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☽ | Chapter 30. [02]

UNA BODA PARA MORIRSE

| PARTE DOS |

Derek me guió entre los invitados, que también parecían sacados de cualquier desfile de alta costura, hasta que encontramos a su padre y a Morticia; la vampira había decidido recurrir de nuevo al negro, llevando un vestido de un solo tirante y con un fruncido en una de las caderas, de tela satinada. Sus ojos me recorrieron de pies a cabeza, deteniéndose demasiado tiempo en la gargantilla que Derek me había prestado y que había pertenecido a su madre.

-Galatea, estás encantadora –me felicitó.

Sonreí.

-Quería darte las gracias por la elección del vestido –dije a propósito, fingiendo desconocer que había sido Deirdre quien había escogido el mismo.

Morticia esgrimió su sonrisa artificial.

-Sabía que te quedaría perfecto, resaltando tu cabello negro y tus ojos –respondió, restándole importancia-. No tienes por qué darlas.

Derek me miró con sorpresa, pero se apresuró a adelantarse para tomar la mano de su madrastra y depositar un educado beso en el dorso de su palma.

-Estás preciosa, Morticia, como siempre –la aduló, mientras Morticia le sonreía con satisfacción.

Aguanté sin abrir el pico durante el tiempo que Ferenc me escrutó con sus fríos ojos azules. Mis encuentros con el patriarca de la familia se habían limitado a un par de veces, y nunca de frente; al igual que sus dos hijos mayores, el vampiro poseía esa aura de poder que provocaba que se me secara la garganta y tuviera ganas de agachar la cabeza con aire dócil.

Me resultó muy difícil mantenerle la mirada, a la espera de que diera su veredicto.

-Tiene potencial –dijo entonces el padre de Derek, sin dirigirse directamente a mí-. Llamará la atención esta noche. Procura vigilarla, Derek; podría suceder como aquella noche... y ya no contamos con la ventaja de encontrarnos en la mansión –añadió, lanzándome una mirada de mal disimulado desdén.

Me sonrojé sin poderlo evitar, sintiéndome humillada por el hecho de que Ferenc Vanczák creyera que yo había buscado en la noche que había mencionado que Samuel, uno de los vampiros de Wolfgang Herz, me atacara a traición; Derek se tensó a mi lado cuando escuchó a su padre hablar con tanto desapego y desdén hacia mí. Morticia miró a Ferenc con un artificial reproche, aunque en el fondo estuviera saboreando las palabras que me había dirigido su pareja.

-Galatea fue atacada por ese maldito vampiro –le recordó con frialdad a su padre, saliendo en mi defensa ante mi sorpresa-. No lo buscó ella misma.

Ferenc hizo un aspaviento con la mano, queriendo quitarle importancia a lo que había dicho su hijo. Morticia contuvo una sonrisa y colocó deliberadamente su mano en el antebrazo de su compañero; los ojos de Ferenc se dulcificaron al contemplar a la mujer, mirándola de la misma forma que había visto a Tiberius mirar a Jana cuando ésta no lo miraba.

-Ferenc, estás siendo injusto con Galatea –intervino Morticia.

Los ojos del viejo vampiro me taladraron.

-Esperemos que no caiga en las trampas de Wolfgang –dijo en tono severo-. Estaríamos a su merced y conseguiríamos que el resto de aquelarres se pusieran en nuestra contra.

-Cariño, ya sabes lo que hemos hablado –repuso Morticia en el mismo tono.

Ferenc suspiró.

-Y por eso mismo me parece una provocación lo que ha hecho Wolfgang. ¡Nos conocemos desde hace muchos años, jamás creí que un amigo de la familia pudiera caer tan bajo por una estúpida venganza!

Morticia le dio un par de palmaditas, sonriéndole con comprensión.

-Sabes perfectamente lo que se dice de nuestro aquelarre, querido: somos el más numeroso que existe en Londres y, aunque no se diga públicamente, el más poderoso. Wolfgang siempre ha querido el primer lugar.

El vampiro sacudió la cabeza, molesto por la idea de que un amigo suyo pudiera estar conspirando a su espalda por un asunto que había sido propiciado por uno de sus vampiros, actuando por su cuenta; Morticia volvió a sonreírle y entonces los invitados comenzaron a moverse hacia el jardín, donde habían dispuesto todos los asientos y habían colocado un pequeño altar al fondo, donde los contrayentes harían el intercambio de votos y anillos. Cuando Derek me pasó un brazo por la cintura no lo alejé de mí, permitiéndole que me guiara a través de la multitud de vampiros que estaban buscando sus asientos; Ferenc y Morticia se quedaron una fila detrás, mientras que nosotros ocupamos aquellas que estaban destinadas a los líderes de los aquelarres más importantes de Londres y a sus acompañantes.

Vi a Akito acompañado de la misma chica de aquella misma mañana; Wolfgang y Bergamota se habían sentado cerca del altar y Yolanda se encontraba charlando con la acompañante de Akito mientras su compañero parecía encontrarse bastante interesado en la decoración del altar. Derek me hizo pasar a mí primero y saludó con educación al resto de líderes; el asombro de Yolanda de verme allí fue más que evidente, mientras que Akito nos saludó tanto a Derek como a mí con amabilidad.

Dejé que Derek conversara con el resto de líderes y yo me quedé en un silencioso segundo plano, a la espera de que empezara la ceremonia; el vampiro apoyó distraídamente su mano sobre mi rodilla, provocando que yo me tensara de manera inconsciente.

Sus ojos azules me contemplaron con una expresión dubitativa, sin entender que aquel gesto por mi parte; quise decirle que no se tomara demasiadas confianzas conmigo, pero una suave melodía me interrumpió, haciéndome perder la oportunidad de hacerle ver a Derek que su comportamiento me estaba incomodando. Por suerte, todos tuvimos que ponernos en pie, por lo que Derek apartó con suavidad la mano, permitiéndome volver a poder respirar con normalidad; el primero en llegar fue Tiberius, acompañado por otro vampiro idéntico al novio.

Derek se rió a mi lado, divertido por mi expresión de desconcierto al ver a los dos vampiros recorriendo el pasillo.

-Son gemelos –me susurró-. Lyle y Tiberius Herz, los herederos del clan Herz.

Los contemplé a ambos mientras terminaban su desfile y se detenían en uno de los costados del altar. Wolfgang parecía encontrarse exultante de felicidad; su rostro relucía mientras le sonreía a su esposa y su hijo Tiberius buscaba la aprobación de sus dos padres buscándolos con la mirada.

Todos giramos a la par el cuello cuando empezó a sonar una melodía mucho más lenta. Jana, oculta tras un tupido velo, inició su recorrido seguida por una hilera de cuatro vampiras que se encargaban de sostener la larga cola del vestido; había dos vampiras, las que cerraban la marcha nupcial, que destacaban por su edad. Las otras dos, jovencitas e incapaces de esconder una amplia sonrisa de orgullo, se encontraban pletóricas de poder formar parte de aquel cortejo, llamando la atención del resto de invitados. Escuché a Derek coger aire abruptamente cuando una de las vampiras jóvenes, una morenita de ojos almendrados, le guiñó un ojo de manera descarada al pasar por nuestro lado.

-¿Una vieja conocida? –pregunté con suavidad.

Derek sacudió la cabeza, sin responderme.

Volvimos a tomar asiento cuando el cortejo de Jana se encargó de recolocar la larga cola de su vestido, situándose a un lado para dejar que Tiberius y Jana pudieran reunirse frente al altar; estudié con atención mi entorno, preguntándome qué sucedería a continuación. Derek se había cruzado de brazos a mi lado y parecía enfurruñado por mi comentario anterior; me dije a mí misma que yo no tenía la culpa de vivir rodeada por las mujeres que habían compartido una noche loca con el líder del aquelarre. Era problema de la promiscuidad del propio Derek.

Un vampiro larguirucho y vestido con un viejo frac apareció tras el altar. El jardín se había visto sumido en un respetuoso silencio donde no se oía siquiera un simple suspiro; el vampiro del frac pidió a ambos contrayentes que se cogieran de las manos y abrió un volumen con aspecto de haber vivido tiempos mejores. La monótona voz del vampiro que estaba oficiando la ceremonia hablando en latín hizo que me recorriera un escalofrío.

Pillé a Wolfgang mirándome fijamente, con sus ojos azules ardiendo de un extraño fuego. Me forcé a desviar la mirada y a centrarme en el discurso que no entendía de aquel hombre.

-Está hablando de lo que se espera de ambos cuando se unan en matrimonio –escuché decir a Derek, que miraba atentamente al vampiro del frac-. Deberán respetarse y, sobre todo, pertenecerse el uno al otro. La fidelidad es uno de los pilares fundamentales para nosotros, además del respeto mutuo.

Lo miré con cara de circunstancias, Derek esbozó una desganada sonrisa.

-No estoy casado, todavía –dijo, leyéndome el pensamiento-. A mí no se me exige que cumpla con los tres pilares: compromiso, fidelidad y respeto. Creo que Anna tampoco los respeta mucho...

Desvié la mirada hacia los novios, que estaban repitiendo las palabras del vampiro del frac, preguntándome si aquello habría sido una especie de confesión involuntaria en la que Derek reconocía que sabía perfectamente que su dulce prometida había conseguido llevarse a la cama a su hermano pequeño; en aquel momento el vampiro del frac estaba levantando un enorme cáliz dorado con incrustaciones de rubíes y parecía encontrarse al borde del éxtasis. Casi como si estuviera sufriendo una experiencia religiosa.

Hizo que Jana y Tiberius cruzaran sus manos, aferrándose al antebrazo del otro, mientras el vampiro depositaba con cuidado el cáliz sobre el altar y sacaba una cadena de oro. Entrecerré los ojos cuando vi al vampiro rodear las muñecas de ambos contrayentes con aquella fina cadena dorada; Tiberius cogió con la mano libre el cáliz y aguardó hasta que Jana se retiró el velo para inclinar la copa sobre los labios de ella. Después le tocó el turno a Jana de ayudar a beber a Tiberius del cáliz.

Todos los invitados no pusimos de nuevo en pie mientras los recién casados se giraban para quedar frente a nosotros. Tiberius rodeó la cintura de su esposa y ella rió encantada mientras el vampiro la besaba tiernamente en la mejilla.

Varios vampiros se encargaron de retirar todas las sillas y el altar para despejar el jardín mientras los invitados rodeaban a los recién casados para poder darles la enhorabuena; Wolfgang y Bergamota se encontraban junto a ellos, además de una de las vampiras de más edad que había formado parte del cortejo de Jana.

Dejamos que Ferenc y Morticia se encargaran de transmitir al nuevo matrimonio los buenos deseos de futuro y nos quedamos apartados; la otra vampira de más edad que había llevado la cola del vestido de Jana se encontraba junto a Lyle Herz y no parecía nada contenta por la felicidad que mostraban los recién casados. Su lacio cabello rubio platino estaba peinado hacia atrás para permitir tener el rostro completamente despejado, dejando ver sus ahumados ojos y sus perfilados labios rojos.

-Helga Sinclair –dijo junto a mi oído Derek, sobresaltándome.

Desvié la mirada de Helga y vi que Derek estaba sonriendo sarcásticamente. Morticia me había hablado de ella, formaba parte del aquelarre Herz y era una amiga muy allegada de Bergamota van Tassel; sin embargo, había algo oscuro en aquella mujer... una extraña similitud con la propia Morticia.

-Las malas lenguas dicen que es amante de Wolfgang y de Tiberius –añadió de pasada.

Mis ojos se clavaron automáticamente en los susodichos después de haber escuchado lo que me había dicho Derek en tono conspirador; ambos, padre e hijo, parecían encontrarse bastante enamorados de sus respectivas parejas... ¿Cómo era posible que pudieran estar con otra mujer? Y los dos con la misma vampira.

Ahora entendía por qué Helga Sinclair tenía esa cara de funeral: no debía resultarle nada placentero que uno de sus amantes hubiera decidido casarse, lo que significaría que se centraría en su esposa durante un buen tiempo.

-¿Por qué? –pregunté en voz alta.

Derek me miró desconcertado. Los vampiros ya habían despejado el jardín y habían montado una pista de baile al aire libre, con farolillos colgando entre las ramas de los árboles y sirviendo de iluminación; los camareros humanos comenzaron a aparecer entre la multitud, cargando con copas de líquido oscuro y champán. Además, creí ver una mesa de buffet en uno de los laterales.

-¿Por qué buscar el calor en otra mujer si ya tienes a una? –me expliqué, abrazándome a mí misma-. Están haciéndoles daño... No están siendo honestos con vuestras creencias del matrimonio.

Derek se removió a mi lado con incomodidad, como si se sintiera incluido en mis palabras.

-En ocasiones el amor no es suficiente –respondió y no supe si estaba hablándome de su experiencia propia-. Quiero decir, somos hombres y tenemos una serie de necesidades que, con el paso del tiempo, nuestras parejas quizá no sepan satisfacerlas. Es duro, pero Wolfgang ama a Bergamota; utiliza a Helga cuando necesita aliviarse.

Me giré para mirarlo de soslayo.

-¿Cuál es tu excusa, Derek Vanczák? –pregunté, molesta por aquel comentario tan retrógrado que había hecho para tratar de justificar el hecho de que Wolfgang y Tiberius no fueran fieles a sus respectivas parejas. ¿Lo sabrían ellas, acaso?

Derek se encogió de hombros con indiferencia.

-No tengo excusa, Galatea. Lo hago porque me apetece y porque con Anna hace tiempo que es diferente.

No pude evitar mirarlo con desagrado. Por comentarios como ése deseaba borrarle de un puñetazo sus perfectos rasgos; era culpa de esa parte de Derek lo que había conseguido que Anna se convirtiera en la criatura rencorosa y desesperada que hundía las uñas para aferrarse a lo que creía que sentía Derek hacia ella.

-Eres un maldito gilipollas –le dije.

Eché a andar hacia la multitud sin preocuparme de que Derek pudiera salir tras de mí y ambos montáramos una escena allí en medio; esquivé con cuidado a vampiros que charlaban jovialmente de la ceremonia, olvidándose de que había un vampiro descontrolado en aquellos mismos instantes por las calles de Londres buscando a su siguiente víctima; quizá el neófito hubiera estado vigilándome y se encontrara escondido entre ellos, observándome.

Conseguí cruzar la marea de vampiros y divisé la mesa que había visto antes. Me acerqué a ella rápidamente, maldiciendo a Deirdre por las sandalias que se hundían en el césped, escrutándola con la mirada; todo estaba lleno de una amplia variedad de aperitivos. Me hice con una copa llena de sangre (y algo de alcohol, ya que olfateé su contenido para cerciorarme) y comencé a balancearla entre mis dedos, buscando con la mirada a Helga.

La encontré en un grupo femenino, acompañada por la propia Bergamota. La vampira bromeaba y reía, ajena del secreto que ocultaba la mujer que se encontraba a su lado; o era posible que ella lo supiera... ¿Qué clase de mujer sería capaz de hacer la vista gorda a que su marido o pareja estuviera manteniendo relaciones con otras personas?

Pensé en Anna y me respondí a mí misma.

Aquellas que estaban tan cegadas por ese tóxico sentimiento de dependencia que confundían con amor; esas mujeres que eran capaces de fingir no saber nada porque así lograban mantener a su lado a los hombres.

Mujeres que tomaban medidas desesperadas por temor al abandono.

-¿Eres la guardiana de esos canapés de caviar? –preguntó una divertida voz a mi lado.

Pestañeé, saliendo de golpe de mis pensamientos, buscando a la persona que había hablado. Unos ojos verdes me miraban con atención y yo fruncí el ceño cuando su dueño se acercó a mí; lo evalué, cayendo en la cuenta de que aquella no era la primera vez que nos veíamos: alto, fornido, ojos verdes y cabello ensortijado de color negro (aquel día confundí su tonalidad debido a la multitud de luz estroboscópicas con las que se intentaba crear ambiente). Su piel era tostada y sus blancos dientes parecían relucir por sí solos en una amplia sonrisa amistosa.

Repetí en mi cabeza su pregunta y me sentí avergonzada.

-Perdona –mascullé, haciéndome a un lado.

El vampiro se acercó a la bandeja de canapés que estaban situados a mi lado y cogió uno, dudando unos segundos antes de llevárselo a la boca. Hunter me había dicho en una ocasión que los vampiros perdían el sentido del gusto con el paso del tiempo, que lo único que podían hacer entonces era emularlo a partir de recuerdos; contemplé al vampiro masticar con lentitud, como si estuviera disfrutando de su sabor. ¿Era relativamente reciente, pues?

-Nos hemos visto antes –dije sorpresivamente; los ojos del vampiro se desviaron en mi dirección con curiosidad-. En el local de los muelles.

Sus labios se fruncieron para formar otra sonrisa donde mostró su perfecta dentadura y sus afilados colmillos. Casi parecía complacido de que lo recordara... o de que lo hubiera dicho en voz alta.

-Me atropellaste –apuntó, sin dejar de sonreír-. Parecías estar bastante cabreada.

Me removí con algo de pudor al rememorar aquella desastrosa noche... y cómo terminó.

-No fue una buena noche –admití, dándole un sorbo a mi copa y torciendo el gesto al comprobar que había más cantidad de alcohol que de sangre en ella.

Pestañeé de nuevo cuando vi ante mí una de las manos del vampiro extendida; el chico sostenía en la otra un nuevo canapé.

-Kenneth Austen –se presentó con una pomposa reverencia.

Contuve una risotada y le estreché la mano con amabilidad. Había algo tranquilizador en la presencia de Kenneth; me hacía sentir cómoda y había conseguido que me olvidara por completo la discusión que me había obligado a salir huyendo del lado de Derek por el desagrado que había despertado en mí la sinceridad con la que había hablado sobre por qué era incapaz de guardarle un mínimo de fidelidad a su prometida.

-Galatea Riley.

Su sonrisa se torció al escuchar mi nombre.

-La neófita del aquelarre Vanczák –cayó en la cuenta Kenneth, mirándome con respeto-. La gente no para de hablar de cómo abriste en canal a uno de los miembros del aquelarre Herz.

Me froté el brazo con indecisión, incómoda por las palabras del vampiro. Lo había hecho en legítima defensa, protegiendo a Derek de que Samuel pudiera haberlo atacado por la espalda; además, al morir, ese vampiro me había dejado un bonito regalo de despedida que había conseguido ponerme en una situación bastante delicada: había inoculado su ponzoña dentro de mí y nadie se había dado cuenta de ello hasta que Hunter había irrumpido en mi cuarto de baño, encontrándome en el suelo, rodeada de mi propia sangre.

-Protegía a mi líder, nada más –expuse, deseando que dejáramos ese tema en cuestión.

Kenneth frunció el ceño.

-No pareces muy convencida –observó con precisión.

Lo estudié con atención, captando la insinuación.

-Es el deber de todos los miembros de un aquelarre proteger a su líder –repliqué, justificando por qué había interceptado a Samuel antes de que alcanzara a Derek; había sido a causa de mi deber-. Yo no podía ser menos.

-Pero en aquel entonces tú no pertenecías al aquelarre –contradijo-. Aún no lo eres.

«Ni nunca lo seré.»

-Derek no tardará en reclamarme –dije entonces, poniéndome algo nerviosa por lo que encerraban aquellas palabras que había pronunciado-. Ha estado... ocupado.

Kenneth sonrió con complicidad.

-El vampiro suelto de Londres –apuntó.

Asentí, sin necesidad de añadir más.

Ambos nos quedamos mirando hacia los invitados. Habían formado un semicírculo y algunas parejas se habían animado a salir a bailar; pude ver a Jana y Tiberius, además de a Wolfgang y su esposa. Un poco más separados de ellos se encontraba Helga con un vampiro bastante apuesto, sin quitarle la vista de encima a los dos Herz.

-¿Quieres bailar conmigo? –preguntó Kenneth, sacándome de nuevo de mi ensimismamiento.

Lo miré como si estuviera hablándome en broma. Había vuelto a comerse uno de los canapés de la bandeja y masticaba con lentitud, dirigiéndome una mirada divertida; la discusión con Derek había logrado cabrearme, queriendo recluirme en un rincón de aquel jardín y ocultarme allí hasta que la ceremonia terminase. Sin embargo, la invitación de Kenneth resultaba demasiado tentadora.

Dejé la copa sobre la mesa del buffet y cogí a Kenneth por la manga de su chaqueta, arrastrándolo tras de mí hacia la pista de baile. Al parecer se trataba de una pieza lenta y cuyos pasos consistían en moverse formando un cuadrado mientras girabas en círculo; no parecía ser difícil y mi equilibrio había mejorado milagrosamente desde que era vampira.

Kenneth decidió tomar el control y me cogió por la cintura con una mano, atrapando mi mano izquierda con la que tenía libre; yo apoyé la que me quedaba en su hombro, dedicándole una media sonrisa. El vampiro consiguió incluirnos entre todos aquellos bailarines sin entorpecer la marcha de ninguno de ellos.

Empezamos a girar al ritmo de la música y pude ver a Morticia y Ferenc entre las parejas que bailaban; ambos se movían con una gracilidad que denotaba años de experiencia, haciendo que los envidiara mínimamente.

Seguimos dando vueltas, siguiendo al resto de parejas, consiguiendo mantenernos dentro del baile sin parecer unos aficionados. Los pasos me resultaron mucho más fluidos conforme avanzaba la pieza así que, cuando terminó, miré a mi alrededor con una expresión de pena.

-Veo que ya has conocido al joven Austen –nos dijo una voz.

Tanto Kenneth y yo nos giramos a la par para ver a Wolfgang acercándose hacia nosotros con una media sonrisa. No le seguía Bergamota, así que supuse que su esposa había decidido darse un pequeño respiro.

Kenneth sonrió de manera educada.

-La señorita Riley es encantadora –comentó él.

Wolfgang nos observó a ambos con atención, sus ojos azules relucían misteriosamente y su sonrisa me provocó escalofríos.

-Tiene un encanto especial –coincidió el viejo vampiro, dándole unas palmadas en su gran bíceps-. Me gustaría que me la cedieras para la próxima pieza. Sé que habéis hecho migas rápidamente, pero hay algo que quiero comentar con ella.

Kenneth no dudó ni un segundo en soltarme con suavidad, permitiéndole a Wolfgang que ocupara su lugar. Nos dedicó a ambos una última sonrisa antes de desaparecer entre la multitud; el contacto del viejo vampiro no era nada comparable con el de Kenneth: éste me daba escalofríos y tenía una constante garra helada apresándome la garganta.

La nueva pieza musical comenzó a sonar y nosotros empezamos a movernos. Nos mezclamos entre el resto de las parejas hasta situarnos en el centro de la pista, donde solamente unos pocos atrevidos danzaban en círculos; en aquella ocasión no pude evitar mirar a mi alrededor, intentando encontrar entre todos los rostros el de Derek.

-He estado esperando mucho tiempo recibir noticias tuyas, Galatea –me regañó con un tono jocoso.

Me puse tensa entre sus brazos, maldiciendo mi mala suerte; había deseado que aquello no hubiera llegado tan rápido. No tenía preparado siquiera un discurso en el que poder dejarle claro que no estaba dispuesta a continuar con nuestro acuerdo, que quería romperlo en ese preciso instante; ya encontraría la forma de hacerle pagar a Axel Vanczák todo el daño que me había causado.

Cogí aire, pues no podía seguir postergando mi decisión mucho más tiempo.

-Hay algo que debo decirte –empecé, dubitativa.

Wolfgang me apretó la mano con fuerza, mirándome con intensidad.

-¿Has descubierto algo, Galatea? –presionó.

Nos miramos a los ojos unos segundos mientras seguíamos dando vueltas.

-No quiero proseguir con esto –dije, reuniendo el valor necesario para decirlo sin que me temblara la voz-. Quiero romper con nuestro acuerdo.

Mi rostro se contrajo en una mueca de dolor cuando el vampiro aplastó con más fuerza de la necesaria mi mano. Sus ojos se habían convertido en dos témpanos de hielo que me abrasaban con la furia que latía en el fondo de ellos.

-Tú no puedes romper nada –me contradijo, hablando entre dientes-. Teníamos un acuerdo, te he traído hasta aquí por ese mismo motivo.

Entrecerré los ojos, apretando los dientes para no soltar un gemido de dolor.

-Se acabó, Wolfgang –repetí.

-Estás equivocándote conmigo, Galatea –me aseguró en un tono amenazador-. Puedo hacer que lo pierdas todo.

Tiré de mi mano, recuperándola. Contuve las ganas de masajeármela después de haber estado siendo aplastado por la fuerza de Wolfgang; nos habíamos detenido en mitad del círculo donde el resto de parejas seguían bailando, ajenos totalmente a lo que sucedía entre el anfitrión y yo. Los ojos azules del vampiro seguían fulminándome con un aire de peligro.

-No tengo nada de perder, los vampiros os habéis encargado de robármelo todo –declaré, dando media vuelta y esquivando algunas parejas para poder escapar de la pista de baile.

La amenaza de Wolfgang Herz seguía resonando en mis oídos, consiguiendo que todo mi vello se erizara, por lo seguro de sí mismo que parecía al haberme dicho que tenía suficiente poder como para hacer que sus palabras se hicieran realidad; seguí esquivando vampiros sin ver siquiera a dónde me dirigía.

Alcé la mirada y vi a lo lejos el edificio de invitados; el sitio estaría desierto, quizá a excepción de los humanos dedicados al servicio, por lo que no habría riesgo de que alguien pudiera interrumpirme. Caminé más deprisa, saliendo del círculo iluminado que formaban los farolillos e internándome en la oscuridad.

Una mano salida de la nada me detuvo agarrándome por el brazo. Me giré y el estómago se me agitó cuando comprobé que se trataba de Derek; tenía los ojos entrecerrados y no parecía nada animado. Mi mirada buscó cualquier signo delatador que pudiera ponerlo en evidencia, demostrándome que no había perdido el tiempo y que había estado divirtiéndose en algún lugar oscuro con alguna de las invitadas.

No encontré nada.

-¿A qué vienen esas prisas? –exigió saber Derek, sonando molesto-. ¿Llegas tarde a algún sitio?

Mi mano se enroscó en la muñeca de la mano que me tenía detenida, apretándola con intenciones claras: quería que me soltara.

-Estoy cansada de seguir con toda esta farsa –suspiré.

Derek me miró sin entender.

-Quiero irme al dormitorio –insistí, con un tono quejumbroso y casi suplicante-. Por favor.

Los dedos de Derek me fueron soltando lentamente. Di media vuelta y reanudé mi camino hacia el edificio de los huéspedes; solamente escuchaba mis acelerados pasos, así que supuse que Derek habría preferido volver a la fiesta. Abrí las puertas de la casa de par en par y vi que alguien debía haber encendido la chimenea, no me entretuve en comprobar si había algún vampiro allí y subí los escalones de dos en dos hasta alcanzar el último piso.

Cerré la puerta a mi espalda sin molestarme en echar el pestillo y me quité las sandalias a patadas, lanzándolas por toda la habitación sin importarme lo más mínimo dónde terminaran; alguien había abierto las esquinas de las mantas de los dos lados de la cama, así que me dirigí hacia la orilla izquierda y me refugié entre ellas sin quitarme siquiera el vestido.

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que escuché la puerta abriéndose lentamente, seguido por unos sigilosos pasos que se dirigían hacia la cama. Miré por encima de mi hombro para encontrarme a Derek con un plato entre las manos; el vampiro tenía un gesto sorprendido, como si hubiera sido pillado haciendo alguna fechoría.

Derek alzó el plato en mi dirección como si fuera una ofrenda de paz.

-He robado un trozo de tarta nupcial –anunció.

Yo me incorporé sobre los codos, observando el plato que sostenía Derek con un gesto de confusión. ¿Qué hacía allí Derek? ¿Y por qué demonios había traído consigo un trozo de tarta?

Derek cruzó la distancia que lo separaba de la cama y se sentó en el borde, tendiéndome el plato para que pudiera cogerlo. Tenía un aspecto verdaderamente apetecible, y yo no había cenado nada en toda la noche, pero tenía el estómago revuelto y no estaba segura de poder mantenerlo en mi estómago.

Cogí el platillo, pero lo dejé sobre la mesita de noche. Los ojos de Derek siguieron la trayectoria hasta el mueble con un gesto de derrota, como si supiera que sus esfuerzos habían sido en vano.

-¿Sigues molesta conmigo? –preguntó, pasándose una mano por el cabello.

Supe que estaba nervioso porque ese gesto solamente lo hacía cuando no tenía todo el control sobre la situación. Sus ojos azules estaban nublados por algún tipo de emoción que no sabía cómo denominarla, pues parecía una mezcla de decepción y pesar; la línea de sus hombros no estaba erguida, denotando la seguridad que siempre lo había caracterizado, y sus labios estaban fruncidos.

Lo cierto es que mi enfado con Derek se había desvanecido desde que había estado hablando con Kenneth; todas las buenas vibraciones que me había transmitido el vampiro se habían evaporado tras mi conversación con Wolfgang.

Un ligero temblor sacudió mi cuerpo.

-No, ya no –respondí con sinceridad.

Mis palabras no terminaron de convencer a Derek.

-Entonces, ¿qué ha sucedido para que hayas salido huyendo despavorida? –insistió.

Aparté las mantas y salí de la cama. No quería hablar con Derek de lo que había sucedido en la pista de baile, no quería que supiera que había conseguido poner en mi contra a Wolfgang Herz por haberme negado a seguir con nuestro acuerdo; un repentino cansancio hizo que me pesaran todos los huesos de mi cuerpo.

-Simplemente estoy cansada –dije.

Pasé a su lado, en dirección al baño, cuando me cogió por la muñeca.

-Galatea, puedes decirme lo que sea.

-Ayúdame a bajarme la cremallera del vestido, quiero irme a dormir –respondí.

Durante unos segundos temí que Derek dejara a un lado sus buenos modales y comenzara a exigirme que le contara lo que había pasado, pero lo único que hizo fue ponerse en pie con un suspiro y pedirme que me apartara el pelo para que no se quedara enredado.

Escuché la cremallera bajando con lentitud y noté los nudillos de la mano de Derek acariciando la piel desnuda de mi espalda. Al aire se me quedó atascado en la garganta cuando los labios del vampiro me besaron con suavidad en el inicio de mi espalda; me aparté con rapidez de su lado, sosteniéndome el vestido por la zona del pecho para evitar que éste cayera y me dejara en ropa interior frente a él.

-¿A qué ha venido eso? –exigí saber, con un tono chillón.

Derek me miró con aire inocente.

-No tengo ni idea de lo que estás hablando –se defendió.

Se llevó las manos a la pajarita que llevaba y empezó a desabrocharla con lentitud, con la vista clavada aún en mí; su caricia había conseguido que todo mi cuerpo se echara a temblar y yo no podía evitar mirarlo con un claro aire de acusación, sabiendo que todo aquello era un truco por su parte.

En una sola zancada me situé de nuevo frente a él y le golpeé en el pecho con el dedo índice, haciéndole partícipe de lo enfadada que me encontraba ante su pueril idea de fingir que no sabía nada.

-Hoy no estoy de humor para continuar con tus estúpidos juegos –le espeté.

Las manos de Derek apresaron mis muñecas, consiguiendo que el vestido rojo cayera a mis pies, arrugándose. Yo mantuve mis ojos clavados en el rostro del vampiro, que intentaba mantener una expresión indiferente, demostrándole que no me importaba en absoluto que hubiera inmovilizado mis muñecas para evitar que pudiera volver a golpearlo.

-Esto tampoco es un juego –me corrigió.

Sus ojos seguían fijos en los míos, ignorando el hecho de que me encontraba en ropa interior. Recordé con algo de vergüenza que no era la primera vez que me mostraba en esa guisa delante de él, y que en aquella ocasión llevaba un modelito mucho más arriesgado que aquella combinación, además que Derek no pareció para nada atraído de la visión de verme en ropa interior.

No le interesaba de esa forma.

-Entonces, ¿qué es? –me atreví a preguntar.

En un simple parpadeo me vi apresada contra el colchón de la cama, con el cuerpo de Derek inmovilizándome y mis muñecas apoyadas a cada lado de mi cabeza; los ojos de él se habían oscurecido, además de haber endurecido la línea de su mandíbula. Sus rodillas se encontraban junto a mis costados y su vientre se encontraba aplastando el mío. Su rostro bajó hasta quedar su nariz pegada contra la mía, con su cálido aliento chocando directamente contra mis resecos labios.

-Solamente intento ayudarte, Galatea –murmuró y sentí un ligero roce de sus labios contra los míos cuando habló.

-¿Ayudarme a qué? –conseguí articular.

Derek sonrió como un niño pequeño.

-A distraerte –hizo una breve pausa-. Permíteme que te ayude esta noche, Galatea.

¿Ayudarme a distraerme... cómo? Mi mente había comenzado a nublarse debido a la cercanía del cuerpo de Derek al mío, además del hecho de que yo me encontraba semidesnuda mientras que él conservaba todas las prendas; la boca se me había quedado seca y mi cabeza era incapaz de crear un pensamiento con un mínimo de lógica.

Me mordí el labio inferior con fuerza, dejando atrapados en mi garganta una serie de sonidos que intentaban brotar, cuando la boca de Derek empezó a bajar por la comisura de mi labio, siguiendo la línea de mi mandíbula hasta llegar a mi lóbulo izquierdo. Escuché la respiración del vampiro directamente en mi oído mientras sus dientes se encargaban de pellizcar con parsimonia mi oreja; mis muslos se contrajeron de manera inconsciente ante uno de sus mordiscos, consiguiendo que le golpeara en los hombros con las manos.

Aquello pareció animar a Derek, que pasó una de mis muñecas a la mano donde tenía apresada la otra, dejándole libre esa mano para acariciar mi brazo hasta alcanzar la curva de mi pecho, escondido bajo el sujetador sin tirantes; me tensé al ser consciente de que sus dedos seguían recorriendo mi costado hasta llegar al hueso de mi cadera, donde me dio un posesivo apretón.

-Relájate –le escuché susurrar junto a mi oído, reanudando un segundo después los ligeros pellizcos con sus dientes en mi mandíbula y curva de mi cuello.

Me pregunté cómo quería que me relajara si le tenía encima de mí, con una mano acariciándome y con su tentadora boca mordisqueando mi mandíbula, lóbulo y oreja... provocándome escalofríos.

Contuve un suspiro a duras penas cuando los colmillos de Derek se clavaron con más fuerza de la necesaria en mi labio inferior, sin llegar a atraparlo como había hecho yo en aquel reservado. Ahora pude ver claramente que el vampiro estaba jugando conmigo, torturándome de aquella forma con esos mordisquitos que estaban empezando a subir mi temperatura corporal.

-Bésame –me oí exigirle.

Derek se separó unos centímetros de mí para poder observarme. Sonreía de medio lado, evidentemente satisfecho de haber logrado su objetivo: que yo cayera en sus redes y estuviera casi suplicándole que hiciera lo que le había exigido.

Al ver que no se movía, arqueé mi espalda para rozar mi pecho contra el suyo y quedar así más cerca de sus labios.

-Bésame, Derek –le pedí.

Cualquiera diría que estaba loca, y no se lo reprocharía, pero me era muy complicado mantener el control cuando el vampiro se había encargado de tentarme de aquella forma, dejándome la miel casi a punto de rozar mis labios; Derek sonrió con malicia antes de ceder a mi petición. Acercó sus labios a los míos y los apretó durante unos segundos, tomando algo de distancia entre nuestras bocas después; lo miré con desconcierto, sin entender por qué estaba haciéndome sufrir de esa manera, y Derek volvió a bajar su rostro hacia el mío para delinear mis labios con su lengua.

-Desnúdame –ordenó entonces.

Gimoteé y Derek me soltó ambas muñecas, apoyando sus dos manos a cada lado de mis brazos.

-Galatea, desnúdame –repitió su orden.

Me pasé la lengua por el labio inferior, notando el sabor de Derek sobre él, antes de alzar las manos tímidamente hacia su chaqueta. Se la saqué por los hombros con cuidado, sin que Derek me ayudara, y como premio recibí por su parte un beso que consiguió encenderme aún más; fui recompensada con más besos, cuya necesidad iba ascendiendo, a cada prenda que le quitaba.

Derek quedó entre mis piernas una vez le quité el pantalón y me lanzó una ardiente mirada que me hizo que me echara a temblar de expectación por lo que estaba por venir. Cubrió mi cuerpo con el suyo de nuevo y me observó atentamente; notaba un cosquilleo en los labios debido a la fiereza de sus últimos besos y el roce de su barba contra mi piel, pero no dije nada. No quería echar a perder el momento quejándome como una niña pequeña.

-Estamos a punto de cruzar una línea muy importante, algo que nos cambiará a ambos –para resaltar su mensaje frotó su pelvis contra la mía, arrancándome un jadeo ahogado-. Ahora puedes echarte atrás, Galatea. Solamente tienes que pedirme que pare.

Me apoyé en los codos y lo miré en silencio, pensándome mi propia respuesta. No sabía si Derek había preparado todo aquello de manera premeditada o si nos habíamos visto en aquella situación de manera fortuita; lo único que tenía claro es que Derek estaba en lo correcto: aquella noche podría cambiar nuestro futuro o, al menos, el mío. Si le pedía que continuase, me reclamaría y formaría parte de su aquelarre de manera completa, nadie podría cuchichear sobre mí y sería un miembro de pleno derecho del aquelarre de Derek; encontraría la seguridad y protección que había estado buscando desde que había sido atacada por Samuel.

No quise pensar en Hunter, como tampoco pararme a buscar una razón que pudiera explicar por qué había estado conmigo tan raro esos últimos días; si me detenía a pensar en Hunter me convencería a mí misma de que estaba haciendo eso a modo de venganza por su indiferencia, y no quería que sucediera eso. Quería aceptar la oferta de Derek porque estaba segura de mí misma, sin aditivos que tuvieran el nombre de Hunter Vanczák.

«Solamente tienes que pedirme que pare.»

Cogí aire abruptamente.

-Estoy preparada –ni siquiera sabía de dónde había salido esa valentía, pero lo agradecí en silencio.

Derek asintió, con el ceño fruncido. Parecía estar concentrándose en algo.

-Lo haré con cuidado –me prometió-. Pero dolerá.

«¡Vaya, gracias por la información, Derek! No sabía que desvirgar a una chica era doloroso... ¡imagínate cómo debe serlo para una vampira!»

Derek apartó algunos mechones de mi rostro con cariño mientras con su otra mano se encargaba de bajar mi braguita. Me obligué a mantenerle la mirada, sin querer bajarla para saber lo que estaba sucediendo por ahí abajo; mi curiosidad de comprobar si Derek estaba tan bien dotado como se rumoreaba (sobre todo por parte de Anna, cuando Ursula se quedó en la mansión) se vieron eclipsadas al ser consciente de que estaba a punto de perder mi virginidad en la casa de huéspedes de un vampiro que me había amenazado abiertamente. Mordí mi labio inferior con nerviosismo al no ser capaz de sentir nada... por el momento; Derek seguía mirándome fijamente y acariciaba mi sien izquierda para distraerme.

Me hundí los colmillos con más fuerza al notar algo (algo no, señores, pues tenía nombre propio) rozando mis labios vaginales, abriéndolos para ir introduciéndose poco a poco; la respiración de Derek se volvió más pesada cuando empujó y un calambre bastante incómodo me recorrió el vientre. Nada que no pudiera soportar... por el momento.

-¿Todo bien? –se cercioró Derek.

Asentí.

Derek rodeó uno de mis muslos y lo alzó con cuidado, introduciéndose aún más en mi interior. En esa ocasión la descarga de mi vientre fue más notoria y dolorosa; apreté los labios para contener un quejido de dolor y hundí mis uñas en los bíceps desnudos de Derek. El vampiro presionó un poco más y se retiró unos segundos después, arrancándome un gimoteo en voz baja; Derek parecía preocupado, al igual que yo. ¿Por qué demonios...?

-¿Por qué intentas salirte? –dije con la voz ahogada.

Unas arruguitas se formaron en la frente de Derek mientras éste cogía aire.

-Estás muy estrecha –me explicó, con la voz ronca.

Un pensamiento empezó a formárseme en la cabeza, pero Derek hundió sus dedos en la carne de mi muslo y empujó con fuerza su cadera contra la mía. Sentí cómo se adentraba del todo en mí y un dolor desgarrador se abrió paso en mi vientre; abrí los ojos de la sorpresa y el dolor mientras Derek sujetaba mi rostro entre sus manos, acariciando mis mejillas para besarme con suavidad, pidiéndome perdón con ese gesto por la brutalidad que había mostrado unos momentos antes.

Le respondí al beso con los labios temblorosos a causa del dolor que se me había instalado en el vientre. Derek comenzó a moverse dentro de mí y yo apreté mis muslos contra sus piernas, acrecentando la sensación de desgarro en mi interior; atrapé su labio inferior antes de que pudiera separarse de mí y le mordí, deseando mostrarle una mínima parte del dolor al que estaba siendo sometida en aquellos instantes.

Derek volvió a besarme mientras subía un poco el ritmo de sus embestidas, haciéndome jadear levemente por el esfuerzo de no echarme a llorar del dolor. Su respiración fue agitándose con el paso de los segundos, al igual que la sensación de desgarro de mi vientre había menguado hasta hacerse tolerable.

Me mordí el labio inferior cuando noté que el ritmo de Derek aceleraba de nuevo y que el vampiro había comenzado a gemir y jadear entre dientes junto a mi oído; el dolor había sido sustituido por un placentero cosquilleo y estaba haciendo un gran esfuerzo por no ponerme a gemir como si estuviera poseída.

Derek se mordió en la muñeca, abriéndose una pequeña herida, y me la colocó en los labios para que bebiera de ella. Lo hice con avidez, saboreando la dulzura de aquel exquisito líquido que parecía ser incluso mejor que la humana; Derek la retiró rápidamente y me sonrió con cariño, apartándome algunos mechones que cubrían la curva de mi cuello. Abrí la boca en un jadeo mudo cuando sentí a Derek mordiéndome y succionando mi sangre, sellando la herida con su propia lengua.

Supe de manera inconsciente que ambos habíamos cruzado un límite que en un futuro nos separaría. No sabía de dónde procedía esa funesta certeza, pero me hizo sentir inquieta el resto de la noche.

Cuando estuve segura que Derek se había quedado completamente dormido a mi lado resbalé con cuidado hasta salir de la cama. Notaba mis piernas algo tambaleantes tras todo lo que había sucedido, pero podría caminar sin desplomarme y despertar a Derek; cogí el edredón que había acabado en el suelo y me cubrí con él, dirigiéndome hacia el balcón de puntillas.

Los jardines estaban desiertos, por lo que la fiesta debía haber terminado, aunque no sabía si hacía mucho tiempo o no.

Me acomodé en uno de los sofás que había en el balcón y me arrebujé bajo el edredón con un escalofrío provocado por las bajas temperaturas; alcé la mirada hacia el cielo y me encontré cara a cara con la luna. Aquella noche se encontraba llena, lo que me hizo sentir aún más inquieta.

No podía seguir escondiéndole por más tiempo a Derek que había llegado a un acuerdo con Wolfgang, pero que lo había roto aquel mismo día porque no podía permitir poner en riesgo a nadie del aquelarre; sabía que tenía que tomar en cuenta las amenazas del vampiro, pero primero quería aclarar lo ocurrido con Derek.

Se merecía saber la verdad y yo no podía soportar seguir guardándola, convirtiéndolo en un sucio secreto.

Observé el amanecer con una extraña opresión en el pecho, con unas irremediables ganas de llorar. No entendía por qué, si todo había ido bien y Derek había conseguido reclamarme; me había convertido en un miembro de pleno derecho dentro del aquelarre y había conseguido un creador que supliera el hueco de la persona que me había convertido.

-¿Problemas de insomnio?

Me giré asustada hacia las puertas del balcón, donde se encontraba Derek vistiendo únicamente unos bóxers. Tenía el aspecto de haber descansado mucho más que yo y sus ojos azules parecían haber recuperado una vitalidad que antes me había parecido extinta.

Encogí mis hombros.

Derek salió al balcón y se sentó sobre uno de los sofás individuales que se encontraban junto al que estaba ocupando yo. Procuré no quedarme mirándolo embobada, con mi mente completamente enajenada de mis antiguos pensamientos y sacando a flote algunos momentos de la noche anterior.

El vampiro apoyó los brazos sobre sus rodillas y se mordió el labio inferior con indecisión. Una parte de mí temió que lo que pudiera decirme tuviera que ver con lo que había pasado entre nosotros.

-Ahora que te he reclamado, bueno, seguramente te estés preguntando qué será de ti en el futuro –empezó el discurso de Derek sin tan siquiera mirarme a la cara-. Sé que desde que llegaste a la mansión quieres recuperar tu libertad a toda costa y, ahora que has conseguido que te marque, crees que puedes marcharte donde quieras –abrí la boca para corregirle y decirle que no tenía ninguna intención de irme, pero Derek no me dio oportunidad-. Por norma general un creador permite que su neófito pueda separarse de su lado cuando está verdaderamente preparado, lo que puede suceder cuando pasan varios años, pero yo sé que tú serías incapaz de pasar tanto tiempo hasta que yo te diera el visto bueno; así que te propongo un trato.

Me mordí el labio inferior para que Derek no viera que había comenzado a temblarme. Su creencia errónea sobre que yo estaba deseando marcharme de la mansión había conseguido golpearme en el pecho; era cierto que en un principio es lo que más había anhelado, lo que me había empujado (entre otros motivos) a llegar a un acuerdo con el viejo Herz, pero mi decisión de querer huir lo más lejos posible de la familia Vanczák había desaparecido. Les había tomado demasiado aprecio a Deirdre y Hunter, incluso al propio Derek, como para querer marcharme de allí.

Derek me miraba con un gesto tranquilo, sin ser consciente del maremoto de sentimientos que había despertado en mi interior con aquellas palabras, en apariencia inocentes, sobre lo que opinaba de mí.

-Quédate con el aquelarre un año –me propuso, y hablaba en serio-. Un año y podrás olvidarnos a todos.

Sus últimas palabras me hirieron en lo más profundo. Me mantuve impertérrita mientras le sostenía la mirada, fingiendo que me estaba pensando mi respuesta; Derek creía que no me encontraba cómoda, que siempre estaría intentando huir... Quizá fue eso lo que pensó cuando me interceptó en los jardines, cuando yo trataba de llegar al edificio de invitados.

-Un año –repetí lentamente, haciéndome daño a mí misma al pronunciarlas.

Derek sonrió con amabilidad y yo quise...

Quise decirle que había cambiado de opinión.

Quise decirle que no pensaba marcharme del aquelarre.

Quise decirle que había llegado a un acuerdo con Wolfgang Herz donde le prometía pasarle información sobre el aquelarre, pero que al final no hice nada.

Quise decirle muchas más cosas... Y no pude porque no conseguí reunir el valor suficiente.

El sonido de un teléfono sonando en el interior de la habitación nos sobresaltó a ambos. Seguí con la mirada a Derek cuando entró de nuevo al dormitorio y me mantuve con la vista clavada en las puertas, mientras escuchaba parcialmente la conversación de Derek; pestañeé un par de veces cuando Derek regresó al balcón con una expresión seria.

-Me temo que ha surgido una reunión de última hora –me informó con desgana-. Pediré que alguien te lleve a la mansión.

Me puse en pie y aferré con más fuerza el edredón que me cubría, acercándome hacia donde estaba parado Derek; me detuvo por el brazo y yo me giré hacia él, interrogante. El vampiro se limitó a sonreírme y a darme un beso en la sien, provocando que mi estómago se contrajera dolorosamente.

Cogí la muda que me había metido Deirdre en mi maleta y me encerré con ella en el baño. Cuando salí de allí vi que la habitación estaba desierta y que la maleta de Derek reposaba sobre la cama deshecha; me alegré enormemente de que las sábanas fueran negras y que no pudieran apreciarse a simple vista manchas delatoras de lo que había sucedido anoche.

Mis pies me llevaron directa a la maleta de Derek. En el baño había visto que no me había quitado la gargantilla, así que la desabroché de mi cuello y la dejé con cuidado encima de la maleta del vampiro, en un lugar visible donde pudiera verla. Esperaba que ningún humano decidiera apropiársela.

Recogí mi maleta y salí de la habitación.


Nota de la autora:

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