☽ | Chapter 40. [02]
BIENVENIDOS AL INFIERNO
[PARTE 2. DEREK]
Con la inestimable ayuda de Akito y sus vampiros conseguimos reducir a los hombres que había traído consigo Wolfgang Herz para llevar a cabo su emboscada; los vampiros de Akito se encargaron de dejar a algunos con vida, tal y como había ordenado su líder.
Los habíamos dejado maniatados en el salón de bailes y nos habíamos volcado con los heridos... además de hacer un recuento de los caídos.
El recuerdo del ataque a Anna se repetía en mi cabeza, especialmente cuando aquella daga que había portado el vampiro había sido incrustada en su menudo cuerpo; me había lanzado hacia ella de manera inconsciente y la había sostenido mientras su sangre manchaba mis manos.
Cuatro vampiros habían muerto en aquel cruento ataque.
Dos pertenecientes al aquelarre de Akito.
Los dos restantes formaban parte de mi familia.
Daniel.
Othilie.
Nombres que siempre iba a acompañarme, convirtiéndose en piedras con las que tendría que cargar el resto de la eternidad.
Había visto a Morticia abalanzarse sobre el cadáver de su gemela, con el rostro cubierto por la sangre de nuestros enemigos y la suya propia que derramaba en forma de lágrimas; mi padre había intentado separarla de Othilie, pero Morticia había apretado el cadáver de su gemela contra sí, como si temiera que alguien pudiera arrebatárselo.
Alguien llamó a la puerta y le di permiso para que entrara al despacho... el despacho que usaba el líder del aquelarre.
Todavía no había ni rastro de Axel, Galatea y Wolfgang; ninguno de ellos se encontraba en el salón de bailes.
-Hemos subido a Anna a su habitación –fue lo primero que me dijo Bala al poner un pie dentro de la habitación-. Las armas que portaban los vampiros llevaban hierro... aunque no en una cantidad mortal para nosotros.
Al ver que yo no hablaba, añadió:
-Está grave, pero sobrevivirá.
Solté el aire que había estado conteniendo, a la espera de que Bala me diera aquellas mismas noticias sobre el estado de Anna. Aún recordaba cómo sus ojos oscuros me habían contemplado, sonriéndome con amabilidad y preguntándome si se iba a morir por fin; me odiaba a mí mismo por todo el daño que le había causado... por haber hecho que se convirtiera en esa mujer.
Miré fijamente a Bala, pero la puerta del despacho se abrió de golpe y Gábor entró sin pedir permiso. Sus ropas estaban destrozadas y todavía no se había limpiado la sangre del rostro; se había encargado de intentar llevar a cabo un interrogatorio con los vampiros a los que habíamos decidido mantenerlos con vida para saber qué era lo que había sucedido.
-Hunter los ha encontrado –dijo, mirándome fijamente-. Lo siento...
Me aferré con fuerza al escritorio al notar un leve temblor en mis piernas al creer comprender qué era lo que me había dicho Gábor. Pero aquello no era posible, me negaba a creer que Galatea estuviera muerta... o Axel.
Era posible que nuestra relación hubiera cambiado, transformándose en algo horrible, pero Axel seguía siendo mi hermano.
-Attila y Randall han traído los cadáveres –la voz le tembló en ese punto-. Hemos dejado uno de ellos en el salón para que tu padre...
Un agudo sollozo femenino hizo que nos calláramos de golpe. De haber tenido a mi corazón latiendo aún, en aquel momento me hubiera dado un vuelco al reconocer a la persona que había dejado escapar ese destrozado sonido; me obligué a quedarme tras el escritorio cuando Hunter apareció en el despacho, ayudando a Galatea a moverse.
Estaba cubierta de sangre de pies a cabeza, además de tener su pelo negro completamente enredado. Me di cuenta que no paraba de rascarse la mano que tenía cubierta de sangre, como si fuera un tic nervioso.
Los ojos azules de Galatea se abrieron de par en par cuando me vio allí, parapetado tras la mesa y reunido con Gábor y Bala. Miré a mi hermano menor y vi que estaba haciendo un gran esfuerzo por mantenerse entero; le pasaba un brazo por encima de sus menudos hombros y la mantenía pegada a su cuerpo, protegiéndola.
Que Galatea estuviera viva significaba...
-Lo intenté –dijo entonces ella, con un hilo de voz-. Te juro que intenté detenerlo... pero no pude...
Miré a los vampiros quienes, a su vez, contemplaban a Galatea con una mezcla de pena y cansancio. Ella apenas era capaz de mantenerse en pie, por lo que Hunter la guió con cuidado hacia uno de los sofás, pidiéndole en voz baja que tomara asiento y no hiciera esfuerzos innecesarios.
No era ciego y había visto desde el principio que el interés que sentía Hunter por Galatea iba más allá que una simple amistad.
Todas mis teorías estaban siendo confirmadas a cada segundo que pasaba observándolos a ambos.
-Me gustaría tener unas palabras a solas con ella –dije, pero mi tono destilaba que aquello no era una simple petición.
Bala y Gábor no dudaron ni un segundo en dirigirse hacia la puerta, pero no mi hermano.
-Derek, quizá...
-Quiero hablar con ella –repetí, inflexible.
Hunter terminó por bajar la mirada y seguir los pasos de los dos vampiros, que ya habían salido del despacho.
No me moví hasta que no escuché el chasquido de la puerta al cerrarse. Galatea alzó tímidamente la mirada en mi dirección y yo mantuve una expresión indescifrable; las cosas habían cambiado en aquellas pocas horas y era necesario que dejara un par de asuntos claros.
-Estás destrozada –dije, intentando que no se me notara lo mucho que me había afectado verla así-. No voy a obligarte a que me cuentes lo que ha sucedido en el bosque, pero tengo que saberlo.
Recordé la primera vez que la vi, en aquel callejón con la cara aplastada contra la pared de ese edificio; había habido algo en ella que me había llamado la atención desde el principio, quizá por aquel sentido del humor tan ácido que siempre usaba cuando quería protegerse a sí misma. En aquel momento sentí un cosquilleo por todo mi cuerpo... el mismo cosquilleo que tenía cuando se presentaba ante mí un desafío.
La Galatea que tenía ante mí estaba apagada, con la mirada perdida y con aspecto de encontrarse desorientada. Me obligué a mantenerme a una distancia prudente de ella, respetando su espacio personal.
Se instaló entre nosotros un pesado silencio. Había empezado a conocer bastante bien a Galatea y sabía que ella tenía cosas que decir, cosas que le estaban pasando factura a cada segundo que pasaba; sus ojos azules estaban opacos, como si no estuviera viéndome realmente. Como si estuviera viendo a través de mí.
-¿Anna está...? –su pregunta, el hecho de que fuera incapaz de terminarla, me puso en alerta.
Ella había estado allí, en el salón, cuando el vampiro de Wolfgang había atacado a Anna.
Ella lo había visto todo y luego se había desvanecido junto a mi hermano.
Cogí aire de manera abrupta y Galatea parpadeó con lentitud, enfocando su mirada hacia mí. Sus ojos azules se oscurecieron y empezó a ponerse rígida, sumida en sus propios pensamientos.
-Ha... sobrevivido –respondí-. Randall consiguió que la herida no fuera a peor.
Empezó a formárseme un nudo en la garganta ante la posibilidad de que Anna hubiera formado parte de aquellos nombres de las personas que habían muerto en aquella sangrienta locura ideada por Wolfgang Herz.
Galatea entrecerró los ojos y apretó las manos en su regazo, despertando del entumecimiento que la había tenido dormida desde que Hunter la había encontrado y la había traído hasta aquí.
Se puso en pie y se giró hacia mí, respetando el espacio que nos separaba. Un ligero rubor plateado cubría sus mejillas y un extraño brillo había aparecido en sus ojos; estaba apretando las mandíbulas con fuerza.
-Abandonaste la mansión –dijo entonces, mirándome con sospecha-. Pero no entraste en más detalles.
Alcé la barbilla.
-Me marché de aquí porque la situación se estaba volviendo insostenible –repuse, irguiéndome-. No tenía pensado volver porque era un peligro para mí, porque Axel no habría dudado ni un segundo en deshacerse de mí por temor a que pudiera quitarle su recién adquirido puesto.
Pensar en mi hermano, caer en la cuenta de que Axel se había ido para siempre, me afectó más de lo que había querido reconocer. A pesar de cómo habíamos terminado, en esos momentos no podía evitar sacar a flote aquellos recuerdos de mi pasado; rememoré al Axel niño que se había encargado de mí y que me había cuidado cuando había llegado a nuestras vidas Hunter.
Axel siempre había estado a mi lado, siempre había cuidado de mí. Casi había sido como un segundo padre.
Hasta que nuestro padre había decidido cederme a mí el puesto de líder dentro del aquelarre.
Fue entonces cuando todo se desmoronó y perdí a Axel.
Ahora lo había perdido para siempre.
-No tenías pensado volver –repitió Galatea, con un leve tono burlón-. ¿Qué iba a ser entonces de la pobre Anna?
Nos miramos fijamente y entonces entendí el camino que estaba llevando aquella conversación. Solté un suspiro.
-¿Por qué no hablamos claramente, Galatea? –le pedí.
Ella se cruzó de brazos y me observó con total desdén.
-Eso tendrías que hacerlo tú, Derek –me acusó-. Porque, evidentemente, me has estado ocultando cosas.
Enarqué ambas cejas.
-¿He sido yo la persona que te ha estado ocultando cosas? –repliqué con un tono acusatorio-. Creo recordarte que tú tenías varios secretos... ¿O no?
El sonrojo de ella se hizo más evidente y apretó sus puños con fuerza. Estaba conteniéndose a sí misma, controlando su temperamento, el peor enemigo de los neófitos.
El peor enemigo de Galatea.
-Te dije quién era mi creador –esgrimió con tirantez.
Mis hombros se sacudieron en una risa silenciosa.
-Después de que mi hermano dijera que les había tendido una emboscada –apostillé, con un odioso tono de superioridad-. Ambos somos conscientes de que, de no haber sucedido eso, jamás me lo habrías dicho.
Galatea me dedicó una desdeñosa sonrisa, admitiéndolo en parte.
Había tenido que rescatarla de las garras de un vampiro llamado Kenneth, el neófito que había estado sembrando el caos en Londres con aquellos sangrientos asesinatos, que la había arrinconado en aquel callejón para que me dijera quién era en realidad ese vampiro; pero no me había dicho nada más. Intenté que me confesara quién había sido su creador, pero ella se cerró en banda.
Ambos habíamos ocultado demasiadas cosas.
Aún seguíamos haciéndolo.
-Me estás pidiendo sinceridad –comprendí y algo se me encogió dentro del pecho-. Te advierto que no va a ser agradable.
Galatea cogió aire, irguiéndose e ignorando mi aviso sobre lo que estaba a punto de contarle. Lo que estaba a punto de hacernos a ambos.
-No he roto mi compromiso con Anna –dije, consciente de la mueca que puso al escucharme. Me obligué a continuar hablando-. Sigue en pie y no tengo ninguna intención de romperlo.
El rostro de Galatea se había convertido en una máscara de inexpresividad, pero sus ojos resplandecían de ira. Abría y cerraba los puños pegados a sus costados, controlando así sus instintos a abalanzarse sobre mí.
-Nunca ha habido un nosotros, Galatea –continué, ignorando el malestar que me había embargado al seguir con todo aquello-. Y tampoco tengo intención de que lo haya en un futuro.
Ella dejó escapar un sonido estrangulado y yo me humedecí los labios, animándome a mí mismo a continuar.
-Fuiste un pasatiempo... un desafío.
No intenté defenderme cuando ella se abalanzó hacia mí para darme un fuerte empujón en el pecho. La observé con impasibilidad y la sostuve por las muñecas cuando trató de empujarme de nuevo; había conseguido liberar a la Galatea descontrolada, esa misma que le había costado tan caro en multitud de ocasiones...
Sus ojos azules me abrasaban y me estaba mostrando sus colmillos abiertamente, demostrándome que estaba deseando hundirlos en mi cuello para desgarrarlo. Para descargar toda su rabia contra mí.
Para devolverme todo el dolor que mis palabras le habían causado.
-Eres un maldito cobarde, Derek Vanczák –me escupió con resentimiento-. Estás atrapado en tus propios miedos... en tus propios errores del pasado. Tienes miedo de deshacerte de ellos y no quieres arriesgarte. No mereces la pena –añadió, mirándome con desagrado-. Pero tengo que concederte algo que me dijiste hace tiempo: el único que merece la pena es Hunter.
Acusé sus palabras con estoicismo, consciente de que aquella era la mejor decisión que había tomado. Que nos haría bien a ambos.
Pero uno de mis mayores fallos era mi egoísmo.
-Nunca he dicho lo contrario, Galatea.
Le solté las muñecas cuando ella dio un brusco tirón; no la detuve cuando dio media vuelta para salir del despacho.
Pero yo no había terminado aún. Necesitaba asegurarme ese último golpe para que Galatea no tuviera dudas.
-El acuerdo al que llegamos en casa de Herz sigue en pie –le recordé, intentando sonar con frialdad-. Un año dentro del aquelarre para que puedas recuperar tu libertad.
Se detuvo con la mano en el picaporte y me dirigió una mirada de mal disimulado odio.
-Al contrario que tú, maldito hijo de puta, soy una mujer de palabra.
Abandonó el despacho dando un fuerte portazo y yo me permití desplomarme sobre el sofá, frotándome la cara para eliminar el picor que había aparecido en mis ojos.
Una mano se apoyó en mi hombro y yo miré a la persona que había entrado a escondidas a mi despacho. Sus ojos oscuros me contemplaban con una mezcla de censura y desaprobación. Quise echarme a reír.
-Lo has oído todo –adiviné.
Bala bufó y se dejó caer a mi lado, pasándose una mano por el pelo.
-No te entiendo, Derek –me dijo con sinceridad-. ¿En qué cojones estabas pensando?
Aparté las manos de mi rostro y solté un prolongado suspiro.
-Quiero hacer las cosas bien –fue lo único que respondí.
Por el rabillo del ojo vi que Bala enarcaba ambas cejas, desconcertado por mis palabras... por lo que había escuchado y que había demostrado que podía llegar a ser peor que mi propio padre.
-Hace dos días estabas diciéndome que le ibas a pedir que os marcharais lejos de Londres –me recordó dolorosamente mi amigo-. Ayer mismo me dijiste que lo tenías todo planeado para que os pudierais marchar, que ibas a convencerla de que abandonara su venganza.
Entrecerré los ojos.
-Las cosas han cambiado en estas últimas horas –apunté con un tono cansado-. Hace un par de horas mi hermano seguía vivo y estaba obligándome a que le ayudara con la ejecución pública de Galatea; ahora Axel está muerto y mi padre va a devolverme de nuevo el aquelarre.
-Y Galatea te odia –añadió Bala.
Asentí.
-Es lo mejor para ambos –expliqué, intentando convencernos a ambos-. Yo no podría... no podría darle lo que ella quiere.
-Porque no te atreves a dar el paso que tendrías que haber dado hace ya tanto tiempo –comprendió entonces mi amigo, pasándose de nuevo la mano por el pelo-. Porque no quieres romper tu compromiso con Anna.
Nos quedamos en silencio. Un molesto zumbido parecía haberse instalado en mis oídos y yo quería creer que era debido a la multitud de insultos que debía estar dedicándome en aquellos precisos instantes.
-Sigo sin entenderte –rompió el silencio Bala, pensativo-. Tenías intenciones de fugarte con Galatea, y aún continuar con tu compromiso con Anna. No tiene sentido.
-Iba a marcharme fuera de Londres –contesté-. No tenía la responsabilidad de hacerme cargo del aquelarre... era libre. No tendría que ver nunca a más ni a Axel ni a Anna, ni tendría que recordar mis errores.
-Entonces, todo esto es porque vuelves a ser el líder del aquelarre –comprendió el vampiro, mirándome con lástima-. Porque tu padre cree que Anna es tu compañera perfecta para ayudarte como esposa.
Bajé la cabeza hasta que mi barbilla se apoyó contra mi pecho.
-Mi padre jamás aceptaría que rompiera mi compromiso después de tanto tiempo, como yo tampoco puedo hacerlo después de todo lo que le he quitado a Anna –reflexioné, con un nudo en la garganta-. Es mi penitencia, un error con el que tendré que cargar toda mi vida. Estoy atrapado.
Bala entrecerró los ojos, pensativo.
-Quizá tú y Galatea...
Enarqué una ceja.
-¿Galatea y yo qué?
Bala se encogió de hombros, casi disculpándose por lo que estaba a punto de decirme.
-Podríais haber estado juntos si no hubieras decidido quedar como un cabrón.
Me eché a reír con amargura.
-Sigo comprometido con Anna –le recordé con frialdad-. La única forma de que hubiéramos estado juntos era habiéndole pedido que se convirtiera en mi... amante. Eso no es justo para ella, Bala; tarde o temprano nos habría destruido a ambos y Galatea hubiera terminado odiándome de todas formas.
Bala me dio un par de palmadas en el hombro, compadeciéndose de mí.
-Espero que algún día estés preparado para darte cuenta que no le debes nada a Anna, que ella tomó su propia decisión aquel día y que lo único que hace es manipularte porque no es capaz de comprender que lo vuestro ya no existe –me deseó, hablando de todo corazón-. Este compromiso es tóxico para ambos y no solamente estáis haciéndoos daño a vosotros mismos, Derek; has herido a más personas con ello.
Estaba refiriéndose a Galatea, pero yo fingí que no sabía nada. Bala había hablado conmigo en multitud de ocasiones de ese mismo tema, al igual que Étienne; ellos no eran capaces de comprender que tenía una deuda con Anna y que el compromiso, e inminente futura boda, era la única forma de intentar recompensarla por todo el daño que le había causado.
Sin mí, Anna estaría sola y llevaba demasiado tiempo fuera de Florencia para poder regresar a su hogar después de tantos años.
Me aclaré la garganta.
-Quiero que Galatea entre en el equipo de seguridad –declaré, evitando deliberadamente la mirada de sorpresa que tenía Bala al escucharme-. Étienne y tú podríais encargaros de su entrenamiento.
Bala se echó a reír entre dientes, llamando mi atención.
-No tenías por qué habérmelo pedido –se explicó, con una sonrisa divertida-. Tenía pensado enrolarla después de haberla visto apuntándome con una pistola. Era tan jodidamente sexy que pensé que iba a empalmarme allí mismo –hizo una pausa, estudiando mi reacción-. Lo hablé con Étienne, fue él quien dijo que sería una buena idea, pero que tendrías que ser tú quien dijera la última palabra.
Sonreí con desgana, divertido por el sentido de humor que tenía mi amigo. Bala se puso en pie y me contempló en silencio, como si estuviera pensando en algo; sus ojos negros estaban fijos en mí con un extraño brillo en el fondo de ellos.
-¿Estás enamorado de Anna? –me preguntó repentinamente, sonando casi ansioso.
Lo miré con confusión.
-No, no amo a Anna –respondí sin dudas.
Bala exhaló con alivio.
-Lo siento, quería asegurarme de que no descubrías sorpresivamente y de manera repentina que aún seguías enamorado de ella –se excusó, encogiéndose de hombros-. Hubiera sido extraño.
Me obligué a sonreír.
-Nunca estuve enamorado de Anna y eso es algo que nunca cambiará.
Bala cabeceó y su rostro se puso serio.
-Ahora que hemos terminado de hablar de sentimentalismos, es momento de que nos pongamos con temas mucho más duros –hizo una pausa de efecto, preparándome para lo que estaba a punto de decirme-. He visto los cadáveres... uno y lo que quedaba del otro –especificó.
Lo miré con renovado interés.
-Axel murió de un golpe en el pecho –me relató Bala, adoptando un aire profesional-. Wolfgang no tuvo tanta suerte...
Galatea no me había dicho ni una sola palabra sobre lo que había sucedido en aquel bosque y yo ya no estaba seguro de poder hacerla hablar... al menos conmigo, claro está. Lo único que querría de mí ella sería destrozarme.
-He estado hablando con Gábor sobre lo que podría haber pasado –continuó mi amigo, consciente de que estaba tocando un tema demasiado sensible y reciente; pero como nuevo líder del aquelarre, yo debía ser capaz de hacerle frente. Es lo que se me exigía... aunque fuera hablar sobre la muerte de mi propio hermano-. Solamente son teorías, Derek, pero creemos que el responsable de la muerte de Axel fue Wolfgang Herz... y que Galatea se encargó de Wolfgang.
Bala se detuvo unos segundos para tragar saliva.
-El cadáver de Herz estaba destrozado, Derek –me confió, bajando el tono de voz como si temiera que alguien más pudiera escucharnos-. Era como si alguna criatura se hubiera ensañado con él y se hubiera divertido abriéndole en canal y sacando sus vísceras.
-Quemad el cadáver y enviadle al aquelarre Herz las cenizas –ordené-. Que nadie más lo vea y, si alguno de los miembros del aquelarre Herz tiene alguna duda, envíalo directamente a mí.
Bala asintió con solemnidad.
-Salgamos de aquí –dije entonces-. Quiero saber si Akito ha conseguido sacar algo de todos esos vampiros.
Seguí a Bala fuera del despacho y ambos nos encaminamos hacia el salón de bailes. Teníamos que deshacernos de muchos cadáveres y teníamos que preparar a los nuestros para la despedida; no giré la cabeza para contemplar la sangre humana que cubría el suelo del vestíbulo, me limité al mirar al frente.
Mis ojos se detuvieron en la pareja que formaban Hunter y Galatea. Ella había regresado al salón después de nuestra discusión en el despacho y mi hermano no había perdido el tiempo para poder estar cerca; no era estúpido, había sido consciente aquella noche del beso que ambos habían compartido en la puerta de la habitación de Hunter y había prestado más atención desde aquel momento a aquellos dos, sabiendo que había algo que ninguno de ellos se había atrevido a decirlo en voz alta.
Apreté los puños cuando vi a Hunter coger a Galatea por la barbilla, acercando su rostro al de ella y fundiéndose en un tierno beso. Bala me dio un discreto golpe en las costillas y me obligué a desviar la mirada, dirigiéndome directamente hacia donde mi padre me esperaba.
Morticia debía haber convencido a mi padre para que alguien sacara de allí el cadáver de su hermana gemela para poder velar por ella en la soledad, pudiendo dejar salir su dolor en la intimidad.
Ferenc Vanczák se apartó lentamente, mostrándome el cadáver de Axel. El estómago se me tensó cuando vi a mi hermano tendido en el suelo, con un enorme agujero en el pecho; su rostro tenía una expresión de paz que me desconcertó. ¿Habría permitido mi hermano que Wolfgang Herz diera el golpe que había acabado con su vida?
Miré de manera involuntaria al rincón donde Galatea se ocultaba en el cuerpo de Hunter, quien trataba de consolarla.
Mi hermano alzó la mirada y ambos nos quedamos mirándonos fijamente. ¿Estaría triste por la muerte de Axel o la felicidad de haberla recuperado, de tenerla entre sus brazos, eclipsaría cualquier otro sentimiento?
-Y bien, Derek –me interrumpió la voz de mi padre, obligándome a desviar de nuevo la mirada; Ferenc Vanczák me contemplaba con respeto, con el mismo respeto que se debía mirar a tu superior-. ¿Cuál va a ser tu primera decisión como líder del aquelarre?
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