Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

☽ | Chapter 37.

QUERIDO DIARIO (II): CREO QUE ME ESTOY VOLVIENDO LOCA

Esperé unos minutos a levantarme y regresar al interior del apartamento. Fui directa hacia la puerta de entrada y traté inútilmente de abrirla; tal y como había sospechado, además de oírlo, Derek había decidido dejarme encerrada por si acaso se me pasaba por la cabeza salir del apartamento... para huir.

Derek me había propuesto que confiáramos el uno en el otro, pero no parecía estar muy dispuesto a cumplir con su palabra.

Zarandeé con rabia la maldita puerta antes de dar media vuelta para dirigirme hacia el dormitorio. Mi bolsa de viaje seguía donde Derek la había dejado y yo me pregunté si debía deshacerla o no; el vampiro no me había dicho cuánto tiempo estaríamos allí, simplemente me había convencido de que no podría quedarme en el bloque por si acaso Wolfgang decidía enviar a más de sus hombres para terminar con el trabajo que Kenneth no había podido.

Volví a sentarme en la cama, contemplando la habitación con el ceño fruncido. Alejé de mi cabeza cualquier pensamiento que tuviera alguna relación con Anna y me centré en la historia de los padres de Derek. Debía reconocer que estaba impresionada por el hecho de que Ferenc Vanczák hubiera decidido hacerse cargo del bebé cuando Ravenna le confesó que estaba embarazada, y tenía que concederle que hubiera protegido a sus tres hijos tanto tiempo... aplazando el momento de su transformación hasta que no le había sido posible.

Caí de espaldas sobre el colchón, rebotando. Necesitaba pensar en otra cosa que no fuera a Derek echando la llave al marcharse, encerrándome en el apartamento para evitar que yo pudiera salir huyendo; retrocedí hasta que llegué hasta la almohada y me acomodé en ella, soltando un hondo suspiro.

Los párpados empezaron a pesarme, señal de que no había podido descansar mucho a pesar de que Derek me había obligado a caer en un profundo sueño; un escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando las imágenes de mi pesadilla pasaron a toda velocidad tras mis párpados cerrados.

Tenía que acabar con Wolfgang Herz antes de que el vampiro hiciera realidad aquellas pesadillas.

Alguien me zarandeó con suavidad por el hombro, haciendo que todo mi cuerpo se quedara congelado por el contacto.

-Estás babeando.

Las sorpresivas, e insultantes, palabras de Derek provocaron que el entumecimiento inicial por su contacto fuera sustituido por una llamarada de indignación ante las bonitas y tiernas palabras que me había dedicado para terminar de despejarme; abrí los ojos de golpe y me topé con el pecho de Derek frente a mí.

El vampiro aún mantenía una mano sobre mi hombro, sin importarle lo más mínimo que pudiera arrancársela de un mordisco ante su osadía. Le di un golpecito de intenciones en el antebrazo para que apartara su mano de mi hombro y él la retiró inmediatamente; me froté los ojos para eliminar las últimas brumas de sueño y me deslicé por la cama hasta quedar sentada.

-¿Qué hora es? –pregunté con la voz pastosa.

Derek le echó un vistazo al reloj que llevaba en la muñeca.

-Llevas durmiendo siete horas –me informó-. No he querido despertarte cuando he llegado...

Me froté de nuevo los ojos.

-He traído sangre y algo de comida –siguió Derek, alejándose un poco de la cama.

Lo miré con curiosidad y ahogué un bostezo.

-Muy amable –dije en voz baja.

Una parte de mí, la más problemática, me gritaba al oído que buscara trifulca con Derek por haberme encerrado dentro del apartamento, saltándose así nuestro compromiso de confiar el uno en el otro; me mordí el interior de la mejilla, resistiéndome a la multitud de comentarios que podría hacer para desatar la ira de Derek y la mía propia.

Me levanté finalmente de la cama y salí del dormitorio. Había anochecido y por las ventanas abiertas de la terraza se colaban los sonidos que procedían de la calle. En la cocina, el vampiro se había encargado de rellenar sustanciosamente los armarios y el interior del frigorífico, dejándome completamente alucinada.

-Hay un cajón especial en el frigorífico donde he guardado las bolsas de sangre –me indicó Derek a mi espalda.

No tardé mucho en dar con él, así que lo abrí con decisión y me quedé boquiabierta al ver que Derek no había dudado en hacerse con una generosa cantidad de bolsas de todos los tipos sanguíneos; metí la mano en su interior y los revolví hasta dar con uno que había en el fondo.

-¿Dónde has conseguido todo esto? –pregunté.

Hunter también me había mostrado que en la mansión guardaban una gran cantidad de sangre humana embolsada. Sin embargo, al verme en la calle... yo no había sabido bien cómo conseguirla, así que había decidido ir directa a la fuente: los propios humanos. Cambié la bolsa de sangre de una mano a otra, recordando a Hunter y en cómo el vampiro me había ignorado los días anteriores a que fuera expulsada de manera definitiva del aquelarre.

-La comida humana de un supermercado, obviamente –se burló Derek-. La sangre... digamos que tengo mis propios proveedores.

Fruncí el ceño.

-¿Y quiénes son esos «proveedores»? –presioné.

Me giré hasta quedar cara a cara con el vampiro, que había apoyado los codos en la encimera de la cocina y me contemplaba con una expresión estudiadamente indiferente. Sus ojos azules estaban fijos en la bolsa que tenía entre las manos.

-¿Por qué quieres saberlo? –respondió con otra pregunta.

Tuve que apartar la mirada para poder indagar en los armarios que había en la cocina para encontrar un vaso en el que poder volcar la bolsa de sangre. Derek no se había quejado aún, por lo que estaría deseando que bebiera aquella bolsa para mantener a raya los síntomas de debilidad que había mostrado cuando la herida del estómago no se había curado inmediatamente.

Tras encontrarme con una despensa llena de distintas marcas de cereal y otra donde había latas de conserva, di con el armario indicado; cogí un vaso alargado y abrí con los dientes la bolsa de sangre, volcándola en el interior del vaso.

Pensé en preguntarle a Derek si debía calentarla o no, pero al final no me molesté: cogí el vaso entre mis manos y me lo llevé a los labios para darle un largo sorbo, ganando algo de tiempo antes de replicarle al vampiro.

-Para el futuro –respondí con simplicidad.

Derek enarcó una ceja, sin entender por dónde iba.

-Es evidente que esto –empecé, balanceando el vaso- es mucho más cómodo que estar arrastrando a mis víctimas a callejones oscuros y beber directamente de ellos.

Derek apretó los labios y sospeché que era para refrenar una sonrisa... aunque no sabía qué tipo de sonrisa.

-¿Y no es divertido hacerlo? –hizo una pausa al ver mi gesto mosqueado-. Los tipos que llevan todo este negocio no son buenos, Galatea; son demasiado peligrosos.

Alcé ambas cejas debido a la sorpresa de que creyera que sus palabras podían hacerme cambiar de opinión... o que las compartiera.

-Siempre podré preguntarle a Robert –dije intencionadamente, refiriéndome al vampiro que llevaba aquel local exclusivo para nuestra raza en los muelles-. Estará encantado de responder a cualquier duda... que me surja.

Pestañeé en un intento de coqueteo para acompañar a mis palabras, haciendo que Derek frunciera el ceño ante mis intenciones de picarlo.

-El mercado negro no es un sitio para ti –repuso, haciendo un aspaviento con la mano-. Incluso aunque seas una neófita con muy malas pulgas.

Le saqué la lengua y volví a centrarme en mi vaso lleno de sangre. Estaba helada debido a la temperatura del frigorífico, y casi me sentía como si estuviera tomándome un mísero zumo de tomate; sin embargo, notaba que me sentía mucho más despejada y cargada de energías. Recordé lo que había dicho Derek sobre el extraño vínculo que existía entre ambos y que funcionaba cuando estábamos cerca; me centré en tratar de encontrarlo, en comprobar que yo también podía hacerlo... que no era unilateral e injusto a favor de Derek.

Arrugué la frente en un gesto de concentración y le di la espalda a Derek deliberadamente para que no se burlara de mí, como llevaba haciendo desde que había regresado al apartamento; me humedecí los labios, consciente de que todavía no habíamos llegado a las manos. Derek se había comportado como siempre, intentando tomarme el pelo... pero aún no había sido tan cruel.

Lo achaqué a que estaba intentando ceñirse a nuestro acuerdo y que estaba haciendo un esfuerzo por mantener a raya sus comentarios incendiarios, los mismos que conseguirían hacer pedazos nuestra tregua.

-¿No tienes hambre? –preguntó Derek a mi espalda, todavía apoyado en la encimera.

Lo miré por encima de mi hombro.

-Todavía eres capaz de saborear comida y aún la necesitas –señaló inteligentemente.

Quizá por ello, mientras estaba en la mansión, Derek se había encargado de enviarme puntualmente bandejas llenas de comida, acompañadas siempre por un enorme vaso relleno hasta el borde de sangre. ¿Hasta cuándo duraría mi conversión completa en vampiro? Era como si estuviera atrapada en una transición continua entre los restos de humanidad que todavía quedaban en mí y mi paso final hasta ser una vampira completa.

-¿Vas a cocinarme tú? –repliqué, molesta por mis propios pensamientos.

Derek sonrió socarronamente.

-¿Crees que no soy capaz de hacerlo? –me desafió, hinchando el pecho cómicamente.

¿Quién era ese vampiro que tenía delante de mí y qué había hecho con el auténtico Derek? Vacié de un rápido sorbo lo que quedaba de sangre dentro del vaso y me apresuré a enjuagarlo, desviando la mirada de Derek y permitiéndome recuperar algo de aliento después de... ¿de qué, exactamente? El vampiro se había estado comportando conmigo desde que me había convencido para que abandonara el bloque de apartamentos destartalado en el que había estado viviendo antes y después de haberme topado con la familia Vanczák.

Solté un chillido involuntario cuando me vi atrapada entre los brazos de Derek y la encimera que había a mi espalda. El vampiro se había movido sigilosamente mientras le había dado la espalda para poder arrinconarme; me llevé una mano al pecho, como si mi corazón fuera a salírseme de allí, y le fulminé con la mirada.

-Vives en una mansión –señalé de manera intencionada-. Rodeado de un numeroso servicio que se encarga de hacerte todo...

Derek enarcó ambas cejas, contemplándome con un gesto que pretendía parecer molesto.

-Y has llegado a la conclusión de que no sé cocinar, ni hacer nada en general –completó el vampiro, sonriéndome de una manera escalofriante.

Me encogí de hombros, queriendo quitarle importancia a toda la situación en sí. ¿Funcionaría un simple puñetazo en el estómago para que me dejara espacio o tendría que apuntar un poco más abajo? Oh, por Dios, céntrate Galatea. Que Derek no sepa lo mucho que te incomoda desde hace tiempo tanta cercanía entre nosotros.

-Básicamente –asentí con un tono aburrido.

Derek sacudió la cabeza, como si estuviera tremendamente decepcionado con la idea que tenía de él. En serio, ¿dónde estaba el vampiro que cada vez que abría la boca estaba a punto de echar humo por las orejas? ¿Por qué, repentinamente, se estaba mostrando... amable conmigo?

¿Sería algún tipo de compensación por haberse portado conmigo como un auténtico cabrón en el pasado?

-No me conoce en absoluto, señorita Riley.

Bajé la mirada.

-Eso es más que evidente –dije en voz baja.

Derek seguía manteniéndome enclaustrada entre sus brazos y la encimera de la cocina. De haber tenido mi corazón sangre bombeando, habría sufrido una parada cardíaca en esos mismos instantes.

-Apártate –le pedí.

No me hizo caso.

-Hazte a un lado –dije con mucha menos educación.

Derek siguió ignorándome deliberadamente y empecé a creer que estaba haciéndolo con un único propósito: enfadarme. Bueno, debía felicitarle; lo había conseguido... y sin abrir la boca.

Le di un golpe en el estómago y escuché a Derek soltar el aire de sopetón. Se llevó una mano a la zona herida, por lo que aproveché el resquicio que había dejado para colarme por el hueco y liberarme; lo miré, esperando verlo escupir fuego por la boca, cuando comprobé que estaba sonriendo... sonriendo como siempre que estaba a punto de aplicarme un duro castigo por haberme portado mal.

-No sabía que te ponía tan nerviosa, Galatea –se burló de mí, todavía frotándose el estómago.

Le enseñé el dedo corazón y me dirigí hacia el frigorífico, dispuesta a quedarme en silencio. Mi abuela me había enseñado que aquello solía funcionar, aunque Derek lo utilizara para continuar lanzándome sus burlas a la cara; abrí de golpe la puerta del frigorífico y empecé a remover en su interior. No pude evitar volver a pensar en la historia de sus padres, en el hecho de que Derek me hubiera hecho partícipe del secreto de sus orígenes... diciéndome que solamente lo sabían tres personas en todo el mundo.

Me había convertido en la cuarta.

Aún no sabía cómo tomármelo.

Todavía seguía molestándome el hecho de que Anna, la dulce y tierna Anna, también estuviera al tanto de eso y mucho más. No en vano llevaba doscientos años prometida con el vampiro y eso significaba que lo conocía mucho mejor que yo...

Ay, Dios. No. Basta.

Empecé a remover los alimentos que había puesto ahí Derek, fingiendo estar buscando algo para poder usarlo de cena, intentando alejar esos malditos pensamientos de mi cabeza de nuevo. ¿Por qué, de repente, me habían entrado tantas ganas de llorar? Ah, sí: tenía un completo caos en la cabeza y era algo bipolar.

Eso o estaba terminando de volverme chalada.

Saqué con rabia un par de cosas y me giré hacia Derek, que no se había movido ni un músculo. Le lancé lo que había sacado del frigorífico, deseando acertarle en toda la cabeza, pero el vampiro lo atrapó limpiamente.

-Muy bien, maestro –dije, rodeándolo para situarme al otro lado de la barra americana que separaba la cocina de la zona del salón-comedor-. Es el momento de demostrar tus habilidades en la cocina.

Saqué uno de los taburetes que había escondidos bajo la barra y me senté sobre él, demostrando que no iba a participar en nada y que Derek tendría que hacerlo todo solito. Necesitaba tiempo para poder poner en orden mis ideas y dejarme claro a mí misma que debía mantener la calma... y que necesitaba desesperadamente a Deirdre a mi lado.

Derek se encogió de hombros, en el típico gesto de «¿quién la entiende?», y se lanzó de lleno al asombroso mundo culinario en el que debía improvisar algo con dos pepinos que había sacado del frigorífico en mitad de mi ataque de rabia; tamborileé los dedos sobre la superficie de la barra, atenta a sus movimientos.

El vampiro arqueó ambas cejas.

-¿Puedo echarle un vistazo al frigorífico? –me preguntó, sopesando en su mano uno de los pepinos.

-Haz lo que te venga en gana –le respondí de malas formas.

Derek me miró de nuevo, en esta ocasión un tanto perdido por el tono molesto con el que le había contestado, pero se encogió de hombros y me dio la espalda de nuevo para ver qué podía utilizar para prepararme la cena. Qué encantador.

Mientras el vampiro seguía indagando en el contenido del frigorífico, yo desvié la mirada para poder contemplar de nuevo el apartamento. Después de que acabara con Wolfgang y terminara así con mi venganza, no sabía qué iba a ser de mí.

Derek me había permitido quedarme con el resto del dinero que me había metido dentro de mi equipaje el día que me sacó de la mansión. Aún me quedaba una buena suma de dinero, por lo que podría usarlo para alquilar un apartamento... así. O algo que se le acercara.

Escuché el sonido en la zona de la cocina y pillé a Derek con una enorme sartén entre las manos, además de un paquete que tenía pinta de ser... pescado. Lo estudié con atención, comprobando que parecía moverse con demasiada seguridad por la zona, como si no fuera la primera vez que se encontrara en una cocina.

No quise seguir esa línea de pensamiento en la que me preguntaba para quién habría cocinado.

-¿No echas de menos el aquelarre? –le pregunté en voz alta.

Derek se quedó unos segundos paralizado.

-Por supuesto que los echo en falta –reconoció tras unos instantes en silencio-. Son mi familia.

Puse una mueca ante la firmeza con la que había dicho «familia». Habían sido aquellos vampiros los que le habían visto nacer y crecer; también estuvieron allí cuando su padre lo transformó en un vampiro completo y le juraron fidelidad cuando se convirtió en líder, sustituyendo a Ferenc Vanczák.

En el fondo, era normal que se sintiera así. Pero yo no.

-¿Por qué te marchaste? –seguí preguntándole, consciente de que estaba adentrándome en un terreno peligroso-. Sé que perder el liderazgo debe ser muy duro, pero has dicho que son tu familia y que los echas de menos.

Ni siquiera sabía que Derek Vanczák pudiera sentir aprecio hacia más personas que no tuvieran nada que ver con su propia persona...

El vampiro siguió moviéndose por la cocina, demostrándome que no era ningún inútil en la cocina, aunque la línea de sus hombros se había puesto algo tensa debido a mis impertinentes preguntas.

-Ya te lo dije –contestó entre dientes-. Huí.

Me removí en mi asiento, sospechando que había algo más detrás de aquella seca respuesta.

-Huiste –repetí lentamente-. Pero podrías haberte quedado con ellos.

Derek me miró por encima del hombro.

-Axel no me habría permitido tener una convivencia pacífica –me explicó, y sonó forzado. Como si no quisiera hacerme partícipe de los evidentes problemas que existían entre los dos hermanos-. Tiene el ego demasiado subido después de haber recuperado lo que le pertenecía por derecho.

Volvió a centrarse en lo que estaba preparando, dándome la espalda de nuevo.

-Pensé que las cosas entre nosotros se tranquilizarían después de que mi padre decidiera que ya no era digno de llevar el aquelarre –Derek arrancó a hablar de manera abrupta, como si estuviera deseando escupirlo todo-. Creí que arreglaríamos las cosas cuando te fuiste, pero Axel no pareció muy conforme con no poder castigar a la traidora. Quería un buen inicio de su período como líder del aquelarre.

Miró momentáneamente en mi dirección, pero yo capté perfectamente lo que se había callado: era muy posible que su hermano decidiera enviar a alguno de sus hombres para poder atraparme y sufrir su temible castigo. Quizá el resto de aquelarres supieran lo que había sucedido, que yo había decidido hacer un trato a espaldas de mi propio aquelarre (del aquelarre que me había adoptado tras haberme sacado de la calle), y creyeran que Axel no estaba haciendo lo suficiente para hacer justicia; estaba quedando como un blando.

-Lo lamento –dije y Derek me miró con atención-. No lo hice bien. Sé que no debería haber aceptado lo que Wolfgang me ofreció, pero estaba... cegada; el vampiro me dio un objetivo en el que poder canalizar toda la rabia que sentía tras mi transformación –cogí aire, con las mejillas ardiéndome por la vergüenza-. Pero quiero que sepas que no le pasé ningún tipo de información. El día de la boda le dije que no quería seguir adelante y fue entonces cuando decidió hablar.

Nos sumimos en un tenso e incómodo silencio. Derek continuaba centrado en terminar de preparar la cena y yo seguí sentada, pensando que había hablado más de la cuenta; los sonidos de lo que hubiera dentro de la sartén era lo único que impedía que estuviéramos completamente en silencio.

Fijé mi mirada en la espalda de Derek.

-Deberías habérmelo dicho –escuché que decía Derek, sonando decepcionado y dolido a partes iguales-. O quizá a Hunter, ya que conmigo no existe tanta confianza. Pero no tendrías que habértelo callado hasta que la bomba estallara delante de tus propias narices; no eres la única que ha salido perdiendo en todo esto –añadió con amargura.

Entrecerré los ojos cuando noté cierto tonillo en sus últimas palabras. Reconocía que debería haberlo hablado, que no debía haberlo escondido tanto tiempo cuando había decidido que no iba a perjudicar al aquelarre, pero no había reunido el valor suficiente y el tiempo se me había echado encima.

-¿Hunter está...? –pregunté con dudas.

Derek se echó a reír entre dientes.

-Mi hermano sigue defendiéndote a capa y a espada, Galatea –me confesó en un tono forzosamente divertido-. Cuando tuve que... expulsarte, tuve problemas con Hunter; hacía tiempo que no teníamos una discusión así –suspiró hondo-. Te echa de menos y dice que sabe que te falló, que se arrepiente de los últimos días.

Me mordí con fuerza el interior de la mejilla, sintiéndome un tanto estúpida por emocionarme de aquella forma por las palabras de Derek. Deirdre me había pedido que tomara una decisión; Hunter me había ignorado deliberadamente días antes de que todo estallara en mil pedazos; ahora Derek hacía de portavoz para su hermano... y con ello me confundía aún más de lo que ya me encontraba.

Clavé mis uñas en las palmas de las manos, impidiéndome derramar ni una sola lágrima.

-Yo siento haberle fallado –repuse.

«Siento no poder darle lo que él necesita», añadí para mis adentros. Quería a Hunter, y había estado muy ilusionada con la idea de empezar una relación con el vampiro... pero la forma en la que me había apartado de su lado, sin tan siquiera una explicación por su parte, habían logrado que la balanza se descompensara hacia el otro extremo.

Derek.

-Cuando me marché del aquelarre, creí que nunca te encontraría –el vampiro optó por un hábil cambio de tema, incómodo por tener que hablar delante de mí como intermediario de los asuntos amorosos de su hermano pequeño-. Pensé que habrías utilizado el dinero que te dejé para marcharte a la otra punta del mundo.

Compuse una forzada sonrisa sarcástica.

-Como ya te dije, aún tengo asuntos pendientes por aquí –le recordé.

Derek giró completamente y apoyó la espalda contra el armario que tenía detrás.

-Unos asuntos pendientes de los que no vas a hacerme partícipe, a pesar de que me lo debes –continuó-. Bien, supongamos que consigues terminar con esos «asuntos». ¿Qué harás después?

Podría quedarme en Londres, que era la idea inicial que había tenido en mente. Pero ahora que sabía que Axel también estaba tras mi pista, y después de que asesinara a un líder de un poderoso aquelarre, era evidente que mi tiempo en Londres habría llegado a su fin; los vampiros me perseguirían y yo no querría involucrar a nadie de mi familia. Si me marchaba de Londres y me seguían la pista fuera del país... eso significaba que toda mi familia se encontraría a salvo.

-Me iría lejos de aquí –contesté.

Derek enarcó una ceja, interesado por continuar con aquel interrogatorio.

-Pero no diré dónde –le advertí-. Solamente me faltaba que aparecieras tú...

Se echó a reír entre dientes.

-Existen multitudes de aquelarres que estarían encantados de acogerte, Galatea –fruncí los labios cuando detecté una leve burla en su tono de voz-. Siempre y cuando no te dediques a crear conflictos internos.

Había intentado suavizarlo, pero ahí estaba de nuevo: el mismo tono cargado de acusación, la queja de que yo había sido la causante de que todo el aquelarre Vanczák se hubiera visto envuelto en un problema de esa magnitud; Derek me había dicho que era una persona rencorosa, pero él también pecaba de lo mismo que yo.

En el fondo, tardaría mucho en perdonarme todo el daño que le había causado... si es que llegaba a hacerlo alguna vez.

-Entonces deberías estar agradecido de que me encontrara tan lejos de tu aquelarre –respondí en un tono duro y molesto-. Así no correrías riesgos de que se repitiera la historia de nuevo.

Arrastré el taburete, haciendo que éste chirriara contra el caro suelo de madera del apartamento, para dirigirme hacia el dormitorio; las palabras de Derek, su acusación, habían conseguido hacer desaparecer el buen ambiente que parecía haberse creado entre nosotros desde que el vampiro había comenzado a demostrarme sus dotes culinarias y me había quitado el apetito.

Dejé escapar un bufido y mascullé por lo bajo todos los insultos que me sabía. Realmente Derek sabía cómo romper cualquier momento.

-Me has malinterpretado –dijo Derek a mi espalda y su mano me retuvo.

Giré sobre mis pies para dedicarle una helada mirada.

-Entonces explícame por qué lo has dicho –le exigí.

Observé a Derek, aguardando a que me diera una buena explicación sobre por qué lo había malinterpretado. Conté hasta treinta mentalmente, sin que el vampiro dijera ni una sola palabra; me sacudí su mano de encima como si me repugnara su simple contacto y le sonreí con mordacidad.

-Pensaba que eras más rápido con las excusas.

Derek me siguió hasta el dormitorio pero, cuando yo me quedé echada de costado sobre la enorme y mullida cama, el vampiro se dedicó a inspeccionar en el interior de los cajones de los armarios; escuché el sonido de perchas corriéndose, además de tejidos deslizándose. No pude evitar espiarlo por encima de mi hombro.

Había cogido una chaqueta de cuero negra de uno de los armarios y estaba poniéndosela. Después pasó a recoger sus efectos personales, como su cartera y su teléfono móvil, que se encontraban sobre el escritorio y dio media vuelta sin decirme ni una sola palabra.

El portazo que dio al salir del apartamento retumbó en la habitación.

Lo mismo que el sonido de la cerradura corriéndose de nuevo y asegurando de que no pudiera moverme de allí.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro