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☽ | Chapter 31.

POBRE COMO LAS RATAS... ¿SE PUEDE PEDIR MÁS? AH, SÍ: SOY UNA DESPECHADA

Deirdre me miró con las cejas completamente arqueadas.

-¿Me estás diciendo que te has acostado tres veces con Derek Vanczák? –repitió por enésima vez desde que le había confesado todo lo que había sucedido en la boda-. ¿Tres?

Miré todos los rincones de mi suite, sintiéndome un poco violenta por lo fuerte que había sonado de los labios de mi amiga. Cuando había bajado a la entrada del edificio de los invitados me había encontrado con un fornido vampiro que se había encargado de llevarme de vuelta a la mansión; después de dos horas envuelta en el más completo silencio, la efusividad de Deirdre casi me había hecho echarme a reír como una histérica.

-Sí –dije con un hilillo de voz.

Dios, realmente me había costado admitirlo en voz alta. El rostro alucinado de mi amiga tampoco ayudaba mucho en la situación; cuando se lo había contado, había sido testigo de cómo su expresión iba mudando conforme yo avanzaba en lo que había sucedido aquella noche.

La vampira se acomodó sobre el sofá y estiró las piernas, dándose golpecitos en sus rodillas con aire especulador. Yo lo único que quería en aquellos momentos era esconderme bajo las mantas de mi cama; no había podido dormir en toda la noche, de manera literal, gracias a Derek y a las dudas que martilleaban mi cabeza sobre la conversación que habíamos mantenido antes de que tuviera que irse apresuradamente para una «reunión de última hora.»

-¿Fue todo bien? –me preguntó con un gesto mortalmente serio.

Ahora llegó mi turno de removerme sobre los mullidos cojines del sofá debido al pudor que despertaba en mí aquella pregunta. No había podido evitar contárselo nada más cruzar las puertas de mi suite, aliviándome de haberme quitado aquel peso de encima; Deirdre había logrado, a pesar de cómo empezó nuestra relación, convertirse en la única amiga que tenía dentro de la casa.

Quizá había sido conocer su desgarradora historia y saber que aún estaba ahí, después de todo lo que había sufrido, lo que me había hecho verla de otra forma... alguien en quien poder confiar.

-Al principio fue algo... frío –contesté, recordando cómo había sido la primera vez; apreté los labios al rememorar la forma en la que me había engañado para poder introducirse más profundo-. Luego las cosas mejoraron...

Me había quedado bastante sorprendida cuando Derek se había abrazado a mí para un segundo encuentro y, después, para un tercero que lo había conseguido dejar rendido mientras que a mí me había hecho sentir... extraña, aunque muy halagada y con un buen chute de aumento de ego; era cierto que tras el primer asalto había cambiado su comportamiento hacia mí, como si hubiera tomado confianza y hubiera decidido mostrar menos cuidado conmigo ahora que había logrado romper la barrera y mi vientre ya no dolía de la manera tan desgarradora que lo había hecho al principio. Incluso me había permitido soltarme un poco más.

Deirdre sonrió con aire travieso.

-Y tanto que mejoraron –coincidió conmigo, guiñándome un ojo-. Jamás había visto que Derek se tomara un asunto tan en serio. ¿Quería asegurarse de que había hecho todo bien y que no se le quedara nada suelto?

Su broma subida de tono provocó que me sonrojara de manera evidente. Aún se me hacía extraño enfrentarme a todo lo que había comprendido tras aquella noche; había conseguido anular mi trato con Wolfgang, pero su amenaza seguía resonando en mis oídos, convirtiéndose en un presentimiento que había revuelto mi estómago durante todo el trayecto que había hecho de regreso a la mansión.

Hundí el rostro entre mis manos con un desesperado suspiro.

-Lo siento –dijo Deirdre, malinterpretando mi reacción-. No ha estado bien, ha sido tu primera vez.

Contuve un gemido.

-¿Qué voy a decirle a Hunter? –me había esforzado por no pensar en el tema, pero la presencia del vampiro en mis pensamientos había aumentado al regresar a la mansión; él estaba en alguna parte del edificio, su dormitorio, y no sabía cómo explicárselo... Como tampoco sabría cómo enfrentarme a él si llegara a enterarse antes de que llegara mi oportunidad.

Deirdre me apartó las manos de la cara con cariño.

-Formaba parte de todo eso, Galatea –me dijo, hablando con seguridad-. Sabía perfectamente que iba a suceder. No tienes por qué...

-¡Por supuesto que es comprensible que entienda que fue debido a que su hermano tenía que reclamarme, que con una vez sería suficiente! –exclamé, perdiendo la paciencia-. ¡Una, no tres veces!

Deirdre frunció los labios y yo empecé a sentirme agobiada. No me gustaba abrir las ventanas de la suite desde que aquel vampiro se había colado allí, pero en esos instantes estaba deseando abrirlas todas de par en par; estaba agobiada conmigo misma, por lo que había sucedido y por cómo me sentía.

-Hunter no tiene por qué conocer ese dato –replicó tranquilamente, haciéndome creer que era tan fácil como eso-. A no ser que haya algo más...

La miré con pavor, con un nudo de nervios en la boca del estómago.

-¿Algo como qué? –dije en un susurro.

Estaba aterrada. Desde que me había convertido en vampira, todo mi cuerpo se había descontrolado, ni siquiera estaba segura de estar equilibrada mentalmente; mis sentimientos se magnificaban y desbordaban de manera arbitraria, sin que yo fuera capaz de ponerle freno.

No sabía cuánto iba a durar todo aquello... si iba a ser para toda la eternidad.

Los ojos negros de Deirdre me miraron con comprensión y, en el fondo, con un brillo de lástima. Era la primera vez que me miraba de aquella forma, como si estuviera a punto de comunicarme alguna tragedia.

-Creo que no estás siendo sincera contigo misma, Galatea –respondió, hablando abiertamente; jugándoselo todo al hacerme partícipe de todo lo que pensaba y que había callado hasta ahora-. No has querido ponerle un nombre a lo que tienes con Hunter porque tienes miedo y, en el fondo, no estás segura de ello. Te he visto en situaciones en las que no eras capaz de mantener el control y siempre haces lo mismo: huyes, te refugias en ti misma, pero jamás plantas cara al problema de la manera que deberías.

Apreté los labios ante las duras, y cargadas de sinceridad, palabras de mi amiga. Deirdre creía que había decidido ir por el camino más fácil: mantenerlo en el aire, sin querer definirlo, porque no estaba preparada, o segura, de ir un paso más allá y querer admitir lo que verdaderamente sentía hacia Hunter. ¿Había huido en alguna ocasión más? Hice memoria, pero no encontré nada... o quizá no quise hacerlo. Si lo omitía y no pensaba en ello al final acabaría en cualquier rincón de mi cabeza.

En aquellos segundos deseé que hiciera acto de presencia la habitual voz de tu subconsciente que no tenía problemas en decirte una frase decisiva, una verdad que nadie estaba preparado para admitir; en todos los libros que había devorado, la protagonista siempre, o en la mayoría de ocasiones, tenía largas conversaciones con esa vocecilla, con ese Pepito Grillo. ¿Dónde estaba la mía? ¿¡DÓNDE!?

Deirdre sonrió, meneando la cabeza.

-Ya lo estás haciendo de nuevo –dijo con dulzura, como quien sopla sobre una herida a la que acabas de arrancarle la tirita que la recubría-. Estás negándote a ti misma, engañándote... ¿Por qué no quieres que Hunter sepa lo que pasó entre Derek y tú? Técnicamente no tenéis nada definido y Derek no sabe nada por todo vuestro asunto de alto secreto, seguramente se lo contará todo.

Y aquello fue como si todo el mundo se me cayera encima. Como si un enorme alud me dejara a varios kilómetros enterrada, sin salida.

-No quiero hacerle daño –repuse en voz bajita.

Deirdre volvió a fruncir el ceño en un gesto pensativo.

-¿Te arrepientes de lo que sucedió en esa habitación, Gala? –me interrogó y yo la miré sin comprender nada.

Sacudí la cabeza con confusión, pero pensándome bien mi respuesta. No había detenido a Derek cuando me lo había advertido, cuando me había dado la oportunidad de elegir; acostarnos juntos había sido muy diferente a la masacre al estilo Carrie (todo lleno de sangre) que me había imaginado en mi cabeza siempre que Derek insinuaba que él sería quien decidiría cuándo. Estar con Derek me había hecho sentir más cerca de él, y no me estaba refiriendo al aspecto físico.

Ay, por Dios, ¿qué objeto de la suite sería lo suficientemente afilado para que pudiera hundírmelo en el pecho y dejar de desvariar de aquella forma?

Deirdre seguía esperando una respuesta por mi parte.

-No –respondí con seguridad.

Las comisuras de los labios de mi amiga temblaron, pero no llegó a formar una sonrisa.

-¿Te hubiera gustado que tu primera vez hubiera sido de otra forma?

Uní las cejas en un gesto de confusión.

-Nunca me lo había planteado –reconocí-. Siempre pensé que sucedería en algún futuro no muy lejano, pero no cómo y cuándo.

Deirdre se pasó la lengua por el labio inferior en un gesto algo nervioso, como si estuviéramos llegando a algún punto de no retorno.

-¿Te arrepientes de que Derek haya sido tu primera vez?

Pestañeé, sin entender a dónde quería ir a parar con todo aquel interrogatorio que estaba consiguiendo incomodarme cada vez más.

-Yo no entiendo...

Deirdre me miró con severidad.

-Responde, estamos cerca del final –me ordenó.

Tragué saliva, dubitativa con la dirección que estaba tomando todo aquello.

-No, pero... ¿quién podría arrepentirse? –me eché a reír nerviosamente-. Es posible que tenga ganas de estrangularlo, pero hay que estar ciega para no darse cuenta de lo atractivo que es...

Deirdre no encontró divertido mi comentario y mi risa se fue apagando, casi como mi energía. ¿Cuándo iba a terminar todo ese interrogatorio? La incomodidad había cedido su asiento al nerviosismo.

-Sé sincera conmigo y contigo, por favor –me pidió, mirándome de manera intensa-. ¿Estás al cien por cien segura de lo que sientes por Hunter? ¿No crees que, no sé, le falta algo?

Me froté los brazos, presa de un repentino escalofrío que había decidido expandir su sensación helada por todo mi cuerpo. Mi mente (o quizá fuera el subconsciente que había mencionado antes) rememoró la noche en aquel local exclusivo para vampiros, en lo que había sucedido en aquel reservado con Derek. Fui capaz de recordar con escalofriante claridad la conclusión a la que había llegado sobre Hunter cuando había besado a Derek.

Miré a Deirdre y supe que ella también debía estar pensando lo mismo que yo en esos instantes.

¿Estoy segura?

¿Le falta algo a Hunter?

«A Hunter le faltaba arrojo y algo de decisión.»

Bajé la mirada, pero vi perfectamente la sonrisa de satisfacción que tenía Deirdre en su rostro.

-Lamento desilusionarte, pero no puedes quedarte con los dos –me dijo, acariciándome la pierna con cariño-. Tú misma sabes lo que más necesitas y quién de los dos puede proporcionártelo. Sé sincera y no cierres los ojos de nuevo.

Reuní el valor suficiente para volver a alzar la mirada y las puertas de mi suite se abrieron con violencia, chocando contra las paredes y haciendo un ruido estridente. Deirdre giró el cuello para ver quién había decidido interrumpirnos de aquella forma cuando ambas vimos a Derek en el umbral, respirando agitadamente.

Su rostro estaba contraído por el enfado y, en aquella ocasión, no pude evitar que una oleada de miedo me recorriera de pies a cabeza; había visto a Derek por distintas emociones, y grados, pero jamás le había visto... así.

Completamente desatado.

Y con sus ojos azules clavados en mí.

-Deirdre, sal de aquí –ordenó sin tan siquiera mirarla.

Ella nos miró alternativamente a nosotros dos, sin moverse.

-Sal de aquí de una puta vez –repitió el vampiro con menos paciencia-. Puedo hacerlo por las malas y con una patada en tu culo, si así lo prefieres.

Miré a Deirdre y traté de sonreírle, aunque no pude.

-Estaré bien –prometí.

No estaba nada segura de poderlo cumplir.

Deirdre terminó por levantarse del sofá y obedecer a Derek, asegurándose de cerrar las puertas de la suite para brindarnos algo de intimidad. Pero tenía la ligera sospecha que nos iba a escuchar toda la mansión debido el estado en el que se encontraba Derek.

Mi cuerpo se convirtió en piedra cuando Derek cruzó a la velocidad de la luz la distancia que nos separaba y me puso en pie de un fuerte zarandeo; mi pecho subía y bajaba a toda velocidad a pesar de que no necesitaba el oxígeno.

Incluso tenía la sensación de estar asfixiándome.

-Derek, ¿qué ha...? –pregunté, asustada.

Una diminuta parte de mí había creído que, después de lo que había sucedido entre nosotros, nuestra relación habría mejorado... pero parecía que habíamos retrocedido en el tiempo, a mis primeros días en la mansión.

Dejé escapar un quejido cuando mi espalda chocó violentamente contra la pared de la habitación y Derek trataba de hacerme picadillo ambas muñecas. Su rostro estaba a unos centímetros del mío, provocando que me echara a temblar.

-¿Creías que no me enteraría? –rugió.

Por unos segundos una sensación helada descendió por mi espalda, recordándome la conversación que había mantenido con Deirdre. ¿Acaso Derek estaba insinuando que había descubierto mi no-relación con su hermano? ¿Aquella reacción tan desproporcionada había sido a causa de ello?

Abrí la boca para hablar, pero de mis labios se escapó un débil gemido cuando Derek volvió a estamparme contra la pared.

-¿Tenías pensado mantenerlo todo el tiempo en secreto? –siguió rugiendo y yo pestañeé para no echarme a llorar por no ser capaz de reconocer al vampiro que tenía frente a mí-. Oh, por supuesto que estabas deseando que te follara y reclamara, ¿verdad? –me zarandeó de nuevo-. ¡TE HE HECHO UNA PREGUNTA, GALATEA!

-No sé de qué me estás hablando –conseguí decir sin cortarme a mí misma.

Cerré los ojos cuando vi en el rostro de Derek que tenía intención de estamparme contra la pared de nuevo. El pecho había comenzado a dolerme, pero no era ningún dolor físico: era el dolor que me provocaba sus palabras, el hecho de que hablara con esa vulgaridad sobre lo que había sucedido entre nosotros. «Follar», eso era todo lo que había significado para él; me había convertido en una muesca más que añadir a sus logros.

El gesto del vampiro se crispó al escucharme.

-No tiene sentido que sigas mintiéndome de esa forma, joder –escupió, haciéndome desear hacerme diminuta-. Lo sé todo. Has estado trabajando a mis espaldas con otras personas, ¡has sido tan jodidamente egoísta que buscabas la destrucción del aquelarre sin importarte nada más! ¿Qué hay de tu jugoso acuerdo con Wolfgang Herz? ¿Te suena de algo? Tú debías pasarle información sobre nosotros, nos estabas vendiendo al enemigo –me acusó.

Las rodillas empezaron a temblarme al entender de golpe, y gracias a sus últimas palabras, qué era lo que había puesto a Derek de aquella forma. «Puedo quitártelo todo.»

-No dije nada –me defendí débilmente-. Ayer le exigí que lo anulara, que no...

-¡Deja de seguir mintiendo! –chilló Derek, fuera de sí-. He escuchado toda la maldita conversación, Galatea. Me siento asqueado de que pienses que mi familia tuvo algo que ver en tu transformación... que estaba planeada.

Pestañeé de nuevo.

-Pero Axel... los síntomas... yo lo reconocí... -balbuceé.

Derek volvió a zarandearme. Mis muñecas me dolían terriblemente a causa de la presión que estaba ejerciendo sobre ellas, como si no le importara lo más mínimo que estuviera haciéndome daño.

No le importaba.

-¡Mi hermano no pudo transformarte! –me gritó, casi dándome un cabezazo-. La noche de tu transformación, Axel estaba conmigo... Conmigo y con Hunter. Era el aniversario de la muerte de nuestra madre.

Las rodillas no pudieron sostenerme por más tiempo y Derek me soltó de golpe al ver que me desplomaba, dejando que me cayera al suelo. Sus ojos azules se habían vuelto de hielo y me contemplaban con desagrado, como si fuera basura.

Me estaba desgarrando por dentro.

-¿Has deshecho la maleta que llevabas esta mañana? –me preguntó.

Meneé la cabeza, sin entender qué podría buscar allí. ¿Alguna prueba más de mi traición? Derek asintió casi para sí mismo y se internó en mi dormitorio; desde mi posición, aunque aún estuviera en el suelo, era capaz de ver cómo abría la maleta y empezaba a meter prendas en su interior de manera mecánica, sin preocuparse por mirar qué prendas escogía.

Me encogí sobre mí misma cuando Derek regresó, cargando con la maleta. De un brusco tirón consiguió ponerme en pie y me arrastró hacia la salida de la habitación; los pasillos estaban desiertos, como si todos los vampiros y humanos hubieran decidido huir de la furia de Derek.

Mis extremidades no querían responder y mi cuerpo me pesaba como si fuera de piedra. Derek mantenía la vista clavada al frente, tirando de mí para que siguiera avanzando hasta el vestíbulo; no nos dirigimos hacia el garaje, como había supuesto en un principio: el mismo coche que había utilizado para llevarnos se encontraba aparcado frente a nosotros.

Derek dejó la maleta en el suelo y, sin dejar de sostenerme, abrió la puerta del copiloto de un brusco movimiento. Me empujó a su interior sin miramientos y después me lanzó la maleta al regazo; yo seguía en silencio, incapaz de pronunciar una sola palabra.

No había sabido darle la importancia que tenía a la amenaza del vampiro.

Tendría que habérselo dicho a Derek antes, explicarle que no había pasado ningún tipo de información.

Debería haberle dicho muchas más cosas...

-Dime una dirección –me exigió la voz de Derek.

No conseguí hablar y eso enfureció aún más al vampiro, que golpeó el volante con violencia.

-¡Dame una puta dirección ahora mismo o te juro que te dejo en el primer rincón inmundo que se me ocurra! –amenazó.

Yo me encogí sobre mi asiento, tratando de ocupar el mínimo espacio posible.

-El bloque de apartamentos –se me ocurrió de repente y apenas reconocí mi voz; estaba aterrada, aterrada por no saber qué haría conmigo Derek. Me aclaré la garganta-. No sé la dirección exacta...

Derek giró la llave en el contacto y pisó el acelerador con brusquedad.

-Pero tienes suerte de que yo lo sepa –y sus palabras sonaron claramente a amenaza.

Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer cuando estábamos cerca de Londres. En el coche reinaba un tenso silencio, ya que Derek no había conectado siquiera el sistema de música; me hubiera gustado preguntarle si aquella reunión que le había surgido en el último momento había sido la excusa de Wolfgang para decirle toda la verdad. Me sentía estúpida, ya que el viejo vampiro había logrado grabarme para darle una base sólida a su acusación.

Y yo había permitido confiar en las «buenas intenciones» de Wolfgang Herz, el mismo hombre que me había insinuado que Axel Vanczák había sido mi creador y que lo había hecho para ayudar a su aquelarre a conseguir más poder.

El dolor del pecho seguía ahí, como si alguien me hubiera abierto una enorme herida en la zona y hubiera estado hurgando. Me masajeé la zona y vi que Derek me miraba de refilón; después pisó el acelerador de nuevo.

Derek parecía saber la dirección de memoria, y seguro que lo sabría después de haberme estado investigado, además de que le hubiera llegado una misteriosa información en el pasado sobre dónde podría encontrar la guarida de la neófita. Conducía entre los coches, ignorando muchas veces las señales y los semáforos; no parecía importarle nada más que nuestro destino.

La trémula llovizna se había convertido en todo un aguacero cuando Derek frenó con brusquedad en la acera junto a la que se encontraba el bloque de edificios abandonados que había convertido en mi hogar cuando me desperté sola en aquel callejón, convertida en la criatura que era en esos momentos.

Me lo quedé mirando a través de la ventanilla con un nudo en la garganta. Nada tenía que ver con la fastuosa mansión donde vivía todo el aquelarre Vanczák; por Dios, si aquello nada tenía que ver siquiera con la habitación de un motel.

-Baja del coche ahora mismo –me ordenó Derek desde el asiento del conductor.

Sus ojos estaban clavados en mí y su odio hacia mí no parecía haber disminuido un ápice. Me había convertido en una traidora, Derek creía que había intentado acelerar que me reclamara para poder ganar algo de seguridad si se descubría mi secreto y ahora me encontraba en la calle. ¿Cómo era posible que ayer lo tuviera todo y hoy ya no tuviera nada? Wolfgang había cumplido con su palabra, me había demostrado que podía quitármelo con tan solo un chasquido de dedos.

Las primeras lágrimas comenzaron a salir de mis ojos sin que pudiera hacer nada por detenerlas.

-Derek, por favor...

Opté por la súplica desesperada. Admitiría que no había estado bien lo que había hecho, pero también le explicaría que yo había aceptado ese acuerdo en un momento en el que era vulnerable: Wolfgang había decidido utilizar el día posterior a la muerte de Samuel para mover sus hilos y conseguir lo que se proponía, que era crear una fisura entre el aquelarre y yo.

Entre Derek y yo.

Él apretó la mandíbula y sus nudillos se pusieron blancos sobre el volante.

-Baja de una puta vez –repitió con un tono peligroso.

Dirigí mi temblorosa mano hasta la puerta y la abrí con esfuerzo. La maleta resbaló de mi regazo y acabó en la mojada acera; yo no tardé mucho en seguirla, quedándome de pie bajo el torrente de lluvia y pidiéndole a Derek con la mirada que no hiciera eso, que no me dejara allí.

Que no me dejara sola.

Me imaginé a mí misma gritándole como había hecho en el pasado, incluso pateando el maldito coche hasta abollarlo. Pero no tenía fuerzas suficientes para hacerlo; lo único que podía hacer era dejarme caer allí mismo y hacerme una bola, abandonándome a lo que fuera que me sucediera.

Mi cuerpo se sobresaltó cuando Derek bajó la ventanilla.

-No te acerques por nuestros territorios, Galatea –me advirtió, y supe con certeza que no estaba refiriéndose únicamente a la mansión: si no también a gran parte de Londres-. Si vuelves a cruzarte en mi camino, te destrozaré.

Mis lágrimas se mezclaban con la lluvia mientras era consciente de que Derek hablaba en serio, que no dudaría ni un segundo en cumplir su amenaza si yo osaba aparecer por alguno de sus territorios.

Me quedé allí parada mientras Derek arrancaba el vehículo de nuevo y salía disparado de allí, abandonándome en mitad de un aguacero y sin querer saber nada más de mí.

Sin saber que ya me había destrozado.

Que lo único que quedaba de mí eran piezas sueltas.

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