unos segundos en descolgar.
-¿Hola? –pregunté.
-¿Es usted la señorita Riley? –respondió una voz cascada al otro lado de la línea.
Su pregunta me hizo sospechar. Incluso me atreví a espiar mi entorno, creyendo que alguien pudiera haberme reconocido... alguien que llevaba la misma dieta que yo.
-¿Quién es usted? –repliqué.
-Mi nombre es Anthony Ferguson –se presentó el desconocido-. Soy el abogado de su padre, señorita Riley.
Fruncí el ceño, pues debía haber una equivocación en toda aquella conversación.
-Disculpe, pero creo que se ha equivocado.
El hombre se echó a reír.
-Me temo que estoy un poco oxidado con los términos que suelen utilizar en su mundo, señorita Riley –hizo una pausa para coger aire y yo lo imité de manera inconsciente-. Hablo del señor Wolfgang Herz.
-Está muerto –siseé automáticamente.
-Lo sé, y lamento mucho la pérdida –se disculpó-. Pero le llamo porque ha llegado el momento de que se lea su testamento, y usted aparece en él.
Y ahora, me gustaría dejaros con una pequeña reflexión que he encontrado en Tumblr y que me ha recordado demasiado a Galatea y Derek:
Parte de una relación es decir algo equivocado en el peor momento. Discutir por cosas pequeñas que en una semana no importarán. Ver cómo se vuelven fríos por unas horas debido a problemas familiares. Ofenderse el uno al otro con regresos que pueden ser demasiado. Y hacer al otro llorar... Pero si esa relación es verdadera, ellos no la dejarán cuando las cosas se pongan difíciles. Las personas enfocamos mucho tiempo en buscar alguien con quien nunca nos enfrentaríamos, pero esas personas pierden la parte de la relación en la que trabajan juntos para hacer que las cosas funcionen. No te centres únicamente en buscar a alguien con quien no vayas a discutir; las pequeñas peleas y discusiones sólo sirven para hacerla más fuerte. Busca a alguien con quien pelee contigo hasta el final del día porque no puede soportar la idea de dejarte.
-Me temo que el fragmento estaba en inglés y he tenido que hacer una de mis traducciones chapuceras-
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