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☽ | Chapter 49.

DEREK, CREO QUE HE METIDO LA PATA

Me desperté a la mañana siguiente aplastada bajo el enorme cuerpo de Derek. Anoche conseguí que el vampiro no se lanzara a una acción suicida, quedándome allí para dormir y comprobar que Derek se quedaba conmigo el resto de la noche; la respiración de él me hacía cosquillas en el cuello.

Traté de moverme con el máximo cuidado posible, intentando averiguar qué hora era. Dejé mi cuerpo inmóvil cuando escuché gruñir a Derek entre sueños, recolocándose en el colchón y permitiéndome mayor libertad de movimientos. Fui resbalando lentamente por la cama hasta que mis pies tocaron el frío suelo de madera; me bajé el dobladillo de la camiseta que Derek me había prestado y busqué con la mirada cualquier objeto que pudiera darme una ligera idea de qué hora era.

Encima de la mesita de noche de Derek vi su móvil, así que rodeé la cama con cuidado de no hacer ni un solo sonido para coger el aparato; desbloqueé la pantalla y vi que era más tarde de lo que había creído en un principio.

-¿Estás comprobando que no haya recibido ningún mensaje obsceno por parte de alguna de las invitadas de ayer? –preguntó la voz de Derek.

Contuve una exclamación y tuve que hacer verdaderos malabarismos para evitar que el teléfono acabara estrellándose contra el suelo; giré la cabeza hacia la cama y me topé con sus ojos azules clavados en mí. Bloqueé de nuevo el terminal y lo devolví a su lugar, sintiéndome algo violenta por haberme visto descubierta.

Me aclaré la garganta.

-Tengo que marcharme –dije, volviendo a rodear la cama para coger mi arrugado vestido y demás prendas.

Miré por encima de mi hombro. Derek no parecía en absoluto conforme con mis intenciones de irme de allí; su mirada estaba clavada en cada uno de los movimientos que hacía, con el ceño fruncido y los labios formando una fina línea.

-Después de lo de anoche... ¿tienes que irte? –escuché preguntar a Derek con un tono fingidamente compungido-. No tienes por qué volver allí, Galatea; no tendrías por qué volver a esa mansión.

Suspiré.

-Te prometí que regresaría, pero antes debo arreglar algunos asuntos pendientes –le recordé, quitándome la camiseta de Derek y enfundándome de regreso en mi vestido plateado.

-Yo podría hacerlo por ti –se ofreció él con macabra energía.

Sacudí la cabeza. Le había hecho jurar a Derek que no tomaría partido y que no intervendría en nada de todo aquel asunto; hacer que el aquelarre Vanczák se enfrentara de nuevo al aquelarre Herz era una completa locura. Además, era lo suficientemente independiente como para poder enfrentarme a Lyle cuando llegara el momento oportuno.

-Eres el líder de uno de los aquelarres más importantes de Londres –destaqué con una media sonrisa-. Te pondrías en una situación algo peliaguda...

-No me importa –replicó Derek.

Dejé de forcejear con la cremallera y me di por vencida. Derek seguía contemplándome desde la cama, con las mantas enroscándoseles por la cintura; no quería poner en ningún tipo de compromiso a Derek. Bastante había hecho por mí en el pasado.

-Pero a mí sí –repuse, agachándome para coger mis zapatos.

Alguien llamó a la puerta del dormitorio y yo miré a Derek con una expresión de dudas. Hunter me había contado la situación en la que se encontraban los aquelarres más poderosos con los menos favorecidos; Derek sacudió la cabeza, indicándome que no dijera ni una sola palabra. ¿Qué pensaría la persona que esperaba fuera de mí si me pillaba en el dormitorio del líder con semejante guisa? Y más aún cuando solamente unos pocos sabían que su compromiso con Anna ya no existía.

-Señor Vanczák –dijo una voz masculina. Supuse que se trataba de alguno de los trabajadores humanos de la mansión-. Gábor me ha informado que hay un coche perteneciente a la familia Herz abajo, esperando a la señorita Riley.

Derek frunció el ceño y yo le devolví la mirada. Había llegado a la mansión con mi propio vehículo, le había advertido a Jana que me quedaría hasta aquel mismo día, regresando a la mansión de los Herz lo más pronto posible. No sabía qué podía significar que Jana hubiera enviado un coche para que viniera a llevarme de vuelta a la propiedad de los Herz.

El vampiro salió finalmente de la cama y cogió la camiseta que había usado yo anoche para ponérsela y cubrir su pecho desnudo; se acercó a mí y me cogió con suavidad por el brazo, dirigiéndonos a ambos hacia la puerta cerrada. Lo miré sin entender nada cuando abrió la puerta con brusquedad y sobresaltó al humano que se encontraba al otro lado, completamente aterrado.

-La señorita Riley se encuentra aquí –espetó de malas formas y me dedicó una mirada helada-. No hemos conseguido llegar a un solo acuerdo y estaba por irse de regreso a su aquelarre.

El humano nos miraba a ambos alternativamente, cada vez más nervioso. Sus pupilas estaban dilatadas y su aroma se estaba potenciando a cada segundo que transcurría; mi mirada se desvió momentáneamente hacia el hombre, pareciéndome un tentempié de lo más delicioso...

-Ordene que preparen el equipaje de la señorita –siguió diciendo Derek con su tono duro-. Se marcha de inmediato.

El humano se apresuró a dar media vuelta y bajar al piso de abajo, intentando poner la máxima distancia entre nosotros; una vez sus pasos se perdieron en la lejanía me atreví a mirar a Derek, intentando descubrir si el hecho de que hubiera un coche perteneciente a los Herz allí había conseguido enfadarlo.

Me vi ahogada en un repentino abrazo.

-Lo siento –se disculpó Derek-. Necesito tiempo para poder hacer las cosas como deben hacerse. Que ese estúpido nos hubiera visto...

Puse algo de distancia entre ambos.

-Nos habría creado problemas –adiviné y el rostro de Derek se ensombreció-. Quieres romper de manera oficial tu compromiso con Anna, hacer que todo el mundo lo sepa.

-Esa es una de las cosas que me gustaría hacer, sí –confirmó y sus labios se curvaron en una oscura sonrisa-. El asunto que tengo pendiente no se me permite llevarlo a cabo por cierta persona...

Bufé.

-Los Herz son cosa mía –repliqué.

Derek me besó rápidamente en los labios.

-Y espero que se lo hagas pagar con creces –comentó y después me liberó del abrazo-. No deberías hacer esperar a la persona que se encuentre abajo...

-Pero... mi coche –protesté.

Derek sonrió.

-Enviaré a alguien para que te lo lleve hasta allí –prometió-. No te portes muy mal...

Ahora fui yo la que se inclinó hacia él para devolverle el beso. Derek regresó a su suite y yo me encaminé hacia la mía, preguntándome si el estado de Jana no habría empeorado y por eso había enviado uno de los coches a buscarme; la posibilidad de que todo aquello hubiera sido provocado por el descubrimiento de mi amiga de la infidelidad de su marido me revolvió el estómago.

En mi suite me quité de nuevo el vestido plateado y me puse ropa más cómoda. Unos minutos después llegaron tres chicas enviadas por aquel humano para ayudarme a terminar mi equipaje; trabajaron en silencio y, una vez estuvo todo recogido, les pedí amablemente que me permitieran bajar a mí misma la maleta.

En aquella ocasión tampoco se me dio la oportunidad de despedirme. Uno de los chóferes humanos de los Herz me esperaba apoyado en la puerta del conductor de aquel Audi con los cristales tintados; me saludó con algo de rigidez y me cogió con cuidado la maleta para guardarla en el maletero. Impedí que me abriera la puerta y me deslicé hacia el asiento del copiloto haciendo oídos sordos a las protestas del hombre.

Cuando nos pusimos en marcha intenté sonsacarle quién le había enviado, pero el humano no dijo ni una sola palabra.

El trayecto se redujo drásticamente debido a que aquel tipo parecía disfrutar de pisar el acelerador. El estómago se me contrajo cuando cruzamos las puertas de hierro fundido que conducían a los terrenos de los Herz; le había prometido a Derek que regresaría a la mansión, pero no le había dicho cuándo exactamente. Aún tenía tantos asuntos pendientes allí...

Vengarme de Lyle.

Cuidar de Jana.

Asegurarme de darle una paliza a Helga Sinclair.

-Ya hemos llegado, señorita Riley –me interrumpió la voz del hombre.

Salté del vehículo mientras espetaba un rápido «gracias». Las puertas se encontraban abiertas y no parecía haber nadie en el edificio principal; al contrario que sucedía en el aquelarre Vanczák, en el aquelarre Herz los miembros eran demasiado independientes los unos de los otros. Todos convivíamos en aquel enorme edificio central, pero nos comportábamos como si fuéramos unos simples extraños. A excepción de la propia familia Herz, el resto no mantenía esas relaciones de familiaridad.

Mis pasos se hicieron más rápidos cuando divisé la puerta de mi dormitorio levemente abierta. Recordaba perfectamente haberla dejado cerrada cuando me marché dos días antes, por lo que eso significaba que había alguien dentro... o que alguien había decidido colarse allí aprovechando mi ausencia; me preparé mentalmente para ambas posibilidades y me colé en mi dormitorio con completo sigilo.

Un simple vistazo me hizo darme cuenta que todo seguía en su sitio. La persona que había decidido colarse en mi habitación no había ido hasta allí buscando algo en concreto... ¿Entonces qué demonios había sucedido?

Oí un tenue sonido a mi espalda que hizo que todo mi cuerpo se pusiera en tensión. Di un paso adelante, fingiendo que no había descubierto la presencia de alguien más conmigo allí, y me preparé para el posible ataque del desconocido; olfateé con discreción el aire, intentando descubrir la identidad del vampiro.

-Has sido muy inteligente aceptando el coche que te he enviado –dijo una voz a mi espalda.

Giré en redondo, encontrándome a Lyle indolentemente apoyado en la pared que conducía a mi baño privado. Su actitud parecía calculadamente relajada, pero sus ojos negros estaban fijos en mí... con un brillo acerado; no sabía cómo había podido adivinar mis planes, que supiera dónde me encontraba y cuándo tenía pensado regresar.

-¿Qué quieres, Lyle? –pregunté, ignorando sus anteriores palabras cargadas de resentimiento.

El vampiro se encogió de hombros con aire engreído.

-Estoy sumamente interesado por saber cómo fue todo –contestó, despegándose de la pared para dirigirse directamente hasta donde me encontraba yo-. Has mantenido todo este asunto de la boda con secretismo, como si no quisieras que alguien lo supiera... alguien como yo –añadió, enarcando ambas cejas de manera elocuente.

Me crucé de brazos, sintiendo palpitar las cicatrices a mi espalda y recordando cómo Lyle disfrutaba al azotarme; debajo de esa piel pálida se escondía un sádico... un sádico que me recordaba demasiado a nuestro padre.

-No era asunto tuyo, Lyle –le expliqué, intentando sonar indiferente y calmada-. Fui a la mansión de los Vanczák porque mi amiga me necesitaba allí. Pero he regresado, aquí me tienes de nuevo...

Los ojos oscuros de Lyle se estrecharon al estudiarme de pies a cabeza y la distancia entre nosotros se acortó un poco más cuando el vampiro se adelantó unos pasos. Procuré no mostrar ningún tipo de emoción cuando la distancia se esfumó y el rostro de Lyle me contempló desde más cerca; no pude evitar fijarme en las aletas de su nariz, que se movían... como si estuviera olfateando algo.

O a mí.

-Debe de haber sido realmente duro para ti encontrarte tan cerca de Derek –comentó, con sus ojos oscuros escrutándome.

Pestañeé con deliberada lentitud, fingiendo indiferencia. Gracias a Dios que mi corazón ya no latía...

-Estuvo ocupado con Anna –le aclaré, haciendo uso de una media verdad.

Siseé cuando Lyle me retorció el brazo izquierdo a la espalda, acercando su nariz a mi cuello. Todo el vello se me puso de punta al caer en la cuenta de que, a pesar de haberme cambiado de ropa, toda mi piel apestaba al aroma de Derek después de haber dormido dos días seguidos junto al vampiro.

Lyle gruñó.

-Quizá deberías trabajar un poco más en tus excusas, Galatea –se mofó, retorciéndome un poco más mi brazo-. Apestas a ese gilipollas.

Me atreví a ladear la cabeza para dirigirle una incendiaria mirada.

-Soy libre para estar con quien me apetezca, Lyle –le escupí.

Un calambre de dolor me recorrió todo el brazo cuando Lyle me golpeó en la rodilla, haciéndome perder el equilibrio. El vampiro siseó de rabia y tuvo que controlarse a sí mismo; podría haber hecho algún comentario sobre quién era más gilipollas de ambos, pero aquello habría empeorado aún más la situación.

-Te hemos dado un lugar entre nosotros, Galatea –susurró Lyle a mi oído, obligándome a inclinarme debido a su llave en mi brazo-. Te aceptamos cuando nos dijiste que mi padre había sido tu creador. Eres una Herz, la ponzoña de mi padre corre por tus venas; fue su veneno la que te convirtió en lo que eres.

Tragué saliva ante sus palabras, ante los recuerdos que despertaba la mención de su padre. La bilis me subió por la garganta al recuperar fragmentos del caos en el que me había sumergido cuando vi a Wolfgang atravesar el pecho de Axel; había perdido el control... lo había destrozado yo misma.

¿Lyle estaría insinuando que la locura que había consumido a su padre también lo haría conmigo en un futuro?

-Tendrías que estar pidiendo venganza por la muerte de nuestro padre –continuó Lyle, hablando con rabia contenida-. Fuiste tú quien obligo a nuestro padre a que fuera a buscarte hasta la mansión de los Vanczák; quería recuperarte...

-Quería aniquilar a los Vanczák –le corregí con frialdad, conteniendo mis propios sentimientos-. Me utilizó como arma para intentar deshacerse del aquelarre Vanczák; jamás se interesó lo más mínimo por mí.

Intenté liberarme de su agarre, pero el vampiro aplicó más fuerza a su llave y me mostró los colmillos de manera amenazante; sus ojos se habían oscurecido hasta tal punto que no era capaz de distinguir el iris de la pupila.

-Eres una Herz –sentenció con rotundidad-. No tendrías que estar revolcándote con el enemigo como una vulgar puta de sangre...

Sus palabras, más exactamente el calificativo que había utilizado, pulsaron de nuevo el interruptor de mi autocontrol; giré sobre mí misma, ignorando el chasquido de mi brazo y el dolor, para golpear el rostro de Lyle con la mano que tenía libre.

El vampiro anticipó mi movimiento y desvió mi puño sin soltar mi otro brazo; de nuevo me desequilibré ante aquel cambio de circunstancias, consiguiendo verme arrinconada contra el colchón de la cama. Bajo el peso del cuerpo de Lyle.

Su carcajada me puso el vello de punta.

-¿Es que aún no lo has entendido? –me preguntó con un tono perverso-. Te quiero para mí, Galatea; no permitiré que regreses con ese maldito hijo de puta de Derek Vanczák. Eres el recuerdo de mi padre, lo último que nos dejó antes de que ese vampiro lo ejecutara como si fuera un maldito animal; solamente nos entregó sus cenizas, ¿lo sabías?

No supe qué motivos podrían encontrarse tras esa declaración, si es que existía realmente alguno. Lyle parecía haber malinterpretado todo lo que había sucedido entre nosotros, o se había convencido a sí mismo de que había alguna posibilidad entre nosotros de llegar a más; me obligué a no entrar en pánico, recordándome de nuevo la multitud de consejos que recibí por parte de Bala en el tiempo que estuve bajo su tutela.

Conocía a Lyle y sabía bien cómo se enfrentaba a sus adversarios. Era letal cuando se lo proponía, además de rápido; le gustaba golpear primero para poder ganar algo de ventaja al hacer el primer movimiento, por lo que tendría que hacerlo yo si quería tener alguna oportunidad.

El hecho de que tuviera todo su cuerpo aplastándome contra el colchón tampoco ayudaba mucho, que digamos.

Tenía que conseguir sacudírmelo de encima para poder enfrentarme a Lyle en condiciones. Y para ello...

-Estás igual de enfermo que tu padre –escupí.

Por semejante osadía me gané un revés, pero no cejé en mi empeño de lograr mi objetivo.

-¿Cómo eres capaz de afirmar que me quieres si disfrutaste mientras me azotabas? –inquirí, intentando mantener a raya el pánico que había comenzado a enroscárseme en la boca del estómago.

Lyle sacudió la cabeza con pesar, como si no estuviera orgulloso de su comportamiento. Pura fachada, pues había podido comprobar lo mucho que aquello le había gustado; demostrándome esa vena sádica que había dejado entrever en algunos de nuestros encargos como ejecutores del aquelarre.

-Te ofrecí la posibilidad de convencer a Tiberius –ronroneó, pasando su pulgar por la comisura de mi labio-. Tú no quisiste, así que te di una lección para que comprendieras que estás en mis manos... Aunque veo que tendrás que aprender sobre algunas cosas que no me gustan en absoluto –añadió y las imágenes que creó en mi cabeza no fueron nada halagüeñas para mí.

Abrí los ojos de par en par cuando coló una de sus manos por debajo de mi blusa y me acarició el costado hasta llegar al borde del sujetador, apartando la copa con sumo cuidado y apretando dolorosamente mi pecho en una burda parodia de caricia.

Apreté los dientes, sin querer darle el gusto de verme contraer mi rostro de dolor.

-Lyle...

El vampiro sonrió perversamente.

-¿Has disfrutado mientras permitías que ese vampiro se te colaba entre las piernas, Galatea? –siseé cuando repitió el movimiento-. ¿Tan insatisfecha te dejé en aquella ocasión, querida? No tenías nada más que pedírmelo, podemos arreglarlo...

Cogí aire antes de echar la cabeza hacia delante, dándole un fuerte cabezazo en la cara a Lyle. El vampiro gruñó y se apartó de mí, dándome el espacio suficiente para poder maniobrar y quitármelo de encima; empujé su cuerpo hasta que trastabilló fuera de la cama y sacudí la cabeza, intentando despejarme después del duro golpetazo que me había dado.

Los ojos del vampiro relucieron de ira y supe que no se contendría conmigo. Tensé mis piernas, aguardando a que Lyle hiciera su próximo movimiento; con la sangre manando a borbotones de su nariz, se pasó el dorso de la mano por la zona, restregándose su propia sangre por la mandíbula.

-No voy a tener piedad contigo –me advirtió.

Me mordí la lengua antes de contestar a su provocación. Mi dormitorio no era lo suficientemente espacioso para que pudiera pelear contra el vampiro cómoda, pero tendría que adaptarme a ello; no tenía armas a mano y dudaba que el propio Lyle hubiera venido a esperarme armado.

Salté hacia la izquierda cuando Lyle trató de abalanzarse contra mí, buscando inmovilizarme de nuevo; lancé una patada directa a su estómago que consiguió acertarle de refilón y caí a plomo cuando su mano se enroscó en mi tobillo, parapetándome contra el duro suelo.

Con la otra pierna que tenía libre le acerté en la mandíbula y su agarre perdió fuerza, permitiéndome liberar mi tobillo; el golpetazo contra el suelo me había herido en la espalda, pero me obligué a ponerme en pie para evitar que Lyle utilizara la ventaja de su propio peso.

El vampiro me golpeó en la pantorrilla, a lo que yo le devolví el golpe en el pómulo; tenía que estar continuamente estudiando mi dormitorio, buscando zonas abiertas y libres de estorbos que no jugaran en mi contra. Esquivé un par de puñetazos que me lanzó directos al tronco y finté hasta conseguir quedar a su espalda.

No podía matarle, por mucho que quisiera, ya que eso me supondría demasiados problemas cuya solución no estaba a mi alcance. Me aparté de la trayectoria de su pierna y dirigí mis manos a su cuello sin dudar; nos miramos a los ojos unos instantes hasta que giré su cuello, escuchando un chasquido y consiguiendo que cuerpo se quedara completamente laxo.

Dejé que el cuerpo de Lyle cayera al suelo y contemplé mi dormitorio con un peso en el pecho. Me había enfrentado de nuevo a otro miembro del aquelarre, nada más y nada menos que a Lyle Herz; Tiberius no necesitaría a Helga y sus encantos para convencerse de que mi castigo debía ser más contundente.

Las heridas de mi espalda me escocieron, recordatorio de lo «suave» que había sido mi primer castigo. Tiberius no tendría piedad conmigo en aquella ocasión, ni siquiera aunque Lyle le suplicara por ello (lo cual no sucedería en la vida, ya que Lyle era un amante de los castigos físicos).

Solamente había una escapatoria...

DEREK

Me encerré en mi despacho después de saber que Galatea se había marchado de la mansión. No podía dejar de darle vueltas al asunto de que alguien de los Herz hubiera decidido enviarle un coche privado para llevarla de regreso; pensé en Jana, la esposa de Tiberius, quien parecía haberse convertido en un apoyo para Galatea dentro del aquelarre Herz.

En aquellos momentos estaba leyendo otro de los informes que me habían llegado sobre una confrontación entre varios vampiros que no pertenecían a ningún aquelarre; los chicos de Akito habían conseguido hacer parecer la cruenta escena como un ajuste de cuentas ante la policía humana, pero la realidad había sido aterradora.

Por no hablar de lo insistente que parecía haberse vuelto Eneas Wendt sobre ciertas sospechas que tenía sobre el aquelarre de Calígula Lara, quien era conocido por sus métodos sangrientos.

Mi teléfono móvil comenzó a sonar y vibrar encima de mi escritorio. Miré la pantalla y no reconocí el número que aparecía en ella; pensé en que quizá se trataría de Eneas, o de alguno de sus subalternos.

Por unos instantes me replanteé seriamente la idea de no cogerlo, ya que estaba al borde del colapso.

Pero lo hice.

-¿D-Derek? –el tono entrecortado hizo que me irguiera en la silla, con una extraña opresión en la boca del estómago.

Reconocería en cualquier parte aquella voz.

-Galatea –afirmé.

Supe que algo horrible debía haber sucedido para que hubiera decidido ponerse en contacto conmigo.

-Lo... lo siento –dijo apresuradamente, su respiración era agitada-. Creo... creo que estoy metida en-en... en un b-buen lío...

Arrastré la silla por el suelo y me puse en pie apresuradamente.

-Tienes que calmarte –le pedí, rascándome la nuca con nerviosismo.

Hubo una pausa al otro lado de la línea.

-Sácame de aquí, Derek –me suplicó.

No necesitó que añadiera nada más, pues aquella era la señal definitiva de que algo gordo había pasado y que Galatea se encontraba en peligro; le aseguré que estaría allí en el mínimo tiempo posible, que recogiera lo que creyera que iba a necesitar, y ella colgó sin añadir nada más.

Me dirigí a toda prisa hacia el garaje y cogí el primer juego de llaves que tenía más cerca del panel; desbloqueé los seguros del coche en cuestión y me colé en el asiento del conductor, arrancando automáticamente el motor y pisando el acelerador.

El viaje hasta la mansión de los Herz duraba una maldita hora, y no es que tuviera mucho tiempo que perder; una vez me encontré fuera de la mansión no me importó lo más mínimo lo que sucediera.

No me importó que pudieran echárseme encima todo el aquelarre Herz.

Tampoco me importó lo más mínimo que estuviera dirigiéndome a un suicidio seguro.

Lo único que me importaba era sacar a Galatea de aquel infierno en el que había decidido pasar demasiado tiempo, creyendo que había encontrado en los Herz la familia supletoria que necesitaba.

Acorté el viaje quince minutos y las manos me temblaron cuando marqué en la pantalla táctil el número desde el que me había llamado Galatea; contestó al cuarto timbrazo, sin apariencia de encontrarse más calmada que la primera vez.

-Estoy fuera –fue lo único que dije.

Transcurrieron unos segundos hasta que la vi colándose por encima del muro, llevando entre brazos la misma bolsa ajada con la que se había marchado de la mansión cuatro meses atrás y la ropa llena de... sangre.

Esperé hasta que se hubo montado en el coche y di un volantazo para poder hacer el camino de regreso, deseando poner la máxima distancia posible entre aquel sitio y nosotros; Galatea se había aovillado sobre su asiento, con la cabeza escondida entre las rodillas y los hombros temblándole.

Quité una mano del volante para acariciarle la cabeza, arrancándole un respingo y que todo su cuerpo se quedara tenso.

-Lo siento, lo siento, lo siento... -repetía una y otra vez.

Devolví la mano al volante y desvié la mirada hacia ella, preguntándome qué habría podido sucederle para que me hubiera llamado de aquella forma; tendría que haber parado en la menor oportunidad, pero no quería verme involucrado en una emboscada. De vez en cuando miraba por los espejos, intentando comprobar si nos seguía algún coche.

La sangre que cubría el rostro y blusa de Galatea me hicieron apretar con más fuerza de la necesaria el volante. Solamente quedaban unos kilómetros... unos kilómetros y ambos estaríamos a salvo bajo la seguridad de la mansión y del aquelarre.

GALATEA

No me di cuenta siquiera que habíamos llegado a la mansión de los Vanczák. En mi cabeza no paraba de repetir la secuencia en la que había roto el cuello de Lyle, dándome cuenta un segundo después de hasta dónde alcanzarías las consecuencias de mis actos; nadie me creería cuando les dijera que el vampiro parecía tener una extraña obsesión conmigo, Tiberius se encargaría de taparlo todo por el bien de su hermano... A fin de cuentas, yo simplemente era una extraña entre ellos a pesar del tiempo que había pasado con el aquelarre.

Mis manos estaban ligeramente cubiertas de la sangre procedente de la nariz de Lyle, así que me rasqué las costras de sangre reseca hasta hacerme daño; me encontraba entumecida tras lo sucedido, pensando en qué me había convertido...

En lo que había provocado a causa de mi inconsciencia.

«Pero no había otro modo –me dije a mí misma, intentando exculparme-. Si no hubiera detenido a Lyle...»

Me llevé una mano al pecho que había castigado el vampiro y contuve una mueca de repugnancia al imaginar qué habría hecho conmigo Lyle de no haberme atrevido a soltarle aquel cabezazo.

El trayecto hacia mi suite fue borroso. Derek tuvo que cargar conmigo como si fuera una niña pequeña mientras yo seguía en estado casi catatónico; no sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que había huido de la mansión, llevándome conmigo las pocas pertenencias que había logrado reunir, como tampoco sabía si Lyle se habría despertado de su inconsciencia.

-La he jodido –musité en voz baja.

Derek me depositó con cuidado sobre la cama y se quedó a mi lado, mirándome fijamente. No me había hecho ni una sola pregunta sobre lo que había sucedido, sobre lo que había hecho yo.

El corazón parecía habérseme convertido en piedra al entender que había puesto a Derek en una situación muy delicada. ¿Le exigiría Lyle que me entregara? Por supuesto... Y Derek se negaría en rotundo a hacerlo, lo que desembocaría en un nuevo enfrentamiento entre ambos aquelarres.

Por mí.

-Derek, lo siento tanto –me disculpé por millonésima vez.

¿Por qué siempre acababa poniendo en peligro a las personas que más me importaban? Ah, sí: porque era una maldita inconsciente.

-Necesito que me digas qué ha sucedido –pidió Derek, acuclillándose junto al colchón para que nuestras miradas estuvieran a la misma altura-. Quiero que me lo cuentes todo.

Cogí aire y las manos comenzaron a temblarme antes de que me lanzara de cabeza. Le expliqué que la persona que había enviado el coche (aunque aún no sabía cómo era posible que Lyle hubiera estado al tanto de mis planes de salida y regreso) había sido el propio Lyle; cuando llegó el momento de relatarle lo sucedido en mi dormitorio la voz me falló en algunas ocasiones, a pesar de que Derek se mantuvo obstinadamente en silencio y con las mandíbulas fuertemente cerradas. Sus ojos se fueron oscureciendo conforme yo avanzaba en lo que había sucedido.

Contuve un sollozo a duras penas.

-Tuve... t-tuve que hacerlo –balbuceé-. L-le partí el-el cuello... Se l-lo partí –repetí a media voz-. He atacado a uno de los miembros principales de la familia... Tiberius pedirá m-mi cabeza. Tu aquelarre está en peligro de nuevo por mi culpa.

-Nuestro aquelarre, Galatea –me corrigió con suavidad-. Tú también formas parte de él.

Parpadeé para espantar las lágrimas que habían comenzado a acumulárseme en las comisuras de mis ojos.

-Lyle...

Derek no me dejó continuar.

-La próxima vez que me crucecon Lyle Herz, no voy a romperle el cuello –me prometió con un tono peligroso-.Voy a arrancarle la tráquea.

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