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☽ | Chapter 24.

¿ET TU, BALA?

Robert se había quedado boquiabierto, quizá asustado por cómo se desarrollaron las circunstancias cuando lo conoció; el resto de vampiros nos observaban a Bala y a mí alternativamente con aire de sospecha, como si lo hubieran reconocido. Pensé en la multitud de preguntas que podrían hacerme... además de descubrir que había decidido exagerar un poquito algunos datos de mi vida, por no hablar de que había decidido bautizarme con un nuevo nombre.

Les dediqué una divertida sonrisa a mis nuevos amigos mientras me ponía de un salto y aferraba a Bala por el cuello de la camiseta que llevaba; me fijé en que tenía marcas de pintalabios y heridas punzantes por todo el cuello, por lo que supuse que su aventura en el reservado había sido casi salvaje.

Lo guié hasta el sofá y le empujé con suavidad hasta que cayó sobre él, mirándome de hito en hito. Mi público se había quedado helado, con toda su atención puesta en nosotros dos; debía evitar a toda costa que Bala empezara a hablar o que dijera algo que pudiera ponerme en evidencia, así que alcé una mano en dirección a Martina.

-Pásame la sal –le pedí, sonriéndole encantadoramente-. Empezaré yo.

Inmovilicé al vampiro contra el sofá subiéndome a su regazo y obligando a Bala a que expusiera su cuello; cogí el salero que le había pedido a Martina e incliné mi cabeza para lamer la curva del cuello del vampiro, poniéndole después una fina capa de sal por encima.

Me separé un poco de Bala y vi que sus ojos negros estaban dilatados, además que su respiración se le había agitado. Toda la superioridad y mordacidad que había mostrado delante de mí en el pasado parecía habérsele esfumado de golpe; cogí una rodaja de limón y le dirigí una mirada cargada de advertencias mientras se la metía en la boca, silenciándolo.

Martina fue la encargada de pasarme un chupito de tequila y todo el mundo contuvo la respiración. Me relamí el labio inferior con un gesto pícaro e incliné de nuevo la cabeza hacia su cuello, lamiendo de nuevo la fina capa de sal que le había colocado allí antes. Me llevé el vaso de chupito a los labios para vaciarlo de un rápido trago y me quedé unos segundos paralizada frente al rostro de Bala; quizá le había introducido demasiado la rodaja...

Sostuve el rostro de Bala con ambas manos y cogí aire, acercándome finalmente a sus labios y tratando de atrapar el limón con los dientes. Debido a mi genial idea de introducir demasiado la rodaja entre sus labios no pude evitar que los míos se apretaran contra los suyos mientras lograba morder la rodaja del limón y quitársela.

Mordisqueé la rodaja y le dediqué una encantadora sonrisa a Bala, que parecía haberse quedado mudo. Contuve las ganas de pellizcarle la nariz como a los niños pequeños y me arrepentí de no tener nada a mano para poder inmortalizar ese glorioso momento.

Robert comenzó a aullar mientras el resto estallaba en aplausos y vítores que recibí con una media sonrisa, todavía encima del vampiro.

-Quizá deberíais buscaros un rincón mucho más privado –comentó una voz masculina en la entrada del reservado.

Mi sonrisa desapareció de golpe cuando descubrí a Derek mirándonos a Bala y a mí como si nos hubiera pillado in fraganti. Su amigo no tardó en recuperarse de la sorpresa, apartándome con suavidad y poniéndose en pie; el rostro de Derek estaba desencajado por el enfado y sus ojos azules parecían haberse oscurecido un par de tonos. Los vampiros del reservado se habían quedado en silencio, seguramente preguntándose a qué venía todo aquel espectáculo.

Bala parecía avergonzado y mantenía la mirada gacha, a la espera de que Derek descargara su enfado contra él. Pero toda la atención del vampiro estaba clavada en mí, a punto de estallar.

-Bala, regresa ahora mismo con Gábor –le ordenó Derek con voz inflexible.

Su amigo no puso en duda las órdenes que había recibido y desapareció del reservado en un pestañeo. Yo sonreí a Derek mientras él se inclinaba hacia mí para cogerme por la muñeca, obligándome a ponerme en pie para marcharnos de allí también; en el último momento conseguí girarme para despedirme de mis amigos mientras trastabillaba.

Derek no parecía encontrarse muy contento conmigo y algo me decía que había visto toda la escena del tequila.

Regresamos a nuestro reservado y no vi a Giselle por ninguna parte. Aunque sí que había un nuevo Bloody Mary sin tocar junto a un vaso del mismo líquido que había bebido Derek antes; no me quejé cuando el vampiro me condujo al sofá del fondo, tampoco lo hice cuando me empujó con algo de brusquedad para que tomara asiento.

-No ha pasado nada –me defendí, irritada.

Los ojos de Derek se convirtieron en apenas dos rendijas.

-La situación no ha ido a más porque he logrado interrumpiros –puntualizó.

Negué con la cabeza, exasperada de que Derek creyera que Bala y yo habríamos sido capaces de ir a más. Reconocía que había sido una estupidez por mi parte, pero lo había hecho para evitar que el amigo de Derek hablara más de la cuenta y me dejara en evidencia delante de aquellos vampiros.

Habría sido sumamente incómodo.

-Era solamente un estúpido juego –insistí-. Y yo he obligado a Bala a que lo hiciera porque no quería que empezara a hablar sobre quién soy en realidad...

Derek se pasó una mano por el rostro con aire cansado.

-¿Eres consciente de la situación en la que te encuentras? –me interrumpió, lanzándome una severa mirada-. No puedes ir por ahí subiéndote al regazo de cualquiera para «jugar» o Dios sabe qué estabais haciendo. Te recuerdo que tú eres...

Me recoloqué sobre el sofá con todo el cuerpo en tensión.

-Soy una más de tus posesiones –recité como si hubiera regresado al colegio-. Soy tuya.

Aquello me dio una ligera idea. Me levanté del sofá y me acerqué hasta donde se encontraba sentado Derek; de igual forma que había hecho con Bala, me senté en su regazo y encontré un cordón que servía para cerrar las cortinas del reservado. Tiré de él con energía, sumiéndonos en un ambiente mucho más oscuro.

Derek me miraba con el ceño fruncido.

-Reclámame, Derek –le ordené, mostrándole el lado del cuello que Axel no me había mordido-. Hazlo de una maldita vez.

Sus ojos me recorrieron con lentitud, después acercó su rostro hasta que quedó apenas a unos centímetros del mío.

-Apestas a tequila, Galatea –me dijo-. Y es evidente que no piensas con claridad.

Le pellizqué una mejilla y le sonreí.

-No estoy borracha –le aseguré.

Y era cierto. Aún no veía doble, tampoco se me trababa la lengua y era capaz de tomar mis propias decisiones sin necesidad «de que el alcohol hablara por mí»; a pesar de los chupitos que me había tomado, no había logrado más que un ligero achispamiento y muy mal humor tras la irrupción de Derek en el reservado de mis nuevos amigos.

En definitiva: aquella noche no parecía estar yendo como yo habría querido en un principio, cuando había logrado escabullirme de aquel reservado tras la inesperada llegada de Giselle.

-Y yo no voy a hacer nada –repuso el vampiro-. Y aún menos aquí.

Le sonreí, entendiendo que estaba dejando un par de puertas abiertas con aquella respuesta.

-Entonces vayámonos a otro sitio –dije, imitando el batir de pestañas de Giselle-. Terminemos con esto de una vez por todas.

Derek me sonrió.

-Estás inusualmente insistente con ese tema en cuestión, Galatea. Te recuerdo que soy yo quien elige cómo y dónde... por no hablar de cuándo –me contradijo, sin perder la sonrisa-. Deberías tenerlo en cuenta la próxima vez.

No pude evitar preguntarme por qué Derek se mantenía tan cerrado respecto a ese tema en cuestión. Había sido él mismo quien no había dudado en hacerme partícipe de los planes que me tenía reservados una vez quisiera reclamarme; no pude evitar cuestionarme qué le habría hecho cambiar de idea.

-Puedo convencerte –le reté.

La sonrisa de Derek se hizo mucho más amplia y arrogante. Quise retractarme inmediatamente de mis palabras, pero aquello hubiera supuesto quedar en evidencia delante de Derek y demostrarle lo mucho que me aterraba tener que pensar en ese tema en cuestión. Lo mucho que me aterraba quedar en manos del propio vampiro que me había asegurado que lo convertiría en algo horrible.

-No tenemos el material necesario para que me obsequies con un espectáculo como el de Bala –señaló con maldad.

Me obligué a no atizarle. Estaba intentando sacarme de quicio otra vez, como siempre hacía cuando se aburría o pensaba que había cubierto su cupo de amabilidad; apreté mis piernas contra sus muslos y apoyé una mano en el respaldo del sofá, observando al vampiro con una expresión que no transmitía nada.

La cortina seguía corrida a mi espalda, impidiendo que alguien ajeno pudiera ver lo que estaba sucediendo en aquel reducido espacio.

-Entonces estás celoso –dije, sonando maliciosa-. Estás celoso de Bala.

Sus dedos me pellizcaron en las caderas, haciéndome soltar un respingo.

-¿Qué te hace pensar que son celos? –preguntó Derek con una sonrisilla-. No tienes tanto poder sobre mí... no tienes ningún poder sobre mí, Galatea –se corrigió a sí mismo.

Nuestros rostros seguían a poca distancia. Desde mi posición fui capaz de ver más de cerca el color de ojos de Derek, el tono que tenían todos los Vanczák; también me fijé en lo espesas que eran sus pestañas y lo largas que parecían.

Tenía ganas de pellizcarle su perfecta nariz.

Me mordí el labio inferior mientras continuábamos en aquella posición, desafiándonos con la mirada.

En mi defensa diré que la carne es débil... y más aún con tequila corriendo por tus venas, susurrándote cosas al oído y haciéndote creer que mañana tendría una resaca de campeonato en la que no recordaría nada de aquella noche.

Me incliné hacia Derek, consiguiendo atrapar su labio inferior como había hecho con la rodaja de limón. Dudé un segundo después, sin saber muy bien cómo continuar con aquello que yo misma había empezado por un impulso casi infantil; los ojos azules de Derek seguían clavados en los míos con un leve brillo de picardía, burlándose de mi nula experiencia. Hundí mis dientes con un poco de más fuerza en su piel, arrancándole un ronco sonido que parecía haber salido de su pecho.

Sentí sus dedos rozándome la zona de la nuca para luego enroscarlos alrededor de mi cabello oscuro. Se me contrajo en el estómago al recordar cómo su hermano mayor había hecho lo mismo conmigo, con muchísima más violencia y con menos tacto; sin embargo, había algo extraño en sus caricias. Oh, vaya, ahora estaba poniéndome en plan cursi...

Derek eliminó la poca distancia que quedaba entre nuestros cuerpos, provocando que soltara de la sorpresa su labio y él aprovechara para besarme. El borde de la mesa se me clavó en la espalda cuando Derek se separó del respaldo del sofá, obligándome a mí a inclinarme hacia atrás; su brazo me rodeó por la cintura con cuidado, intentando acomodarme sin romper el beso.

A pesar del hecho de que su única motivación desde que me había conocido había sido la de hacer mi vida un completo infierno, debía reconocerle que besaba de maravilla... aunque ya lo hubiera comprobado en una ocasión; una ocasión en la que me había demostrado que no parecía tener los más mínimos escrúpulos.

Quise abofetearme a mí misma por tener esos pensamientos y, aún más, por estar disfrutando de aquel beso. Pero... ¡Vaya beso! Aduciré de nuevo el tequila que me había bebido y el hecho de que mis hormonas descontroladas no habían podido resistirse a un espécimen como Derek Vanczák. Por no hablar del ya consabido poder que tenían los chicos malos (y encima con colmillos).

Ah, malditos clichés...

No era la primera vez que me enrollaba con un chico. Aunque sí que lo era con un chico que, además, era vampiro y estaba prometido con una chica que quería verme completamente muerta durante doscientos años; los labios de Derek seguían presionando los míos mientras su lengua jugaba con la mía con una experiencia de la que no quise saber de dónde procedía. Sus manos habían pasado a acariciarme, poniéndome todo el vello de punta (y eso que no he mencionado la extraña agitación que había despertado en mi vientre).

Por mucho que pudiera haber odiado, y odiaba, a Derek Vanczák... el maldito vampiro tenía algo que conseguía despertar una parte escondida de mí. Ésa misma que me estaba susurrando en ese instante que me dejara llevar, que ya habría tiempo para los remordimientos... que no pensara en Hunter.

Pero lo hice. No pude evitar pensar en Hunter y descubrir qué era lo que tanto había echado en falta cuando me encontraba a su lado: carisma y decisión. Al contrario que su hermano menor, Derek apestaba a seguridad en sí mismo; no le importaba lo más mínimo nada que no tuviera nada que ver consigo o su familia. Era capaz de tomar drásticas decisiones si eso suponía mantener a salvo a esas personas que pertenecían a su reducida lista de seres queridos y valorados.

A Hunter le faltaba arrojo y algo de decisión.

Seguimos intentando devorarnos mutuamente hasta que Derek rompió el beso, inclinándose hacia mi cuello para depositar ahí un rápido beso. Todo mi cuerpo se quedó paralizado cuando caí en la cuenta de que había escogido el lado donde Axel me había marcado con sus colmillos.

-Vas a tener que esforzarte un poco más la próxima vez –dijo Derek junto a mi oído.

Las mejillas me ardieron, o tuve la sensación de que lo hacían, cuando capté el tono burlón que empapaba todas y cada una de sus palabras. Nos separamos lo suficiente para ver que su actitud iba a juego con sus palabras y que no había dudado ni un segundo en volver a reírse de mí, tal y como había sucedido en mi antiguo dormitorio cuando había intentado seducirlo.

La ardiente sensación del estómago se aplacó con un doloroso retortijón que me hizo volver a la realidad de golpe.

-Eres un gilipollas –mascullé.

Lo abofeteé, muerta de vergüenza por lo que había permitido que sucediera, y salí corriendo del reservado sin importarme lo más mínimo si Derek decidía perseguirme o, simplemente, prefería irse al cuerno.

Esquivé a los vampiros que cubrían cada palmo del centro del local, sin saber muy bien a dónde dirigirme. No me apetecía buscar a Bala o Gábor para molestar a Derek, como tampoco me apetecía volver al reservado donde me había llevado Robert; atisbé la cabeza del vampiro tras la barra con aspecto de encontrarse bastante liado con la nueva clientela que se afanaba por conseguir su bebida.

Iba tan distraída que no tuve tiempo suficiente de apartarme. Mi hombro chocó con brusquedad contra el antebrazo de un duro vampiro; mis ojos se clavaron inmediatamente en el susodicho, recreándome en sus rasgos. Al igual que el resto de vampiros, era bastante atractivo... Y estaba bastante bueno, vaya.

Alto, fornido, con el cabello castaño y unos llamativos ojos verdes. El sueño de toda adolescente... excepto el mío porque tenía un cabreo monumental por lo que había sucedido con Derek en el reservado.

Aunque noté el ligero chispazo que parecía haber saltado entre nosotros.

Mascullé una rápida disculpa mientras reanudaba mi huida y conseguía dejar atrás al misterioso desconocido. Torcí por un resquicio que parecía conducir a las puertas de emergencia del local y una mano me aferró por el antebrazo, clavándome las uñas; por unos segundos pensé que se trataba de Derek... hasta que percibí que el efluvio que desprendía aquel vampiro nada tenía que ver con el aroma de Derek.

-¿Por qué tantas prisas, preciosa? –cacareó el desconocido que había osado retenerme por el brazo.

Apreté los dientes con fuerza hasta hacerlos crujir.

-Vamos, dime una cosa: ¿cuánto cobras? –su pregunta me obligó a que girara sobre mis pies para que lo mirara con desconcierto.

Era un vampiro que rondaría los treinta y cinco años, quizá. Llevaba su pelo oscuro cubierto de una generosa capa de gomina, además de vestir como lo haría un capo de la mafia salido de El Padrino; tenía algunas arrugas en las comisuras de los labios y, ¡sorpresa, sorpresa!, estaba fofo.

Supuse que la transformación no habría podido con tanta grasa.

-Creo que te estás equivocando –dije.

Vampiro Fofo sonrió con ganas.

-Preciosa, he visto a más chicas como tú –un escalofrío desagradable me recorrió de pies a cabeza-. No estáis marcadas, no pertenecéis a ningún aquelarre y ofrecéis vuestros servicios a cambio de dinero... Maldita prostituta de sangre.

La rabia de mi enfrentamiento con Derek se disparó, haciéndome ver todo en rojo. No dudé cuando retrasé el brazo que tenía libre, tampoco lo hice cuando disparé mi puñetazo y le acerté de lleno en la boca; Vampiro Fofo dejó escapar un gemido ahogado y yo le aferré por la muñeca, hundiéndole mis uñas en su carne. Había encontrado mi saco de boxeo de aquella noche.

No conforme con haberle sacudido el hocico, lo arrastré con facilidad hacia la salida de emergencia. No saltó ninguna alarma cuando las abrí, así que empujé el fardo en el que se había convertido Vampiro Fofo hacia el callejón que había en la parte trasera del local; él seguía tapándose la boca y pude apreciar algunos hilillos de sangre entre sus dedos.

Sonreí cuando Vampiro Fofo giró la cabeza para escupir una flema llena de sangre. Mi alegría se esfumó rápidamente cuando mi víctima se movió a la velocidad de la luz, acertándome una patada en el estómago que me mandó de bruces al suelo con arcadas; había pasado tanto tiempo sin enfrentarme a un vampiro en aquellas condiciones que me veía incapaz de hacerlo bien.

-Vas a arrepentirte, zorra.

Recibí otra patada en el costado, pero en aquella ocasión logré que no me mandara de nuevo al suelo. Me incorporé con un punzante dolor en la zona donde me había golpeado aquel maldito cabrón; las pocas lecciones que había recibido por parte de Bala no me iban a servir de mucho, así que tendría que recurrir a mis habilidades y rezar para que tuviera suerte.

Esquivé de puro milagro un nuevo golpe por su parte y lancé mi puño de nuevo hacia su rostro, con intención de romperle todos los dientes de manera literal. Vampiro Fofo se movió en el último segundo, lo que me obligó a que corrigiera la trayectoria de mi puño para poder darle, al menos, en la garganta.

Realmente creo que tenía una ligera obsesión con ese punto en cuestión.

Vampiro Fofo cayó de rodillas ante mí, pero antes tuvo la delicadeza de soltarme un fuerte revés en el rostro. Me tambaleé pero conseguí mantener el equilibrio; mis oídos registraron el sonido de alguien más en el callejón y todos mis músculos se pusieron en tensión, preparándose para una nueva amenaza.

Escuché el silbido de un objeto cruzando el aire, pero no supe de qué dirección procedía. Entonces algo me salpicó mientras un escalofriante chillido resonaba en mis oídos; el cuerpo de Vampiro Fofo se desplomó hacia delante, mostrando una enorme barra de hierro atravesándole como si fuera un maldito kebab.

Me pasé las manos por el rostro, descubriendo que lo que me había salpicado había sido la sangre de Vampiro Fofo. Mis ojos se clavaron a la velocidad de la luz en el callejón, buscando a la persona que había hecho eso.

La puerta de emergencia abriéndose me distrajo lo suficiente, al igual que el grito que resonó en todo aquel largo callejón.

-¿Dónde coño te habías metido...?

Me giré hacia Derek, que se había quedado detenido a mi espalda. Sus ojos azules estaban clavados en el cadáver de aquel vampiro que había osado insultarme y cuya muerte no había sido obra mía.

Bajé la mirada a mis manos y vi que mi ropa, además de piel, estaba manchada con la sangre del vampiro. Estaba claro que ya me conocía la historia: Derek creería que lo había hecho para liberar parte de mi enfado... Creería que estaba desatada, que era peligrosa y que había sido un completo error sacarme de la mansión.

Cuando me atreví a levantar la mirada vi que los ojos de Derek estaban clavados en mí de una manera acusatoria y con un leve brillo de desagrado.

-Yo no he hecho esto –me defendí, sabiendo que aquello iba a ser inútil.

Derek enarcó una ceja y fingió que estudiaba el callejón con suma atención.

-¿Ha decidido trincharse él mismo con la barra de hierro? –preguntó con su habitual tono de burla.

Su poca fe en mí me afectó más de lo que hubiera podido creerme. Mis hombros se convulsionaron y solté un sonoro sollozo; las lágrimas se me escaparon sin que yo pudiera detenerlas, calentándome las mejillas a su paso. No entendía por qué razón estaba llorando: si por la forma en la que me había tratado aquel vampiro; si por lo que había sucedido en el reservado o si era una mezcla de aquella horrible noche.

Me llevé la mano de nuevo al rostro, pasándomela por las mejillas y manchándome la punta de los dedos con mis lágrimas de sangre. Las rodillas me temblaron y me dejé caer sobre el duro suelo, golpeándome en las rodillas sin que le diera la más mínima importancia.

Lo único que quería en aquellos instantes era desaparecer...

O volver a mi antigua vida.

-Yo... yo... no lo h-he... matado –tartamudeé entre sollozos.

Observé los zapatos de Derek, que se habían acercado a mí en silencio. Después Derek se inclinó hacia mí y me cogió con firmeza el rostro entre sus manos; traté de rehuirlo, ya que no quería que me tocara, pero estaba demasiado débil tras mi enfrentamiento en solitario con aquel vampiro.

Los ojos azules de Derek me recorrieron con una repentina preocupación.

-Estás herida –dijo.

Sus palabras consiguieron hacerme sentir mucho peor. Me aovillé, consiguiendo liberar mi rostro de las manos de Derek; el vampiro decidió sacarse el móvil del bolsillo de sus vaqueros, llevándoselo a la oreja.

-Estamos en la parte trasera del local –explicó por el teléfono, supuse que estaba hablando con Bala o con Gábor-. Al parecer alguien ha intentado atacar a Galatea y ella se ha defendido... Tenemos un cuerpo del que debéis deshaceros; yo me la llevo de regreso a la mansión.

Ni siquiera supe cómo llegamos a su coche, y mucho menos a la mansión. Mi cerebro parecía haber desconectado y mi cuerpo se movía de manera robótica; Derek me ayudó a bajar del coche, acompañándome de regreso al vestíbulo de la mansión. Allí todo se encontraba vacío, tal y como nos lo habíamos encontrado Hunter y yo tras mi primera salida no autorizada.

De nuevo requerí la ayuda de Derek para alcanzar el último piso. Yo giré para mi trozo del pasillo, pero la mano del vampiro me detuvo, haciendo que tuviera que corregir mi trayectoria; parpadeé varias veces al comprender que íbamos directos a su dormitorio.

Derek parecía estar seguro de su decisión y yo no tenía fuerzas suficientes para rebatírsela y empezar otra discusión.

El vampiro me condujo directo a su baño y me obligó a que me sentara en el borde de su enorme jacuzzi. No pude evitar fijarme y ver que aquella habitación era casi idéntica a la que tenía yo en mi dormitorio; mis comparaciones se vieron interrumpidas cuando Derek regresó con una toalla mojada.

-Levántate la camiseta –me ordenó.

Dudé unos segundos antes de hacerlo.

Los ojos azules del vampiro se clavaron inmediatamente en un feo cardenal de color purpúreo que se había formado por la zona de mis costillas, producto de las patadas que había recibido por cortesía de Vampiro Fofo.

-Me temo que no puedo darte nada para eso –se disculpó Derek, aunque no parecía sonar muy sincero-. Aún estás cambiando y eliminando tu sangre humana; al final terminará por desaparecer solo.

En otras palabras: tendría que joderme y aguantar el dolor hasta que aquello sanara por sí mismo... Esperaba que no tardara mucho.

Volví a bajarme la camiseta y la mirada a mis manos manchadas de sangre reseca. Derek se acercó un poco más a mí y presionó la toalla mojada sobre mi rostro, eliminando parte de la sangre que había allí.

No dije ni una sola palabra mientras Derek se encargaba de limpiarme como si yo fuera una niña pequeña que se hubiera manchado de barro en el parque. Él tampoco parecía tener nada que decir.

Cuando lanzó la toalla sucia a la encimera me atreví a mirarlo a los ojos. Sus iris azules se habían oscurecido de nuevo, pero no había ni un solo brillo de deseo en ellos... a no ser que cuente el deseo que parecía sentir por estrangularme con sus propias manos por lo que creía que había hecho.

-Me llamó prostituta de sangre –confesé en un murmullo. El término me resultaba totalmente desconocido, pero no había que ser un genio para comprender que era un insulto de los gordos-. Perdí el control y le golpeé... simplemente quería darle una paliza por lo que me había dicho... también para liberar parte del enfado que llevaba encima –miré a Derek de manera suplicante, rezando para que me creyera-. Pero yo no lo maté, Derek.

El vampiro frunció el ceño, haciéndome creer que estaba valorando realmente mi versión de los hechos.

-Estás tomándote demasiadas libertades conmigo, Galatea –dijo entonces, hundiendo sus afiladas palabras en mi pecho-. Te recuerdo que debes dirigirte a mí con cierto respeto... y llamarme amo o señor.

Me tragué como bien pude las lágrimas.

-Lo siento, amo –me disculpé, bajando de nuevo la mirada.

La amenaza que escondían aquellas palabras seguía flotando en el ambiente, recordándome lo que se sentía llevando un grillete en el tobillo... siendo encerrada en una habitación en la más completa soledad.

Derek no me había creído.

Seguramente estuviera pensando en un castigo.

-Hoy dormirás conmigo, aquí –repuso Derek con dureza-. Tengo el sueño ligero y no confío en que hicieras nada bueno sola en tu habitación. Así podré mantenerte vigilada.

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