☽ | Chapter 26.
CUATRO O CINCO MOMENTOS
Me puse un nuevo conjunto deportivo y abandoné la suite para reunirme con Bala. El vampiro me esperaba pacientemente en los jardines; sus cejas se enarcaron al verme aparecer respaldada por Attila y el otro vampiro, preguntándose qué habría hecho ahora para que Derek hubiera decidido ponerme niñeras. ¿Acaso su amigo no se lo había dicho personalmente?
Los labios de Bala se curvaron en una débil sonrisa, todavía recuperándose del rapapolvo que debía haber recibido por Derek tras lo que había sucedido en aquel reservado; procuré mostrarme lo más amable y tolerante posible, haciéndole entender que no le daba ninguna importancia... que todo había quedado olvidado.
Sin embargo, el vampiro parecía querer mantener las distancias conmigo y su habitual sentido ácido de humor parecía haberse desvanecido. Sus ojos oscuros se habían clavado por encima de mi hombro, seguramente atento a mis dos niñeras.
-Derek ha pensado que podría practicar con estos dos –señalé con el pulgar a mi espalda, refiriéndome a Attila y el segundo vampiro.
-Attila y Étienne tienen demasiada experiencia –apuntó Bala.
Miré por encima de mi hombro al enterarme del nombre del vampiro que no conocía. Étienne me dedicó una amenazadora sonrisa, como si estuviera deseando hacerme probar las palabras de Bala; Attila, por el contrario, tenía la misma cara de funeral de siempre. No pude evitar preguntarme de nuevo cómo era posible que el vampiro hubiera decidido anteponer a Derek por encima de la persona que amaba, a la misma que la había transformado en vampira y que había permitido que fuera humillada de aquella manera.
-Empecemos de una vez –dijo entonces Bala.
Me recogí el pelo en una coleta mientras el vampiro se encargaba de colocar el material que había decidido elegir para aquella sesión. Todavía seguía con el costado entumecido por el golpe, con ese precioso moratón decorándolo; mis movimientos estaban limitados y rezaba para que Bala no decidiera hacer uso de los combates cuerpo a cuerpo.
Contemplé con atención cómo Bala estaba colocando dianas en los pechos de los maniquíes que había puesto en distintas distancias.
Una vez hubo terminado con esa tarea, llegó a mi lado y me tendió una pistola. Mis ojos se abrieron de golpe al notar el peso del arma entre mis manos; estaba fría y yo la sostenía como si no supiera qué hacer con ella. Cosa que era cierta.
Bala se cruzó de brazos y se plantó en el césped, apuntalando los pies.
-Derek me ha comentado que no te encuentras del todo bien después de haberte enfrentado a ese vampiro –me explicó mientras yo seguía sopesando entre mis manos la pistola-. Me pidió que no te forzara a hacer nada físico violento, así que he pensado que podríamos dedicarnos a tu puntería.
Enarqué una ceja, sorprendida por el gesto de amabilidad que había tenido Derek al decirle a Bala que estaba herida y que no estaría preparada para hacer frente a una sesión física.
El vampiro se encogió de hombros, restándole importancia al gesto que había tenido el líder del aquelarre hacia mí. Aquello me hizo sentir incómoda, incómoda después de la conversación que habíamos mantenido anoche donde Derek me había explicado por qué había decidido sacarme de las calles de Londres y darme un nuevo hogar debido a mi nueva naturaleza.
Bala confundió mi incomodidad con renuencia, creyendo que no me encontraba de acuerdo con las órdenes que había dado Derek.
-Solamente me limito a cumplir con lo que Derek me ha exigido –se defendió, sonando molesto-. Deberías estar agradecida después de lo que hiciste anoche.
Lo miré con enfado, sin saber si estaba refiriéndose a que creyera que yo había asesinado a ese vampiro o si estaba haciendo alusión a lo que había sucedido en aquel reservado, cuando yo le había utilizado como víctima para el juego del tequila.
Cambié de mano la pistola.
-Quizá hayas sido un imprudente al dejarme un arma tan peligrosa entre las manos –siseé, intentando que no sonara tan amenazador-. Podría perder el control y dispararte entre ceja y ceja.
Bala sonrió con socarronería.
-Conozco bien tus garras, gatita –dijo en voz baja-. Por eso mismo no he puesto balas auténticas –hizo una breve pausa, recorriéndome de pies a cabeza con una lentitud casi obscena-. Además, tu puntería es tan horrible que ni siquiera te acercarías, preciosa.
Sonreí ampliamente ante ese resurgir de su sentido del humor y me coloqué en dirección al primer maniquí para demostrarle que podía hacerlo. Escuché una risita por parte de Bala y permití que el vampiro se colocara a mi espalda para ayudarme a recolocar mi postura; me obligó a abrir un poco las piernas y a coger correctamente la pistola por la culata, además de corregir la altura a la que debía mantenerla.
Di un brinco cuando me pellizcó en el brazo, dedicándome otra de sus sonrisas cargadas de superioridad.
-La próxima vez que quieras jugar con el tequila, espera que haya recuperado un poco el aliento –me susurró para que solamente pudiera escucharlo yo sola-. Y que sea en un lugar más privado y sin posibles interrupciones incómodas.
-¿Qué tal si se lo propones a Derek y luego me dices qué te ha dicho? –repliqué, siguiéndole el juego.
Volví a colocarme en la posición que me había indicado Bala y le dediqué una media sonrisa traviesa a Bala antes de apretar el gatillo. El vampiro contuvo una risotada cuando la bala no se acercó lo más mínimo al centro de la diana; contuve un resoplido de disgusto al quedar en ridículo y me moví lo suficiente para apuntar en la siguiente diana, que estaba un poco más lejos que la primera.
-Seré benevolente contigo si no le aciertas, Galatea.
Apreté la mandíbula mientras recolocaba mi posición y ajustaba la dirección de tiro. Entrecerré los ojos para comprobar que en ese disparo iba a conseguir un mejor resultado que en el anterior; dejé escapar el aire lentamente y aguardé hasta estar segura de querer apretar el gatillo.
Fallé por muy poco, pero el agujero de la bala se encontraba indolentemente separado unos centímetros del centro de la diana.
Me giré hacia Bala con una sonrisa exultante y saboreé internamente el rostro descompuesto del vampiro, que se había quedado mudo con mi mejora.
-¿Habías dicho algo? –me burlé abiertamente de él-. No lo he oído bien.
Escuché una risa tras Bala y vi que Étienne había sido la persona que había emitido aquel sonido; no pude evitar estudiarlo con atención, sorprendida por aquella reacción tan natural por su parte. Alto, cabello rubio oscuro rizado, piel pálida y unos ojos verdes que relucían con diversión y deleite; llevaba el habitual uniforme negro que todos los hombres del aquelarre llevaban por estrictas órdenes de la cúpula, supuse. Era atractivo y, sin duda alguna, era francés.
Bala no parecía en absoluto contento por haber quedado en evidencia de sus propios compañeros de armas, así que fulminó con la mirada a Étienne, cuya sonrisa se hizo mucho más pronunciada, mostrándonos sus llamativos hoyuelos.
-Tiene madera –me felicitó Étienne, mostrando un ligero acento que confirmó mis sospechas-. Nos vendría bien, Bala. Esta chica tiene potencial.
Bala me estudió con renovado interés y Attila hizo crujir su mandíbula, demostrando así su desacuerdo.
-Eso tendría que decidirlo Derek –apuntó Bala con tiento-. Pero puedo aseguraros que Galatea tiene serios problemas de obediencia, por no hablar de su tendencia a cometer actos suicidas.
Entrecerré los ojos ante las bonitas palabras que me había dedicado Bala.
-Sigo viva –resalté con acidez.
-Pero estás herida –apuntó el vampiro, mirándome-. Reconozcámoslo, Galatea: tiendes a actuar por tu cuenta sin contar con el riesgo al que te expones. Eso nos supondría muchos problemas.
Alcé la barbilla con soberbia.
-¿Quién ha dicho que quiera unirme a vuestro Escuadrón de No-Muertos? –repliqué, molesta por las duras palabras que estaba recibiendo por parte de Bala.
No me había planteado qué haría en el futuro. Había dejado aparcado el plan de ponerme en contacto con Wolfgang para informarle sobre mis sospechas de que Axel había convertido a alguien más, repitiendo mi misma historia; con todo lo que había sucedido, me había olvidado por completo de mi misión... aunque tampoco es que pudiera investigar mucho si Derek me había confinado prácticamente a quedarme encerrada en mi dormitorio.
Nuestra discusión sobre si tendría alguna oportunidad de convertirme en una de ellos o no se vio interrumpida cuando el reloj de pulsera que llevaba Attila empezó a lanzar sonidos, silenciándonos a todos de golpe. El vampiro se apartó un poco de nosotros para poder ver qué era lo que había sucedido, y me dedicó una mirada pensativa mientras Étienne y Bala aguardaban ansiosos por saber por qué el reloj de Attila había empezado a sonar.
-Derek quiere verla en su despacho –nos informó a todos, señalándome con un rápido gesto.
Étienne y Bala me miraron como si me hubiera portado mal.
-Es mejor que no le hagamos esperar –añadió Attila de manera intencionada.
Bala me indicó con un ligero empujoncito en la espalda que echara a andar mientras Attila y Étienne se hacían a un lado para quedarse en la retaguardia; cuando pasé al lado de Attila miré de manera intensa el smartwatch que llevaba ajustado en la muñeca, con su pantalla apagada.
-¿Cuándo tendré uno de esos? –pregunté con inocencia.
Attila me gruñó como toda respuesta.
Pasamos al interior de la mansión y Bala encabezó la marcha hacia el despacho de Derek. Conocía el camino de memoria, así que no me sentí desubicada cuando empezamos a girar por pasillos hasta alcanzar la puerta que conducía al despacho de Derek; Bala llamó una sola vez y esperó hasta que el vampiro le diera permiso para entrar.
Empujó la puerta con el hombro y me hizo un gesto con la cabeza para que pudiera entrar yo primero; dudé unos segundos al ver que Derek no estaba solo en el despacho, sino que tenía a Gábor, a su hermano mayor y a su padre acompañándolo rodeando el escritorio donde se encontraba sentado el propio Derek.
Sus ojos azules se clavaron en los míos y yo volví a dudar antes de que Bala decidiera darme un empujoncito. Ferenc me estudió de pies a cabeza, con un rictus en el labio inferior; sospeché que Morticia ya se habría encargado de sembrar con sus venenosas palabras la duda en la mente del viejo vampiro.
Ignoré deliberadamente a Axel, todavía sintiendo la punzada de sus colmillos sobre la piel de mi cuello.
Me detuve cuando Bala lo hizo y procuré mostrarme lo más erguida posible, intentando pasar por alto los ojos clavados que había en mí. Sospechaba que aquella reunión se debía a lo que había sucedido con aquel vampiro y que Derek habría informado a su padre y hermano de que yo había asesinado a ese hombre, aunque no fuera verdad.
Casi podía sentir de nuevo el peso del grillete sobre mi tobillo.
-No parece en absoluto como me la has pintado, Axel –comentó entonces Ferenc Vanczák-. Parece que Derek ha conseguido domesticarla... aunque no veo que la haya terminado de marcar.
Mantuve la mirada clavada en el frente, ignorando la molesta quemazón que me habían provocado las palabras del vampiro; había tratado de que sonara como una alabanza, pero a mí me habían sentado como si me hubiera abofeteado.
Me mordí la lengua.
-Padre, no estamos aquí para discutir ese asunto en concreto –intervino Derek, sonando molesto.
Su padre le sonrió con fingida amabilidad.
-Es un asunto que no podemos seguir posponiendo por más tiempo –repuso el vampiro-. Han pasado ya casi tres semanas desde que la neófita se encuentra en la mansión...
-Parece que Derek se está ablandando, o quizá es que teme no encontrarse a la altura de las circunstancias –apostilló Axel con maldad.
Escuché a Bala gruñir a mi lado, reflejando lo que sentía yo en esos precisos instantes. Odiaba a Axel con todas mis fuerzas y de muy buen grado me habría encargado personalmente de hacerle callar; me recordé que eso era lo que buscaba Axel con todos aquellos comentarios: hacer perder el control tanto a Derek como a mí para demostrarle a su padre que no había tomado la decisión correcta al elegir a Derek como líder y que yo debía morir.
Los ojos de Derek refulgieron pero logró mantener la compostura, fingiendo que el comentario de su hermano mayor no le había afectado lo más mínimo.
-Como iba diciendo, he ordenado que te trajeran debido a lo sucedido anoche –dijo entonces Derek, dirigiéndose a mí directamente.
Gábor se removió en su asiento y fue cuando me fijé en que encima del escritorio había dispersas diversas fotografías que mostraban el cuerpo del vampiro al que había conducido al callejón donde alguien lo había empalado, dejándome a mí llena de sangre y con un cadáver.
Levanté la vista de las fotografías apresuradamente, topándome con los ojos azules de Derek clavados en mí. De no conocer como conocía a Derek habría jurado que parecía encontrarse arrepentido por algo.
-Gábor ha encontrado algo interesante en el cadáver del vampiro –empezó a explicarse Derek, pero Axel no se lo permitió:
-Según lo que nos has dicho antes, has afirmado que alguien intentó atacar a Galatea y ella lo asesinó.
Derek apretó los labios con fuerza, cada vez con más dificultades para mantener el control.
-Eso es lo que creía...
Axel enarcó ambas cejas y sonrió con malicia.
-También dijiste que la neófita había intentado convencerte que ella no había sido –los ojos azules de Axel se dirigieron velozmente a mi rostro para calibrar mi reacción-. Creo recordar que la llamaste embustera y que lo único que buscaba era llamar la atención; afirmaste que no serías tan permisivo con ella, que era intolerable que un miembro de tu aquelarre asesinara a alguien de nuestra misma especie.
Entrecerré los ojos, desviando la mirada hacia el rostro de Derek. El vampiro parecía encontrarse mortificado por la cantidad de información que su hermano mayor había soltado en apenas unos segundos; sin embargo, era consciente de que Axel no mentía al respecto.
Ferenc miró alternativamente a sus dos hijos, a la espera de que Derek confirmara o no sus palabras.
-Es cierto que dije todas esas cosas, pero las circunstancias han cambiado.
La sonrisa de Axel se hizo mucho más maliciosa.
-Todo el aquelarre piensa que estás sobreprotegiendo demasiado a la neófita. ¿Acaso tus honorables intenciones han desembocado en algo más profundo? Los vampiros del aquelarre creerán que ella ha conseguido tu favor de algún modo...
Prostituta de sangre. Aquellas tres palabras se formaron en mi cabeza mientras Axel sacudía la cabeza, divertido por su propio comentario e insinuación; mi cerebro decidió desconectar de mi cuerpo, que intentó abalanzarse sobre Axel.
El brazo de Bala se enroscó en mi cintura, inmovilizándome. Lo miré con enfado, dispuesta a golpearlo para que me soltara; los ojos oscuros del vampiro se habían endurecido y negó con la cabeza, exigiéndome que me controlara a mí misma y no diera más problemas.
Nadie pudo detener a Derek.
En un parpadeo tenía a Axel arrinconado contra la pared, con la mano apretándole en la garganta mientras le mostraba los colmillos. Ferenc observaba toda la disputa desde un privilegiado segundo plano y sus ojos azules no mostraban la más mínima preocupación por el hecho de ver a dos de sus hijos discutiendo de aquella forma.
-Haz algo con Derek –le siseé a Bala, molesta por la impasibilidad que estaba mostrando por su amigo.
Sin embargo fue Étienne la persona que se puso en movimiento para separar a Derek de su hermano mayor. Le pasó un brazo por el pecho y le dijo algo al oído; sea como fuere, logró que el líder del aquelarre soltase de un brusco empujón a Axel y pusiera algo de distancia entre los dos.
-Vuelve a insinuar algo así y lo lamentarás, Axel –le advirtió a su hermano.
Axel le dedicó una amplia sonrisa.
-Ya lo estás demostrando tú solito –escuché decir al vampiro.
Derek regresó a su asiento y se tomó unos instantes para poder recobrar el control, pasándose varias veces las manos por su pelo corto.
-Gábor ha descubierto que Galatea no mentía –dijo entonces, rehuyendo de manera intencionada mi mirada.
El aire se me quedó atascado al comprender que el vampiro moreno había conseguido demostrar mi inocencia. Gábor seguía sentado, con las piernas cruzadas y expresión de completa tranquilidad; no sabía si aquello había sido algún gesto de voluntad hacia mí o si, simplemente, se había dado cuenta de manera casual.
Derek bajó la mirada hacia las fotografías que había encima de su mesa.
-Hay sangre en el extremo de la barra que apuntaba hacia Galatea –prosiguió Derek, señalando una instantánea-. Lo que demuestra que ella no pudo haberlo hecho.
Ferenc se removió en su sitio.
-Entonces no tiene sentido que estemos aquí –intervino por primera vez-. Es evidente que la neófita es inocente y no merece castigo. Esto es algo que tendrás que arreglar a solas con ella.
Uno a uno, los vampiros fueron abandonando el despacho ante la orden implícita que había dado el antiguo líder; Étienne se despidió de mí con un guiño mientras que Bala me dirigió una sonrisa que pretendía darme ánimos.
Sin embargo, era incapaz de mirar a Derek.
-Galatea –me llamó con un tono ronco.
Seguí sin querer mirarle. De no haber sido por la milagrosa intervención de Gábor y las pruebas que había aportado, él seguiría creyendo que yo había asesinado a ese hombre y esa conversación habría sido muy diferente, ya que Derek estaría anunciándome qué castigo había elegido para hacerme pagar por algo que yo no me había hecho.
¿Cómo debía sentirme al respecto? Aliviada y agradecida a partes iguales. Decepcionada por el hecho de que Derek jamás confiara lo suficiente en mí, pudiendo darse de nuevo aquella misma historia... quizá sin final feliz en esa ocasión.
-Por favor, no sabes lo avergonzado que estoy –insistió el vampiro.
Lo miré de soslayo.
-No es necesario nada de esto –dije-. Quiero irme.
-Galatea, estoy intentando disculparme contigo, joder.
Lo miré fijamente.
-No quiero tus disculpas, quiero que me des permiso para marcharme de aquí.
Derek soltó un suspiro cargado de desesperación.
-He sido un gilipollas, como la mayor parte del tiempo, al no haberte escuchado –repuso el vampiro, ignorando mi petición para poder retirarme-. De no haber sido por Gábor habría cometido una terrible injusticia contigo y eso jamás me lo habría perdonado; por eso mismo quiero recompensarte de algún modo...
Enarqué ambas cejas.
-He pensando que te vendría bien un poco más de libertad –continuó el vampiro, escrutándome con la mirada-. Puedes ir y venir donde te plazca dentro de la mansión y en los jardines, siempre y cuando no te internes en el bosque...
-Aprendí la lección aquella vez, cuando quedé atrapada en aquella trampa para conejos –le expliqué a Derek con frialdad.
Ahora fue Derek quien enarcó una ceja.
-No era ninguna trampa para conejos, Galatea –dijo con lentitud-. Es una medida de seguridad para neófitas como tú, cuya única misión es entretenerte a ti lo suficiente hasta que pude alcanzarte.
Mi mandíbula se me desencajó de golpe y Derek sonrió durante unos segundos.
-Lamento haber dudado de tu palabra, Galatea –se disculpó después Derek, con el rostro sombrío-. Y lamento haberme comportado contigo de esa forma tan horrible, haciéndotelo pasar tan mal.
Intenté sonreír, pero mis labios se mantuvieron fruncidos. Tendría que estar dando brincos por haber conseguido arrancarle aquella disculpa y aceptación de que no había actuado de manera correcta conmigo, pero por algún extraño motivo no pude; lo único que quería era alejarme de allí y disfrutar de mi libertad condicional.
-No es necesario nada de esto –repetí con voz débil.
La mirada de Derek se volvió dura.
-Yo creo que sí importa.
Apreté la mandíbula.
-Pues a mí no me importa lo más mínimo.
Por unos segundos Derek pareció dolido por mi pasividad. Hizo un gesto impaciente en dirección a la puerta.
-Entonces no te entretengo más –dijo, molesto-. Recuerda los límites de nuestro acuerdo, Galatea; puedo volver a confinarte en tu habitación.
Le di la espalda y me encaminé hacia la puerta, casi saboreando mi recién adquirida libertad.
-Yo te he dado una oportunidad –escuché decir a Derek desde su asiento-. Sería justo que tú también hicieras lo mismo conmigo.
Cerré de un portazo.
Decidí dar un buen uso de los obsequios de Hunter, así que me coloqué en el salón de mi suite y cogí el ordenador portátil. Lo encendí con los dedos temblorosos y traté por todos los medios entrar en alguna de las redes sociales donde mis amigas habían decidido abrir cuentas, pero siempre me salía el mismo mensaje de que se encontraba bloqueado; sospeché que alguien, seguramente Gábor, estaría monitorizándome mientras estuviera con el ordenador, así que cerré todas las ventanas y me dispuse a ver lo que sucedía en el mundo.
A pesar del gran empeño que puse por concentrarme en lo que tenía entre manos, era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera lo último que me había dicho Derek antes de que hubiera abandonado el despacho. Me mordí el labio inferior, pausando el episodio que estaba reproduciendo; me reconcomía la culpa por haber tratado de esa forma tan infantil al vampiro tras haber recibido sus sinceras disculpas por lo que había sucedido con el hombre del callejón.
Si Derek había sido capaz de dejar su orgullo a un lado admitiendo su error, ¿no era justo que yo hiciera lo mismo por él?
Yo te he dado una oportunidad, me había dicho el vampiro. Pero ¿estaba diciéndolo realmente en serio o simplemente quería poner el broche final a su logrado discurso, intentando hacerme sentir mal?
Dejé el portátil sobre la mesa y salí de mi dormitorio, encontrándome con el pasillo vacío. No había ni rastro de los vampiros que Derek había encargado de mi cuidado, así que supuse que mi nueva condición de libertad dentro de la mansión no tenía como cláusula que tuviera guardaespaldas pegados a mi culo las veinticuatro horas del día.
Eché andar por el pasillo cuando escuché pasos por encima de mi cabeza. No había ningunas escaleras que condujeran a un piso superior, aunque descubrí una pequeña cadenita que colgaba del techo; tras un par de saltos sin conseguir alcanzarla, tiré de ella con suavidad, desplegando una escalera que debía conducir a un ático que nadie me había prohibido.
Miré a ambos lados del pasillo y empecé a ascender la escalerilla procurando hacer el menor ruido posible. Asomé la cabeza para estudiar lo que me esperaba al final de las escaleras y comprobé que no había moros en la costa; me sacudí el polvo de los pantalones y contemplé la multitud de objetos que habían ido acumulándose allí con el paso del tiempo.
Pestañeé al darme cuenta que todos esos objetos eran claramente femeninos y con una buena capa de polvo cubriéndolos. Di un tímido paso hacia delante y, al ver que no salía nada de las sombras, me acerqué finalmente al montón que tenía más cerca; se trataba de un bonito tocador que tenía grabadas las iniciales de «R.V.» en uno de los detalles en forma de cabeza de lechuza que decoraban el marco del espejo.
«Ay, mierda...»
-¿Te sabes el dicho de «la curiosidad mató al gato»? –dijo una voz junto a mi oído.
Contuve un grito de horror y me di la vuelta, encontrándome cara a cara con el severo rostro de Derek. El ático se encontraba en penumbras, pero era capaz de ver con meridiana claridad las líneas de su mandíbula y la sombra de barba que siempre poblaría su rostro; sus labios estaban formando una fina línea y sus cejas estaban a punto de juntárseles por encima de la nariz.
-He oído algo y he descubierto las escalerillas –me justifiqué, cruzándome de brazos.
Derek suspiró, meneando la cabeza.
-No estoy de humor para empezar discusiones absurdas, quiero estar solo.
Me dio la espalda y se dirigió a un enorme balcón que estaba abierto. Pude ver algunos botellines de cerveza abiertos y una manta cubriendo parte del suelo de mármol; las cortinas se agitaban debido a una ligera brisa.
Procuré no enfadarme por su falta de modales y por el hecho de que prácticamente me había echado de allí, dejándome caer que mi presencia no había sido bien recibida.
-No he venido buscando pelea –le corregí mientras se alejaba en dirección al balcón-. Simplemente quería disculparme contigo.
El cuerpo de Derek se quedó inmóvil y su cabeza giró lo suficiente para poder mirarme por encima de su hombro. Sus ojos reflejaban la confusión que yo misma sentía en esos precisos segundos. ¿Por qué no había decidido morderme la lengua a modo de venganza por el modo en el que me había tratado?
Tragué saliva.
-En el despacho –especifiqué-. Tendría que haberme comportado mejor. Supongo que tienes razón en algo: en ocasiones soy algo infantil.
Derek esbozó una media sonrisa, pero no fue amistosa... ni siquiera alegre.
-El primer paso es aceptarlo –dijo en tono de burla-. ¿Puedo invitarte a una cerveza o me la echarás por la cabeza, creyendo que le he echado algo?
-Técnicamente soy menor de edad –respondí en el mismo tono, aceptando su invitación y acercándome hasta el balcón-. No puedes ofrecerme bebidas alcohólicas.
Derek se encogió de hombros y me pasó un botellín abierto. Dudé unos segundos mientras el vampiro se acomodaba en la manta que había extendida a sus pies; mi mirada no pudo evitar recorrer todas las pertenencias que habían allí acumuladas y cogiendo polvo... siendo olvidadas.
Escuché el carraspeo procedente de Derek, sonaba algo tenso.
-Mi padre ordenó que subieran aquí todas las cosas de mi madre –me explicó y por la forma en la que lo dijo, no parecía haber estado de acuerdo con la decisión de su padre-. Fue poco después de que llegara Morticia para convertirse en una más; antes de eso, Cassie le había sugerido a mi padre que podría venderlas si eso le hacía sentir mejor.
Balanceé el botellín de cerveza mientras seguía contemplando los objetos personales de Ravenna Vanczák, escondidos a ojos de todos como si esa persona jamás hubiera existido; era más que evidente que Morticia había querido dejar claro que la única mujer en la vida de Ferenc Vanczák era ella.
Un ramalazo de pena me sacudió el estómago, recordándome que había sentido lo mismo cuando Hunter me había confesado la trágica historia de la muerte de su madre; aquella pérdida sería algo que jamás superarían los dos hermanos Vanczák.
Pero no pude moverme.
-La culpa de la muerte de tu madre no es tuya, Derek –dije con un hilo de voz.
Derek echó la cabeza hacia atrás para dar un largo trago a su cerveza. Tenía la mirada clavada en el horizonte que podía verse desde aquella parte de la mansión; sus ojos azules parecían haberse reblandecido y me daban la sensación de que casi se le habían puesto húmedos.
Jamás en mi vida habría creído que vería a Derek Vanczák, el Heredero del Mal y otros títulos con los que había decidido bautizarle, tan... vulnerable.
¿Qué sería lo próximo que vería? ¿A Axel Vanczák tejiendo cerditos de ganchillo para repartirlos entre los más desfavorecidos?
-Eso tengo bastante claro que fue por culpa de mi padre –me aclaró con voz dura-. Pero el Derek que fui desapareció en ese momento; poco después de su muerte, mi padre decidió dejar el liderazgo del aquelarre. Supongo que él también era incapaz de lidiar con la culpa...
»Yo jamás pedí que mi padre me dejara a cargo del aquelarre; Axel era el primogénito y le correspondía a él todo ese tipo de responsabilidades. Huí de Londres cuando escuché a mi padre decírselo a uno de sus hombres, pues no estaba capacitado para lidiar con ello. Recorrí Europa con intención de no volver. Fue entonces cuando conocí a alguno de los que se han convertido en mis hombres de confianza, como Bala o Étienne; creí que les estaba haciendo un favor, ahora ni siquiera estoy seguro de ello. Por aquel entonces estaba... era casi como tú.
»Acabé en Italia y fue allí, en Florencia, donde conocí a Anna. Me quedé prendado de ella al instante, era joven y ni siquiera sabía lo que era el amor... creía saberlo –se corrigió a sí mismo, dándole otro trago a su cerveza. Yo no era capaz de interrumpirle, estaba enmudecida-. Era humana y no duraría para siempre; la quería para mí y no me fue difícil conseguir que cayera prendida. Fue tan fácil y fui tan estúpido...
Su voz se fue apagando hasta extinguirse. Derek parecía estar sumido en sus recuerdos más dolorosos y yo estaba a su lado, de pie y con un botellín de cerveza que no había tocado; no sabía quién estaba hablando por Derek: si los remordimientos o la bebida.
Se me atenazó el corazón al verle tan hundido... tan derrotado. Derek nunca había deseado ocupar el hueco de Axel dentro del aquelarre y ahora su padre le estaba obligando a que estuviera a la altura, a que no lo decepcionara como hijo; él podría haber renunciado, pero aquello habría supuesto fallarle a su padre.
Y Derek no quería decepcionarlo.
-Pero Anna...
Derek cerró los ojos y su rostro se contrajo en una mueca de dolor.
-Actué de manera egoísta, Galatea –me interrumpió-. No pensé ni un instante en qué querría Anna, ni siquiera pensé en cómo sería mi futuro: estaba obcecado por su belleza, la quería para mí a toda costa. La manipulé y camelé para que aceptara a que yo la transformara: abandonó todo por mí, creyendo que nuestro amor sería para siempre.
Parpadeé deprisa, notando un nudo en la garganta. En mis oídos no pude evitar escuchar las palabras de Deirdre, las amenazas de Anna siempre que Derek hacía algo que no contentaba a la vampira, incluso la sumisión que mostraba el propio vampiro cuando su prometida pronunciaba ciertas frases que lo dejaban fuera de combate de manera instantánea.
Las piezas estaban encajando por fin.
-Hunter me encontró en Florencia y me suplicó que volviera a Londres, que el aquelarre no estaba pasando por sus mejores momentos y que el resto de aquelarres estaban aguardando la oportunidad perfecta para eliminarnos –prosiguió Derek, con un tono ronco-. Me llevé a Anna y a mis amigos de regreso a la ciudad, creyendo que estaba preparado para hacerlo... Acepté el liderazgo del aquelarre y tiempo después empezaron mis problemas con Anna. El amor que creí sentir hacia ella iba apagándose poco a poco; buscaba la compañía de otras mujeres, anhelaba los encuentros con esas desconocidas a las que jamás vería más...
Pensé en Giselle y en París, en lo que debía haber pasado entre ellos dos y cómo Anna habría sufrido al saber que Derek no le era fiel, que no tenía ningún problema en acostarse con otras mujeres sin sentir el más mínimo remordimiento al hacerlo. Sin dedicarle un único pensamiento a la mujer que le estaba esperando y que había dado todo por estar con él.
Sentí pena por Anna.
Sentí pena por la chica que había sido y por la persona en la que se había convertido.
-Pero tenía a Anna, la dulce y tierna Anna que me esperaba obedientemente y se mantenía en silencio cuando era consciente de lo que había estado haciendo a sus espaldas. Ella había hecho un gran sacrificio al dejarlo todo por mí, así que decidí devolverle de algún modo ese gesto: le pedí que se casara conmigo, le di un anillo bonito y la fiesta de compromiso con la que soñaba.
-Tú quieres a Anna –hasta a mí me pareció una afirmación débil.
Derek me miró con el ceño fruncido.
-No estoy enamorado de Anna, no la quiero de la forma en la que se merece –me corrigió y sonaba dolido, como si le desgarrara por dentro no poder amar a su prometida de la misma forma que lo hacía ella-. Fue un capricho, una atracción y un objeto de deseo. Me mentí a mí mismo diciéndome que estaba enamorado de Anna, que ella era la mujer de mi vida. Siento cariño hacia ella, nada más.
-¿Y por qué no rompes el compromiso? –pregunté en voz baja.
Derek balanceó el botellín entre sus manos, pensativo.
-Ella lo dejó todo por mí, Galatea: sacrificó su futuro y su mortalidad por estar conmigo –dijo, como si aquello fuera obvio-. Y yo soy un hombre de palabra. Estoy en deuda con Anna, estoy unido y atrapado con ella por toda la eternidad por culpa de mis errores.
Me deslicé hacia el suelo hasta quedar de rodillas frente a Derek. Sus ojos se habían humedecido y parecía encontrarse a punto de echarse a llorar; en aquel instante fui consciente de que Derek llevaba sufriendo mucho tiempo, que todo el asunto con Anna le pasaba factura y que los problemas con su hermano Axel solamente servían para echar más leña al fuego.
Ahora era capaz de entender por qué Derek parecía transformarse en una persona distinta cuando Anna le recriminaba que lo había dejado todo por él: era entonces cuando la culpa de Derek, de saber que le había fallado a Anna y que los remordimientos de haberle robado su mortalidad, atándola a la inmortalidad por toda la eternidad, eran los causantes de que se viera paralizado. Además, luego estaba el convencimiento del vampiro de que seguir con toda aquella situación, mantener el compromiso con Anna, era su obligación; la forma que tenía Derek de redimirse o tratar de encontrar ese perdón por sus errores pasados.
-¿Te has enamorado alguna vez?
Derek frunció el ceño, estudiándome con atención.
-No, nunca –negó, pasándose la lengua por el labio inferior-. ¿Y tú?
Pensé en Cody Adler, en las miles de ocasiones en las que había rezado para que se diera cuenta de que existía... de que correspondiera mis sentimientos; todo aquello se había desvanecido de golpe al convertirme en vampira y ahora lo único que veía en Cody Adler era un apetecible bocado. Quizá nunca había estado enamorada y me había pasado como a Derek, que lo había malinterpretado todo.
Quizá me había visto influenciada por todas aquellas chicas que también habían babeado por él.
-Creí que lo estaba, pero no.
Derek esbozó una sonrisa triste.
-Las personas que están enamoradas son afortunadas y no puedo evitar envidiarlas un poco –hizo una pausa, pensándose si debía continuar hablando o no-. Mi hermano lo es.
Enarqué una ceja.
-¿Por qué? –quise saber, con auténtica curiosidad.
¿Hunter le habría dicho algo al respecto? ¿Le habría confiado a su hermano mayor que estaba enamorado? ¿Sería la elegida la perfecta y rubia Ursula?
Fruncí los labios ante esos pensamientos y porque aquello me recordó a la conversación que había mantenido con Deirdre sobre mi relación con Hunter.
Derek apoyó la espalda contra la fría pared de la fachada de la mansión.
-Por tenerte.
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