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☽ | Chapter 59.


DING, DING, NOTICIA DE ÚLTIMA HORA: LAS NOVIAS FLORERO DEJARON DE ESTAR DE MODA HACE MUCHO TIEMPO, ABUELETE

Tuve que hacer acopio de fuerzas para mostrarme optimista e ilusionada por haber logrado que Derek me permitiera salir de la mansión después de la emboscada que nos habían tendido en aquella tienda de ropa.

Me aferré a la mano de Derek como si fuera una colegiala entusiasmada ante su primera cita con el chico de sus sueños y empecé a hablar de cosas sin sentido; él me miraba como si creyera que me había pasado algo, que habían decidido cambiarme por aquella Galatea tan parlanchina. Bajamos hasta el vestíbulo y Bala salió de uno de los salones, enmudeciéndome de golpe; había dejado a Deirdre encerrada en mi habitación para evitar un posible desliz por su parte y ahora me topaba con esa incómoda situación. Derek me arrastró hasta donde se encontraba el vampiro y yo fui tensándome a cada paso que daba.

Le dirigí a Bala una mirada cargada de advertencias sobre lo que le sucedería si decidía hablar con Derek sobre lo que había sucedido en el jardín; el amigo de Derek me lanzó una mirada de pasada, lo que quise tomarme como una señal de que no iba a tocar el tema en cuestión.

Estuve atenta a la conversación, incluso Derek se mostró intrigado ante mi repentino interés, aunque yo no dije ni una sola palabra; me había aferrado como un pulpo a su brazo y no apartaba la mirada de Bala, quien no había vuelto a dirigirme ni una sola mirada desde que nos habíamos cruzado.

-Te noto extraña –fue lo primero que dijo Derek cuando nos montamos en uno de los vehículos que le pertenecían.

Me removí en mi asiento hasta quedar cara a cara con él. Sus ojos azules me escudriñaban el rostro de manera lenta, como si así pudiera adivinar lo que me estaba sucediendo; por enésima vez en lo que llevaba de día junto a él me esforcé por esbozar una sonrisa convincente.

-Es la emoción de saber que no vas a encerrarme en la mansión –dije, forzando un tono alegre-. Además, no todas las primeras citas son en un sitio tan lujoso como el Goring...

Derek entrecerró los ojos y yo tragué saliva disimuladamente, creyendo que me había puesto en evidencia a mí misma al expresar demasiado entusiasmo, hasta para mí; arrancó el coche sin decir ni una sola palabra más al respecto.

Salimos en silencio de los terrenos de la mansión y Derek se incorporó al camino de grava que conducía a la carretera principal; yo había empezado a retorcer mis dedos sobre la tela del vestido, dejando que mi cabeza tomara de nuevo las riendas y repitiera el momento en que la cabeza de aquel inocente había salido rodando de la caja que alguien me había enviado.

«Asesina.»

Estaba empezando a ponerme en modo paranoico, y eso no me ayudaba en absoluto. Mis pensamientos habían comenzado a tergiversar aquella nota, haciéndome imaginar que alguien había descubierto mi secreto y estaba intentando anularme de aquella forma... intentando atormentarme. Pero aquello no podía ser posible, aquella noche no había nadie más que nosotros tres en el claro del bosque; dos de las personas que habían estado allí estaban muertas, yo era la única superviviente.

Yo era la única que sabía lo que había sucedido.

-Lamento haberte avisado con tan poco tiempo –se disculpó Derek, con la mirada clavada en la carretera.

Lo miré de refilón.

-No importa –le resté importancia con una nueva sonrisa, esta vez auténtica y menos amplia que las anteriores.

En realidad, había sido capaz, con la inestimable ayuda de Deirdre, de poder escoger algo decente y acorde a las circunstancias a pesar de no haber contado con tanto tiempo como hubiera querido; sin embargo, no podía evitar que todo aquello se quedara en minucias comparado con lo que me esperaba en aquel lujoso hotel. Morticia se estaría tirando de los cabellos al saber que no había tenido la oportunidad de brindarme otra de sus magistrales clases de protocolo.

El silencio volvió a inundar el coche, convirtiéndose en algo pesado dentro de mi pecho. Necesitaba desesperadamente algún tipo de distracción para evitar caer en las escalofriantes imágenes de aquel hombre muerto mirándome fijamente, como si realmente me viera; Derek no había encendido el equipo de música y el único sonido que se escuchaba en el interior del coche era el sonido del motor.

La idea de poner un simple pie dentro del Goring me ponía los vellos de punta. Conocía algunas partes del hotel gracias a Google, pero aquello nada tenía que ver con las noches en vela en las que me daba por investigar lugares que quedaban fuera de mi alcance. Convivir con vampiros multimillonarios me estaba malacostumbrando mucho...

-¿Habéis descubierto algo? –pregunté, bajando la mirada al interesante mundo que suponían mis uñas.

Me estaba refiriendo a la emboscada y ambos lo sabíamos. Ahora que lo pensaba fríamente, alguien debía haber estado siguiéndonos; quizá posiblemente la misma persona que me había enviado aquel trofeo en forma de cabeza humana. Estaban acechándome, aunque aún no conocía el motivo concreto.

La nota adjunta volvió a repetirse en mi cabeza.

Cuando alcé de nuevo la mirada, pillé a Derek mirándome de manera pensativa.

-He... he enviado gente a que investigue –respondió, y no sonó del todo sincero-. Aún no tengo nada.

Lo miré unos segundos, a la espera de que añadiera algo más, pero Derek se sumió en un reflexivo silencio. Recordé que ayer nos habían interrumpido porque un vampiro llamado Eneas Wendt, a quien había conocido la noche de mi reencuentro con Derek; él no había dicho ni una sola palabra sobre el encuentro... y luego su actitud había cambiado mágicamente.

No creía en las casualidades.

-¿Qué tal el encuentro con Eneas Wendt? –volví a preguntarle, con la esperanza de arrancarle una frase más larga y poder establecer una conversación en condiciones.

Derek desvió la mirada hacia mi rostro otra vez y sus ojos azules parecieron oscurecerse ante la mención del susodicho vampiro. De alguna manera supe que no había salido tal y como él había esperado.

Se encogió de hombros.

-Vino a mí exigiendo que tomara cartas sobre un asunto con el aquelarre de Calígula Lara –me explicó y yo me erguí sobre mi asiento, reconociendo aquel nombre.

Fruncí el ceño. Tiberius había tenido serios problemas con ese aquelarre en concreto, pues su líder era bastante conocido por toda la comunidad vampira debido a sus métodos poco legales y por el hecho de que no le importaba lo más mínimo cruzar los límites de la legalidad establecida por los aquelarres mayores para conseguir lo que se proponía; era un vampiro escurridizo que conseguía desviar la atención de su aquelarre y persona en algunos hechos que, claramente, eran obra suya.

Si no existían pruebas que los inculparan directamente, nosotros no podíamos hacer nada.

Y eso era algo que Calígula utilizaba a su favor.

-¿Ese vampiro...? –empecé, dubitativa.

Derek entrecerró los ojos, pasando su mirada a la carretera. Ya nos encontrábamos cerca de Londres.

-Pertenece a mi rebaño –completó a media voz-. Sin embargo, nunca existen pruebas suficientes que puedan inculparle directamente, por lo que no puedo hacer nada porque podría acusarme de extralimitarme...

Lo miré con incredulidad, sin entender parte de lo que me había dicho. ¿Rebaño? La simple palabra hizo que me imaginara a Derek disfrazado de pastor mientras Bala, convertido en perro, se encargaba de guiar a las ovejas, con distintas caras pertenecientes a vampiros que conocía; pestañeé varias veces, alejando aquella cómica imagen de mi cabeza.

Derek debió intuir que mi jerga vampírica todavía se encontraba muy verde, ya que sonrió con malicia y colocó de manera deliberada su mano sobre el cambio de marchas, tamborileando los dedos sobre la palanca.

-Los aquelarres mayores debemos proteger nuestros respectivos territorios, aunque permitimos a otros aquelarres menos numerosos, o a vampiros que deciden actuar individualmente, que puedan establecerse en ellos –empezó a relatarme, sin perder la sonrisa; seguramente estaba disfrutando como un niño el hecho de que pudiera aleccionarme-. Nos pagan unos tributos por vivir en nuestros territorios y aceptan acatar nuestras leyes. Todos esos aquelarres menores y vampiros libres que conviven en nuestros territorios son los denominados rebaños.

-Qué apropiado –murmuré.

La sonrisa de Derek se hizo mucho más amplia, haciéndome comprender que me había escuchado. Tenía la molesta costumbre de verbalizar algunos pensamientos en voz alta, olvidándome por completo de que estaba rodeada de criaturas, entre las que me incluía, que eran capaces de escuchar hasta el más mínimo susurro; sin embargo, mi particular metida de pata había servido para aligerar un poco el ambiente de dentro del vehículo.

Quizá sería una buena idea retomar el tema de que iba a ser mi primera vez en un hotel tan lujoso como el Goring y advertirle a Derek sobre mi inexperiencia en eventos de semejante calibre. Por no hablar de la idea de encontrarme rodeada de humanos...

Pero mi contador interno para salvar la situación y añadir algo más llegó a cero, justo cuando Derek detuvo el vehículo frente a un edificio de piedra. La fachada estaba cuidada, decorada con balcones forrados de arbustos y banderas de color morado con el emblema del hotel; encima de la entrada se encontraba el nombre del establecimiento grabado en piedra.

Derek hizo avanzar el vehículo hasta que uno de los empleados del hotel me abrió la puerta con una educada sonrisa; cogí la mano que me tendía para apearme del coche y aguardé hasta que Derek se situó de nuevo a mi lado. El vampiro me pidió que me fuera adelantando unos pasos mientras daba instrucciones al chico y le susurraba algo al oído, deslizándole un billete en el bolsillo de su uniforme. Puse los ojos en blanco, ya que creía que ese gesto universal había pasado de moda hacía mucho tiempo... o que únicamente salía en las películas.

Aguardé en las escaleras hasta que Derek se reunió conmigo, cogiéndome de la mano y tirando de mí con una amplia sonrisa; yo me encontraba a punto de hiperventilar por estar a unos pocos metros de cruzar el umbral. El vestíbulo era apabullante y todo su interior gritaba un único mensaje: «Ni vendiendo tus dos riñones en el mercado negro serías capaz de poner un pie ahí dentro.»

Me quedé sorprendida al ver que el vestíbulo se encontraba lleno de gente... gente que, evidentemente, apestaba a pasta. Mujeres con lujosos vestidos y joyas que resplandecían bajo las luces de las arañas que colgaban del techo; hombres vestidos de igual manera que Derek y que charlaban en pequeños grupos mientras algunos de ellos fumaban unos enormes puros. Y luego se encontraba ese olor en el ambiente: el olor de distintas, y caras, colonias que trataban de ocultar la verdadera esencia, la esencia de la vida.

Quise golpear mi cabeza contra las lujosas paredes blancas del hotel al centrar mi atención en detalles que me perjudicaban. Tenía que dejar de pensar en todos esos humanos como si fueran tiernos canapés; tenía que obligarme a comportarme como si fuera una más de ellos.

Derek estrechó mi mano con fuerza y yo desvié la mirada hacia su rostro.

-Lo harás bien.

Sus palabras me dejaron momentáneamente aturdida. Había desterrado por completo de mi mente el episodio del jardín (mierda, hasta ese momento lo había conseguido) para empezar a preocuparme por la imagen que podía dar; aquello nada tenía que ver con una agradable reunión con vampiros, la gente que me rodeaba pertenecía a las altas esferas británicas y yo no tenía la más mínima preparación.

En esos instantes llegué a añorar terriblemente a Morticia.

Mis labios se curvaron en un amago de sonrisa mientras trataba desesperadamente de borrar de mi cabeza la idea de que aquella noche iba a fallar de manera estrepitosa, demostrándole a Derek que no tenía la madera necesaria para tratar de emular a la dulce y maravillosa Anna Médici.

Nada más adentrarnos un poco más en el vestíbulo nos vimos interrumpidos por un hombre mayor, con un horrible problema de alopecia y ojos saltones: Derek compuso su aire de «negocios» y yo traté de imitarlo como buenamente pude. Era evidente que, si había decidido asaltarnos de esa forma, era debido a que conocía a Derek de antes y habían llegado a congeniar en el pasado.

Pero yo no tenía la más mínima idea de quién podía ser.

-Derek Vanczák –lo saludó con una sonrisa amable que él no tarda en devolverle; después ambos se estrechan la mano-. Hacía mucho tiempo que no te veía por alguno de los últimos eventos que se han celebrado.

Me mantuve inmóvil al lado de Derek, preguntándome si el vampiro tendría una vida pública... una vida en la que fingiera que era un simple humano más; pertenecía a una familia pudiente, Ferenc Vanczák se había encargado de hacer prosperar a su propia familia con el paso del tiempo. ¿No era arriesgarse demasiado?

-Es un placer volver a verle, lord Astor –le devolvió el saludo Derek, esgrimiendo de nuevo su mejor sonrisa-. Lamento no haber podido participar últimamente, pero me he encontrado ocupado.

Los ojos del hombre se desviaron entonces hacia mí, sometiéndome a un exhaustivo examen visual. Mi espalda se quedó rígida y mi boca se llenó de un amargo sabor; la posibilidad de que alguien pudiera reconocerme...

Tragué saliva cuando el hombre terminó de darme un buen repaso con la mirada. A mi lado, Derek no parecía en absoluto preocupado.

-Permítame que le presente a mi acompañante –dijo Derek-. Galatea Riley, lord Astor. Lord Astor, ella es Galatea Riley.

Alcé la mano que tenía libre para que aquel hombre me la estrechara. De haber tenido mi corazón aún bombeando sangre, éste habría incrementado su ritmo hasta casi sufrir un colapso; mi mano se quedó suspendida unos segundos en el aire antes de que lord Astor decidiera estrechármela. Sus ojos seguían estudiándome minuciosamente, haciéndome sentir incómoda.

-¿Dónde se encuentra tu prometida, Derek? –preguntó entonces.

El pecho se me hundió cuando mencionó a Anna. Era evidente que un cambio como ese resultaba llamativo, ya que Anna habría conseguido meterse a todos esos hombres y mujeres en el bolsillo con su empalagosa actitud; por unos tristes segundos me pregunté si habría escuchado mi nombre o sus pensamientos habrían decidido tomar el control e inventar una fantástica historia sobre mí.

Derek se aclaró la garganta, contrariado.

-Rompimos nuestro compromiso hace casi un año –le explicó, controlando su tono de voz y mi estómago dio un vuelco al recordar que yo no había tenido noticia de ello hasta cuatro meses después-. Era evidente que nuestra relación se había ido enfriando con el paso del tiempo, ya nada era lo mismo. Fue una decisión que tomamos los dos de mutuo acuerdo –añadió de manera casi forzada.

Las advertencias de Anna resonaron en mis oídos y yo tragué saliva de nuevo, incomodándome aún más debido al tema de conversación; Derek tampoco parecía estar muy cómodo hablando sobre ese tema en cuestión.

No tenía ni idea de cómo había sido esa «ruptura», pero algo bastante evidente es que había sido de todo menos de mutuo acuerdo.

El rostro de lord Astor se contrajo en una mueca, como si la idea de que Anna y Derek no estuvieran comprometidos le provocara un dolor atroz.

-Ah, vaya –dijo, intentando sonar comprensivo-. En ocasiones es mejor no posponer lo inevitable...

Nos quedamos en silencio, ya que ninguno de los tres parecíamos saber qué decir.

-Ha sido un placer verle de nuevo, lord Astor –Derek pensó que era el momento de la retirada, yo lo agradecí en silencio.

El hombre nos sonrió con amabilidad.

-Llámame John, por favor –pidió y sus ojos volvieron a centrarse en mí-. Ha sido un placer conocerla, señorita Riley; espero que disfrute de la velada y que nos veamos de nuevo en alguna otra ocasión.

Me despedí del hombre con un hilillo de voz mientras Derek tiraba de mí para que nos adentráramos más en el vestíbulo; algo me decía que aquello solamente era la antesala y que la verdadera celebración aún no había terminado. Derek soltó mi mano para poder hacerse con dos copas, pasándome una de ellas.

Torcí el gesto al reconocer el líquido y dudé unos segundos antes de darle un corto sorbo, poniendo una mueca después.

-Dime que «Llámame John, por favor» no pertenece a la Cámara de los Lores –supliqué a Derek con voz ahogada.

Las comisuras de los labios de Derek se curvaron hacia arriba, formando una traviesa sonrisa que confirmó mis peores sospechas; aferré la copa con más fuerza de la necesaria, temiendo que pudiera destrozarla a causa de mi momentánea pérdida de control.

-¿Con quién coño estoy saliendo? –pregunté, espantada-. ¿Hasta dónde llegan tus contactos? –una idea comenzó a formarse en mi cabeza, alterándome más-. Oh, cielos, júrame que no conoces a la Reina de Inglaterra.

Mi temor a estar junto a un vampiro cuya red de alcance podía llegar hasta el mismísimo Palacio de Buckingham, pasando por el MI6, hizo que Derek se desternillara de risa en mi propia cara; yo aún seguía atrapada en la fase «Aún no me creo que le haya estrechado la mano a un lord... ¡Y menos aún puedo creerme que se haya aprendido mi apellido!»

Mi cuerpo se había quedado paralizado, por lo que no pude golpear a Derek de la forma que hubiera querido.

-¿Te sentirías mucho mejor si te dijera que a la actual no? –tanteó, divirtiéndose a mi costa.

Entrecerré los ojos.

-¿Estarías siendo sincero conmigo? –le pregunté.

Derek esbozó una sonrisa mordaz.

-Oh, vamos, Gala –ronroneó, como siempre hacía cuando intentaba distraerme-. En este mundo tener los contactos adecuados puede significar un antes y un después...

Oteé la multitud de rostros que había a nuestro alrededor. Mis conocimientos sobre celebridades de la talla de lord Astor eran casi nulas, por lo que no tenía ni la más remota idea de quién podían ser todas aquellas personas que se encontraban podridas de dinero; mis posibilidades de hacer un espantoso ridículo estaban ascendiendo a cada segundo que pasaba.

Sujeté con más fuerza la copa entre mis manos.

-No te separes esta noche de mí –le pedí, mirándolo fijamente y de manera que quedara más que clara que estaba hablando en serio.

Derek me miró unos instantes, cortando de golpe su irritante risa. Me pareció que se encontraba valorando si estaba hablando en serio o, por el contrario, se trataba de uno de mis comentarios sarcásticos; al ver que mi rostro había quedado mortalmente serio se decantó por la primera opción.

Esbozó una media sonrisa y pasó su brazo por mi cintura, pegándome a su costado. Agradecí en silencio ese gesto, esa afirmación silenciosa de que no iba a despegarse de mi lado durante el resto de la velada.

Entonces fue el momento en que me sumergí de lleno en mi papel de acompañante: esgrimí mi mejor sonrisa y me limité a no parecer una estúpida ignorante; Derek fue el encargado de llevar todas las conversaciones, repitiendo la misma respuesta sobre su compromiso con Anna cuando le hacían la pregunta de rigor sobre dónde se encontraba su tierna prometida. Después de un par de rondas más pululando por el vestíbulo, se nos avisó que el comedor estaba preparado; Derek me guió hacia uno de los comedores privados del hotel, donde habían colocado multitud de mesas redondas. Encima de cada plato había un papelito doblado con el nombre del comensal al que pertenecía el hueco y yo empecé a ponerme nerviosa. ¿Y si...?

-Mira, aquí están nuestros asientos –comentó Derek, señalando los que había frente a nosotros.

«D. Vanczák y acompañante.»

Procuré que el adjetivo no me irritara; hubiera sido peor que hubieran puesto Anna Médici, me dije. Derek retiró mi silla en un alarde de caballerosidad y yo me deslicé sobre el cojín con una mueca; el resto de compañeros de mesa estaban ocupando sus respectivos asientos y yo no pude evitar echarles una ojeada. Reconocí a algunos de ellos, ya que Derek me había presentado y había tenido el honor de hablar con ellos, logrando no parecer una pánfila.

La mujer que tenía sentada a mi izquierda, la esposa de Christopher Harding (un importante empresario dedicado a los avances tecnológicos con quien la familia Vanczák había hecho algunas transacciones), no tardó en integrarme en la conversación que se había iniciado entre las mujeres de la fiesta; en cierto modo me sentí un tanto aliviada de poder sentirme integrada en aquel variopinto grupo, permitiendo a Derek que pudiera hablar con más libertad y sin tener que estar pendiente de mí todo el tiempo.

A cada instante que pasaba escuchando a aquellas mujeres hablar sobre diseñadores, prendas de ropa, chismorreos sobre las esposas de otros conocidos suyos, niñeras y bebés me sentí incómoda. Me mordí el labio inferior cuando una señora mayor, Gertrude creí recordar, empezó a hablar de su adorable nieto; el estómago me dio un vuelco terrible cuando toda la conversación pasó a centrarse únicamente en ese tema concreto: bebés.

Aferré la servilleta que había dejado sobre mi regazo con fuerza, intentando aparentar interés. Desde hacía tiempo que no había pensado en eso; mi cuerpo se había quedado congelado para siempre, Galatea Riley se había quedado atascada a la difícil edad de dieciocho años y la posibilidad de tener descendencia... no sería posible.

A menos que Jana hubiera estado diciéndome la verdad cuando me había explicado todo ese disparate de volver a poner en funcionamiento de nuevo nuestro organismo para poder concebir.

-Quizá estoy siendo demasiado precipitada –intervino entonces una mujer joven, a la que no pude reconocer; parecía ser cinco años mayor que yo a lo sumo-, Galatea... ¿Derek y tú querríais tener niños en un futuro? Quiero decir, si valoraríais la posibilidad.

Su pregunta me pilló con la guardia completamente bajada. Los ojos del resto de mujeres se habían quedado clavados en mí, aguardando de manera ansiosa cuál sería mi respuesta; sin poderlo evitar, me puse nerviosa ante el escrutinio y ante no saber qué responder. Derek y yo no habíamos tocado el tema, pues no tenía sentido hablar de cambiar pañales cuando mi útero estaba más desértico que el Sahara; me había convertido en una criatura infértil y mis queridos ovarios habían quedado fuera de juego.

Compuse mi mejor sonrisa.

-A Derek y a mí nos gustaría centrarnos primero en nuestras respectivas carreras profesionales –mentí con fluidez, arrancando algunas sonrisas en aquellas mujeres.

Una de ellas decidió insistir con el tema.

-¿Y a qué decías que te dedicabas, querida?

Mi sonrisa no flaqueó en ningún segundo. Me había convertido en una cara nuevo dentro de aquella elitista sociedad; Derek no había querido dar muchos detalles sobre mí, pero ahora me encontraba sola para poder crear mi propia historia. Era el momento de dejar volar mi imaginación... pero a lo bestia.

-Abandoné mi trabajo para poder dedicarme a causas solidarias –respondí, alzando la barbilla-. Ahora me he volcado de lleno en distintas organizaciones benéficas, además de participar en algunas ONG.

-Oh, qué interesante –escuché que decía una de las mujeres más mayores.

-Sin duda alguna es encomiable abandonar tu trabajo para ayudar a los más desfavorecidos –me alabó la señora que se llamaba Gertrude-. Me encantaría que pudieras asistir a alguna de mis reuniones benéficas.

Agradecí su invitación con una sonrisa comedida y toda la atención que había acaparado durante unos instantes se esfumó cuando la mujer joven que me había interrogado anunció triunfalmente que había conseguido cita en una de las clínicas estéticas privadas más famosas de Londres para hacerse «un par de arreglitos.»

Vaya, y yo que iba a añadir que mi familia pertenecía a la nobleza británica y que me había convertido en la oveja negra por querer invertir mi patrimonio a favor de las pobres perdices pardilla, para evitar que pudieran extinguirse.

El servicio entró en el comedor sin apenas llamar la atención y empezó a distribuir los entrantes. Miré de soslayo a Derek, aburrida de tener que escuchar cómo Miss Arreglitos seguía parloteando sobre sus planes de futuro en aquella maldita clínica privada; estaba absorto en una conversación con uno de los hombres que tenía sentado más cerca y que reconocí como lord Carrington, otro viejo conocido de Derek que pertenecía a la Cámara de los Lores. El lord se dio cuenta de que les estaba escuchando y entrecerró los ojos tras esas enormes gafas que llevaba, callándose y haciendo que Derek cayera en la cuenta de que había sido por mi culpa.

Esbocé una sonrisa de disculpa, pero lord Carrington no pareció conforme con ello.

-¿Todo bien? –me preguntó Derek en voz baja, disculpándose unos instantes con el hombre para poder atenderme.

Tenía delante de mí los entrantes y, lo cierto, es que no sentía apetito alguno para tomar un simple bocado; las conversaciones de nuestra mesa habían bajado de volumen debido a la aparición de la comida y yo temía que mi tono fuera agudo, además de demasiado alto.

-No tengo hambre –respondí, procurando que nadie más nos escuchara. Oh, Dios, casi había sonado como una niña de tres años que había encontrado trocitos de brócoli escondidos entre su plato favorito.

Derek me contempló en silencio durante unos segundos, haciéndome creer que no me había escuchado porque yo había hablado más bajo que de costumbre.

-¿Tienes... sed? –me interrogó entonces, estrechando su estudio sobre mi rostro-. ¿Estás incómoda rodeada de tantos humanos? Quizá ha sido demasiado precipitado pedirte...

Negué con la cabeza, cortándolo en mitad de su frase. Había pasado un año desde que me había transformado en vampira y, aunque no hubiera pasado mucho tiempo entre humanos, mi tolerancia a su sangre había mejorado; me comportaría como una fanfarrona si dijera que lo tenía todo controlado, pero lo cierto es que podía fingir durante horas que era uno más de ellos antes de que me asaltara la necesidad de alimentarme de ellos.

-No tengo apetito –repetí-. Además, creo que a tu amigo octogenario no he terminado de caerle bien: me está fulminando con la mirada, como si creyera intolerable que esté hablando contigo –añadí.

Derek volvió a sonreírme y lanzó un rápido vistazo a su derecha, donde lord Carrington fingía no encontrarse bastante atento en nuestra conversación; muy a su pesar, y debido a su avanzada edad, dudaba de que pudiera alcanzar a oír algún fragmento de ella, ya que Derek y yo hablábamos en susurros.

-Lord Carrington tiene un carácter bastante complejo –trató de exculparlo como bien pudo-. Pero no te odia.

Lamentaba decirle que yo no opinaba lo mismo.

Al ver que lord Carrington seguía asesinando sus entrantes con saña debido a que estaba acaparando demasiado la atención de mi propio novio, decidí centrarme en la comida de mi plato y contentar así al anciano. De forma casual escuché a Miss Arreglitos hablar sobre lo duro que estaba resultándole su primer embarazo y lo poco que le gustaba su nueva niñera, alegando que había sido idea de su marido (un hombre que casi le doblaba la edad).

El estómago se me cerró definitivamente ante la continua mención de partos, embarazos, subidas de peso que la habían hecho echarse a llorar a moco tendido por el temor de no poder volver a recuperar su escuálida figura, ácido fólico y marcas de pañales, así que moví de un lado a otro la comida por el plato sin probar bocado; no hace falta que añadiera que el resto de la cena fue a peor.

-Veo que tu gusto por las mujeres sigue siendo exquisito –no pretendía hacerlo, pero no pude evitar captar la conversación que Derek y lord Carrington estaban manteniendo al creer que yo estaba ocupada con mi postre-. Ya me he enterado de la ruptura de tu compromiso con la señorita Médici hace ya casi un año, pero veo que no has perdido el tiempo.

Hundí la cucharilla con más fuerza de la necesaria en mi postre, imitando a lord Carrington con su genocidio de pasas durante los entrantes; hasta el momento, la noche había transcurrido sin ninguna dificultad para mí. Había conseguido comportarme como una compañera a la altura de las circunstancias y no había quedado como una pobre inculta. Incluso les había colado el cuento de que trabajaba para organizaciones benéficas.

-Tu acompañante es preciosa –siguió hablando el lord, pero yo no me tomé sus palabras como algo positivo-. Tiene el encanto justo, aunque debe aprender a mantener la boca cerrada y su atención fuera de conversaciones ajenas; pero, obviando todo esto que te he dicho, creo que encaja perfectamente con lo que se espera de ella en este tipo de reuniones... y en nuestro mundo, muchacho. Callada, servicial y atenta.

O, en otras palabras, una puñetera novia florero. Alguien que simplemente se colgaba del brazo de su pareja para permitir que éste pudiera alardear de ella frente a sus amistades o colegas; en cierto modo, así me había comportado yo desde que habíamos puesto un pie en aquel lujoso hotel, aunque había sido a causa de mi inexperiencia en ese terreno y al temor de quedar en ridículo. Había visto que Derek se desenvolvía en aquel ambiente como si se encontrara en cualquier reunión de vampiros, mimetizándose con aquellos humanos como si perteneciera a su mundo.

Porque lo hacía: Derek pertenecía al mundo del lujo y el poder.

Aguardé a que Derek saliera en mi defensa, que corrigiera a lord Carrington y le dejara bien claro que yo jamás sería ese tipo de pareja. Pasaron los segundos y mi novio se mantuvo en silencio, provocando que mi garganta se estrechara hasta impedir el paso del aire. Supuse que Anna habría entrado dentro de la categoría de Novia Florero, lo que acrecentó mis temores respecto a Derek. ¿Y si, en realidad, aquello era lo que buscaba?

Conmigo se había equivocado por completo.

-Sabes que soy de la opinión de que se les ha dado demasiadas libertades a las mujeres, y tú estarás de acuerdo conmigo, hijo –apostilló el anciano.

No pude seguir soportando escuchar ni una sola palabra más. Arrastré la silla con cuidado de no hacerla chirriar y dejé la servilleta sobre la mesa, llamando la atención de Derek con ese gesto; el vampiro me miró con una expresión de total desconcierto, sin entender a qué venía ese comportamiento por mi parte. Lord Carrington, por supuesto, me miraba con los ojos entornados, de manera casi acusatoria.

-No me encuentro bien –respondí a la pregunta silenciosa que Derek me había lanzado con su mirada-. Pediré en recepción un coche que me lleve a casa, así podrás terminar de disfrutar la velada.

Agradecí con una sonrisa algunas despedidas por parte de mis compañeras de mesa y salí del comedor procurando no montar ningún espectáculo, a pesar de que tenía ganas de provocar un enorme destrozo; no me resultó difícil encontrar el camino hacia el vestíbulo y tuve que levantarme levemente los bajos del vestido para evitar dejarme los dientes sobre las baldosas de mármol blanco y negro.

Aún no tenía ni idea de qué hacer para regresar a la mansión y estaba valorando la posibilidad de pedirle ayuda a Hunter cuando alguien me llamó.

Alguien llamado Derek Vanczák.

Me detuve en mitad del vestíbulo, mirándole con una expresión de sorpresa. Derek no tardó en alcanzarme y yo presentí que una nueva discusión estaba cerca, sobrevolando nuestras cabezas; había procurado hacer una retirada elegante, aunque dudaba de que Derek lo considerara como tal.

-¿Qué ha pasado ahí dentro? –quiso saber.

Lo miré.

-Que tú no has hecho nada –respondí-. Ese tío me ha tachado alegremente de novia florero y tú no has hecho nada, Derek; eso es lo que ha pasado.

Derek pestañeó.

-Por favor, Galatea, ese hombre ya no sabe ni lo que dice.

-Pues, para no saber lo que dice, aún sigue estando dentro de la Cámara de los Lores –repliqué, sonando más dolida de lo que pretendía-. Has permitido que crea que lo único que sé hacer es sonreír y quedar bien a tu lado. ¿Es eso lo que se espera de mí? ¿O es eso lo que tú esperas de mí?

Derek miró a nuestro alrededor, temiendo que el resto de personas pudieran estar atentos a nuestra conversación; a mí no me importaba lo más mínimo que tuviéramos público, pues estaba comenzando a mosquearme de verdad. Y había aparecido la irrefrenable necesidad de lanzar objetos, o lo que tuviera más cerca, contra las paredes.

-Quiero irme a casa –dije al ver que Derek no respondía.

Procuré no hacer un mohín con los labios, dándome un aspecto mucho más patético del que ya debía tener; Derek se frotó el rostro con una mano y me cogió por el codo con suavidad, dirigiéndonos a ambos hacia la zona de recepción del vestíbulo. Mi cabeza alternaba entre la puerta de salida y el rostro del hombre que se encontraba al otro lado del mostrador, quien tenía una sonrisa pintada en sus facciones.

-Esto no tenía que salir así –farfulló Derek.

-El coche está en la otra dirección –repliqué.

El hombre que se encontraba en recepción nos dedicó una mirada por encima del mostrador, manteniendo su perenne sonrisa; mi cuerpo parecía haberse convertido en piedra y estaba anonadada. ¿Acaso nos habíamos acercado hasta allí para pedir que nos acercaran el coche de Derek?

Mi rostro mudó a una expresión de desconcierto cuando escuché a Derek informarle al hombre que tenía una reserva, indicándole su nombre al completo y aderezándolo con una de sus sonrisas de alto voltaje; el humano no tardó ni un segundo en confirmarlo y sonrió con más gana, tendiéndole una labrada llave con aspecto antiguo y deseándonos a ambos que tuviéramos una velada agradable.

¿Qué coño acababa de pasar?

Tragué saliva, aún enmudecida por el giro de las circunstancias, por el hecho de no tener ni idea de lo que estaba sucediendo; Derek ahora nos conducía hacia la zona de los ascensores. Tuvimos suerte de encontrar uno vacío para ambos, así que dejé a Derek pulsando el botón de nuestra planta y yo apoyé mi espalda contra una de las paredes, intentando encontrarle algún sentido a lo que acababa de suceder. Hacía unos instantes que le había pedido a Derek que me llevara de regreso a casa y ahora me encontraba atrapada en un ascensor de lujo en dirección desconocida.

Contuve el aliento cuando las manos de Derek tomaron mi rostro por las mejillas, acariciándomelas con cuidado.

-Lo siento, ¿vale? –me quedé muda ante la disculpa del vampiro-. Siento mucho no haber salido en tu defensa cuando lord Carrington ha hecho esa insinuación sobre ti, pero sé que eso no es cierto. Distas mucho de serlo –aseguró, con un tono que pretendía subrayar sus palabras.

-Podría haberle partido el cuello como si fuera una ramita a ese lord Gilipollas –mascullé-. Puedo hacerlo si quiero...

-Te pediría por favor que controlaras tus instintos asesinos, Galatea; no nos conviene en absoluto que vayas asesinando a gente de la Cámara Alta –bromeó, sonriéndome-. «Vampira muy cabreada decide desangrar a un pobre y desvalido lord de la Cámara Alta» nos pondría en evidencia.

No pude evitar devolverle la sonrisa, aunque el resquemor de su silencio aún no había terminado de desaparecer. Y eso que había conseguido arrancarle una disculpa al respecto.

-¿Qué significa todo esto? –pregunté, haciendo referencia al asunto de la habitación misteriosa.

Derek me besó en la punta de la nariz, dejándome completamente perpleja, y se colocó a mi lado.

-He bebido demasiado esta noche y no creía conveniente coger el coche para regresar a la mansión.

Arrugué la nariz y Derek me miró de reojo.

-Apenas has bebido –hice notar-. Y no estás borracho.

Tuve que contener una risa cuando Derek pegó su cuerpo al mío y su aliento me cosquilleó en el oído.

-Estoy muy borracho, Galatea –me aseguró y yo no le creí en absoluto-. Tendremos que pasar la noche en este fabuloso hotel...

Las puertas del ascensor se abrieron con un ligero pitido y ambos salimos. Aquella planta constaba de un gran corredor enmoquetado que terminaba en dos puertas gruesas que debían conducir a nuestra habitación; mientras nos dirigíamos hacia ellas, no pude evitar contemplar a Derek por el rabillo del ojo, comprobando que andaba perfectamente y que su supuesta borrachera se trataba de una simple excusa.

Una excusa que yo iba a encargarme de explotar al máximo.

Las manos de Derek no temblaron cuando se encargó de introducir la llave en la cerradura y abrirla con un chasquido; me permitió el paso en primer lugar y yo me quedé asombrada al encontrarme cara a cara con aquel saloncito con dos sofás, estatuas de bronce junto a una pared acristalada cuyas vistas eran impresionantes y objetos que le daban a aquella sala un aspecto antiguo y ornamentado.

-¿Te gusta? –preguntó Derek junto a mi oído-. Es la misma habitación que utilizó la Duquesa de Cambrigde la noche antes de su boda.

La boca se me secó al ser consciente del precio al que debía ascender aquel lujoso apartamento, y eso que solo íbamos a pasar allí una simple noche. Giré sobre mis pies hasta quedar cara a cara con Derek, quien parecía encontrarse ansioso por conocer mi reacción.

-¿Dentro de esta sorpresa se incluye al príncipe William? –respondí con un tono pícaro.

Derek sonrió ante mi coqueteo.

-Pensé que conmigo sería más que suficiente.

Pasé una mano por su pecho, alisando arrugas invisibles de su camisa blanca y me detuve en su hombro. Las pupilas de Derek se habían dilatado visiblemente y todo su cuerpo se había puesto en tensión ante la expectación de lo que nos aguardaba el resto de la noche; dudaba mucho que Derek hubiera reservado aquella costosa habitación para que jugásemos a las cartas y luego pudiésemos alardear de ello.

Me mordí el labio, intentando parecer seductora.

-¿Qué idea tenías en mente, Derek? –seguí interrogándole.

-Demasiadas ideas que me gustaría poner en acción. Contigo. En la cama de matrimonio que hay en la otra habitación.

Se me escapó una risita y acerqué mis labios a su cuello, notando cómo todos los músculos de su cuerpo se quedaban rígidos y de sus labios se escapaba un leve gemido; casi podía afirmar categóricamente que, en aquellos instantes, quien tenía todo el control de la situación era yo. Y era una oportunidad que no pensaba desaprovechar.

-Pero, Derek –procuré arrastrar lo suficiente su nombre-, estás completamente borracho... y yo no quiero aprovecharme de ti de esa forma.

Una nueva risa burbujeó en mi garganta cuando Derek me alzó en volandas con una soltura nada típica de una persona bebida; sus ojos se habían oscurecido, confundiéndose incluso con sus pupilas. Había una extraña carga en el ambiente que me ponía todo el vello de punta.

-Seamos honestos el uno con el otro, Galatea –me propuso, cruzando aquel saloncito en dirección al dormitorio-. Sabes perfectamente que mi ebriedad era una excusa patética y yo sé perfectamente que no perderías ni una sola oportunidad de estar conmigo –hizo una pausa, mirándome fijamente-. Por cierto, no sabes cuánto me pone verte en esa actitud tan... seductora; deberías probarlo conmigo más a menudo.

Le besé en la mandíbula mientras él me dejaba caer sobre el mullido colchón de la cama de matrimonio, la misma que había mencionado antes respecto a las cosas que le gustaría hacer en ella conmigo; lo aferré por la pajarita sin darle tiempo a que pudiera alejarse de mí y Derek me recompensó con un profundo beso.

Cuando sus manos recorrieron febrilmente mi vestido, tratando de dar con la cremallera, no pude evitar que se me escapara una nueva risa.

-¿A qué vienen tantas prisas, lord Vánczak? Tenemos toda una noche por delante –dije con un tono burlón.

Los ojos de Derek resplandecieron y sus labios se curvaron de nuevo en una sonrisa.

-No sabes lo mucho que llevo deseando este momento –jadeó-. Nosotros dos solos. Lejos de la mansión. Sin responsabilidades durante unas horas...

Sus manos seguían moviéndose frenéticamente por la tela del vestido y yo no pude evitar sentirme empática con Derek; no era nada fácil ser el líder del aquelarre, lo había podido comprobar personalmente, debido a la multitud de tareas a las que debía hacerles frente. Pensé que debía resultarle el paraíso encontrarse en la habitación de aquel lujoso hotel, conmigo y olvidándose por unos instantes de lo que le esperaba a nuestro regreso a la mansión.

Entonces, salida de la nada, se me pasó por la cabeza una disparatada idea... o quizá no tan disparatada. Miré a Derek fijamente mientras él había dado con la cremallera e intentaba bajarla sin mucho éxito.

-Derek, júrame por Snoopy que no formas parte de la Cámara de los Lores.

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