☽ | Chapter 30.
UNA BODA PARA MORIRSE
| PARTE UNO |
Mi corazón muerto dio un vuelco sobre mi pecho cuando leí con avidez el contenido de aquella invitación; Deirdre se mordía el labio inferior con ansiedad, intentando descubrir de qué se trataba con mi reacción. Cuando terminé de leerla entera pude levantar los ojos del papel para poder mirar a mi amiga.
La vampira se mantenía expectante, casi deseando zarandearme para que pudiera abandonar ese aire de misterio que se había creado con mi silencio; mis dedos seguían sosteniendo el caro papel que se había escogido para anunciar una noticia de semejante calibre.
-He sido invitada a una boda –dije con un tono de incredulidad.
Deirdre alzó ambas cejas, igual de sorprendida que yo.
Bajé de nuevo la mirada hacia la invitación, releyéndola por décima vez consecutiva. El ambiente que nos rodeaba se había vuelto pesado y Deirdre parecía encontrarse al borde del desmayo; yo no le había dado ninguna pista sobre la identidad sobre los futuros contrayentes y estaba segura que aquella duda estaba causando estragos en el cerebro de mi amiga por las pocas opciones que le quedaban.
Había llegado a la misma conclusión que yo cuando había abierto el sobre y había descubierto que se trataba de una delicada invitación de boda.
La pregunta no formulada en voz alta por parte de Deirdre seguía flotando sobre mi cabeza.
La invitación voló de mis manos en un parpadeo y me quejé sonoramente cuando descubrí que había sido Deirdre, quien no había podido soportar ni un segundo más el no saber de quién se trataba la ceremonia; los ojos de la vampira se movían sobre el papel a toda velocidad, leyendo con avidez.
Yo me mordí el labio inferior.
-Tiberius Herz y Jana Urbánková –repitió en voz alta Deirdre, con una evidente nota de alivio.
Me encogí de hombros. No entendía cómo era posible que alguien hubiera decidido invitarme a semejante ceremonia cuando yo no era nadie; había supuesto que ese tipo de invitaciones se enviaban a los líderes de los aquelarres en un modo de comprobar que las relaciones se mantenían en buenos términos.
Simplemente era una cuestión de política.
-No lo entiendo –dije con asombro.
Deirdre bajó la mirada unos segundos en dirección a la invitación.
-Quizá es un gesto de buena voluntad –probó a decir, frunciendo el ceño-. El aquelarre Herz...
Caí en la cuenta de que la invitación que sostenía mi amiga aún entre sus manos debía haber sido idea del propio Wolfgang Herz; no había tenido oportunidad de ponerme en contacto con el vampiro para informarle de lo poco que había podido averiguar sobre los últimos movimientos de Axel Vanczák.
Pero yo ya no quería continuar con esa situación, no quería seguir traicionando de aquella forma a Hunter. Quizá aquella invitación podría ayudarme a decirle a Wolfgang que no quería continuar con nuestro acuerdo, que no estaba dispuesta a traicionar al aquelarre que me había acogido.
Encontraría la forma de vengarme de lo que me había hecho Axel sin tener que recurrir al acuerdo que habíamos hecho Wolfgang y yo.
Deirdre y yo nos giramos a la par cuando la puerta de mi suite se estrelló ruidosamente contra la pared, casi incrustando el picaporte en el yeso.
Anna me miraba desde el hueco de la puerta con un gesto que parecía decirme claramente: «Voy a arrancarte la cabeza, zorra.»
Compuse una sonrisa educada, preguntándome qué habría sucedido para que la prometida de Derek hubiera decidido venir a buscarme directamente. ¿Sería posible que, de algún modo, se hubiera enterado de que había besado a su prometido dos veces?
-Explícamelo, Gala –me exigió.
Deirdre nos miró a ambas alternativamente, sin entender qué estaba sucediendo entre nosotras dos.
-No sé de qué me estás hablando, Anna –repliqué tranquilamente.
Los ojos de la vampira relampaguearon con rabia. Una rabia que llevaba acumulando tiempo atrás por todas las veces que había intentando doblegarme bajo sus caprichos, por haberle demostrado que a mí no podía mangonearme como le viniera en gana; yo no era como el resto de personas que vivían atemorizadas por el sugestivo poder que tenía Anna con Derek en momentos puntuales. Yo ya sabía de dónde procedía y no podía evitar sentir lástima por ella.
-Hablo de por qué el aquelarre Herz ha llegado a la brillante conclusión de que tú debes ser la acompañante de Derek –escupió con rencor y sus ojos encontraron la invitación que Deirdre todavía sostenía-. Tú, que no eres más que un problema para todos nosotros, ocupará mi lugar...
Alcé la barbilla ante las duras palabras que me estaba dirigiendo, sabiendo perfectamente que lo único que buscaba con ellas era empezar un enfrentamiento donde poder lloriquearle a Derek para que cumpliera con sus deseos; Deirdre se mantenía muda en el sofá, pues no se veía con valentía suficiente para plantarle cara a Anna todavía.
-Entonces tendrías que preguntarle a ellos, no a mí. Estoy tan, o más, sorprendida que tú con todo esto.
Pero Anna parecía seguir creyendo que yo le había puesto una pistola en la sien al vampiro para que me invitara a la dichosa ceremonia. Sus ojos oscuros no se apartaban de mí y sus manos parecían estar deseando enredarse en mi cabello.
Supuse que los enfrentamientos tipo «gata en celo» no habían cambiado mucho desde su época hasta ahora.
-Sabía que no podía confiar en ti –reanudó Anna su argumento sobre que yo debía ser hija de Satán, o algo por el estilo-. Sabía que me darías problemas y, aun así, intenté darte una oportunidad para que no te sintieras sola en el aquelarre; supongo que no eres muy distinta a todas esas prostitutas de sangre que intentan embaucar a sus víctimas hasta conseguir todo lo que buscan: fama, dinero y poder.
Anna había conseguido pulsar un botón dentro de mí que había descubierto recientemente: el hecho de que me clasificaran de esa forma, humillándome con ese término tan vulgar, conseguía sacarme de mis casillas. Me levanté del sofá con decisión y traté de llegar hasta la vampira, que se había cruzado de brazos con una actitud desafiante; Deirdre logró detenerme a tiempo, impidiéndome que pudiera alcanzarla.
Cómo deseaba haber tenido aquella misma conversación a solas, donde yo podría arruinar el dulce gesto de Anna Médici sin el más mínimo arrepentimiento. Incluso aguardando el consiguiente castigo por parte de Derek.
-No lo hagas, Gala –me pidió Deirdre al oído, sonaba asustada-. Eso es lo que ella busca.
Apreté los dientes, con la vista clavada en el cuerpo de Anna, imaginando lo fácil que me resultaría partirla por la mitad... quizá desgarrar su garganta... o arrancarle de cuajo los brazos y después la cabeza.
Resoplé por la nariz.
-Acaba de llamarme puta –respondí, dándole a entender que aquello era tan grave que estaba legitimada a perder el control delante de ella.
Anna sonrió con maldad.
-Simplemente repito lo que he oído –se defendió con su habitual tono dulce.
Gruñí y Deirdre me sujetó con más ahínco.
-¿Qué está sucediendo aquí? –exigió saber una voz femenina y molesta.
Anna me dedicó otra de sus sonrisas antes de componer un gesto cargado de desesperación; yo pensé que había debido de ofender de algún modo al karma en estos últimos días, ya que no lograba entender mi mala suerte de haber conseguido reunir en un mismo sitio a mis dos principales enemigas potenciales.
Morticia contempló a Anna con un gesto contrito, con sus ojos negros cargados de un evidente desdén. La vampira llevaba uno de sus habituales vestidos excéntricos de color negro, con su pelo recogido en un impoluto moño que permitía mostrar los lujosos pendientes que llevaba a conjunto con la ostentosa gargantilla que pendía de su delicado cuello.
Anna se mostró algo avergonzada y tímida ante la presencia de la vampira.
-Estaba pidiéndole a Gala...
Morticia frunció los labios.
-Deberías ser más cuidadosa con tus arranques de furia, Anna –la exhortó con dureza-. Todo el pasillo ha podido escuchar tus alaridos cargados de celos y eso no es propio de lo que se espera de la esposa de un líder. Todo lo que ocurra dentro de tu compromiso debe quedarse tras las puertas de vuestro dormitorio, nada de hacer espectáculo público con tus problemas con Derek.
Anna bajó la mirada de manera sumisa, ahora verdaderamente avergonzada por haber quedado en evidencia delante de Morticia. Deirdre y yo parecíamos habernos quedado en un discreto segundo plano, observando la conversación que estaba desarrollándose entre las dos mujeres.
-La próxima vez procura estar por encima de las circunstancias, Anna –siguió regañándole con severidad, de la misma forma que lo haría una madrastra con su dulce e inocente hija-. Recuerda lo que se espera de ti.
-Sí, Morticia –asintió la vampira rubia con un hilo de voz.
Entonces los ojos oscuros de Morticia se clavaron en mí, haciéndome ser consciente de que la vampira no se había olvidado ni por un instante de mí. Había hecho una demostración de hasta dónde alcanzaba su poder dentro del aquelarre.
-Ah, Galatea, querida –me saludó con su habitual tono cargado de superioridad-. Justo te buscaba a ti.
Deirdre me soltó lentamente, colocándose a mi espalda como si quisiera pasar desapercibida para Morticia. Anna seguía fuera de juego, con la cabeza gacha y la dignidad por los suelos.
Morticia sonrió, mostrándome levemente sus colmillos, mientras entraba en mi suite y le daba una rápida pasada con la mirada.
-Ferenc me ha comentado que Wolfgang ha decidido que asistas a la boda de su hijo en calidad de acompañante del líder –desveló la mujer. Anna dejó escapar un gemidito ahogado que hizo que Morticia la mirara con desprecio-. Sin duda alguna esto es, a todas luces, algo insólito; Ferenc parecía sorprendido de que el viejo Herz hubiera hecho ese pequeño cambio...
Escondí mis manos tras de mí para que no viera cómo me las retorcía a causa de los nervios. Morticia me había tendido una encerrona después de mi enfrentamiento con Axel y había visto la marca de mi cuello, además de haber olfateado el aroma de su hijastro sobre mí; la vampira creía firmemente que mi única intención en el aquelarre era robarle lo que tanto trabajo le había costado: su posición, y el consiguiente poder que había ido atesorando con el paso de los años al lado de Ferenc Vanczák.
Estaba claro que la invitación dirigida a mi nombre, y que me convertía en la acompañante oficial de Derek, le había dado más argumentos para proseguir con sus ideas sobre mi papel allí.
-Todo esto nos ha pillado por sorpresa –continuó Morticia, con un fingido tono de pesadumbre-. Hasta que la solución ha venido a mí y he podido ver con claridad qué se oculta tras esa inocente invitación.
La vampira había conseguido atraer toda nuestra atención, como siempre le gustaba que sucediera. Incluso Anna parecía desesperada por saber qué era lo que había descubierto sobre por qué ella no iba a ser la acompañante oficial de Derek, que era lo que todo el mundo esperaba.
Morticia se relamió los labios con satisfacción.
-Es una prueba –desveló tras unos instantes en un tenso silencio-. El viejo Wolfgang todavía no ha olvidado la muerte de Samuel y pretende demostrar que Galatea sigue siendo un peligro, alguien indómito que no atiende ante nadie; estaremos bajo su techo, en sus dominios, por lo que estará legitimado a hacer cualquier cosa si Galatea llegara a perder el control durante la ceremonia. Es una brillante estrategia camuflada bajo un pretexto de ayuda a la integración a la nueva miembro del aquelarre Vanczák.
Abrí y cerré la boca varias veces sin lograr que saliera de ella el más mínimo sonido. Morticia no sabía nada de mi acuerdo con Wolfgang Herz, de la paz que habíamos logrado alcanzar después de que me hubiera confiado que Axel Vanczák podría ser mi creador; su brillante mente había llegado a la conclusión de que todo aquello se basaba en un juego de poder y venganza, lo que no se alejaba mucho de la realidad, pero no había sabido enfocar bien la situación de fondo.
Aunque había logrado que Anna consiguiera calmarse cuando descubrió que yo no había tenido nada que ver con la elección de las invitaciones y que su ataque había sido ilegitimo, además de desproporcionado.
-Por suerte para ti, querida –prosiguió Morticia, acariciando con aire distraído el respaldo del sofá que nos separaba-, tanto Ferenc como yo hemos sido invitados en calidad de viejos amigos de la familia, mientras que Derek y tú acudiréis allí como representantes del aquelarre Vanczák. Eso significa que estaremos como apoyo adicional para asegurarnos que no haces nada que pueda perjudicarnos.
-Si supongo un problema, lo mejor sería que me quedara aquí y cediera mi lugar a Anna –objeté con osadía-. Es ella quien debería ir.
Los labios de Morticia se fruncieron en una desagradable sonrisa.
-Eso sería una ofensa contra el anfitrión, Galatea –apuntó con un gesto negativo de cabeza, fingiendo encontrarse decepcionada conmigo-. Tu deber es acompañar a Derek y estar a la altura que se exige del acompañante del líder.
Señaló a Deirdre y a Anna para que abandonaran el dormitorio, dejándonos a nosotras dos solas. Ninguna de las vampiras protestó, abandonando sumisamente la suite; Morticia se permitió entonces cambiar de gesto, mostrándome lo poco que le gustaba la idea de que tuviera que acompañar a Derek a la boda.
-La ceremonia se alargará dos días –me indicó con un tono frío-, así que tendremos que pasar la noche en su mansión. Y tú y yo tendremos unas clases sobre cómo deberías comportarte, por no añadir que me encargaré personalmente de elegir tu vestuario para la boda.
No puse objeción alguna.
Durante la semana que precedió al día señalado, Morticia cumplió con su amenaza: habló con Derek para que suspendiera mis encuentros con Bala para que pudiésemos aprovechar el poco tiempo que teníamos en que pudiera enseñarme a comportarme de la manera correcta. Nos reuníamos en la biblioteca y allí Morticia se encargaba de taladrarme la cabeza con normas sobre cómo debía sentarme, qué cubiertos debía usar dependiendo del tipo de plato (¿en serio? ¡Señores, era una boda entre vampiros!) y cómo debía dirigirme a cada uno de los vampiros; me habló sobre los tres aquelarres, haciendo hincapié en el del propio Herz, y sobre las personas que los conformaban.
En ciertos momentos de aquellas interminables lecciones me preguntaba si no estaría preparándome en secreto para ver a la Reina.
Deirdre me ayudó aquella mañana a preparar una pequeña maleta con las cosas necesarias para poder pasar una noche fuera de la mansión. Una doncella ya nos había interrumpido para traerme una bolsa que contenía el vestido que Morticia había escogido para que llevase en la boda, además de un mensaje de la propia vampira donde me exigía que no la abriera hasta que no llegara el momento; Deirdre lo guardó en el fondo de la maleta y nos olvidamos del asunto.
Llevaría una muda de ropa para el día de regreso a Villa Colmillos, además de un pijama que me encargué personalmente de elegir yo misma: un conjunto de camisa y pantalón de felpa a cuadros. Nada que pudiera emitir mensajes contradictorios.
Mi amiga se metió de nuevo en mi vestidor y la escuché revolver entre la zona donde tenía colocados una buena cantidad de zapatos. Me asomé con interés, encontrándome con Deirdre y unas sandalias con pedrería.
-No creo que conjunten con mi pijama –bromeé, saliendo ambas de nuevo a la zona del dormitorio.
-Son para tu misterioso vestido –me explicó, metiéndolos en la maleta sin darme oportunidad a protestar-. Tengo un pálpito...
Arqueé una ceja en actitud burlona, Deirdre solía tomarse muy en serio todo lo referido a mi vestuario en ocasiones oficiales. Era una lástima que no pudiera acompañarme a la mansión Herz, ya que había hecho un gran trabajo conmigo en el baile de regreso del patriarca de la familia Vanczák.
No pude evitar pensar en Hunter y en lo distante que había estado conmigo los últimos tres días. Yo le había contado todo lo que había sucedido, explicándole la teoría que había creado Morticia a partir de sus propias suposiciones de por qué Wolfgang Herz había decidido que yo sustituyera a Anna en su papel oficial; el vampiro se había mostrado bastante irritado con el plan del líder del aquelarre Herz y me había hecho prometerle un millar de veces que tendría cuidado, además de no dejarme engañar para cumplir con lo que buscaba ese viejo vampiro: crear una confrontación directa contra nuestro aquelarre.
Y, de repente, había pasado de hacerme prometerle que me portaría bien a esquivarme como si yo tuviera la peste. Deirdre me explicó que, ya que Derek y Ferenc se marchaban de la mansión, Hunter se había visto en la obligación de suplir a su hermano mayor en alguna de sus responsabilidades; quedarían más vampiros en la mansión que cuando fueron llamados por el aquelarre Poirier, pero eso no significaba que pudieran bajar la guardia. En otras palabras: que Hunter se había visto sometido a una buena cantidad de tensión y que eso lo había puesto algo huraño.
Ni siquiera estaba segura de poder verlo o poder despedirme de él.
Seguí guardando en la maleta las prendas que me tendía Deirdre, pensando en lo dependiente que me estaba volviendo de Hunter. Tras haberle confesado que había besado a su hermano, me había propuesto demostrarle que no había significado nada para mí; había intentado sorprenderlo, que pasáramos un buen rato y se olvidara de que yo había pronunciado aquellas desagradables palabras. Maldita sea, me había comportado como Rose cuando intentaba ganarse el perdón de su último novio por algo que no había terminado de gustarle.
Y eso no era lo peor de todo: aún no sabía lo que había entre nosotros, pues no había querido darle un nombre. Qué irónico todo, ¿no?
Corrí con suavidad las cremalleras de la maleta para cerrarla y miré a Deirdre con dudas. ¿Sonaría peor de lo que había sonado dentro de mi cabeza lo que estaba a punto de pedirle?
-Ya que Hunter se ha encontrado tan ocupado estos últimos días –empecé, decidiendo hacer uso de la excusa que mi propia amiga me había dado respecto al vampiro-, ¿podrías despedirte por mí? No quiero molestarle y tampoco retrasar el viaje.
Deirdre me miró con cara de circunstancias, con sus ojos oscuros reluciendo de comprensión. No sabía con certeza si mi amiga sabía los verdaderos motivos que mantenían a Hunter apartado de mí o si Deirdre seguía creyendo firmemente que era debido a la tensión de cubrir a Derek en su puesto de líder durante la ausencia de éste.
Sus labios se curvaron en una media sonrisa.
-¿Quieres que le dé algún mensaje en especial? –preguntó con segundas intenciones.
Meneé la cabeza.
-Simplemente dile que me hubiera gustado despedirme cara a cara.
Bajé la maleta al suelo con cuidado y ambas nos dirigimos fuera de la suite. Morticia me había advertido que habría una pequeña recepción para los invitados antes de que cayera la noche, momento donde se llevaría a cabo la ceremonia; así la vampira me había escogido un vestido que me llegaba hasta las rodillas de color beige y sin ningún tipo de detalle.
Deirdre caminó a mi lado para poder despedirse de mí. En el segundo piso nos esperaba Elek, ataviada con un ceñido mono de color negro que parecía resaltar sus... pechos; cualquiera que se encontrara con la vampira podría apreciarlo, ya que era muy difícil de ignorar.
-Estupendo vestido –me felicitó la rubia, con una amplia sonrisa-. Tiene la seña de Morticia y su afán por querer destacar.
Me arrebató con decisión la maleta de las manos y nos hizo un gesto a Deirdre y a mí para que bajáramos primero; miré a mi amiga con desconcierto, preguntándole con la mirada si ella sabía qué de iba todo aquello.
Deirdre negó discretamente con la cabeza y seguimos bajando.
En el vestíbulo se encontraba toda la familia Vanczák al completo, incluyendo a Anna y Morticia, junto a Bala y Étienne. Como amigos íntimos de Derek y encargados de la seguridad de la mansión, supuse que los dos vampiros estaban allí para recibir las últimas órdenes de Derek antes de que partiéramos; evité deliberadamente mirar a Hunter por temor a que alguien pudiera darse cuenta de que algo pasaba entre nosotros y me quedé cerca de las escaleras mientras Elek se marchaba con mi maleta.
Axel parecía encontrarse pletórico por algún motivo, quizá por fingir que él era el líder durante los días que Derek estaría fuera de la mansión, y se despedía de su padre y Morticia con una media sonrisa en su rostro; Anna estaba situada cerca de Derek, quien estaba hablando con Étienne y Bala.
No continué con la última persona que me faltaba por saber qué estaba haciendo.
-Hunter te está mirando –me cuchicheó Deirdre al oído.
Me crucé de brazos, obstinadamente decidida a no mirar en su dirección bajo ningún concepto. Estaba molesta con el vampiro por su comportamiento estos últimos días y no quería empezar a gritarle estando rodeados de tantas personas; Derek había terminado de hablar con sus dos amigos y se había centrado en Anna, quien parecía encontrarse muy nerviosa y le aferraba por el cuello de la camisa que llevaba casi con desesperación.
-Pues que siga haciéndolo –dije en tono molesto.
-Quizá está esperando que des tú el primer paso –comentó Deirdre, quien parecía haberse erigido como defensora de Hunter y nuestra relación-. No parece estar muy cómodo, a decir verdad...
Pero yo había desconectado por completo y me había centrado únicamente en la pareja que conformaban Derek y Anna. La chica seguía aferrándose a su prometido como si fuera un salvavidas en mitad del océano y le miraba con sus ojillos suplicantes; los labios de Derek se movían, aunque no era capaz de entender qué decían. Anna hizo un puchero y se puso de puntillas.
Entonces Derek la cogió por la cintura para fundirse en un romántico beso que me provocó un extraño cosquilleo en todo el cuerpo. ¿No había sido el propio Derek, o un Derek con varios botellines de cerveza encima, quien me había asegurado que no quería a Anna de la forma en la que querría? Me había dado a entender que no estaba enamorado de su prometida, que el único motivo que le impedía romper el compromiso era el arrepentimiento de haber visto a Anna privada de su futuro.
Lógica, ¿dónde?
Parpadeé varias veces cuando Morticia se acercó a mí, vestida con un resultón vestido de color azul eléctrico. Al menos me quedaba el consuelo que su corte de falda también le llegaba por encima de la rodilla.
-Veo que te has decantado por un maquillaje suave –comentó en tono aprobador, escrutándome con la mirada-. Espero que lo recuerdes todo; nos jugamos mucho y todo depende de ti.
¿Había comentado que aquello no era opresivo en absoluto? Que te dijeran que el futuro del aquelarre estaba en tus manos y que debías tener cuidado con lo que hacía era casi como encontrarte en el último minuto de un importantísimo partido y que te tocara lanzar el penalti que podía sentenciar el encuentro.
Y a mí me había tocado toda aquella responsabilidad. A mí: una pobre neófita con problemas de controlar la ira y que estaba muy susceptible últimamente.
-La neófita ha llegado –anunció Ferenc con su tono autoritario-. Podemos marcharnos.
Puse mi mejor cara de póker, cantando internamente Poker Face de Lady Gaga, cuando Derek se acercó a mí con una expresión inquisitiva; mis ojos se entrecerraron al ver un poco de pintalabios de Anna en la comisura izquierda de su boca, pero no hice comentario alguno sobre ello. No respondí a su saludo, como tampoco miré a Hunter cuando salíamos de la mansión.
Fuera nos aguardaban dos coches bastante discretos de color gris y negro, respectivamente. Morticia y Ferenc se dirigieron hacia el vehículo gris, dejándonos a Derek y a mí el otro; apresuré el paso hacia la puerta del copiloto y me colé en el interior del coche, colocándome el cinturón de seguridad y sacando del ridículo bolso que me había dejado Deirdre mi iPod.
Fingí no escuchar el portazo que dio Derek, como tampoco le hice mucho caso, haciéndome creer a mí misma que su asiento se encontraba vacío; encendí el aparato y me coloqué los cascos, dispuesta a pasarme todo el viaje escuchando música y sin dar señales de querer mostrarme simpática.
Arrancamos en silencio y yo bajé la mirada hacia la pantalla de mi aparato, intentando distraerme. Si me centraba en los juegos que tenía en el iPod podía ignorar el hecho de que estábamos cruzando las verjas de hierro que conducían al exterior de la mansión, lejos de sus muros; desde que había llegado a Villa Colmillos había pasado casi todos mis días encerrada en aquella enorme casona o paseando por sus jardines, cuando Derek me recompensó con aquella concesión.
Sin embargo, solamente había sido en dos ocasiones fuera de aquel enorme perímetro... y las dos habían terminado mal.
-Estás muy callada –observó Derek.
Golpeé con mis pulgares la pantalla, imaginando que todos aquellos fantasmas a eliminar tenían el rostro del vampiro.
-¿No vas a hablarme en todo el viaje? –preguntó Derek, al parecer animado por la idea de molestarme.
Seguí con mi juego, repitiendo en mi cabeza los consejos que Bala me había repetido en los días en los que había estado entrenando, aprendiendo a impedir que mis emociones tomaran las riendas de la situación; sin embargo, tenía un extraño ardor en la boca del estómago que no ayudaba en nada.
-¿Estás en esos días del mes? –insistió el vampiro, con una media sonrisa.
Sus palabras, cargadas de un evidente tono de burla, hicieron que me ardieran las entrañas. Pero lo que más me dolió fue que me recordara que mi cuerpo había dejado de desarrollarse y que eso significaba que siempre estaría atrapada en la tierna edad de dieciocho años; el hecho de que Derek hubiera decidido bromear con ese tema, creyendo que yo le reiría las gracias como una foca aplaudiendo, hizo que me arrancara los cascos de golpe y le dirigiera una mirada iracunda.
-En estos momentos me encantaría tener un tampón a mano para incrustártelo en el cerebro por la nariz –dije con un tono helado-. Pero, vaya lástima, me vino la menopausia por adelantado y de manera permanente.
Derek me contempló como si hubiera empezado a hablarle en arameo.
-¿Qué coño te pasa? Estoy intentando ser amable contigo –me recriminó en tono molesto.
-¡Pues guárdate tus intenciones por donde te quepan y déjame en paz de una puñetera vez! –grité.
Los ojos azules de Derek refulgieron.
-¡Me resultará un poco difícil porque, por si no lo recuerdas, eres mi acompañante! –su tono de voz se alzó de nuevo, intentando sobrepasar el mío.
Me giré sobre el asiento, incrustándome el cinturón de seguridad en el pecho.
-¡Yo no tengo la culpa de que no te acompañe Anna y te haya tocado hacerte cargo de mí! –chillé aún más alto.
Quise atravesar la ventanilla con la cabeza un segundo después. Derek masculló algo entre dientes, sin querer continuar con la discusión; yo volví a ponerme los cascos y reanudé mi lista de reproducción, subiendo el volumen lo suficiente como para poder ahogar perfectamente la voz del vampiro si decidía volver a dirigirme la palabra.
El coche que ocupaban Ferenc y Morticia era el que se encargaba de abrir la marcha, dirigiéndonos hacia la zona donde debía tener el aquelarre Herz su guarida. Me pregunté si tendrían una mansión igual que la del aquelarre Vanczák, si todo estaría lleno de apetecibles humanos con sus uniformes de servicio con el blasón bordado de la familia Herz.
Dos horas de viaje después, el coche de Ferenc torció por un camino acordonado por una hilera de pinos situados a ambos lados y nos topamos con una enorme verja de hierro fundido que tenía detalles de rosas, además de una enorme H forjada en ambas puertas; nos detuvimos hasta que Ferenc le indicó por el telefonillo que había en uno de los muros de piedra que éramos parte de la lista de invitados. Me quité los cascos, guardando el aparato de nuevo en mi bolso, quedándome asombrada por la cantidad de árboles que se encargaban de decorar el camino de piedras que conducían a una enorme plazoleta que daba a las escaleras en forma de V invertida de piedra que ascendían a un enorme palacete de piedra blanca.
No pude evitar sentirme asombrada de lo lujosa y antigua que parecía ser mucho más grande que la mansión que pertenecía a la familia Vanczák. Cinco plantas, con cinco balcones centrales, tenían algunas de las ventanas abiertas, dejando que las cortinas se movieran al vaivén de la brisa que las agitaba; al final de las escaleras nos esperaba el propio Wolfgang Herz acompañado por una vampira más bajita que él. También me fijé en que el cuerpo de la mujer no se parecía nada a los cánones a los que estaba acostumbrada en ver: era bastante curvilínea, de caderas generosas.
Y con una sonrisa amable y cargada de ternura que se me asemejó dolorosamente a mi madre cuando regresaba a casa del instituto y ella me estaba esperando para ver cómo me había ido el día.
Ferenc y Morticia fueron los primeros en bajar del coche y dirigirse hacia las escaleras. Me bajé con cuidado del coche, recolocándome la falda del vestido, y aguardé a que Derek rodeara el morro del vehículo para llegar a mi lado; seguimos a la pareja manteniendo la distancia entre nosotros, como si la idea de tocarnos fuera horrible y repugnante.
Morticia se inclinó en dirección de la mujer que se encontraba al lado de Wolfgang para que ambas mujeres se dieran los protocolarios dos besos en las mejillas; Ferenc estrechó la mano del vampiro y ambos sonrieron como si fueran viejos amigos. Cuando llegó mi turno, no pude evitar sentirme cohibida, pues la vampira me estaba mirando sin un ápice de repulsión u odio... simplemente con cariño y comprensión, como si fuera consciente de lo que había estado pasando.
-Ah, tú debes ser Galatea –dijo con jovialidad.
Me quedé tensa al escucharla pronunciar mi nombre, nada de «neófita», «monstruo» o «peligro andante». La mujer me tomó el rostro entre sus manos para depositar con sumo cuidado dos besos en mis mejillas, dejándome aún más sorprendida que antes; Derek se estaba encargando ahora de Wolfgang, saludándolo con algo de recelo e intentando mantener las apariencias.
-Eh... es un placer conocerla –respondí algo azorada.
-Soy Bergamota –se presentó la mujer, dándome un apretón en ambos hombros-. La esposa de Wolfgang.
No entendí de dónde procedía todo ese cariño y alegría por conocerme. Quizá Wolfgang le hubiera comentado a su esposa que habíamos llegado a un acuerdo; quizá Bergamota también estaba deseando la caída del aquelarre Vanczák.
Ese pensamiento en concreto me asqueó y me sacudí con suavidad el contacto de la vampira, quien pronto se encargó de establecer una apasionante conversación con Morticia sobre lo que habían preparado para el pequeño cóctel que estaba teniendo lugar en aquellos momentos en la parte trasera del palacete; Wolfgang, Derek y yo nos quedamos un tanto retrasados en la puerta de la entrada.
Los ojos azules del viejo vampiro resplandecieron de gusto al verme colocada a una pequeña distancia del cuerpo de Derek.
-Me alegro de verte, Galatea –dijo y yo intuí otro tipo de mensaje implícito en esas palabras.
Me esforcé por sonreír.
-Gracias por la invitación –respondí.
Wolfgang sonrió con amabilidad y nos indicó con un gesto de mano que pasáramos al interior de la casa, en dirección a los jardines; no pude evitar observarlo todo como si estuviese en un museo, asombrándome de la cantidad de objetos con aspecto de ser auténticos... como la enorme piel de lobo blanco que actuaba de alfombra.
Derek me rozó un instante para indicarme que atendiera en el trayecto y dejara de distraerme con el decorado; refunfuñé algo sobre qué sucedería la próxima vez que me tocara y Derek mudó su gesto a una expresión de enfado.
Llegamos a los jardines y el viejo vampiro nos deseó que pasáramos un buen rato mientras iba a saludar al resto de invitados. Morticia y Ferenc habían desaparecido entre la multitud, acompañados por Bergamota; cogí una copa aflautada de una de las bandejas que vi pasar a mi lado y me dispuse a planear mi fuga.
No conocía a nadie lo suficientemente bien como para acercarme y alejarme lo suficiente de Derek. A mi lado, el vampiro también parecía haber llegado a la misma conclusión que yo: nos daría la excusa perfecta para evitar hablar el uno con el otro hasta que se nos vaciara y necesitáramos otra.
Reconocí a Akito junto a otra chica hablando con Yolanda Poirier, seguramente tocando el tema que más preocupaba a los líderes de los aquelarres en aquellos momentos: el vampiro que seguía matando en Londres. Incluso creí ver la cabecita rubia y perfecta de Ursula entre la multitud.
-No es necesario que te quedes ahí pasmada con esa cara de pasa que tienes, Galatea –dijo Derek-. Puedes... no sé, intentar socializar con el resto de invitados.
Le di un sorbito a mi copa. Vivir rodeada de todo aquel lujo estaba consiguiendo malacostumbrarme hasta límites insospechados; no sabía qué sería de mí el momento en el que tuviera que bajar de nuevo a la tierra de los mortales, lejos de todo aquello.
-No conozco a nadie –respondí con tensión.
-Entonces preséntate a alguien –me propuso Derek, hablándome como si yo fuera una niña pequeña y tozuda.
-Dudo que les caiga bien –protesté, deseando que el vampiro dejara el tema-. Soy un peligro y me verán como una enemiga.
Derek entrecerró los ojos, echándome un vistazo cargado de malestar. Estaba al tanto de lo que se comentaba sobre mí, ya que no había podido escuchar algunas conversaciones entre los vampiros que podían abandonar la mansión y traían consigo noticias sobre lo que sucedía en la ciudad, o en otros aquelarres.
-Con ese vestido que llevas pareces inofensiva –señaló, intentando sonar bromista.
No sonreí y le di otro sorbo a mi copa.
A mi lado Derek dejó escapar un suspiro de irritación.
-¿Puedes explicarme de una vez qué es lo que te sucede? –preguntó-. ¿Ha sido por la broma que he hecho en el coche? ¿Te ha molestado que te haya recordado que siempre vas a estar... así? –señaló mi cuerpo de adolescente de dieciocho años-. ¿O tu enfado viene de antes?
Puse los ojos en blanco.
-Estoy atrapada para siempre en «esos días del mes», Derek –dije con resquemor-. Es lo que conlleva una transformación a una adolescente de dieciocho años.
Derek se mordió el labio inferior con aspecto culpable, dejando su copa sin tocar en la bandeja de un humano que pasaba por su lado en aquel instante; sus ojos azules se desviaron para contemplar al resto de invitados, como si estuviera preparándose su discurso.
-Gala, sé que es difícil en estos momentos, pero pronto te acostumbrarás a tu nueva vida –intentó convencerme. Él, que siempre estaría atrapado en sus diecinueve eternos años, que había conseguido vivir dos años humanos más que yo-. Dejará de importarte dentro de un par de décadas.
-¡Derek! –exclamó una voz masculina.
Ambos nos giramos hacia la persona que había saludado tan efusivamente al vampiro, topándonos con un apuesto joven que iba vestido con una camisa blanca y unos pantalones rectos de color caqui, acompañado por una chica con aspecto bastante dulce que llevaba un sencillo vestido blanco de tirantes finos.
Derek compuso rápidamente una sonrisa amable, tendiéndole una mano.
-Tiberius –saludó el vampiro.
El susodicho, el novio, cogió con energía la mano que le estaba tendiendo Derek y la estrechó con amabilidad, como si fueran dos viejos amigos reencontrándose. La chica, Jana recordé repentinamente, se mantenía al lado de su prometido, con una sonrisa en los labios; no pude vitar preguntarme si Jana sería igual de sumisa que Anna... si su compromiso sería tan artificial como el que existía entre Derek y Anna.
Cuando miré a los ojos a la chica vi que estaba enamorada de su prometido, y que Tiberius la mantenía cogida por la cintura en un gesto de cariño. Nada tenía que ver con la extraña relación que mantenían Derek y Anna.
-Enhorabuena por la boda –me atreví a intervenir.
Jana y Tiberius me miraron con atención, como si fuera la primera vez que veían a una neófita. Una vez recuperados de la sorpresa inicial, la chica esbozó una nueva sonrisa de orgullo y Tiberius me siguió mirando fijamente, haciéndome creer que me conocía de algo.
La chica parecía emocionada, ya que no tardó ni un segundo en soltarse del agarre de su prometido para entrelazar su brazo con el mío, como si fuésemos viejas amigas; su contacto me dejó momentáneamente aturdida. Derek y Tiberius se habían sumergido en una conversación sobre la situación de Londres, con el vampiro descontrolado asesinando masivamente.
-Hemos tenido que instalar a muchos de los llegados en el edificio de invitados –me confió Jana, señalándome una casa que se encontraba situada a unos metros de la principal. Luego se mordió el labio-. No pensaba que Wolfgang fuera a invitar a tanta gente...
Jana decidió echarme una mano con el tema de la socialización. Me arrastró lejos de Derek y utilizó su condición de anfitriona para presentarme a algunas de las mujeres; algunas de ellas pertenecían al aquelarre y se permitían hacer bromas subidas de tono respecto a Tiberius y Jana.
Al ir acompañada por la anfitriona, ninguna de ellas me puso mala cara o me hizo sentir no muy bien recibida. Privilegios de haberte convertido en apenas dos minutos en amiga inseparable de la novia, supuse.
La tarde empezó a caer y Jana chasqueó la lengua, evidentemente contrariada por el hecho de que aquella recepción estaba llegando a su fin. La afluencia de invitados había empezado a menguar cuando el sol se estaba escondiendo, dando paso a la noche.
-La gente del servicio te conducirán a tu dormitorio –me indicó Jana-. Allí ya habrán colocado todo tu equipaje. Incluso se estará esperando un par de mujeres que se harán cargo de ayudarte a preparar para la boda.
-Nos vemos más tarde –me despedí de ella.
Jana se echó a reír mientras llamaba la atención de una chica que pertenecía al servicio de los Herz, le indicó que me guiara hasta mi dormitorio (procuré no mostrar ningún tipo de sentimiento cuando le dijo que era la acompañante de Derek Vanczák) y me guiñó un ojo de manera pícara.
-No te preocupes si me retraso unos minutos –bromeó, riéndose entre dientes-. Es lo que se espera de mí.
Nos dimos un par de besos en las mejillas y nos fuimos por caminos opuestos. La chica que se encargaba de conducirme a mi dormitorio me llevaba directamente al edificio de invitados; entramos a una pequeña recepción, que parecía funcionar de comedor y salón, y ascendimos por las escaleras.
-Su habitación está en el último piso –me informó con tono monocorde.
Alcanzamos nuestro piso de destino y la chica giró hacia la puerta que se encontraba al fondo del pasillo. No pude evitar fijarme en que en aquella planta solamente se encontraban dos puertas, y una de ellas conducía al dormitorio que se me había designado. ¿Eso significaba que la otra pertenecía a Derek, quien se encargaría de mantenerme vigilada el poco tiempo que nos quedásemos allí?
-Espero que todo esté de su gusto, señorita Riley –me deseó la humana, profesional-. Enviaré al equipo de maquillaje y peluquería para que vengan a ayudarla con la preparación en unos segundos.
-Gracias –dije con un hilo de voz, abriendo la puerta y colándome en el interior de mi dormitorio.
Contuve un grito de sorpresa cuando vi a Derek, ya completamente vestido, delante de un espejo de pie con problemas para recolocar la pajarita que llevaba. Apoyé mi espalda en la puerta mientras Derek echaba un rápido vistazo en mi dirección, sin el más mínimo asombro de verme aparecer allí. ¡Porque él había decidido colarse en mi habitación sin permiso!
-Creo que te has equivocado de dormitorio.
Vi en el reflejo del espejo que estaba sonriendo.
-No me he equivocado, Galatea.
Estudié el amplio dormitorio, buscando una puerta que condujera a uno anexo. No se me ocurría otra posible solución para tener a Derek allí, contemplándose en el espejo como si nunca se hubiese visto reflejado en uno.
-Wolfgang ha querido ahorrar espacio y nos ha colocado a ambos en el mismo dormitorio –me explicó Derek-. Vamos a tener que compartir ciertos espacios.
Los ojos de ambos se desviaron en una misma dirección: la mullida y apetecible cama que se encontraba pegada en la pared contraria. Fruncí el ceño al ver que las sábanas eran de un atípico y funesto color negro. Después pensé que todo aquello debía tratarse de una broma... una broma muy, muy pesada.
Una auténtica putada por parte del cosmos, vamos.
Mi maleta estaba a los pies de la cama, subida encima de aquel pequeño banco acolchado donde debían guardarse los miles de cojines de diversos tamaños que decoraban la superficie de la cama. La misma cama que Derek y yo tendríamos que compartir.
Cogí mi maleta con cuidado y la deposité sobre el colchón, abriéndola y escarbando en su contenido hasta dar con el estuche que protegía el vestido que Morticia había escogido para la ocasión; estaba temblando del miedo.
-Puedes cambiarte en el baño –señaló Derek-. O puedes hacerlo aquí mismo, si lo prefieres. Yo voy a salir al balcón a que me dé un poco el aire.
Lo estudié de pies a cabeza, maldiciéndolo de todas las formas posibles al ver lo bien que le sentaba el esmoquin que llevaba; deseé que hubiera alguna imperfección en su atuendo, que la chaqueta le quedara pequeña o algo por el estilo... necesitaba algo con lo que poder mortificarlo el resto de la noche y que pudiera ayudarme a evitar que mi subconsciente me recordara cada dos por tres lo bien que le sentaba el maldito traje al maldito vampiro.
No todos éramos de piedra.
Asentí ante sus palabras como toda contestación y cogí aire para enfrentarme a lo que se escondía dentro de aquella funda protectora. Recé a todos los dioses para que Morticia no hubiera elegido nada humillante y bajé la cremallera con temor; mis ojos se abrieron como platos al ver tanta tela de color rojo.
Saqué el vestido y lo sostuve en el aire, completamente extendido. No parecía nada humillante y tampoco era nada obsceno; me quedé sorprendida de que la vampira hubiera sido benevolente conmigo y pillé a Derek sonriendo a mi espalda.
-¿Qué tiene tanta gracia? –le espeté, molesta.
El vampiro me señaló.
-Tu cara –respondió con soltura-. Parecías estar sufriendo un síncope mientras bajabas esa cremallera. ¿Tan malo es?
Miré de nuevo mi vestido.
-Me lo esperaba peor –admití-. Tengo que reconocer que Morticia ha sabido comportarse...
La sonrisa de Derek creció.
-Deirdre se encargó de ayudarla –desveló con un leve timbre de orgullo, como si hubiera sido él mismo la persona que lo había elegido-. La otra opción no le parecía nada acorde.
Entonces fui capaz de entender por qué Deirdre había metido aquellas sandalias doradas con pedrería roja dentro de la maleta. Me apunté mentalmente masacrar a mi amiga por su traición y secretismo, haciéndome creer que tendría que asistir casi desnuda debido a la elección que había hecho Morticia.
-No tardes mucho –se despidió Derek, dando media vuelta para salir por las puertas que conducían a nuestro balcón privado.
Seguí indagando en el contenido de la maleta, encontrándome con un conjunto de ropa interior acorde con el escote del vestido y que no permitía que se me marcara nada por encima; espié las puertas antes de desnudarme ocultándome en el hueco que formaba la cama con el espejo de pie y ponerme aquel conjunto. Dudé unos segundos antes de coger el vestido y pasármelo por la cabeza.
Alcé los brazos hacia mi espalda para subirme la cremallera, pero mis dedos ni siquiera eran capaces de rozarla. Empecé entonces una extraña danza de contorsionismo hasta que escuché una risita masculina y me giré hacia Derek, fulminándolo con la mirada y cortando su risa de golpe.
Se aclaró la garganta y se me acercó con cautela.
-Permíteme que te ayude –se ofreció.
Retiré mi cabello negro y dejé que Derek subiera la cremallera del vestido. La puerta de la habitación retumbó cuando alguien llamó a ella con insistencia; el vampiro soltó un suspiro cansado y regresó de nuevo al balcón, sin decir ni una sola palabra más. El equipo que me había prometido Jana entró entonces en el dormitorio, cargando con las herramientas que debían utilizar para adecentarme.
Me condujeron hacia el tocador con el que contaba el mobiliario y me pidieron que me pusiera cómoda, no tardando mucho en ponerse a trabajar en mí. Yo me dejé guiar por los consejos de todas ellas, no queriendo importunarlas y porque no tenía la más mínima idea de qué quería; las chicas se encargaron de rizar mi pelo y recogérmelo todo a un lado, dejándolo suelto por mi hombro izquierdo.
Cuando me vi reflejada en el cristal, vi que me habían oscurecido los párpados y que habían definido mis rasgos, iluminando el resto de mi rostro y dándome un aspecto bastante... misterioso.
Las despaché dándoles miles de veces las gracias y admirando su trabajo, cerrando la puerta con un suspiro de alivio. No sabía cuánto tiempo habían tardado en adecentarme, pero no quería que Derek utilizara aquello como munición para echármelo en cara en caso de retrasarnos.
Lo vi cruzar las puertas del balcón con un gesto sombrío y yo me alisé la falda del vestido con nerviosismo, casi sintiéndome como aquella noche, cuando Deirdre me había ayudado a prepararme para el baile de regreso de Ferenc a su hogar; los ojos de Derek se detuvieron en mí y parpadeó varias veces, casi como si no me reconociera.
No me permití sonreír con satisfacción y aguardé estoicamente a que Derek emitiera su veredicto.
-Han hecho un buen trabajo contigo –comentó.
De nuevo la sinceridad de Derek me hizo desear que le partiera un rayo... o que cayera misteriosamente por el balcón del último piso del edificio de invitados de los Herz y se hiciera papilla contra el asfalto; alcé la barbilla con decisión y cuadré mis hombros, quejándome interiormente por las malditas sandalias que me había escogido Deirdre para completar el atuendo.
-Lamento mucho si no he quedado a la altura de tus expectativas, pero no había mucha materia prima con la que trabajar –repliqué con molestia.
Derek volvió a parpadear como si se le hubiera metido algo en un ojo. Quizá mi dedo pronto lo hiciera si seguía con su cruzada de hacerme sentir inferior y despreciar el trabajo de todas aquellas chicas.
-Me estás malinterpretando –se apresuró a explicarse el vampiro-. No he querido decir eso, Galatea. Estás verdaderamente hermosa...
Puse los ojos en blanco.
-Y eso último que has dicho ha sonado demasiado forzado, Derek.
El vampiro se dirigió hacia donde estaba depositada su maleta negra y rebuscó entre su contenido hasta sacar una cajita cuadrada de terciopelo negro. No pude evitar mirarlo con curiosidad, preguntándome qué contendría aquella misteriosa cajita; me quedé paralizada cuando vi a Derek venir hacia mí, con aquel cuadradito de terciopelo negro alzado para que pudiera verlo bien.
No lo abrió hasta que se encontró frente a mí y yo abrí unos ojos como platos. Se trataba de una delicada gargantilla con los dijes en forma de flores de tres pétalos en cuyo interior había encajados pequeños diamantes (o eso quise creer, vaya). Era una pieza antigua y con aspecto de valer una fortuna.
Miré a Derek sin entender qué significaba todo aquello. ¿También tendría la obligación de regalarme algo así, tal y como había hecho con el vestido que había destrozado a causa de las circunstancias aquella noche?
-Esta joya pertenecía a mi madre –me confesó Derek y lo pillé mordiéndose el labio, dudando-. Me gustaría que la llevaras tú esta noche.
Entrecerré los ojos, recelosa.
-¿Por qué? –quise saber.
Derek sacó la gargantilla con cuidado de su caja y la extendió frente a mi cara. La luz de la araña del techo le arrancó algunos brillos a los diamantes incrustados, haciéndola relucir y dándole un aspecto casi mágico.
-Quiero firmar una tregua contigo, Gala –me dijo en voz baja, sonando algo avergonzado-. Quiero demostrarte que soy tu amigo y que quiero ayudarte. Aquí tienes una prueba de mi buena voluntad: una joya que pertenecía a mi madre y una de las piezas que más quería, que esperaba que acabara en manos de una de las elegidas de sus hijos... De alguien que supiera que se la merecía.
Permití a Derek que me la pusiera con cuidado y me preocupé al ser consciente de una nueva responsabilidad que recaía sobre mis hombros: tendría que vigilar la gargantilla y protegerla hasta que finalizara la noche. Derek me la había prestado como símbolo de su buena voluntad y yo no quería estropearla, y mucho menos, perderla.
Escuché suspirar a Derek a mi espalda cuando abrochó la gargantilla y lo miré por encima de mi hombro.
-¿Has decidido recrear una escena de Pretty Woman o son imaginaciones mías? –pregunté, frunciendo el ceño un segundo después.
Derek sonrió y me tendió uno de sus brazos para que bajáramos a reunirnos con el resto de invitados.
-Todo está dentro de tu desordenada cabeza, Galatea.
EXTRAS:
(Tierno palacete donde vive todo el aquelarre Herz. A la izquierda pueden ver la cuqui casa de invitados, utilizada cuando hay demasiada afluencia de personas... como el día de la boda, por ejemplo.)
(Vestido de noche de Gala. Esperemos que le resulte cómodo caminar con ese bajo "cola de sirena" y no ruede escaleras abajo gracias a las sandalias de tacón de Deirdre...)
(Gargantilla que perteneció a la difunta Ravenna Vanczák y que la legó a sus hijos con la esperanza de que ellos se la dieran a la mujer de su vida.)
(Vestido que llevaba la gran Morticia Olaussen, aficionada tanto al negro como los miembros de seguridad del aquelarre Vanczák. Corramos un tupido velo ante el pequeño detalle de que es la maravillosa y glamurosa, además de casi eterna, Isabel Preysler; imaginemos que es nuestra querida y amada Morticia)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro