☽ | Chapter 47.
OH, GALATEA, AQUÍ ME HALLO. COMPLETAMENTE SOBRIO Y SIN UN BALCÓN DONDE PODER DECLARARTE MI AMOR
Jana gimoteó en voz baja cuando la ayudé a apearse del vehículo. Habíamos salido de la mansión en el más completo sigilo, como si Jana temiera que alguien pudiera vernos; yo había buscado con la mirada a algún rostro conocido que pudiera ver las circunstancias en las que me había marchado.
Solamente me encontré con rostros humanos.
Le sonreí con cariño a Jana y rodeé su cintura con mi brazo para poder equilibrarla, cargando también con parte de su peso; Tiberius, o Lyle (pues no estaba segura de quién de los dos hermanos había sido), dispuso que uno de nuestros vehículos se encargara de llevarnos de regreso a la mansión.
-Lo siento mucho, Galatea –se disculpó Jana con voz quejicosa-. Tendrías que haberte quedado en la mansión...
Sacudí la cabeza mientras seguía ayudando a Jana a llegar hasta la puerta principal.
-No importa –mentí.
Pronto nos vimos rodeadas de personas del servicio, quienes ya enteradas de nuestra llegada, no dudaron en acudir a nuestra ayuda. Un par de hombres fueron directos al coche que esperaba en la entrada para recoger nuestro equipaje para subirlo inmediatamente a nuestros respectivos dormitorios; una chica me ayudó con Jana, cuya palidez parecía haber empeorado desde que habíamos salido de la mansión de los Vanczák.
La miré con el ceño fruncido, preocupada de que todo aquello no había sido un simple enfado por parte de Lyle, sino que Jana se encontraba realmente indispuesta. Pero, ¿desde cuándo un vampiro se ponía enfermo?
-Jana –la llamé en voz baja mientras ascendíamos por las escaleras.
La vampira, que subía penosamente por los escalones con una expresión de no encontrarse del todo bien, desvió la mirada en mi dirección. ¿Realmente se le habían oscurecido aún más las ojeras o eran imaginaciones mías?
-¿Qué es lo que te pasa? –pregunté.
Jana sacudió la cabeza, sin responder a mi pregunta. Conseguimos llegar hasta el primer piso cuando las piernas de mi amiga fallaron y todo mi cuerpo se tensó para evitar que se diera de bruces contra el suelo; la vampira dejó escapar un quejido y yo le ordené a la humana que nos había acompañado que se adelantara hacia mi dormitorio, puesto que Jana no sería capaz de llegar hasta el suyo propio.
Cogí aire para cargar con el cuerpo de mi amiga y me dirigí apresuradamente hacia la puerta abierta que conducía a mi habitación; la chica se había acercado a mi cama y estaba abriendo las mantas para que yo pudiera depositar ahí a mi amiga. Una vez estuve segura de que Jana se encontraba completamente instalada y acomodada en mi cama le pedí a la humana que nos dejara a solas.
Me senté a sus pies y le acaricié con cuidado el brazo que tenía doblado sobre el vientre. El rostro de mi amiga estaba contraído en una mueca de evidente malestar, como si estuviera sufriendo algún tipo de dolor interno; me pregunté de nuevo si aquello habría sido idea de Lyle o había sido el propio Tiberius quien había dado la orden al ver que su esposa se encontraba indispuesta realmente.
-¿Qué es, Jana? –pregunté, preocupada.
Mi amiga esbozó una forzada sonrisa.
-Es el futuro del aquelarre –masculló Jana, removiéndose sobre el colchón.
La miré de hito en hito, sin entender ni una sola palabra. ¿El futuro del aquelarre? Jana soltó una risita al ver mi cara de desconcierto, pero yo me sentía estúpida... Muy estúpida por no saber a qué estaba haciendo referencia mi amiga.
-Sabes que odio los acertijos, Jana –le recordé.
Mi amiga me dedicó una amplia sonrisa mucho más natural que la anterior.
-Tiberius y yo queremos... queremos ser padres –desveló ella, con una mueca de molestia.
Arrugué la nariz, sin comprender todavía por dónde iba la conversación.
-¿Qué tiene que ver eso con tus... dolores? –cuestioné a media voz.
-Todo, Gala –respondió Jana-. Tiene que verlo todo.
Aparté mi mano de su cuerpo como si me hubiera dado un calambre. ¿Era posible que los vampiros pudieran enloquecer? Tomando como referencias al propio Wolfgang Herz, sin duda alguna sí.
Quizá Jana estuviera siguiendo sus mismos pasos.
-Voy a contarte uno de los secretos mejor guardados de los vampiros –cuchicheó y yo sufrí un escalofrío-. Muy pocos saben que es posible que una mujer vampiro pueda quedarse embarazada... aunque esto conlleva muchos riesgos...
Me puse en pie de un salto, mirándola como si hubiera perdido definitivamente el juicio. ¡Vampiras embarazadas! Jana estaba segura que podía quedarse embarazada, o quizá creyera que ya lo estaba; muchas mujeres sufrían embarazos utópicos, así que era muy posible que Jana estuviera con el mismo problema.
Mi amiga me contemplaba desde mi cama con una expresión de seriedad.
-Eso es imposible, Jana –la corregí, intentando hablarle con suavidad-. Nosotras estamos muertas y eso es técnicamente imposible. ¡Esto no es Crepúsculo, por Dios, y tú no eres Bella Swan! Ninguna vampira puede quedarse embarazada.
Mi broma no le hizo ninguna gracia a Jana.
-Sí que es posible, Gala –me contradijo, con sus ojos relampagueando-. Existe un modo en el que podemos concebir.
Alcé ambos brazos al cielo, exasperada.
-¿Y qué podría salir de esa unión? –le pregunté, sonando mucho menos amable-. ¿Un niño muerto? ¿Un monstruo?
-Por todos los astros, Galatea –me reprendió Jana-. ¡Deja de hablar y escúchame mi primero! Existe una única manera de conseguir que concibamos, pero eso conlleva ciertos riesgos para nosotras; como bien has apuntado, nuestro cuerpo queda congelado tras la transformación, ¿verdad? Perdemos la menstruación... pero nuestros óvulos siguen estando con nosotras, no desaparecen. Al igual que nuestras hormonas. Todo ello se queda congelado, pero nunca se evaporan.
Volví a la cama y ocupé un hueco en el colchón, escuchándola atentamente.
-Por eso mismo, para despertarlas de algún modo, existe un método –continuó la vampira, siguiendo con el dedo índice el diseño de la colcha-. Las embarazadas tienen un alto nivel de hormonas en su sangre, hormonas que pueden ayudar a sacar de la congelación a las nuestras –hizo una pausa y se le escapó un quejido-. Progesterona, estrógenos... Ésas y muchas más son las encargadas de activar nuestras propias hormonas dormidas, permitiendo que pueda llevarse a cabo un embarazo; pero no es fácil para nuestros cuerpos, Galatea. Es por eso por lo que duele tanto, por los riesgos a los que nos exponemos: nuestro cuerpo no está preparado para ese proceso y nosotras lo obligamos a ello.
La miré, horrorizada y fascinada a partes iguales. La historia de Jana tenía cierto sentido, si era verdad que pudieran despertarse de algún modo a nuestros óvulos congelados por toda la eternidad; Jana volvió a quejarse y su mano se crispó sobre su vientre, como si quisiera hundirse las uñas en él.
-Beber sangre de una mujer embarazada, eso es lo que he estado haciendo todo este tiempo –confesó, sonando algo tímida-. Los óvulos no mutan cuando nos transformamos, por lo que el bebé sería un dhampiro...
El estómago se me contrajo violentamente al escuchar la última palabra. Derek me había contado su historia, cómo sus hermanos y él habían tenido una buena vida porque Ferenc decidió encargarse de Ravenna y Axel antes de que éste naciera; los tres hermanos Vanczák habían sido dhampiros, pero su padre se había visto en la obligación de transformarlos porque su tiempo se agotaba y era la única forma de protegerlos de otros vampiros ajenos al aquelarre.
Miré con más atención a Jana.
-Dime que no piensas lo que ambas estamos pensando –le pedí con un hilo de voz.
Había estado bebiendo sangre de mujer embarazada para poner todo su ciclo interno en funcionamiento, preparándose para una posible gestación futura; también me había dicho que aquel método, si bien era el único que existía y un secreto muy bien guardado dentro del mundo de los vampiros, era altamente peligroso para las vampiras porque nuestro cuerpo se resistía a cambiar...
Jana se mordió el labio inferior.
-Quería darle a Tiberius un heredero –musitó en tono culpable-. No está bien desde que supo que Derek tuvo que ejecutar a su padre por todo lo que sucedió en la mansión de los Vanczák.
Una oleada de frío me recorrió de pies a cabeza. Nunca me había preguntado qué versión de los hechos se les había dado al aquelarre Herz sobre la muerte de su líder; ninguno de los miembros les gustaba mencionar el tema, y yo no era tan estúpida de sacarlo a colación. En el ataque de la mansión Wolfgang había decidido trabajar con vampiros ajenos al aquelarre, lo que había cogido por sorpresa a su propia gente; además, nadie sabía lo que había sucedido con exactitud debido a que todo el ataque había sido un maremágnum.
Derek había decidido protegerme las espaldas de cualquier represalia diciendo que había sido él la persona que se había encargado de aplicar el castigo de la muerte a Wolfgang Herz.
Mi pecho se deshinchó como un globo y una punzada me traspasó de lado a lado por la culpabilidad que me embargaba después de haber descubierto lo que el vampiro había hecho por mí, a pesar de que había intentado que yo me alejara de él recurriendo a aquel sucio truco de sus mentiras hirientes.
-Jana estás sacrificándote por algo que no sabes si va a salir bien –le dije con suavidad-. ¿Qué sucederá si...?
Jana se palmeó el vientre con cuidado, satisfecha.
-El bebé estará bien –me aseguró con vehemencia-. He estado investigando sobre los dhampiros y he podido averiguar que tienen un desarrollo y crecimiento acelerado, lo que no nos supondrá ningún problema.
-Pero tendréis que transformarlo –repuse.
Eso no pareció afectar lo más mínimo a Jana, quien sonrió con más gana.
-Lo tenemos todo pensado, Gala. No tienes de qué preocuparte.
Me mordisqueé el interior de la mejilla.
-Me preocupo por ti, porque eres mi amiga. Sabes que no tendrías que haber permitido que esto sucediera, que hay multitud de cosas que podrían salir mal...
Jana hizo un aspaviento con la mano.
-Siempre quise ser madre.
Enarqué una ceja de manera burlona.
-No deberías haber elegido hacerte vampiro entonces. Ser madre y vampiresa no son compatibles.
El rostro de mi amiga se ensombreció.
-En ese momento de mi vida no pude negarme.
Dejé a Jana descansando en mi dormitorio, todavía con un persistente dolor en las sienes. La truculenta historia de cómo las mujeres vampiro podían quedarse embarazadas, y los riesgos que corrían con ello, me había dejado una amarga sensación en la boca y el cuerpo entumecido; era posible que Lyle hubiera decidido usar a su favor el malestar de Jana para sacarme de la mansión, pero también era cierto que mi amiga me necesitaba en aquellos precisos momentos.
Joder, ni siquiera era capaz de asimilar la idea de que Jana pudiera estar embarazada. No sabía aún cómo tomarme esa maldita noticia y el hecho de que mi amiga hubiera estado buscando precisamente encontrarse en esa situación porque su marido estaba alicaído después de descubrir que su padre no había resultado ser la persona que había creído que era.
Me di una merecida ducha y cambié mis ropas por un camisón que encontré en una de las cómodas de la habitación, ya que todavía tenía que deshacer la maleta; Jana debía estar agotada, ya que llevaba durmiendo de seguido desde la mañana. Yo me había quedado obedientemente a su lado, gastando mi tiempo en comprobar la multitud de ficheros que tenía allí reunidos sobre la información que me había dado Lyle y que contenía cosas sobre el aquelarre, su funcionamiento y un registro de los vampiros que vivían dentro del territorio de Londres que pertenecía a los Herz.
Estaba comprobando los últimos movimientos de un nombre que me llamó la atención cuando una de las doncellas asomó la cabeza por el hueco de la puerta que había dejado, mirándome con algo de temor.
No había visto al resto de los miembros del aquelarre, como tampoco a la propia Bergamota, pero suponía que se encontraban por los terrenos... o en alguna parte de la mansión.
-Señorita Riley, alguien quiere verla –me informó, con un ligero temblor en la voz.
Miré por encima de mi hombro hacia el ventanal que había en mi dormitorio y fruncí el ceño al comprobar que ya había anochecido. Me sentí incómoda al pensar en Derek, en la reunión a la que no podría asistir; me obligué a centrar mi atención de nuevo en la chica, que había hundido sus uñas en la madera de la puerta.
Me levanté de mi silla y cerré la bata que me había puesto para cubrir el camisón que llevaba debajo; eché un último vistazo a mi cama, comprobando que Jana siguiera plácidamente dormida, saliendo de mi habitación con una expresión neutral.
Quizá Lyle hubiera regresado para comprobar que hubiera seguido sus órdenes al pie de la letra.
-He pensado que debería esperarla en el saloncito cerca de la entrada –comunicó la humana
Mi ceño volvió a fruncirse.
-Gracias.
Afiancé el nudo de mi bata mientras me dirigía hacia la habitación que me había señalado la chica. Notaba una inquietud atenazándome el estómago, ya que mi única opción acababa de esfumarse cuando la humana me informó que había creído conveniente dejar a la visita en uno de los salones principales de la mansión; mis pies se detuvieron abruptamente cuando reconocí a la persona que se encontraba al fondo del salón, contemplando con gesto pensativo la pared que contenía una larga colección de pinturas.
-Derek –me salió un gallo de la impresión de verle allí.
El interpelado se giró hacia mí automáticamente al escuchar mi voz.
-¿Qué haces aquí? –le pregunté sin permitirle hablar.
Miré en dirección al vestíbulo, cerciorándome de que no hubiera nadie del aquelarre por allí pululando. Estaba segura que no tardaría en correrse la noticia de que Derek se encontraba en la mansión de haber alguien, llegando a oídos del propio Lyle; por seguridad, cerré la puerta a mi espalda para brindarnos algo de intimidad.
El rostro de Derek mostraba decepción.
-Esta mañana, y de manera muy amable, Lyle nos ha informado que te habías tenido que marchar de la mansión –sus ojos azules estaban fijos en mí, su línea de la mandíbula se puso tensa ante sus pensamientos precipitados.
Ahí tuve la confirmación que necesitaba para saber que Lyle había sabido cómo sacar provecho a la situación de Jana en su propio beneficio, haciéndole creer a Derek que había salido huyendo como hacía cuatro meses.
-Jana no se encontraba bien –le expliqué, dando un paso en su dirección-. Se me ha ordenado que la acompañara hasta aquí y que cuidara de ella.
Mis palabras no terminaron de convencer a Derek, quien volvió a tensar su mandíbula con más intensidad y se cruzó de brazos.
-¡Es la verdad, te lo juro! –insistí, borrando de un plumazo la distancia que nos separaba-. No me habría ido de allí sin despedirme... de ti.
-He estado pensando toda la mañana qué es lo que había hecho mal para que hubieras salido huyendo de nuevo –murmuró, desviando la mirada.
Aquello me sentó como si me hubiera golpeado. Derek parecía haberse vuelto muy inseguro desde la noche que yo decidí marcharme; no podía evitar sentirme culpable de haberle despertado ese tipo de sentimientos tan negativos y que parecían perjudicarle más de lo que quería aparentar.
Le obligué a que se descruzara de brazos y le cogí por la barbilla para que sus ojos azules volvieran a fijarse en mi rostro. El pecho se me hundió un poco al percibir inquietud en el fondo de sus iris.
Miedo incluso.
-Se me ha ordenado que acompañara a Jana –le repetí, hablando con seguridad-. Nos hemos tenido que marchar a toda prisa y no he tenido oportunidad de enviarte a alguien para que te diera mi mensaje.
Vi el esfuerzo que estaba haciendo por creerme y supe que no debía estar resultándole fácil. No después de todas las cosas que nos habíamos ocultado mutuamente en el pasado y que yo todavía le ocultaba...
-Deberías haberte quedado en la mansión –suspiré con abatimiento-. Los vampiros más importantes de Londres están allí y tú...
-Mi padre ha mentido por mí –me cortó suavemente-. Les ha dicho a todos que ha surgido un imprevisto en uno de nuestros negocios con algunos vampiros, dándome algo de tiempo antes de que se me lancen al cuello.
Me crucé de brazos y lo miré con severidad.
-¿Te has expuesto de esa forma para... para qué, exactamente?
Intuía que las relaciones entre los cuatro aquelarres más poderosos de Londres no estaban pasando por su mejor momento después del ataque desesperado de Wolfgang al aquelarre de Derek; que el vampiro hubiera decidido arriesgarse de esa forma para presentarte en la mansión Herz era... era peligroso. ¿Qué sucedería en caso de que alguno de los miembros de Tiberius advirtiera a su líder que Derek se había presentado para verme a mí?
-Porque estaba tan desesperado que he creído que debía jugármelo todo en una única oportunidad.
Arqueé ambas cejas.
-¿Única oportunidad? –repetí, con la boca seca.
Los brazos de Derek me rodearon sin previo aviso, lanzándome contra su duro pecho y encerrándome en un desprevenido abrazo. La sorpresa de su repentino contacto no me tensó como ayer en la suite, solté un hondo suspiro y le envolví con los míos por la cintura.
-He venido hasta aquí para rogarte que regresaras a la mansión –susurró junto a mi oído, provocándome un escalofrío-. He venido aquí dispuesto a dártelo todo.
Apoyé las palmas sobre sus pectorales y me incliné hacia atrás para poder ver su rostro. Derek parecía haber recuperado parte del aplomo perdido y me observaba con atención mientras que yo lo miraba con confusión y algo de desconcierto.
-No me importaría dejarlo todo por ti, Galatea. Estoy dispuesto a renunciar a mi alma si eso significa que quieras quedarte a mi lado el resto de la eternidad.
Parpadeé, repitiendo sus palabras mentalmente. El corazón me dio un vuelco al leer entre líneas, o al creer entender qué era lo que estaba insinuando con aquellas tiernas palabras; con lo que había estado anhelando en secreto desde hacía mucho tiempo atrás, incluso en estos meses en los que estuve con los Herz.
Lo contemplé en silencio cuando bajó su rostro hacia el mío y me acarició la nariz con la suya, utilizando de nuevo aquellos inéditos gestos cariñosos que nunca antes le había visto. Ni siquiera con Anna.
-Te quiero, Galatea –murmuró.
Pero yo lo escuché perfectamente y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no echarme a llorar allí mismo. Sus palabras se habían quedado grabadas a fuego en mi corazón, aunque aún nos quedaban algunos obstáculos por sortear si quería que pudiéramos estar juntos. Cerré los ojos y escondí mi rostro en el hueco de su cuello.
-Pero Anna y tú aún seguís comprometidos...
Me odié a mí misma por pronunciar aquellas palabras, pero era una realidad: Derek sentía que tenía una deuda de por vida con Anna por haberla arrastrado consigo a aquel mundo de tinieblas y por eso decidió que la mejor forma de pagar por sus errores fue comprometiéndose con ella; tampoco tenía intenciones de romper ese compromiso, lo dejó bastante claro la noche del ataque.
Además, la propia Anna no había parado de alardear sobre la proximidad de la fecha. Intentando incitarme para que perdiera los papeles por ello.
-El compromiso no existe –me contradijo, hablando entre dientes-. Lo rompí hace cuatro meses, la noche que te marchaste.
«No existe. Se rompió hace cuatro meses», esos pensamientos me golpearon una y otra vez en la cabeza mientras yo miraba a Derek con una expresión de total y llana sorpresa; me había obligado a mí misma a confiar más en el vampiro y sabía que no estaría bromeando de un tema tan duro como su eterno compromiso con Anna.
Un compromiso que llevaba roto tanto tiempo y cuya primera noticia la tenía aquella misma noche.
-Hablé con Anna después de nuestra conversación en el despacho –especificó, apoyando su barbilla sobre mi coronilla-. Le prometí que no la dejaría abandonada, que se había ganado un hueco en el aquelarre, pero le dije que no podía seguir con esa mentira. Nuestra relación se ha vuelto muy tirante desde ese día, aunque Anna está convencida que tarde o temprano volveré con ella.
Me removí entre sus brazos.
-¿Por qué no me dijiste nada aquella noche? –le pregunté en un susurro.
De habérmelo dicho... ¿Habría cambiado algo? Derek me había asegurado aquel fatídico día que estaba dispuesto a renunciar al aquelarre por mí; quizá debería habérmelo imaginado, puesto que Derek siempre había creído que su compromiso con Anna formaba parte de su responsabilidad con el aquelarre. Y por fin había conseguido romper con aquella cadena que tanto daño le había causado, con esa cadena que había estado asfixiándolo tanto a Derek como a Anna, envenenándolos poco a poco y consiguiendo herir a más gente a su alrededor a causa de sus propios problemas.
-Me bloqueé cuando me dijiste que te ibas –hizo una pausa para aspirar el aire-. Estaba destrozado...
Estrujé en mis manos la tela de la camisa que llevaba Derek, con una punzada de dolor al recordar la forma en la que le había dejado; había sido consciente de cómo sus ojos se habían apagado lentamente al escuchar que no podía quedarme en la mansión, que no podía elegirlo a pesar de saber que ambos estábamos enamorados.
Pero nuestros secretos habían ganado aquella batalla y yo había huido, creyendo que podría con ello... que el tiempo curaría las heridas.
No fue así, pues mis heridas se habían hecho mucho más grandes.
-Ven conmigo.
Lo miré con pena, consciente del daño que le haría de nuevo mi negativa. Antes de irme de allí tenía que zanjar mi tema con Lyle y comprobar que Jana se quedara en buenas manos; había estado ojo avizor con Helga Sinclair, quien no parecía muy contenta de mi presencia por la mansión, recordando que aquella vampira había sido la amante de Wolfgang y Tiberius.
-Sabes que no puedo –los ojos azules de Derek se oscurecieron un tono-. Aún.
Sus brazos se tensaron mientras seguía rodeándome con ellos.
-Prométeme al menos que vendrás a la boda –me pidió el vampiro.
Mi cuerpo se convirtió en un bloque de granito al escucharlo; el rostro de Derek se dulcificó al ver mi reacción e intuir mis pensamientos. Esbozó una sonrisa socarrona y sus dedos se hundieron en la tela de la bata, aflojando el nudo que le había hecho y abriéndola, mostrando el camisón que llevaba debajo.
-Attila y Deirdre –explicó.
No pude evitar alegrarme enormemente por mi amiga, por saber que había logrado recuperar al amor de su vida y que ambos iban a unirse para siempre. Yo aún seguía en la mansión cuando Derek decidió liberar a Deirdre de su castigo; recordaba perfectamente cómo me había sentido cuando mi amiga me lo había contado, todavía entumecida por la noticia.
Sonreí sin poderlo evitar.
-Eso sí te lo puedo prometer.
Derek me devolvió la sonrisa, pero a ambos se nos quedó congelada cuando escuchamos la voz de Jana llamándome. Intenté separarme a toda prisa de los brazos de Derek, pero el vampiro los tensó, impidiéndomelo; le dediqué una mirada asustada, temiendo que la propia Jana pudiera descubrirnos allí.
-Derek, por favor –supliqué en voz baja mientras Jana volvía a llamarme.
Los ojos del vampiro se le habían vuelto a oscurecer.
-Júrame que no hay nada entre Lyle Herz y tú.
Presa del temor de vernos al descubierto, me puse de puntillas y besé a Derek con brusquedad. Su gruñido ronco resonó por todo mi cuerpo, encendiendo un cosquilleo en mi vientre; me obligué a separarme de él cuando el beso se tornó mucho más urgente y desesperado.
-No hay nada –juré, mirándole sin pestañear-. Nada.
Derek me soltó de su abrazo, creyendo en mis palabras, y yo le empujé hacia las ventanas del saloncito que daban a la entrada de la mansión. Era la única forma de sacarlo de allí sin que nadie pudiera descubrirlo, ya que Jana podría bajar de un momento a otro; el vampiro se resistió un poco cuando alcanzamos los ventanales y yo abrí uno de ellos apresuradamente.
Vi con horror cómo se llevaba una mano a uno de los bolsillos traseros del pantalón. ¡Como si tuviéramos tiempo!
-Quiero que lleves esto puesto el día de la boda –me pidió, mostrándome una cajita cuadrada de terciopelo negro.
Una cajita que no veía por primera vez. La cogí con las manos temblorosas, retrocediendo en el tiempo hasta llegar al día de la boda de Tiberius y Jana, cuando había terminado de arreglarme para la celebración y Derek había sacado aquella cosita de su maleta, mostrándome después la gargantilla que ocultaba en su interior.
Lo miré con duda.
-Ya sabes lo que significa esa joya para mi madre... y para mí. Fuiste la primera y única mujer en llevarla, Galatea.
«Ni siquiera Anna», pensé para mis adentros.
Derek pasó a mi lado con una media sonrisa y deslizó una pierna por encima del ventanal. Recordé que Derek había sido sincero, demasiado sincero aquella noche, y me sentí en la obligación de corresponderle del mismo modo; el pecho se me contrajo dolorosamente al pensar en lo sucedido en aquel claro del bosque.
Mi mano se lanzó hacia delante y detuvo al vampiro por la manga de la camisa que llevaba; Derek se giró por la cintura para mirarme con sorpresa.
Cogí aire.
-El acuerdo que tengo con el aquelarre Herz –empecé, con esfuerzo-. Cuando llegué aquí quise ganarme las cosas por mi propio mérito. Por eso mismo Lyle creyó que sería una buena idea...
Me frené, incapaz de continuar; Derek seguía mirándome fijamente, a la espera de que continuara hablando. ¿Cómo reaccionaría al saber que había sido yo la persona que había visto en aquel callejón?
La verdad empezó a quemarme dentro de mí, pugnando por salir.
-Fui yo a quien visteaquella noche en el callejón del Club Pole –confesé, bajando la miradaautomáticamente-. Soy la ejecutora del aquelarre Herz.
Jana Urbánková
De familia humilde, Jana vivió en las calles de Berlín poco tiempo después de que finalizara la Segunda Guerra Mundial. La menor de tres hermanos, y huérfana temprana de padre, Jana vio cómo su madre conseguía casarse de nuevo con un hombre que podría darles un futuro mejor.
Viudo también, el nuevo marido de su madre tenía un hijo de su primer matrimonio. Gustav, como así se llamaba su hermanastro, pronto sintió una enfermiza atracción por Jana; debido a que su familia intentaba recuperarse de las estrecheces que había tenido que pasar, todos los miembros debían trabajar para ello.
Sin embargo, como Jana era la menor, se quedaba en el hogar familiar para poner algo de orden y cuidar de que todo estuviera listo. Consumido por su oscuro deseo, Gustav aprovechaba esas largas horas que pasaba Jana sola para someterla a continuos abusos y, más tarde, violaciones.
Aterrada de lo que sucedería con su madre, además de las amenazas del propio Gustav sobre lo que le haría si decía una sola palabra, Jan tuvo que aguantar aquel trato durante un año. Las cosas llegaron lejos, sufriendo Jana un doloroso aborto mientras Gustav abusaba de ella en uno de los callejones que había cerca de la casa donde vivían.
Fue la intervención de Tiberius quien logró detener a Gustav, partiéndole el cuello de un simple chasquido, y se la llevó consigo.
La fascinación que sintió Jana por su salvador poco a poco fue desembocando en algo mucho más profundo.
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