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☽ | Chapter 25.


EH, HUNTER, ¿QUERÍAS PINTARLA COMO A UNA DE TUS CHICAS FRANCESAS?

No dije ni una sola palabra. Ni siquiera me molesté en protestar o encontrar algún tipo de lógica a lo que acababa de ordenarme Derek.

Lo seguí de regreso a su dormitorio y me detuve junto a la orilla de la cama, sin saber qué hacer; Derek la había rodeado y estaba sacando algo de debajo de la almohada: un maldito pijama. Me dirigió una mirada especulativa mientras yo seguía entumecida, abrazándome a mí misma como si eso consiguiera sentir algo de consuelo por lo que había sucedido; su ceño se frunció al mirarme, valorando el problema que acababa de planteársele.

-Entra en el baño –me ordenó.

Lo miré sin entender.

-He dicho que entres en el baño –repitió, impaciente.

De nuevo me obligué a permanecer en silencio y con una actitud sumisa. Di media vuelta para regresar al baño y escuché a Derek seguirme de cerca; fue el vampiro quien se encargó de cerrarme la puerta en las narices al poner un pie dentro del baño. Entendí entonces el por qué de aquella extraña petición: el baño no tenía ventanas, era un espacio cerrado que le aseguraba a Derek que no pudiera tratar de escapar.

Me senté sobre el váter y dejé vagar mi mirada por el interior del baño. Encontré los famosos albornoces blancos, aunque los de Derek tenían una D añadida; también vi algunos productos femeninos, quizá los hubiera dejado allí Anna para las noches en las que decía pasarlas junto a Derek.

Encogí las piernas, subiéndolas a la tapa, y las rodeé con los brazos, apoyando la barbilla sobre mis rodillas. Quise abrirme la cabeza para eliminar lo que había sucedido en el reservado de aquel local; quería coger un maldito estropajo con mucha lejía para poder frotarme los labios hasta dejármelos en carne viva... Simplemente quería borrar cualquier rastro de aquella noche, hacer como si nunca hubiera tenido lugar.

La puerta se abrió con más suavidad y Derek apareció por ella, ya vestido con aquel pijama de dos piezas. Me hizo una seña y yo salí del baño con la misma actitud con la que había entrado; temía que Derek volviera a encerrarme en aquella suite que me había dado. Temía el grillete.

Temía a la Galatea que había sido mientras había estado encerrada, la misma criatura que había destrozado todo el mobiliario y no había dudado ni un segundo en amenazar abiertamente a los humanos.

No quería ver aparecer a esa persona.

Mis pies se detuvieron por sí solos en el mismo punto: en la orilla de la cama, mirando a Derek a la espera de que me ladrara su siguiente orden. El vampiro señaló con desgana la cama.

-También existe la opción B: el suelo –comentó de pasada, rodeando la cama y abriendo las mantas para introducirse entre ellas.

Mi cuerpo se quedó agarrotado. Después de la humillación del local, y no solamente estaba hablando de lo que había pasado en el reservado, lo último que querría era estar tan cerca de él; Derek contempló mi indecisión con su mirada azul, esperando a que yo tomara mi decisión.

-El suelo es una buena opción –añadió, dándome la espalda para acomodarse en el lado de su enorme cama que había ocupado.

Debido a que me encontraba tan sensible, de nuevo tuve ganas de llorar. Me mordí el labio inferior, conteniendo las ganas de abandonarme al llanto; Derek me había dado la espalda de manera deliberada, demostrando lo poco que le importaba. Refrené las ganas de abalanzarme sobre él para descargar mi rabia a base de puñetazos y me hundí las uñas en las palmas de la mano.

-Desde que llegué a esta maldita mansión... desde que te conocí, no sabes la multitud de veces que he deseado estar muerta –solté sin pensármelo dos veces.

Derek me miró por encima de su hombro, sin querer darse la vuelta por completo para mirarme fijamente.

-¿Es por eso por lo que siempre estás comportándote de esa forma? –inquirió con molestia-. Siempre estás llamando la atención, Galatea. Eres como una niña pequeña que ansía con todas sus ganas ser el centro de todas las miradas, que es incapaz de controlarse...

El desprecio y desdén que cubrían todas y cada una de sus palabras hizo que toda mi bravuconería se esfumara de golpe, impidiéndome responderle de la forma en la que hubiera querido; aquella noche me habían llamado de todo, haciéndome sentir casi como si fuera un pedazo de basura. Me hundí con más fuerza las uñas en las palmas hasta hacerme daño.

Me odiaba a mí misma, y no solamente por lo que me estaba diciendo Derek. Odiaba esa parte de mí que había disfrutado de los dos besos que había compartido con el vampiro; odiaba lo que conseguía despertar en mí.

-Expúlsame del aquelarre –le pedí, abandonando el argumento de que me reclamara finalmente-. Es evidente que solamente te estoy dando problemas, que soy un estorbo.

-En ocasiones no puedo evitar verte como eso, Galatea –el estómago se me contrajo dolorosamente ante aquel arranque de sinceridad por parte del líder del aquelarre-. Pero otras muchas veo a la auténtica Galatea, esa persona que no se deja llevar por los sentimientos negativos; te di una oportunidad porque no consideré que fuera justo para ti que siguieras vagabundeando por las calles, cometiendo actos tan horribles como el asesinato para poder subsistir. He visto cómo terminan los vampiros que siguen ese camino y no podía permitirme ver cómo tú te consumías de la misma forma.

»Decidí acogerte en este aquelarre porque me vi reflejado en ti. Vi al Derek que fui en el pasado en esos malditos ojos azules que me desafiaban y que no pestañearon ni una sola vez cuando me pateaste para tratar de huir.

«En cierto modo, Derek y tú tenéis un carácter muy similar. Sois insolentes, malcriados y no sabéis cómo lidiar en las situaciones menos favorables para vosotros mismos», esas habían sido las palabras exactas que Morticia me había dirigido sobre por qué Derek había decidido darme una oportunidad, en vez de ejecutarme directamente; el vampiro había sabido desde el primer momento que los veintiún asesinatos que habían asolado Londres desde mi despertar habían sido por mi causa, pero había decidido pasarlo por alto.

Recordé nuestro primer encuentro, cuando había aparecido en aquel hediondo callejón para ayudar a su hermano Hunter; en aquel entonces no había sabido quién era y no había tenido ningún problema en golpearlo para tratar de huir. Parpadeé varias veces para mantener lejos a las lágrimas.

-¿No me odias? –musité en voz baja.

Derek ladeó la cabeza y soltó un irritado suspiro.

-Me gustaría hacerlo –respondió, haciendo de nuevo alarde de su fría sinceridad-. Pero yo también pasé por lo mismo. La diferencia entre ambos es que yo tuve al inicio a alguien que me supo guiar; estoy intentando hacer lo mismo por ti, aunque tú no cooperas mucho.

Nos quedamos de nuevo en silencio.

Derek había intentado ayudarme, pero las presiones por parte de su familia y del resto de aquelarres se lo habían puesto muy complicado... por no hablar de mí misma. Le había puesto trabas continuamente, pero el vampiro había hecho un gran esfuerzo para no ceder a las presiones que le rodeaban; Axel se había mofado de lo mucho que le estaba ayudando mi insubordinación en su plan para hacerse con el control del aquelarre, alegando que Derek siempre había puesto de su parte para evitar hacer lo que todo el mundo le exigía que hiciera conmigo.

Pero una parte de mí no quería olvidarse de sus bruscos cambios de humor, por no hablar del trato que había recibido en algunas ocasiones.

-¿Vas a meterte en la cama o vas a dormir en el suelo? –volvió a hablar Derek, molesto.

Me colé entre las mantas y me hice un ovillo en la esquina de la cama. Derek me observó con los ojos entornados; el cansancio estaba apoderándose de mí, haciendo uso de la comodidad de aquella enorme cama en la que mi cabeza no dudó de imaginar la más variopinta serie de imágenes de lo que podría haber sucedido entre aquellas sábanas.

-Si intentas hacer algo, por mínimo que sea, lo sabré –me amenazó abiertamente-. Tengo el sueño ligero.

Asentí, incapaz de hablar.

-Espero que tu aspecto de panda no manche mis sábanas –comentó en tono casual-. Llevan en la familia demasiado tiempo.

Cerré los ojos.

Me removí, escondiendo la cabeza bajo las almohadas. Alguien estaba intentando despertarme de la peor forma posible: dándome golpecitos en el hombro, consiguiendo sacarme de quicio; había caído rendida tras una dura batalla en la que había estado fingiendo dormir, vigilando a Derek y sus intenciones.

Sin embargo, el vampiro no había intentado acercárseme en toda la noche y se había mantenido obedientemente en su lado de la cama. Al final, e incapaz de seguir combatiendo con mi propio cansancio, había terminado por quedarme completamente dormida.

Y ahora había alguien que quería probar lo que se sentía al despertar a un vampiro de su sueño eterno.

Me obligué a mantener mi cuerpo laxo y aguardé pacientemente a que esa persona, ese desdichado que había decidido lanzarse a esa misión suicida, volviera a golpearme con el dedo en el hombro; nada más notar el roce de su yema contra mi camiseta, salté como un resorte, aferrando por la muñeca al desconocido.

Deirdre me dedicó una mirada de fingida molestia.

-Derek me ha pedido que te prepare un baño en tu suite y que te diga que Bala te espera en los jardines para reanudar tus clases físicas.

Salí de la cama y miré las sábanas, comprobando que mis ojos de panda no hubieran dejado ni una sola mancha en las limpias y antiguas reliquias familiares; no tuve tanta suerte, ya que vi un ligero borrón de sombra de ojos. Deirdre seguía a mi lado, mirándome con una expresión inquisitiva.

La seguí hasta el saloncito anexo al dormitorio de Derek y aguanté con estoicismo el continuo movimiento de sus ojos recorriéndome el cuerpo... al igual que la ropa que llevaba la noche anterior.

-¿Hunter está despierto? –pregunté, tratando de romper el silencio que se había formado entre nosotras después de que Deirdre me explicara que la había enviado el propio Derek.

Los ojos oscuros de Deirdre subieron apresuradamente hasta mi rostro. Habíamos salido al pasillo, donde dos vampiros, uno de ellos Attila, se encontraban apoyados contra la pared; decidí dejar el misterio de aquel destacamento con colmillos para otro momento, ya que quería preguntarle a Hunter cuándo retomaríamos las clases, ya que Anna había conseguido embaucarlo para que faltara en nuestro primer día.

-Sigue en su habitación –respondió Deirdre, señalando una de las puertas que se encontraban en el mismo pasillo que el dormitorio de Derek-. Es ahí.

Me dirigí hacia la puerta que me había indicado la vampira y respiré hondo antes de llamar con los nudillos. Deirdre se mantuvo cerca de mí, con la vista clavada en la madera de la puerta, frunciendo los labios.

Hunter tardó en abrirme la puerta. No pude evitar mostrarme sorprendida de verlo todavía sin arreglar, con el cabello desordenado y aspecto de haber interrumpido en una larga sesión de sueño; lo estudié de pies a cabeza y Hunter parpadeó con sorpresa, como si no creyera que fuese yo.

-¿Gala? –preguntó, despejándose de golpe.

Esbocé una sonrisa amistosa.

-¡Sorpresa! –exclamé.

El rostro de Hunter no mostró ni un ápice de alegría de verme allí. Se rascó la nuca y se removió con evidente incomodidad; fruncí el ceño ante aquel tenso momento que nos rodeó a ambos, señal inequívoca de que había algo que Hunter estaba ocultándome algo. Era típico que se removiera como si se le hubieran colado un puñado de hormigas por debajo de la ropa cuando había algo que no quería que supiera...

Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro, utilizando esa simple excusa para intentar otear algo por encima del hombro de Hunter... o de cualquier otro hueco que pudiera servirme para entender por qué el vampiro se comportaba de aquella forma tan extraña.

-¿Ha sucedido algo? –preguntó Hunter.

Esbocé una media sonrisa al ver que se había puesto ligeramente nervioso.

-Simplemente quería venir a disculparme –mentí, pues no me sería difícil descubrir qué era lo que ocultaba-. Ayer, con toda la salida sorpresa de Derek, no tuve tiempo siquiera de cancelar nuestra cita...

Pestañeé con fingida pena, esperando a que Hunter mordiera el anzuelo. Derek me había avisado antes siquiera de que lo descubriera por mí misma, que Anna había decidido pedirle a Hunter que la acompañara a ella y a Ursula después de la cena para provocar precisamente eso: que Hunter no acudiera a nuestra cita.

Los ojos de Hunter se abrieron un poquito más de lo necesario.

-¿Saliste con Derek? –repitió el vampiro, evidentemente enterándose en ese preciso momento-. ¿Fuera de la mansión?

Ladeé la cabeza y arrastré mi pie descalzo por encima de la alfombra, intentando parecerle afligida.

-Me llevó a un local cerca de los muelles...

Observé, no sin cierta satisfacción, cómo mis palabras iban colándose en Hunter, provocando que el cuerpo del vampiro se pusiera tieso como un palo, dándome un poco más de acceso visual de su dormitorio; Deirdre seguía a mi lado, quieta como una estatua de hielo.

-¿Fuisteis vosotros dos solos? –quiso saber Hunter con más brusquedad de la necesaria.

Sonreí internamente. Por fuera parecía que estuviera a punto de echarme a llorar y suplicar su perdón de rodillas, aferrándome a sus piernas.

-Sí.

Hunter se pasó una mano por el pelo, soltando algo entre dientes y apoyándose en el quicio de la puerta. Desvié mi mirada automáticamente hacia el interior del dormitorio, pero desde mi posición solamente era capaz de ver un desordenado salón donde, encima de una mesa de cristal, había una botella de vino y dos copas vacías.

Demasiado bonito para ser real, pensé con ironía.

Entonces, como si hubiera sido conjurada por algún ser perverso... o por el mismísimo karma, apareció de la nada una cabecita rubia despeinada; Deirdre soltó un quejido de incomodidad a mi lado y yo me obligué a componer una sonrisa lo suficientemente amplia como para que la invitada de Hunter lo tomara como una amenaza.

De haber sido humano, Hunter hubiera empalidecido de golpe.

-Hunter, vuelve a la cama con...

La rubia se interrumpió de golpe al ver que nos encontrábamos Deirdre y yo allí, ya que no quería contar con los dos guardaespaldas que se encontraban apoyados en la pared de mi espalda; mis ojos la recorrieron de pies a cabeza, haciéndome desear un segundo después poder arrancarme mis propios ojos.

Estaba perfecta...

Estaba perfecta y medio desnuda...

Estaba perfecta, medio desnuda y llevando únicamente una de las camisas de Hunter.

La vampira también me sometió a un exhaustivo examen visual, deteniéndose seguramente en los cercos de maquillaje negro que tenía rodeando mis ojos y que me daban el aspecto necesario para parecer una desquiciada completa.

-Oh, vaya, tú eres la neófita –saltó la rubia, sonriéndome-. Anna y Hunter no paraban de hablar de ti.

Desvié los ojos hacia Hunter unos segundos antes de devolverlos al rostro de la vampira rubia, sin decir nada al respecto.

-Soy Ursula –se presentó ella, sonriente-. Anna me ha permitido que me quede unos días por aquí...

Di un par de palmadas, fingiendo estar encantada con la idea.

-Veo que quizá pronto tengamos un nuevo compromiso –dije de manera intencionada, consciente del veneno al que estaba impregnando en mis propias palabras-. Espero que éste no dure tanto como el de tu hermano, Hunter.

Los ojos de Ursula se iluminaron casi como los faros de un coche y le dedicó a Hunter una emocionada sonrisa. El joven de los Vanczák seguía apoyado contra la puerta, con una expresión que no transmitía nada.

Decidí meter el dedo un poco más en la herida, solamente por ver con gusto el rostro que se le quedaba al vampiro.

-¿Le has preguntado a Hunter si puede pintarte como a una de sus chicas francesas? –pregunté con inocencia.

Ursula parpadeó, perdida.

-Lo cierto es que me ha enseñado alguno de sus dibujos –respondió, titubeante-. Pero yo no... jamás... Hunter no... -se giró hacia el susodicho con una expresión desconcertada-. ¿De verdad has estado pintando a chicas francesas? ¿Por qué no me has enseñado esos retratos?

Escondí una sonrisa malvada con la mano mientras veía cómo la pobre Ursula gimoteaba, seguramente muerta de celos por no haber recibido el mismo trato que aquellas inexistentes chicas francesas de Hunter; había descubierto en el salón de Hunter algunos folios dispersos que contenían trazos, por lo que no me había resultado difícil adivinar qué era lo que contenían. El resto me había salido sobre la marcha.

Miré a Deirdre, que me estaba censurando con una dura mirada, y me despedí de Hunter y una decepcionada Ursula alegando que tenía una cita pendiente; me dirigí hacia mi habitación sin lanzar ni una sola mirada por encima del hombro.

Quería saborear mi victoria.

Una victoria que no me duró mucho, por cierto.

-No es justo lo que has hecho, Gala –me regañó Deirdre nada más cruzar las puertas de mi suite; los guardaespaldas se quedaron fuera, evidentemente-. No ha estado bien por tu parte.

La miré con un mohín.

-No me gusta para Hunter –repliqué, desvistiéndome de camino al baño.

Deirdre me siguió.

-Hunter es lo suficientemente adulto para saber lo que le conviene.

Tiré la camiseta hacia la cama, entrando por fin al baño.

-Soy su amiga –esgrimí, quitándome las últimas prendas y hundiéndome en el enorme jacuzzi de agua caliente-. Espantar a ese tipo de chicas entra dentro de mis responsabilidades.

Deirdre enarcó una ceja de manera escéptica.

-Cualquiera con dos ojos en la cara sabría que todo ese numerito del pasillo no es propio de ninguna amiga –señaló, acompañando sus palabras con un movimiento negativo de cabeza-. Eran celos.

Hice una sonora pedorreta con la boca para después estallar en carcajadas. Lo que había dicho Deirdre era absurdo y ridículo; había mantenido esa conversación con Hunter y ambos habíamos llegado a la conclusión de que tendríamos que esforzarnos para mantener nuestra débil relación de amistad.

Recordé la noche del baile, cuando Hunter me había pedido uno y yo había aceptado. Su cercanía y el mensaje corporal que me había enviado en esos momentos me habían confundido, me habían hecho creer que quería algo más; por Dios, si había creído que había estado a punto de besarme.

-No eran celos –la contradije.

Deirdre volvió a negar con la cabeza.

-Es evidente que hay algo más entre vosotros, Gala –insistió-. Aunque tú no quieras verlo.

Apoyé la cabeza en el respaldo del jacuzzi y solté un suspiro.

-No hay nada entre nosotros. Somos amigos.

Deirdre suspiró con exasperación.

-Explícame entonces por qué has utilizado la salida con su hermano, ¿qué querías demostrar con eso?

Arremoliné la espuma entorno a mi cuerpo, pensándome la respuesta.

-Lo cierto es que no tenía pensado decírselo en un principio –confesé, jugando con la espuma-. Ni siquiera iba a mantener esa conversación... Simplemente lo he dejado caer porque sospechaba que Hunter estaba ocultándome algo.

-¿Y por eso has utilizado a Derek? –hizo una pausa para coger aire-. ¿Eres consciente de la rivalidad que ha aparecido entre Derek y Hunter? Los sentimientos de Hunter...

Me incorporé de golpe, salpicándolo todo de agua y espuma.

-Los sentimientos de Hunter son solamente de amistad –la corté con decisión, deseando dar por zanjada la conversación.

Deirdre parecía decepcionada conmigo, pero a mí el tema estaba comenzando a incomodarme. Había hablado con Hunter, habíamos llegado a la conclusión de que éramos amigos nada más y que yo debía hacer un esfuerzo por confiar un poco más en él; nos habíamos dado una oportunidad, pues yo valoraba demasiado a Hunter para perderlo.

El vampiro había sido el único que se había mostrado un poco amable conmigo desde el principio. Junto a Deirdre, Hunter era el único que me había hecho sentir lo más cómoda posible dentro de los muros de la mansión; era posible que la vampira se hubiera equivocado, que hubiera malinterpretado todo.

Me centré en la incómoda situación que había vivido en el pasillo, cuando había descubierto la presencia de Ursula dentro del dormitorio de Hunter; no había que ser ningún genio para saber lo que había sucedido entre esos dos la noche pasada, después de que Anna hubiera insistido en que Hunter acompañara a ambas vampiras a una velada que había terminado con el vampiro y con Ursula en el dormitorio de él...

Cerré de golpe esa línea de pensamiento, notando un molesto dolor en el estómago.

Deirdre sacudió de nuevo la cabeza, haciendo más patente su decepción hacia mí.

-No es más ciego el que no ve, sino el que no quiere ver.

Ursula Koertig

De origen alemán, Ursula acabó en Londres vagando por las calles tras haber huido de su país natal debido a la muerte de toda su familia debido a un fuerte brote de tifus. Tuvo que pasar penurias hasta conseguir un billete de barco, además de cruzar media Europa hasta encontrar un destino en el que poder comenzar de nuevo.

Fue la propia Yolanda quien dio con la joven Ursula, que intentaba subsistir tras haber gastado todos sus ahorros en un billete con destino a Londres. La encontró en las calles y le ofreció una oportunidad en la vida; le propuso que se fuera con ella y Ursula, al no tener nada, no dudó en aceptar tan generosa invitación por parte de la vampira.

Yolanda la condujo hacia su casa y allí la trató como a una hija más, confesándole su verdadera naturaleza y preguntándole si querría unirse a su aquelarre, convirtiéndose en vampira.

Ursula aceptó de nuevo y le pidió a Yolanda que fuera ella la persona encargada de morderla, convirtiéndose así en su neófita reconocida.

Conoció a Anna en la fiesta de su compromiso, haciéndose amigas íntimas de manera muy rápida.

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