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☽ | Chapter 39.

LAS GUERRAS CON COMIDA NUNCA ACABAN BIEN

Derek aceptó con algo de incomodidad mi torpe intento de hacer las paces. Había conseguido tragarme mi propio orgullo para mejorar las cosas con el vampiro tras su confesión; sabía que estaba haciendo lo correcto, que aquel paso estaba dándolo en la buena dirección.

El vampiro encendió la tele mientras yo hacía de tripas corazón y empezaba a hablar de cómo había pasado aquellos momentos junto a mi padre; le conté anécdotas de manera inconsciente al mismo tiempo que nos dirigíamos hacia la cocina y Derek se encargaba de sacar de uno de los armarios un sobre de palomitas. Yo saqué del frigorífico una botella de Coca-Cola, sin parar de hablar con intención de romper el bloque de hielo que se había creado entre nosotros tras el duro momento que habíamos pasado en el coche.

Dejé a Derek al encargo de hacer las palomitas y yo regresé al salón con la botella bajo el brazo y un par de vasos de cristal; el vaso que había utilizado Derek para beber sangre estaba vacío, mientras que el mío aún tenía parte del contenido intacto.

No pude evitar preguntarme qué estaría haciendo mi padre en aquellos precisos instantes. Antes de que apareciera Derek y Kenneth, sucumbí a la tentación de acercarme a casa sin que nadie que pudiera reconocerme me viera; allí contemplé a mi madre derrumbarse en mi dormitorio y a la sombra de mi padre sentado en el sofá, inmóvil con una lata de cerveza en la mano. Noté un pinchazo en el pecho al rememorar a mi padre, con los ojos vidriosos clavados en la pantalla del televisor.

Coloqué con cuidado la botella encima de la mesita auxiliar y cogí los vasos llenos de sangre, llevándolos a la cocina; Derek se encontraba vigilando atentamente la bolsa de palomitas que había metido dentro del microondas, dándome la espalda. Vacié el contenido de mi vaso por el desagüe y aclaré ambos antes de volver al sofá.

Cambié de canal hasta que di con el que retransmitía el partido y esperé pacientemente a que Derek se reuniera conmigo.

Contemplé el bol de palomitas que traía consigo y olfateé el aire discretamente, intentando averiguar si se le habían quemado. Derek enarcó una ceja al pillarme y yo me apresuré a desviar la mirada e inclinarme hacia la mesita auxiliar para servirme un vaso de Coca-Cola.

-Temías que las hubiera carbonizado –dijo Derek junto a mi oído, sobresaltándome.

Di un brinco sobre el sofá, casi desbordando toda la bebida. Me giré hacia él con un gesto de enfado, esperando que aquello significara que Derek había decidido perdonarme que me hubiera escapado del apartamento y que me hubiera expuesto ante los vampiros que me perseguían.

-No había tenido el placer de conocer a ningún vampiro que fuera bueno en la cocina y que tuviera un sustancioso servicio de humanos a su completa disposición para evitar usar sus dotes culinarias... –repuse.

Derek dejó el bol de las palomitas en la mesita auxiliar con una sonrisa de superioridad al verme echarle una ojeada. Cogí mi vaso y le di un sorbo a la bebida, notando cómo las burbujas me picaban en la garganta; el vampiro se colocó en el extremo opuesto del sofá, apoyando las piernas indolentemente en la mesita de auxiliar y centrando toda su atención en la pantalla de la televisión.

Lo miré de refilón durante unos largos minutos, sin prestarle ninguna atención al partido. Había colocado uno de los cojines sobre mi regazo, apretándolo entre mis manos debido a la forma en la que transcurrían los segundos sin que Derek hiciera amago de entablar conversación conmigo; me recordé con enfado que simplemente le había pedido si podíamos ver el partido juntos, y que el vampiro no estaba en la obligación de dirigirme la palabra en lo que duraba el partido.

Me encogí en mi sitio, en el otro extremo del sofá, y pegué aún más el cojín contra mi pecho. No pude evitar comparar la situación con una cita que tuve con Thomas Jerry, un chico que Rose había insistido en que parecía muy simpático, donde terminamos en su casa viendo una película... cada uno en un extremo del sofá como si tuviéramos algún tipo de enfermedad contagiosa; no pasamos de ese punto aquella tarde, ni ninguna otra más porque me negué en rotundo cuando Rose propuso una segunda cita.

Mordisqueé distraídamente el interior de mi mejilla derecha mientras me obligaba a concentrarme en el partido, aunque no podía evitar sentirme algo estúpida. El silencio había regresado para hacer acto de presencia y la única conversación que estaba manteniéndose salía de la televisión, entre los dos comentaristas.

Espié a Derek por el rabillo del ojo y vi que seguía en la misma posición: con las piernas sobre la mesita auxiliar y los brazos cruzados, con sus ojos azules fijos en la pantalla de la televisión. Como si realmente estuviera prestándole atención.

Mi mente vagó ante la falta de interés de mi compañero, sacando a flote las ocasiones en las que me reunía con mi padre en el salón de mi casa, con nuestra mesita auxiliar llena de todo tipo de aperitivos y llevando nuestras respectivas camisetas de nuestro equipo; mi madre siempre prefería quedarse en la cocina o en su dormitorio, ya que no compartía nuestra pasión por aquel deporte. Sin embargo, y cuando creía que nadie la veía, se quedaba en el umbral de la puerta que conducía al salón y nos contemplaba mientras mi padre y yo no parábamos de gritar cosas a la pantalla de la televisión y mi padre, además, lanzaba parte de lo que tuviera entre las manos en señal de protesta.

Desvié la mirada hacia el bol que nadie había tocado de la mesita auxiliar con un nudo en la garganta. Quizá, después de todo, haberle pedido aquello a Derek no había sido una buena idea.

-El Chelsea es un equipo pésimo –escuché que decía Derek, sin desviar la mirada del plasma de la televisión-. Apuesto la mitad de mi herencia a que acaban la primera parte del partido con dos goles en contra, y eso es ser demasiado suave con ellos.

Respiré hondo, instándome a no perder los papeles porque ese inepto que, obviamente, no tenía idea de fútbol estuviera metiéndose abiertamente con mi equipo. Estrujé entre mis manos el cojín, imaginando que era el propio cuello del vampiro.

-Entonces tienes que sentirte bastante identificado con ellos, Derek –respondí, sin poderlo evitar.

Algo impactó contra mi mejilla y mis ojos se giraron rápidamente hacia Derek. El vampiro tenía una pequeña munición de palomitas en la mano y me miraba con una expresión socarrona; fruncí el ceño ante su gesto de superioridad y palpé el sofá hasta que mis dedos se encontraron con el proyectil que Derek me había lanzado.

Una palomita.

En un abrir y cerrar de ojos tenía en mi puño una generosa cantidad de palomitas y Derek todavía me sonreía de manera inocente; no le devolví la sonrisa, como tampoco le pregunté por qué estaba comportándose como un crío: sin apartar la mirada ni un segundo le lancé lo que tenía en la mano. Las palomitas le golpearon de lleno en el rostro y ambos nos pusimos en pie de un brinco, listos para la confrontación.

Derek sacudió su cabeza para eliminar los restos que pudieran habérsele podido quedar pegados y alcé la barbilla, desafiante.

-Te gusta jugar duro –ronroneó.

Procuré no hacer caso alguno al escalofrío que me recorrió todo el cuerpo cuando le escuché pronunciar las palabras «jugar» y «duro» con aquel tono de voz; apreté los puños junto a mis costados y le dediqué una sonrisa de suficiencia.

En un parpadeo lo tenía frente a mí y, un segundo después, Derek vaciaba todo el contenido del bol sobre mi cabeza, regándome con todas las palomitas; tanteé en el aire hasta que mis dedos se cerraron en el cuello de la botella de plástico. El vampiro estaba saboreando su «victoria» de haberme volcado todo aquel bol, así que no me costó mucho tirarle toda la bebida por encima, marcándome el punto de la victoria.

Quise grabar en mi memoria la imagen de Derek Vanczák chorreando Coca-Cola y no pude contener una sonrisita. El partido seguía en la pantalla de la televisión, pero ninguno de los dos le estábamos prestando atención; teníamos entre manos una importante guerra donde nos jugábamos más que en aquel campo de fútbol.

Por el rabillo del ojo vi el brazo de Derek acercándose peligrosamente al vaso que había dejado sobre la mesita auxiliar y lo retuve a duras penas cuando intentó volcármelo a modo de venganza por mi anterior movimiento; sus ojos azules estaban clavados en mí mientras la Coca-Cola seguía resbalándole por las mejillas, dándole la apariencia de que estuviera llorando.

Nos mantuvimos la mirada, yo haciendo fuerza para evitar que Derek consiguiera su objetivo de bañarme también en Coca-Cola, hasta que sentí algo que se me enroscaba en el tobillo y tiraba de mí, haciéndome perder el equilibrio. Agarré de manera inconsciente la camiseta que llevaba Derek para que cayera conmigo y el vampiro logró echarme por encima de la cabeza el vaso antes de que mi espalda rebotara contra el sofá y el enorme cuerpo de Derek encima de mí me hiciera soltar un resoplido.

El líquido había conseguido empaparme de pies a cabeza, dejándome una sensación pegajosa y con las fosas nasales embotadas debido al fuerte aroma que desprendía la Coca-Cola.

La escena habría resultado de lo más cómica si yo hubiera estado viéndolo todo desde fuera, no como parte del espectáculo y con Derek encima de mí. Ah, el sueño de toda chica... Tener un vampiro, ¡y no un vampiro cualquiera, sino un vampiro que con un simple movimiento era capaz de hacer que dieras por perdida tu ropa interior!, barnizado de Coca-Cola encima de ti, provocando que tú estuvieras mucho más pegajosa.

Le fulminé con la mirada mientras mi cabecita calculaba la distancia que había entre nuestros rostros, además de preguntarse a sí misma si sus labios sabrían a Coca-Cola. Me hubiera gustado abofetearme por la maraña de pensamientos contradictorios que tenía de Derek, pero tenía problemas más acuciantes: el cuerpo de Derek, al completo, presionaba el mío y me hacía sentir bastante incómoda.

Básicamente porque no era la primera vez que estábamos así... y en aquella ocasión fue en otras circunstancias.

Derek frunció el ceño, como si estuviera con la cabeza en otra parte. Yo me removí bajo su cuerpo, empeorando aún más la situación; abrí los ojos de par en par cuando el vampiro exhaló el aire bruscamente, apretando después los dientes.

Mi odiosa parte oscura resurgió de sus cenizas, susurrándome al oído que yo no era la única que me ponía nerviosa... que podía devolverle todas las bromas que había hecho a mi costa; apoyé los codos en el sofá para impulsarme y acercarme hasta el oído de Derek, quien parecía haberse convertido en una estatua de piedra.

Relamí mi labio inferior, sonriendo internamente.

-Respira, Derek –intenté imitar su ronroneo-. No voy a morderte.

El vampiro desvió la mirada y vi que parecía haberse recuperado de la sorpresa inicial. Su rostro seguía estando mortalmente serio, pero sus labios se habían elevado por las comisuras un poco; di un brinco cuando una de sus manos se apoyó de manera calculada en el hueso de mi cadera.

Giró un poco la cabeza hasta acercar su boca a mi oído.

-Quizá yo sí, Caperucita.

Me salió una risa nerviosa ante su broma, aunque lo cierto es que toda mi valentía se había esfumado. Hacía tiempo que era incapaz de seguirle el juego a Derek; hacía tiempo que su simple contacto servía para nublarme la mente y provocar que la garganta se me quedara seca; hacía tiempo que habíamos cruzado un límite que había logrado cambiar mi perspectiva.

Estaba inmóvil bajo el cuerpo de Derek mientras su pulgar había conseguido colarse por el dobladillo de la camiseta que llevaba y estaba trazando círculos sobre el hueso de mi cadera, tentándome.

Negar lo evidente era agotador.

-Vaya, abuelita, qué ojos más grandes tienes –me mofé, armándome de valor para seguir adelante.

Derek sonrió con maldad y sacudió la cabeza, divertido. Sus iris parecieron oscurecerse cuando se inclinó un poco más hacia mí.

-Son para verte mejor, Caperucita.

Me mordí el labio inferior, sabiendo que ambos estábamos empapados en Coca-Cola seca que había conseguido adquirir una textura pegajosa contra nuestra piel; qué romántico resultaba la idea de seguir adelante con aquel aspecto y olor tan dulzón.

Alcé una mano y bordeé el labio inferior de Derek, levantándole levemente el superior para ver sus colmillos.

-Y qué dientes...

Aparté los dedos automáticamente cuando Derek estiró sus labios en una amplia y oscura sonrisa. El vientre se me contrajo dolorosamente al ver a cámara lenta acercar su rostro al mío hasta que nuestros labios se rozaron, aunque no unieron.

Aún era capaz de sentir contra los míos la sonrisa del vampiro.

-Apestas a Coca-Cola, Galatea –dijo.

Sus inesperadas palabras me sacaron del trance de encontrarme a tan solo unos milímetros de besarlo. Parpadeé para despejarme y regresar a la realidad: tenía a Derek encima de mí, habíamos estado a punto de besarnos y el vampiro había decidido detenerse antes de que las cosas se nos hubieran ido de las manos.

Contuve un suspiro de decepción y procuré que Derek no fuera consciente de ello.

Todo mi cuerpo se quedó en tensión cuando el vampiro acarició con su nariz mi pómulo... Luego sentí algo húmedo recorriendo mi mejilla; me aparté de golpe, mirando a Derek de par en par mientras se relamía los labios con una expresión socarrona.

De nuevo era él quien mantenía el control de la situación.

-Ve a darte una ducha, Galatea –me recomendó, quitándose de encima de mí.

Yo quedé apoyada sobre mis codos, mirando a Derek como si fuera boba. El vampiro se palpó con cuidado su pelo y rostro, con una mueca de exasperación al comprobar que él también estaba lleno de aquel líquido oscuro y pegajoso que le había volcado por la cabeza; me deslicé por el sofá sin dedicarle un minuto más de mi atención a Derek y salí directa al cuarto de baño.

Antes de encerrarme pasé por el dormitorio para coger una muda de ropa limpia. Cerré la puerta a mi espalda y dejé la pila de ropas que había cogido de mi vieja maleta sobre la encimera del lavamanos; abrí la mampara de cristal del enorme cubículo que formaba la ducha y giré los grifos para que empezara a salir el agua caliente.

Pasé los dedos por los mechones de mi cabello, poniendo muecas cuando se enredaba en algunas zonas que se habían quedado pegajosas. Miré mi reflejo y comprobé que mi camiseta era la que peor había salido parada; pellizqué el dobladillo de la prenda, sacándomela por la cabeza y lanzándola a la pila del lavamanos.

El vapor del agua caliente había empañado las mamparas de la ducha, además de empezar a cubrir la superficie del espejo; terminé de desnudarme y me encerré en el cubículo de cristal.

Me puse bajo el chorro del agua caliente y froté con fruición mi cabello, aún con la sensación de que tenía Coca-Cola en el pelo... que aún estaba pegajoso. De manera inconsciente empecé a tararear por lo bajo I'm in love with a monster, subiendo cada vez más el volumen conforme pasaban los segundos; intenté centrarme en la canción para evitar pensar en lo que había sucedido en el salón tras nuestra peculiar batalla de comida.

Hundí mis manos con más fuerza entre mis mechones hasta hacerme daño, deseando eliminar esos pensamientos de mi cabeza... intentando eliminar cualquier contacto de Derek sobre mi piel. Deirdre tenía razón: no era capaz de afrontar los problemas cara a cara; me gustaba escudarme en los chascarrillos y los sarcasmos, intentando alejar la atención de lo principal. Pasé a eliminar la sustancia pegajosa de todo mi cuerpo, acelerando mis movimientos hasta hacerme daño.

Una vez estuve segura que no había ni rastro de Coca-Cola sobre mi piel y que había dejado de oler como si me hubiera revolcado en azúcar, cerré los grifos y salí de la ducha; no vi nada con lo que poder secarme, por lo que no dudé en encontrarlo por mí misma.

Saqué una toalla de uno de los armarios que había bajo el lavamanos y la extendí en el aire. Era lo suficientemente larga como para cubrirme sin problemas, por lo que me la enrosqué sobre el pecho y me dirigí hacia la pila de ropa nueva que había traído conmigo desde el dormitorio; rebusqué entre las prendas, sin encontrar una muda de ropa interior.

Bufé de indignación, cogiendo las prendas para regresar al dormitorio y poder cambiarme allí. Asomé la cara al pasillo, comprobando que no hubiera moros en la costa, y salí corriendo hacia el dormitorio, aferrándome con fuerza la toalla para evitar que pudiera escurrírseme.

Dejé la pila de ropa encima de la cama y me dirigí hacia donde estaba mi bolsa de viaje, rebuscando en su interior hasta dar con un conjunto limpio de ropa interior; me di la vuelta y choqué frontalmente contra el duro pecho de Derek. Me castañearon los dientes por semejante golpe y mi mano salió disparada hacia el borde de la toalla para afianzarla contra mi pecho.

Los ojos de Derek me recorrieron de pies a cabeza con una sonrisita de suficiencia.

-¿Te gusta lo que ves? –le espeté de malas formas, molesta por su continuo escrutinio.

Su sonrisa no titubeó ante me arranque de enfado, parecía complacido.

-¿Me golpearás si te digo la verdad? –dijo en respuesta.

Intenté alejarme, pero su mano me detuvo al agarrarme por el brazo.

-Voy a golpearte de todas formas si no me sueltas –le advertí.

-Me gustaría verte intentándolo –su tono sonó a desafío.

Estaba intentando ponerme otra vez a prueba.

Le lancé un puñetazo a la cara sin pensármelo dos veces, pero Derek consiguió pararlo justo a tiempo; ahora me tenía atrapada con sus manos y ya no había nada que reforzara mi toalla. Si Derek hacía un movimiento o me obligaba a darlo a mí... bueno, la prenda podría terminar en el suelo.

Derek me regaló otra de sus sonrisas cargadas de superioridad, como si desde el primer momento hubiera sabido el resultado final.

Junté las cejas en un gesto de evidente enfado.

-Te odio, Derek –escupí.

Derek acercó su rostro al mío y yo me olvidé de respirar... o de fingir que lo hacía.

-No sabes lo que me pone oírte decir eso.

Tiré de mis brazos, pero el agarre del vampiro se mantuvo ahí.

-Te odio –repetí con seguridad.

Me sonrió con chulería antes de presionar sus labios contra los míos. Intenté alejarlo de mí, pero Derek aún me mantenía firmemente sujeta por ambos brazos y era como intentar mover una piedra.

Su lengua recorrió la fuerte línea de mis labios antes de separarse de mí para lanzarme una divertida mirada, enarcando ambas cejas.

-Te odio.

Derek volvió a besarme y las rodillas comenzaron a temblarme cuando sus dedos acariciaron la línea de la toalla, deteniéndose en el nudo que había hecho para que no se me cayera; nos miramos fijamente durante unos segundos y le permití que se deshiciera de ella mientras yo le sacaba la camiseta por la cabeza.

Bien, llegados a este punto, ¡a la mierda la coherencia!

La toalla había acabado a mis pies y tenía ante mí el escultural pecho de Derek. Tragué saliva y subí la mirada hacia sus ojos azules; siempre me habían fascinado que los Vanczák tuvieran esa bonita tonalidad y verlos desde tan cerca... Un escalofrío me recorrió la columna vertebral al rescatar algunos momentos de aquella noche, en la casa de huéspedes de Wolfgang Herz.

Acaricié con cuidado su esternón hasta llegar a su garganta, donde pude notar cómo tragaba saliva. No apartamos la mirada el uno del otro mientras Derek terminaba de desnudarse y me abrazaba para besarme de nuevo; siguió la curva de mi espalda, con sus labios bajando por mi mandíbula en dirección a mi cuello.

Le hundí las uñas en sus hombros cuando empezó a mordisquearme la piel, pasando después la lengua por ese mismo punto que había mordido. Aún seguíamos de pie, los dos pegados el uno al otro y yo no estaba segura de poder sostenerme por mucho más tiempo; intenté imitar sus movimientos, aspirando el aroma que desprendía Derek y que lanzó una descarga por todo mi cuerpo, como si éste lo reconociera.

Nos quedamos así, simplemente besándonos, un buen rato hasta que las manos de Derek fueron descendiendo de forma lenta y sugerente hacia mis muslos; no pude evitar ponerme nerviosa, ya que mi experiencia en ese aspecto de la vida era prácticamente nulo. Sin embargo, Derek...

Jadeé con fuerza cuando me acarició, haciendo círculos con el pulgar. Dejé caer la cabeza contra su hombro mientras le permitía que hiciera conmigo lo que quisiera; mi respiración se había agitado y lo único que resonaba en la habitación eran mis jadeos ahogados.

El brazo de Derek rodeó el bajo de mis rodillas y me alzó en volandas, obligándome a bajar la cabeza para besarlo de nuevo. Mis labios habían comenzado a dolerme debido a las succiones y mordiscos por parte de Derek, los de él también parecían encontrarse algo hinchados.

Derek me depositó con cuidado en el colchón y se colocó entre mis piernas, apoyando todo el peso de su cuerpo en los brazos; cogí su rostro entre mis manos y tiré de él para que volviera a bajarlo hacia mí. Me acarició con la nariz y yo no pude evitar sonrojarme ante la ternura de ese movimiento.

Cogí aire de manera inconsciente cuando Derek me tomó del muslo para abrir más mis piernas y poder situarse mejor; nos miramos fijamente mientras el vampiro se deslizaba lentamente en mi interior. Escuché a Derek aspirar el aire bruscamente antes de esconder su rostro en la curva de mi cuello; sus labios lo acariciaron con cuidado y yo cerré los ojos con fuerza cuando empezó a moverse lentamente.

Jadeé al sentir las manos de Derek sobre mi cuerpo, recorriéndolo con cuidado y erizando todo mi vello mientras seguía dentro de mí. El sonido de su respiración llegaba justo a mi oído, aumentando más mi excitación; en un impulso, me incliné hacia su pecho y le mordí, asegurándome de sacar los colmillos, sobre su pectoral izquierdo. Marcándolo.

Noté a Derek aumentar el ritmo, al igual que sus jadeos, que se mezclaban con los míos. Agarré las sábanas con fuerza y arqueé la espalda, intentando elevar mis caderas un poco ante las embestidas de Derek, quien parecía encontrarse al límite. Su pelvis chocaba contra la mía, intentando llegar hasta el fondo.

Cerré los ojos, apretando los dientes para contener un gemido.

-Mírame, Galatea –exhaló Derek.

Abrí los ojos, tal y como me había ordenado, y entonces lo supe.

Supe que estaba perdidamente enamorada de Derek Vanczák.

Supe que ese amor nos iba a destruir a ambos.

Pero... en aquel momento no me importó lo más mínimo.

El insistente sonido de algo vibrando cerca de mí consiguió que abriera definitivamente los ojos. Recorrí con la mirada todo el dormitorio, encontrándome yo sola, con las sábanas enroscadas en mi cuerpo desnudo y con el hueco que había ocupado Derek completamente vacío; pasé la mano por el colchón, intentando averiguar cuándo se había marchado de allí.

La vibración seguía llegándome desde algún punto de la habitación y decidí centrarme en encontrar qué era lo que hacía ese condenado ruido que había logrado despertarme; cerca de mi lado de la cama se encontraba la ropa esparcida de Derek y casi tenía la certeza de que era de ese montón de ropa de donde procedía la vibración.

Salí de la cama sin importar el hecho de que no llevaba absolutamente nada y me dirigí directa a las prendas desperdigadas que pertenecían a Derek; lancé una mirada por encima de mi hombro desnudo antes de empezar a rebuscar entre ellas, deteniéndome en sus pantalones.

El sonido procedía de uno de sus bolsillos.

Saqué el teléfono de Derek y leí el nombre de la pantalla con un nudo en el estómago, además de un sabor amargo en la boca. Sostuve el aparato entre mis manos unos instantes, dudando entre contestar o no.

La llamada finalizó antes de que tuviera tiempo de decidir qué hacer y yo me quedé con el móvil todavía entre las manos, contemplando el registro de llamadas de la misma persona que había recibido desde los últimos quince minutos.

Di un respingo cuando el móvil arrancó a vibrar de nuevo, mostrándome el mismo nombre que había llamado antes. ¿Qué debía hacer? Podía fingir que no había escuchado nada y devolver el teléfono a su sitio; me metería en la cama y cerraría los ojos, olvidándome del asunto.

¿Y si le había pasado algo? Todas aquellas llamadas no podían significar nada bueno, tenía que haber sucedido algo grave.

Deslicé el dedo sobre la pantalla táctil y tragué saliva mientras me lo llevaba a la oreja.

-¿Derek? –escuché decir al otro lado de la línea. Respiraba agitadamente y se escuchaba ruido de fondo, como si estuviera en algún sitio como una discoteca.

Cogí aire antes de responder.

-No, Hunter, no soy Derek.

Cerré los ojos, como si así fuera más fácil para mí afrontar lo que se me avecinaba. Hunter dejó escapar un sonido de sorpresa, parecido a una exclamación; escucharle después de tanto tiempo, después de cómo se encontraba nuestra relación, fue como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.

-Galatea –suspiró y yo apreté los dientes hasta hacerme daño-. Gala, ¿cómo es que...? ¿Dónde está mi hermano?

Me odié a mí misma en aquel momento. La relación de Derek con Axel estaba rota, lo único que le quedaba era su hermano menor; el vampiro me había dicho que habían tenido una pequeña discusión por mi culpa.

Yo no quería empeorar aún más su situación.

Ninguno de los dos se lo merecía.

-Nos hemos encontrado por casualidad cuando yo huía de un vampiro que intentaba deshacerse de mí –le expliqué, tergiversando la verdad-. Derek me ha salvado la vida y me ha ofrecido un sitio donde poder quedarme...

Escuché cómo se rompía algo y unos gritos tras Hunter, lo que hizo que empezara a respirar agitadamente; Hunter masculló algo por lo bajo y dejó escapar un gemido, como si algo le hubiera golpeado.

-¡Tienes que convencer a mi hermano de que regrese a la mansión! –me gritó Hunter desde el otro lado con desesperación-. Axel no ha podido verlo... no creía que pudiera hacernos eso en nuestra propia casa...

No encontraba ningún sentido a sus palabras, a sus frases inconexas. Que hubiera mencionado a su hermano mayor no podía significar nada bueno; como tampoco que me hubiera pedido que hiciera regresar a Derek a la mansión.

-Hunter, ¿qué...? –intenté preguntarle, con la voz temblándome.

Tenía miedo.

-Wolfgang Herz –dijo con esfuerzo, pero yo lo escuché perfectamente-. Una... emboscada.

Hunter dejó escapar un alarido de dolor que me reventó el tímpano y la llamada se cortó.

Miré la pantalla oscura del móvil, todavía sin creerme lo que Hunter me había dicho. Sin embargo, el vampiro no había perdido el tiempo en continuar con su plan de venganza; se me calló el móvil de las manos y me abalancé hacia mi bolsa de viaje, sacando prendas al azar y vistiéndome apresuradamente.

Eché a correr hacia fuera del dormitorio con una única idea en mente: encontrar a Derek. Lo vi salir del baño, vestido únicamente con una toalla; llevaba el pelo húmedo y la piel seguía estando un poco mojada después de haberse dado una ducha. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al verme aparecer con esa pinta de desquiciada.

Lo sujeté con fuerza por los brazos mientras Derek me ayudaba a mantenerme en pie, preocupado por mi estado tan alterado.

-¡Tenemos que volver! –grité, notando mis ojos húmedos.

Los dedos de Derek se clavaron en mi carne.

-¿Volver adónde, Galatea?

Jadeé con esfuerzo, con la sensación de que mi garganta se estaba cerrando y que no podía respirar.

-A la mansión –dije, tragando saliva-. Tenemos que volver.

Derek frunció el ceño.

-Sabes que no puedo regresar. Ese sitio es un peligro para ambos.

-¡Tu familia corre peligro! –resollé, aguantando las lágrimas a duras penas-. Wolfgang ha lanzado un ataque contra la mansión...

Su ceño se frunció aún más.

-¡Hunter te ha llamado por teléfono y no he podido evitar cogérselo! –le expliqué apresuradamente-. Cada segundo que pasamos aquí, tu familia está más cerca de caer bajo las garras de Herz.

-No... no logro entenderlo –murmuró Derek-. Mi padre y él son amigos.

Me mordí el labio inferior, dubitativa.

-Os quiere fuera de juego, Derek –le confesé, notando cómo iba abriéndose una brecha a mis pies-. Por eso mismo me transformó y trató de convencerme para que colaborara contra vosotros: para poder desgastar al aquelarre hasta que él decidiera que había llegado el momento de darle el golpe de gracia.

Derek pestañeó con confusión.

-Wolfgang Herz es mi creador.

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