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☽ | Chapter 42.


THE END?

[DEREK]

Tres meses más tarde.

Dejé escapar un prolongado suspiro mientras apagaba el ordenador. Había sido una jornada bastante dura tras haber tenido que discutir con Yolanda los crecientes problemas que habían empezado a aparecer con los aquelarres menores que convivían en Londres; había finalizado una videoconferencia con ganas de estrangular a la mujer, incapaz de entender cómo era posible que no viera los problemas que nos acarrearían a los cuatro aquelarres más poderosos que decidiéramos dejar que los menores intentaran arreglar sus diferencias entre ellos. Hasta el momento la cifra de vampiros que habían caído a causa de esas reyertas había ascendido a cinco; sería muy complicado seguir ocultándonos de los humanos por mucho más tiempo si esa cifra seguía ascendiendo.

Un grito femenino procedente de los jardines me alertó de que estaban allí. Hunter y Galatea adoraban dar paseos por allí y refugiarse en el cenador durante multitud de horas muertas; Bala había terminado de instruir a Galatea y ahora formaba parte de mi equipo de seguridad. La primera vez que se vieron obligados a acompañarme los tres a una importante reunión con el aquelarre Herz pensé que eso iba a desembocar en un infierno: a pesar de encontrarse con nosotros Bala y Étienne, sería la primera ocasión en la que nos encontraríamos Galatea y yo sin la agobiante presencia de Hunter pululando a nuestro alrededor. Sin embargo, ella se había limitado a cumplir con las órdenes de Bala y Étienne, ignorándome deliberadamente. O limitándose a responderme con monosílabas cuando era estrictamente necesario.

Alejé la silla del escritorio para poder observarlos a escondidas, como siempre hacía. Se había convertido en una enfermiza rutina de la que me costaba mucho desprenderme; mi familia había aceptado abiertamente a Galatea y Morticia parecía estar utilizando sus encantos para lograr que mi hermano y ella se comprometieran.

Galatea colgaba del hombro de Hunter como si fuera un simple fardo mientras ambos se reían abiertamente de algo que ellos dos sabían. Estaba llegando el verano y aquellos pocos días en los que podíamos salir sin problemas empezaban a escasear; Hunter me había pedido permiso para poder llevar a Galatea de nuevo a una pequeña casita que poseíamos en la costa. Yo aún no le había dado una respuesta.

La primera vez que decidieron hacer una escapada romántica fue después de que le insinuara a Hunter que ambos hacían demasiado ruido. No había podido evitar escucharlos y aquello me había sacado de quicio; llevaban casi tres meses de relación y aquel momento había llegado una noche de tormenta.

Y ahora tenía bastante claro por qué Hunter y Galatea querían hacer otra de sus escapadas románticas.

Aunque esperaba equivocarme.

-Derek, tenemos que repasar...

Me giré automáticamente, descubierto en mi fechoría, cuando Bala enarcó ambas cejas al verme pegado a la ventana. Llevaba una carpeta entre las manos y parecía entre confuso y apenado; había intentado hacerme hablar sobre por qué aquellos últimos tres meses me había comportado casi como un zombi, pero yo mantuve el pico cerrado.

Tampoco había que ser un genio para adivinar qué era lo que me sucedía.

Bala esbozó una sonrisa cargada de compañerismo y se sentó con cuidado en uno de los mullidos sillones que había en mi despacho; la carpeta la depositó en la mesita de café que había a su lado. Sus ojos negros estaban clavados en mí y yo me reprendí a mí mismo mi inconsciencia.

-Técnicamente puedes interrogarme por ella –rompió el silencio que se había instalado entre los dos desde que me había pillado con las manos en las cortinas, espiándolos-. Eres el líder del aquelarre y yo no podría negarme a contestar a todas tus preguntas, incluso las menos profesionales.

Le sostuve la mirada a mi amigo, agradeciéndole en silencio aquel capote que me estaba echando. Bala y Étienne compartían muchas horas con Galatea debido a que los tres habían pasado a formar un equipo; y quería creer que, debido a ello, entre ellos había nacido una amistad... Algo que pudiera seguir reteniendo a Galatea en el aquelarre.

Deirdre le había dado mi mensaje a Galatea, pero ella no había salido huyendo. Habían pasado ya tres meses y eso significaba que ella había encontrado su hueco allí junto a mi hermano; pero estaba contento de que hubiera logrado congeniar con otros miembros porque, en caso de que su bonita y tierna relación adolescente con mi hermano no funcionara, era posible que Galatea se mantuviera con nosotros debido a esos lazos afectivos que habían nacido entre ella y otros miembros que no eran Deirdre o Hunter.

Me dejé caer sobre otro sillón, frotándome la cara con ambas manos.

-Me tomaré ese gesto como que estás interesado en mi generosa oferta –continuó Bala, respondiéndose a sí mismo-. Supongo que ya sabes que es maravillosa y que da unas palizas que te duran varios días, Elek empieza a sentirte algo celosa de ella porque no paro de hablar de sus dotes. Pero tú ya has podido comprobar hasta dónde llegan sus habilidades como Viuda Negra; tendrías que ver cómo se le tensa el uniforme, marcándosele ese maravilloso culo y tetas que tiene –añadió en tono burlón.

Gruñí y escuché una risita por parte de mi amigo.

-Hace una semana, más o menos, los sorprendí escabulléndose de la mansión para ir a Londres los dos solos –me desveló Bala en un tono confidencial; cuando lo miré vi que me sonreía de manera pícara-. No pude negarme: Galatea había terminado su guardia y ambos querían pasar algo de tiempo fingiendo que eran una feliz pareja de adolescentes... Son irritantes y Elek ha empezado a quejarse de que estoy volviéndome un romántico y un blando; tengo un status que mantener, por favor.

Alcé la mirada definitivamente, clavándola en Bala. No estaba al tanto de las escapadas que hacían fuera de la mansión, ni siquiera sabía qué era lo que estaban haciendo a mis espaldas; noté calor dentro de mí al comprender que aquello no había trascendido y que Bala era el único que lo sabía de la mansión.

-No sé si sabrás que Hunter ha intentado enseñar a Galatea a conducir...

Sonreí de manera inconsciente. Las clases particulares de conducción habían sido el mes pasado, Hunter me había pedido permiso para poder hacerse con un coche para que Galatea pudiera usarlo mientras él le mostraba las directrices básicas en los terrenos de la mansión. Al parecer no habían salido tan bien como Hunter había pensado en un principio.

-Ella estrelló el coche contra uno de los árboles –completé yo.

Bala sonrió con diversión, asintiendo varias veces con la cabeza. Había podido ver el estado en el que había quedado el morro del vehículo cuando mi hermano me había contado todo lo que había pasado y yo no había podido evitar imaginarme siendo Hunter; mi hermano no perdió la oportunidad de sacar provecho de aquella anécdota para mortificarla durante varias semanas.

-Creí que Hunter iba a necesitar un mes entero para poder recuperarse después de que se arriesgara a ofrecerse como compañero de las sesiones físicas de Galatea –se mofó Bala, sacudiendo la cabeza ante los buenos recuerdos que debía haber tenido de aquel momento-. Le dio una buena paliza a modo de venganza.

-Galatea siempre ha sido una mujer de armas tomar –coincidí, haciendo memoria de cuando se había puesto aquel ridículo conjunto de lencería para conseguir que la sacara de aquella habitación; Galatea y sus absurdas, además de disparatadas, ideas.

-Bueno, también ha sido la única que ha tenido el valor necesario para plantarte cara –apuntó Bala sin maldad, simplemente constatando un hecho-. Mis costillas aún recuerdan la patada que me dio cuando la atrapamos en aquella estación de metro en Camden.

Ahora fui yo quien sacudió la cabeza, pero para alejar todo aquel torrente de recuerdos que estaban comenzando a explotarme como si fueran pompas de jabón; había sido un auténtico infierno conseguir reducirla para poder llevárnosla con nosotros a la mansión... mi garganta también recordaba perfectamente el golpe que me dio para deshacerse de mí y poder intentar huir.

O cuando empezó a amenazarme abiertamente en el sótano, mientras la manteníamos encadenada por seguridad.

-Siempre ha sido muy temperamental –comenté, deseando que Bala no continuara con ese tema.

Mi amigo alzó ambas cejas en un fingido gesto de inocencia.

-No sé a quién me recordará...

Intenté sonreírle, pero no pude. Galatea y yo teníamos caracteres muy similares, por lo que siempre terminábamos chocando; en cierto modo aquello me revitalizaba... el haber encontrado una persona con un temperamento tan afín al mío. En la mansión todo el mundo me temía o, simplemente, me guardaba las distancias debido a que yo era el líder.

A Galatea eso nunca le había importado.

No había tenido problema alguno en decirme lo que pensaba.

-Han pasado ya cinco meses, Derek –reanudó la conversación Bala, liberándome de mis pensamientos-. Cinco putos meses en los que te he visto hundirte lentamente como a una niñita al que le han partido el corazón. Solamente me falta descubrirte en ese maldito sofá, con una tarrina de helado gigante y llorando a moco tendido con alguna película cargada de drama...

Me arrellané en el sillón, incómodo por las palabras que me había dedicado mi amigo. No le faltaba razón, pues parecía que los papeles se habían invertido; yo era el que se encontraba destrozado anímicamente mientras ella estaba disfrutando de una bonita relación con mi hermano menor. ¿No tendría que ser al revés?

¿No tendría que haber pasado página ya?

No.

-Pero esto es algo que tú mismo te has buscado –continuó Bala-. Porque no eres capaz de tomar la decisión que tendrías que haber tomado hace ya tanto tiempo.

No dije nada sobre la idea que había rondado por mi cabeza los últimos días. Mi padre, seguramente por órdenes de Morticia, había empezado a presionarme sobre el tema que había apartado de mi vida desde hacía casi cinco meses; según mi padre, ya iba siendo hora de que diera un empujoncito a la idea de casarnos Anna y yo.

Mi prometida, por supuesto, se había mostrado más que encantada con la propuesta de mi padre.

Pero yo no.

-Tengo cosas que hacer –dije, levantándome del sillón-. Puedes dejar la carpeta ahí y ya le echaré un vistazo esta noche.

Bala asintió y ambos salimos del despacho. Mi amigo se dirigió a la habitación que habíamos destinado para contener todos los monitores de seguridad que controlaban la mansión y yo me dirigí al vestíbulo, buscando a alguien en concreto.

Como salida de la nada, mi hombro chocó violentamente con el hombro de Galatea. Se tambaleó con dos vasos vacíos con restos de sangre y yo la sujeté inconscientemente para que no terminara en el suelo; era la primera vez que la veía sin su guardaespaldas, y la primera vez que la tocaba.

Ella se soltó inmediatamente de mi agarre mientras me fulminaba con la mirada, seguramente dedicándome una encantadora lista de adjetivos e insultos mentalmente.

En ese encuentro vi la oportunidad que Hunter llevaba retrasando cerca de cinco meses; no pensaba desaprovecharla por nada del mundo.

-Necesito hablar contigo.

Galatea me contempló de la cabeza a los pies con un gesto cargado de desconfianza.

-No es un buen momento –se excusó.

Me crucé de brazos, conteniendo un resoplido.

-No te lo estoy pidiendo, Galatea –señalé-. Te lo estoy ordenando.

Ella puso los ojos en blanco.

-Oh, cierto, ¿cómo puede habérseme olvidado que me estoy dirigiendo al gran, y poderoso, líder del aquelarre Vanczák? –dijo en tono sarcástico.

La miré unos segundos, encajando aquel tono como un golpe bajo. Había esperado que me hablara con rabia, con enfado... con algún tipo de sentimiento que me demostrara que todavía seguía dolida por lo que había hecho; su tono se acercaba peligrosamente a los días en los que habíamos empezado a tolerarnos mutuamente.

Tuve miedo de que eso significara que había conseguido pasar página.

Tuve miedo de que las palabras de Deirdre se hubieran convertido en realidad.

-¿Quiere que lo hablemos aquí, en mitad del vestíbulo, amo? –inquirió ella con una expresión inquisitiva.

Su burla acrecentó mis miedos, haciéndome sentir inseguro.

Me aclaré la garganta y señalé con un gesto de cabeza el pasillo que conducía a mi despacho.

-Quizá en un sitio más privado.

Una humana apareció de la nada y Galatea le dio los vasos, dándole las gracias un segundo después; me siguió en silencio hasta la habitación y se dirigió hacia el sillón que había ocupado Bala como si se sintiera en su casa. Yo cerré la puerta y elegí el mismo que cuando me había reunido con el vampiro.

Galatea me observó de nuevo, a la espera de que le explicara por qué le había pedido (u ordenado) que habláramos los dos a solas.

-No tengo mucho tiempo, Hunter estará preguntándose dónde estoy –señaló Galatea con un tono de circunstancias.

Me recoloqué sobre el sillón y apoyé los codos sobre mis rodillas, contemplando fijamente a la vampira. Le había crecido demasiado el cabello y yo llevaba recogido en un improvisado moño; no llevaba en aquellos momentos las prendas que había hecho mención Bala, sino un pantalón corto y una blusa de tirantes.

-Seré breve –prometí.

Ella se inclinó hacia mí, curiosa.

-Necesito que seas sincera conmigo, Galatea –le pedí, notando un nudo en la garganta-. ¿Qué sucedió en el bosque la noche que murió mi hermano?

Fue como si hubiera pulsado un interruptor. El rostro de Galatea se ensombreció y dejó caer la espalda pesadamente contra el respaldo del sillón; empezó a morderse el labio inferior con nerviosismo y sus ojos azules rehuyeron inmediatamente mi mirada.

Había tocado un tema sensible y que todavía no había quedado olvidado de su mente, pero necesitaba una respuesta por su parte.

-Yo... yo no... no estoy preparada para hablar de esto –balbuceó.

-Por favor –insistí.

Sus ojos se clavaron en mí un segundo antes de volver a desviar su mirada.

-No es agradable –musitó-. Aún sigo teniendo pesadillas...

Me incliné hacia ella sobre el cojín del sillón. Apreté mis manos con fuerza, reprimiendo las ganas de alzar el brazo para tocarla de nuevo; Galatea parecía atemorizada por mi pregunta.

-Estoy pidiéndote un favor –le dije-. No tienes por qué entrar en detalles, simplemente...

Su mirada asustada se clavó en mi rostro y creí que iba a echarse a llorar de un momento a otro. Después soltó un profundo suspiro de derrota, dispuesta a concederme aquella petición.

-Wolfgang me atacó a mí en primer lugar cuando conseguimos dar con él en el bosque –relató con la voz temblorosa-. Me golpeé contra un tronco y quedé aturdida mientras Axel y Wolfgang se enfrentaban entre ellos... Yo no podía hacer nada, estaba ahí en el suelo casi sin energía debido al fuerte golpe que me había dado... Wolfgang era rápido y escurridizo –hizo una pausa donde soltó un gemido ahogado-. Lo pilló con la guardia baja... Le atravesó el pecho limpiamente... Y yo perdí el control...

Su voz se apagó y vi que sus manos se habían puesto pálidas de la fuerza que estaba haciendo para apretárselas contra el regazo; respiraba entrecortadamente y sus ojos se habían abierto desmesuradamente, con un brillo de miedo.

De terror.

Intenté acercarme a ella, pero Galatea alzó ambas manos y me frenó con ellas. Temblaba de pies a cabeza, sus pupilas se habían dilatado y era más que evidente que estaba atemorizada por algo.

-No me obligues a continuar –suplicó con voz débil-. Ya no puedo recordar más...

Me destrozó verla de ese modo y saber que ella jamás me permitiría acercarme para poder consolarla. Seguramente estaría deseando correr a los brazos de Hunter, la única persona que lograba hacerla sentir protegida de sus pesadillas.

-Está bien –cedí, intentando mostrarle que no iba a exigirle nada más-. Eso era todo lo que quería saber. Todo va a estar bien.

Y de nuevo tenía la sensación de haber pulsado un interruptor dentro de ella. Se irguió como si la hubiera golpeado físicamente, sus pupilas recuperaron su forma habitual y sus ojos me observaron con frialdad; me sorprendió aquel cambio de humor tan rápido que habían causado mis inocentes palabras.

Permití que se pusiera en pie y que me dedicara una mirada helada desde arriba. Supe que no debía detenerla.

-No tienes ni puta idea –me gruñó-. Tampoco necesito tu condescendencia.

Dejé que saliera del despacho aunque tenía ganas de perseguirla y tratar de conseguir su perdón.

Todavía tenía un asunto pendiente que resolver.

Apagué el cigarrillo que estaba fumándome apresuradamente cuando escuché unos pasos dirigiéndose hacia yo me encontraba escondido. Me quedé paralizado al comprobar que se trataba de mi hermano, y que no parecía encontrarse de humor; en la hora de la cena había visto cierta frialdad entre Hunter y Galatea, pero había decidido no hacerle mucho caso.

Era evidente que se trataba de algo gordo.

Salí de las sombras y le seguí en silencio. Hunter fue directo hacia el invernadero que había escondido al otro lado de la mansión, en la otra punta; nadie iba allí desde hacía mucho tiempo, ni siquiera sabía si mi hermano le había mostrado a Galatea ese rincón abandonado.

Entré en el enorme invernadero, buscándolo con la mirada. Debido al descuido y abandono, las plantas habían colonizado cada rincón de aquel lugar, dándole el aspecto de una jungla salvaje; me interné entre las plantas, divisando la espalda de mi hermano bajo un viejo sauce llorón.

-Hunter –le llamé.

Alzó la mirada inmediatamente y vi que tenía los ojos inyectados en sangre. Me aferré desesperadamente a mi parte de hermano mayor, tratando de ignorar aquella otra que no había dudado en aparecer para recordarme que podía haber habido una confrontación entre Galatea y Hunter; mi hermano no tenía buen aspecto y sus ojos no paraban de lanzarme dagas punzantes que no supe cómo interpretar.

-Vete de aquí –me espetó-. No quiero ver a nadie.

Ignoré sus palabras y seguí avanzando hasta dejarme caer frente a él. Tenía su camisa desabrochada y arremangada por las mangas; respiraba agitadamente, como si estuviera ahogándose.

-¿Qué ha pasado?

Entrecerró los ojos, dedicándome una mirada cargada de desdén.

-¿Por qué no me lo explicas tú, Derek? Porque debo ser el único idiota que no sabía nada... o que fingía no saberlo, vaya.

Miré a mi hermano en silencio.

-Cerré los ojos deliberadamente ante las evidencias, fingí que todas aquellas señales eran producto de mi imaginación –continuó Hunter, dolido-. Volqué mi frustración con Galatea y la herí con mi indiferencia; supongo que os di a ambos la excusa perfecta para no sentiros mal el uno con el otro. Dios, he estado tan ciego...

Alcé una mano para apoyarla sobre su hombro, pero me lo pensé mejor y la dejé caer de nuevo junto a mi costado. Entendía a qué venía aquel enfado de mi hermano menor, después de tanto tiempo viviendo con los ojos cerrados; pero aquello había pasado meses atrás, ahora Galatea se encontraba a su lado... ambos estaban perdidamente enamorados.

-Todo eso terminó –dije con un hilo de voz.

Sus ojos inyectados en sangre volvieron a clavarse en mí.

-Te la follaste, Derek –me acusó y yo recibí el golpe como bien pude-. Y no para marcarla, precisamente. Por eso mismo estaba contigo la noche que llamé: habíais estado juntos...

-Hunter, yo en ningún momento... -traté de excusarme.

-Esta tarde me lo ha contado todo, hermano –escupió el apelativo como si fuera un potente veneno-. Supongo que no ha podido seguir ocultándolo más después del tenso momento al que se ha visto sometida cuando le has pedido que le cuentes qué pasó en el bosque aquella noche. Estaba frenética.

Parpadeé con sorpresa.

-Me ha pedido que me marche con ella –suspiró entonces, hundiendo los hombros-. Que todavía podemos darnos una oportunidad... pero eso no es cierto. Nuestra relación se ha ido desgastando este último mes; estaba inquieta y yo había ido notando que no se encontraba al cien por cien.

Nos miramos fijamente y sentí el peso de sus acusaciones sobre mis hombros.

-Supe que algo iba terriblemente mal cuando me llamó por tu nombre –dejó escapar una carcajada hueca, pasándose las manos por su cabello oscuro-. Estábamos juntos cuando le escuché suspirar tu nombre; creí que había oído mal, no le hice caso... pero mis sospechas volvieron a cobrar fuerza –me miró fijamente, indagando en mis ojos de un color idéntico al suyo-. ¿La querías o era un encaprichamiento? Porque ahora entiendo a qué venía todo aquel número de reclamarla tú, argumentando que no querías exponerme a una decisión difícil.

Le sostuve la mirada, sabiendo que me encontraba contra la pared arrinconado y sin vía de escape.

-La quiero.

Los ojos de mi hermano se abrieron desmesuradamente, cogido por sorpresa ante la sinceridad de mis palabras. Por el hecho de que hubiera usado el presente y no el pasado.

-Pero ella te quiere a ti, Hunter –me obligué a añadir.

Mi hermano sacudió la cabeza.

-Sé que me quiere, pero no con tanta fuerza como a ti.

Bajé la mirada, avergonzado. Mis duras palabras, las mismas que había utilizado aquella noche, resonaron en mis oídos, recordándome lo ruin que había sido por miedo; yo había tenido una deuda con Anna, había puesto por encima de todo mis responsabilidades y había aprendido que no era feliz.

-Le he dicho que no puedo irme con ella –dijo entonces Hunter-. He intentado convencerla de que el aquelarre es nuestro sitio, pero Galatea no ha querido hacerme caso...

Me miró fijamente y con cara de circunstancias.

-Mi relación con Galatea ha sido real, sé que ella no ha hecho nada de manera forzada, Derek. Pero jamás habríamos podido ser felices porque ella te quiere demasiado; y yo la quiero demasiado que solamente quiero su felicidad... y la tuya también, Derek.

»Si de verdad la amas, si de verdad has estado sufriendo todos estos meses por ella, te levantarás e iras directo a su suite. La convencerás de que debe quedarse aquí, contigo. Le dirás que la quieres...

Obedecí como un resorte. Los ojos azules de Hunter se alzaron y me contemplaron con un brillo de abandono; mi hermano la seguía amando, pero Galatea no le amaba con la misma fuerza. Hunter me estaba dando la oportunidad de enmendar mis errores, sin guardarme rencor.

«Hunter es el único que realmente merece la pena.»

-Estaré en deuda contigo toda la eternidad, ¿lo sabes?

Me respondió con una media sonrisa.

-Vete ya de aquí, pesado.

Eché a correr hacia la mansión, saliendo del invernadero a toda prisa. Entré como un huracán al vestíbulo por las puertas acristaladas que daban a los jardines y subí las escaleras de dos en dos; jadeé con fuerza cuando tuve entre mis dedos el picaporte que llevaba a la suite que pertenecía a Galatea.

No dudé cuando abrí de golpe y me colé en su interior, asegurándome de cerrar la puerta a mi espalda; ella se encontraba en el dormitorio, metiendo algunas prendas de ropa en su vieja bolsa de viaje.

Levantó la vista nada más escucharme, abriendo los ojos de par en par.

-Derek –jadeó.

-No puedes irte –dije apresuradamente.

Ella me contempló como si fuera el mismísimo demonio.

-Sí tengo que irme –me contradijo, desviando la mirada hacia su equipaje.

Di un paso hacia ella y su cuerpo se tensó.

-Tu sitio está aquí, a mi lado –insistí.

Su rostro se ensombreció ante mis palabras, como si se hubiera sentido insultada.

-No lo entiendes, Derek. Es precisamente el aquelarre lo que me agobia tanto... yo necesito libertad. Necesito alejarme un tiempo.

Me sentí como si me hubiera golpeado. No quería quedarse en el aquelarre, tampoco quería tenerme cerca; Hunter me había asegurado que Galatea me quería, ¿entonces por qué me estaba pidiendo eso? ¿Por qué quería alejarse de mí?

-Pero aquí está Deirdre... Hunter –enumeré, con un nudo en la garganta, sintiéndome como un chiquillo de nuevo-. Yo.

Galatea frunció el ceño.

-¿Te ha enviado Hunter para que intentes detenerme? –me preguntó, recelosa-. ¿Vas a obligarme como líder del aquelarre?

-¡No! –exclamé, desesperado-. He venido aquí para decirte que siento haberte dicho todas esas cosas horribles en el despacho, que no las pensaba en realidad...

Galatea esbozó una sonrisa triste.

-Sé que hiciste todo eso porque no querías abandonar el aquelarre –hizo un gemidito ahogado parecido a un sollozo-. Todos los Vanczák estáis atrapados a esta mansión... estáis unidos a este aquelarre...

-Son mi familia –esgrimí, alzando cada vez más la voz.

-¡Pero yo no siento que sea la mía! –casi gritó, al borde del llanto.

Solamente había visto a Galatea al borde del colapso en dos ocasiones. Era una mujer que le gustaba guardar bajo llave sus sentimientos y que estuviera a punto de echarse a llorar significaba que la situación se estaba desbordando para ella.

-Me iré contigo –dije irreflexivamente-. Abandonaré el aquelarre por ti.

Galatea me miró muda de sorpresa.

El silencio nos envolvió, a la espera de que ella me diera su respuesta.

-No –respondió con un tono bajo-. Eso sería injusto para ti porque tú estás cómodo en la posición de líder, Derek. Si lo abandonaras ahora, por mí, a la larga esa decisión haría que me odiaras en el futuro.

Crucé la distancia que nos separaba y sostuve su rostro entre mis manos, sorprendiéndome de que no me apartara de un golpe; sus ojos azules me contemplaban con temor. Le acaricié las mejillas con ternura.

-Elígeme a mí, Galatea –le supliqué.

Al ver que no me apartaba, incliné mi rostro hacia el suyo, besándola con cuidado en los labios, esperando que aquello consiguiera demostrarle que estaba dispuesto a hacerlo; que jamás la odiaría por eso. No después de haber estado planeando huir de Londres con ella.

-Por favor –dije contra sus labios-. Elígeme a mí.

-No, Derek –respondió con aplomo, luego se separó de mí-. Me elijo a mí. Necesito tiempo y distancia para poder pensar en todo lo que ha sucedido... para poder poner en orden todo lo que siento.

Quitó con cuidado mis manos de su rostro y regresó de nuevo hacia su bolsa de viaje. Yo me había quedado entumecido por su negativa, por el hecho de que decidiera marcharse sola; escuché el sonido de la cremallera cerrándose y mis ojos se encontraron con los de Galatea.

Había llegado el momento de la despedida y yo notaba que no me salían las palabras debido al duro golpe que había recibido al no ser elegido. Dios, había creído que terminaríamos juntos... que me daría una oportunidad como había hecho con Hunter aquella noche, después de que yo le había dicho aquellas duras palabras.

-Lo siento mucho –se disculpó cuando pasó a mi lado.

La sujeté por la muñeca de manera inconsciente.

-¿Nos volveremos a ver alguna vez? –conseguí articular con esfuerzo.

Los ojos de Galatea estaban húmedos.

-No lo sé, Derek –reconoció en voz baja, temblándole.

Mis dedos fueron soltándose poco a poco de su muñeca hasta liberarla y ella me miró con aspecto compungido, dando media vuelta y dirigiéndose con paso lento hacia la puerta. A cada paso que daba, notaba cómo iba desgarrándome por dentro, consciente de que era muy posible que aquella fuera la última vez que nos estuviéramos viéndonos.

Galatea miró por encima de su hombro antes de salir, con las primeras lágrimas de sangre desbordándose por sus ojos azules.

Después la puerta se cerró y yo me quedé solo.

T O B E C O N T I N U E D...

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