☽ | Chapter 21.
¿SABES QUÉ PASÓ EN EL JUEGO DEL GATO Y EL RATÓN? QUE EL GATO DEVORÓ AL POBRE RATONCITO.
Sus palabras, que intentaban amedrentarme, no surtieron el efecto que el vampiro deseaba. Lo único que podía sentir hacia Axel Vanczák era una mezcla de repulsión y ganas de arrancarle la tráquea de un mordisco para hacerle pagar por el calvario al que me había introducido; el vampiro había estado buscando ese encuentro desde que me había descubierto en la mansión, bajo la relativa protección que me brindaba su hermano Derek.
Me hundí los colmillos en el labio inferior, consciente de que Axel había bloqueado antes la puerta para evitar que pudiera huir por ella. Mis ojos miraron por encima del hombro del vampiro, buscando una forma de escapar de las garras de aquel monstruo; mis ganas de acabar con aquella persona seguían ahí, dentro de mí. Pero todavía no podía dar rienda suelta a mis planes reservados para deshacerme de aquella alimaña.
-¿Y eso por qué, Axel? –me atreví a preguntar.
Mi primer encuentro con Axel se había remontado a una mañana, cuando Morticia me había ordenado que me pusiera un vestido blanco y que bajara a desayunar con el resto de la familia; en aquel entonces no había tenido claro cómo actuar frente a él, ni siquiera recordaba que ese vampiro había sido mi creador.
Ahora estaba más que preparada para plantarle cara y demostrarle que no me amedrentaba, que no iba a subyugarme a sus deseos.
El vampiro me estudió de pies a cabeza, recreándose con la visión de mi glamuroso chándal que había encontrado entre los restos de mi viejo ropero; mi espalda seguía pegada contra la puerta del dormitorio y Axel continuaba aprisionándome con su enorme corpachón.
-Eres alguien interesante, Gala.
Me aclaré la garganta de manera intencionada.
-Para ti es Galatea –le corregí.
Los labios de Axel se curvaron en una amplia sonrisa, divertido con mi osadía. Al igual que Derek, el primogénito de Ferenc Vanczák le gustaba imponerse a todos aquellos, demostrar que se encontraba por encima del resto; había dado por supuesto que el puesto de líder pasaría a sus manos una vez su padre decidiera abandonar el liderazgo del aquelarre. Sin embargo, jamás contó con la posibilidad de que sus planes se vieran truncados por la decisión de Ferenc de pasar el relevo a Derek y no a Axel.
Eso parecía haberle trastocado, abriendo una enorme brecha entre Axel y el propio Derek.
-No eres nadie para corregirme, Gala –repuso el vampiro, utilizando nuevamente mi diminutivo-. Soy tu superior.
Le dediqué una sonrisa carente de humor.
-No recuerdo haberme alistado en el ejército, Axel –le provoqué-. No estás por encima de mí...
La sonrisa del vampiro se ensanchó, consciente del juego de palabras que había usado para burlarme de él y que podría utilizar para tratar de devolverme mis propias palabras y humillarme.
-Todavía no estoy encima de ti –mi rostro no mudó de gesto ante su insinuación, pues había contado con ello-. ¿Y Derek? ¿Derek ha conseguido estar encima de ti?
Le hundí el dedo índice en el pecho, hincándole con fuerza la uña. Axel ya no tenía le mismo efecto en mí, el pavor que podría haber despertado en el pasado cuando lo había visto por primera vez se había desvanecido. Ahora lo único que despertaba en mí eran instintos asesinos y una poderosa sed de venganza.
Pestañeé con coquetería.
-Él es mi amo –respondí.
Contuve un gemido de repulsión cuando el rostro de Axel se hundió en la curva de mi cuello, aspirando mi aroma y haciendo que su aliento cálido chocara contra mi piel, acrecentando la sensación de náusea que había despertado su cercanía; el vampiro buscaba que mostrara mi debilidad para intentar aprovecharse de ella, seguramente estuviera acostumbrado a que todo el mundo cayera rendido a sus pies, casi suplicando por su vida.
-Aún no te ha marcado –observó Axel con satisfacción.
-Ha estado ocupado –repuse yo.
Su nariz siguió la curva de mi cuello, desafiándome a que lo apartara de un empujón. Pegué mi espalda contra la puerta del dormitorio, conteniendo a duras penas las náuseas que me provocaban las caricias del vampiro; en un arranque de frustración, le hundí con más saña el dedo en el pecho, intentando detenerlo.
-Entonces aún queda esperanza para mí –ronroneó junto a mi oído.
Aparté el cuello con cuidado para que pudiésemos mirarnos fijamente. ¿Estaba a punto de confesarme que él era mi creador o eran imaginaciones mías? Después de mi esclarecedora conversación con Wolfgang había podido apreciar ligeros gestos de Axel que me habían hecho creer que me reconocía, que sabía que era yo la chica a la que arrastró a un callejón oscuro para poder convertirla en una neófita... abandonándola a su suerte.
-No puedes reclamarme –le recordé.
Axel volvió a sonreírme.
-¿Lo dices porque mi hermano ya ha dejado bastante claro sus pretensiones frente al resto de la familia, y parte del aquelarre? Oh, eso es pura palabrería... Lo importante en todo este asunto es la persona que te marque; poco importa que haya hecho todo ese espectáculo delante del resto de la familia afirmando que te quiere para sí mismo.
Paseé mi dedo índice por su esternón hasta alcanzar el cuello de la camisa que llevaba. Al igual que su padre, Axel Vanczák siempre iba vestido como un importante empresario de éxito; enrosqué mis dedos en la tela de su camisa y respiré hondo, consciente de que estaba a punto de cruzar una línea que únicamente había cruzado con Derek... y porque el vampiro me había empujado a ello.
De un tirón conseguí bajar su rostro hasta que quedó a unos centímetros del mío. Sus ojos azules, característico de todos los hombres Vanczák, me contemplaron con un brillo divertido y juguetón, creyendo que estaba siguiéndole el juego... creyendo que era tan fácil de convencer.
-Atrévete a ponerme un dedo encima y veremos quién da mejor espectáculo –le amenacé abiertamente, usando un tono gélido y peligroso-. Búscate a otra de tus zorras a las que chuparles la sangre, Axel Vanczák.
El vampiro se echó a reír entre dientes.
-He sido testigo de tu carácter, Galatea... Yo mismo me encargué de reducirte en tu última pataleta e intenté que mi hermano te diera el castigo que merecías; eligió algo mucho más suave... No le gustó a nuestro padre esa muestra de debilidad por su parte, lo que me ayudó bastante –sus ojos se estrecharon para contemplarme con atención-. Tu presencia aquí debería molestarme e irritarme, pero estás ayudándome con todos tus berrinches infantiles; empujas a Derek hasta el límite, tratando que estalle, pero mi hermano siempre consigue refrenarse contigo. Pero un día no muy lejano, esa presa estallará... y Derek lo perderá todo.
Mi mano salió disparada hacia su mejilla antes siquiera de ser consciente de haber tomado esa decisión. Le acerté de lleno y con la suficiente fuerza para provocar que Axel ladeara la cabeza; una sensación de frío me bajó por la columna vertebral al caer en la cuenta de que había caído de lleno en la trampa del vampiro.
Cerré la mano en un puño y la pegué a mi costado, mordiéndome el interior de la mejilla para no echarme a gritar de frustración por haber hecho lo que Axel había buscado desde un principio: hacerme perder el control.
Mi cuello crujió cuando la mano de Axel se enredó en el pelo de mi nuca, tirando de mi cabello para que alzara la cabeza de golpe; sus ojos se habían enfriado hasta parecer dagas de hielo y me observaban con satisfacción, demostrándome que mis teorías no eran equivocadas.
-Voy a conseguir que Derek lo pierda todo –repitió lentamente para que sus palabras se quedaran grabadas en mi cabeza-. Recuperaré lo que me pertenece por derecho y pondré en su lugar al zoquete de mi hermano. Cuando eso suceda, Galatea, te daré las gracias... porque jamás lo habría conseguido sin tu inestimable ayuda.
Lo contemplé con una mezcla de repulsión y horror. Hunter me había explicado en varias ocasiones los problemas que asolaban a su familia; el pequeño de los Vanczák se encontraba en medio de toda aquella confrontación, sin saber qué partido tomar ni a quién escoger de sus dos hermanos mayores. Ahora había averiguado que Ferenc Vanczák también alentaba, de algún modo, ese enfrentamiento entre sus dos hijos, sin importarle lo más mínimo que eso pudiera destruir a su familia.
-Serás mía, Galatea –me advirtió en un tono peligroso-. Y comprenderás que no somos tan diferentes: tú estás hecha para gobernar, adoras tener el poder y no toleras que alguien te dé órdenes.
Un escalofrío de pavor me recorrió de pies a cabeza al recordar mi pesadilla, la misma en la que había descubierto que el rostro en sombras de mi creador se había despejado para ser sustituido por la cara de Axel Vanczák; en aquel maldito sueño también me había dicho algo parecido.
Mi destino era gobernar, no que me gobernaran.
-Tú y yo somos muy diferentes –dije, pero no soné muy convincente-. Yo jamás traicionaría de esa forma a mi propia familia... Jamás antepondría el poder a la sangre, la misma sangre que corre por las venas de Derek.
Pero en mis oídos todo aquello había sonado demasiado hipócrita. No había dudado ni un segundo en aceptar el jugoso trato que me había ofrecido Wolfgang Herz, usando a su favor la ansia de venganza por devolverle todo el dolor que me había causado mi creador; me había convertido en una traidora, en una espía en el seno del aquelarre Vanczák que buscaba la destrucción del monstruo que me había transformado en vampira y después me había abandonado.
Axel esbozó una sonrisa triunfal.
-Muy pronto lo comprobaremos, Galatea.
Rápido como el pensamiento, Axel se abalanzó sobre mi cuello y pude notar sus dientes clavándoseme en la piel, atravesándola; siseé del dolor ante aquella brutalidad por su parte y mis músculos se agarrotaron al rememorar que así me había sentido cuando Axel se había lanzado contra mí en aquel callejón. Aguardé al dolor que proseguía a la succión de mi sangre, pero lo único que noté fue la textura húmeda de la lengua del vampiro recorriendo mi piel.
-Eres deliciosa –ronroneó.
-Lamentablemente tú me provocas náuseas.
Axel mordisqueó mi lóbulo y yo dejé escapar un quejido de repulsión.
-Eso es porque todavía no me has probado –me provocó.
Decidí que había llegado el momento de frenar ahí sus pretensiones. Su mano seguía hundida en mi cabello, aferrándome por la nuca como si fuera un cachorrito; empujé con ganas su enorme pecho, instándole a que me soltara y se apartara de mi camino.
-Eres un enfermo.
Sus dedos soltaron lentamente mi pelo, acariciando con el dorso la línea de mi mandíbula. Mis fosas nasales se ensancharon al percibir el efluvio que desprendía el vampiro, revolviéndome el estómago; nadie me había explicado cómo reconocer a un creador que no se había preocupado de reclamarte, que te había abandonado sin preocuparse de tu futuro. Supuse que aquella agitación era señal inequívoca de que mi cuerpo reconocía al vampiro que se encontraba frente a mí.
Le di un fuerte manotazo en su brazo para evitar que siguiera acariciándome y busqué a tientas el pestillo cerrado de la puerta; Axel me contemplaba con perversa diversión y yo me negaba en rotundo a darle la espalda y brindarle una oportunidad de oro para aprovecharse de mi distracción.
Lo corrí con un alivio recorriéndome por dentro y abrí la puerta apresuradamente, saliendo de la habitación sin apartar la mirada del rostro del vampiro; cerré la puerta después para que Axel no pudiera seguirme hasta que yo me hubiera alejado de aquel pasillo.
Me froté con rabia el cuello, intentando eliminar la saliva que había dejado allí Axel. El estómago seguía revuelto tras aquel encuentro tan desagradable con el vampiro; miré hacia el otro extremo del pasillo, donde me aguardaba mi nuevo dormitorio. Derek había dado por supuesto que lo había aceptado y yo no le había sacado de su error.
Aún seguía creyendo que aquello había sido desproporcionado, que el hecho de que Derek hubiera decidido trasladarme al último piso de la mansión, esa área restringida para cualquier vampiro ajeno a la familia, levantaría demasiados murmullos en el resto de personal.
Apresuré mi paso hasta cruzar las puertas que conducían a mi suite y cerré las puertas a mi espalda, comprobando con la mirada que no había nadie más allí; la doncella me había asegurado que todo estaba dispuesto para que yo pudiera hacer uso de la habitación inmediatamente, así que decidí instalarme en el pequeño sofá que estaba colocado bajo el ventanal. El cielo estaba nublado, como siempre solía suceder por aquella zona, y los jardines estaban completamente vacíos; descubrí que el trozo que podía ver desde la ventana era el mismo que había visto desde mi anterior dormitorio y entrecerré los ojos, centrando mi atención en el cenador.
Tras la construcción se encontraba el denso bosque en el que me había internado para intentar huir. Estaba jugando con fuego, era posible que Axel decidiera utilizar nuestro encuentro en su propio beneficio, tergiversándolo para hacer estallar a Derek; el líder del aquelarre no confiaba lo suficientemente en mí, siempre antepondría la versión de su propio hermano, aunque su relación no fuera idílica, por pertenecer a su familia... por conocerlo mejor que a mí.
La puerta se abrió con suavidad, provocando que diera un brinco sobre el cojín del sofá en el que estaba sentada; noté un regusto amargo al ver aparecer una perfecta y torneada pierna apareciendo por el quicio que había abierto y mi estómago se agitó al pensar que tendría que hacer frente a Anna por el hecho de que Derek hubiera decidido ponerme en aquella habitación.
Fruncí la frente al ver el resto del cuerpo y comprobar que la persona que estaba haciendo esa entrada triunfal no era otra que Morticia Olaussen. La vampira me dedicó una sonrisa torcida mientras terminaba de introducir el resto de su cuerpo en mi nuevo dormitorio, cerrando la puerta a su espalda y dirigiéndose hacia donde me encontraba yo con un ligero balanceo de caderas; el vestido de llevaba era demasiado juvenil para su apariencia, pero eso no parecía importarle lo más mínimo a la vampira.
¿Tendría que levantarme y hacerle una reverencia? ¿Debía tomarle la mano y depositar un beso en el enorme anillo que llevaba en el dedo anular de su mano izquierda? Mis lecciones de protocolo vampírico con Hunter aún no se habían reanudado, por lo que no tenía ni idea de cómo debía comportarme.
Lo único que sabía era que su visita no podía significar nada bueno.
-Galatea, querida –saludó Morticia con su habitual pomposidad sacada de los ambientes aristocráticos en los que ella se había criado-. He venido en cuanto se me ha informado de que te has instalado en tus nuevos... aposentos.
Llegué a la conclusión de que algo iba mal cuando no quise echarme a reír como una histérica ante el uso de la palabra «aposentos» y la forma en la que se habían fruncido sus labios al pronunciarla. Me quedé helada sobre el sofá, sin saber muy bien qué hacer a continuación.
La sonrisa de Morticia se hizo más amplia y satisfecha consigo misma. Desde luego que debía estar más que acostumbrada a ese tipo de reacciones, o mejor dicho: a la ausencia de éstas.
-Espero que no te haya molestado, cielo –prosiguió Morticia, contemplando el dormitorio con gesto crítico-. Ferenc me ha mantenido bastante ocupada utilizándome de embajadora con el resto de aquelarres, por lo que no he podido venir a verte antes...
Entrecerré los ojos.
-¿Por qué querría verme? –me atreví a preguntar.
Morticia se paseó por la salita antes de ocupar el hueco que había libre en el sofá en el que yo me encontraba.
-Puedes tutearme, Galatea –me guiñó un ojo de manera pícara, como si fuéramos dos amigas que hubieran decidido reunirse para pasar la tarde-. Después de todo... casi podría decirse que perteneces a la familia.
Agarré con firmeza el cojín, hundiendo las uñas en su tejido. Morticia seguía sonriéndome amigablemente, aunque sus ojos destilaban desdén; me recordé que aquella vampira había conseguido que Ferenc despechara a su anterior amante, Cassie, quedándose ella con todo. La propia Cassondra me había advertido sobre las hermanas Olaussen, afirmando que siempre sucedía algo malo cuando ellas estaban cerca; ahora tenía en mi sofá a la propia Morticia. ¿Qué planes tendría preparados para mí?
-Yo no me considero en absoluto de la familia –señalé con cuidado.
Me sentía como si estuviera andando sobre brasas... o sobre un foso lleno de víboras repletas de ponzoña que estaban aguardando a un paso en falso por mi parte para poder hincarme sus colmillos y envenenarme; Morticia desvió la mirada unos instantes en dirección a los jardines.
-Nadie lo diría. Después de todo, corren rumores por la mansión... rumores sobre la neófita que ha conseguido crear una brecha entre los hermanos Vanczák –su sonrisa se tornó venenosa, consciente de mi ignorancia respecto a esos rumores que corrían por la mansión-. Dicen que Hunter y Derek te visitan por las noches, pero que el líder no te ha marcado... Los más osados afirman que mantienes una apasionante relación con ambos hermanos, no sé si me entiendes.
Un escalofrío volvió a recorrerme la espalda, más que consciente del hilo que estaba llevando la conversación. Morticia no parecía en absoluto asqueada por los comentarios que debía haber escuchado por parte del servicio de la mansión, los únicos que serían capaces de crear esas historias tan morbosas y absurdas; pero a mí todo aquello estaba comenzando a pasarme factura. ¿Qué sucedería si esas historias llegaban a oídos de Hunter? ¿O del propio Derek? No podía evitar preocuparme de los comentarios que levantaría mi presencia entre aquellos humanos, los mismos que parecían estar vengándose de mí creando esas historias en las que yo quedaba como una buscona que lo único que quería era poder... y riquezas.
¿Sería a causa de esos rumores por lo que Axel se me había insinuado de aquella forma, tomándose esas libertades?
-Los únicos triángulos amorosos que me gustan son los que leo en mis novelas preferidas –respondí con aplomo.
Morticia esbozó una sonrisa traviesa y sus ojos me contemplaron con atención.
-Desde el primer instante que te vi supe que tendría que ir con cuidado –me comentó de manera casual, como quien estuviera hablando del tiempo que hacía fuera-. Tienes potencial, Galatea... y es evidente que sabes perfectamente cómo utilizarlo.
Sus palabras no sonaban como un cumplido, precisamente.
Abrí la boca para defenderme de las acusaciones que estaba lanzando sin conocerme siquiera, pero Morticia me hizo un gesto bastante explícito de que no hablara porque la vampira aún no había terminado con su monólogo sobre un estudio exhaustivo sobre mi persona.
-No sé quién te transformó, ni siquiera estoy segura de que no sepas quién fue, pero eso a mí no me importa lo más mínimo –los ojos oscuros de Morticia se estrecharon y se acarició el labio inferior con una de sus perfectas uñas pintadas en color sangre-. Lo que me importa, Galatea, es que creo que tu presencia en esta mansión no fue casual; tengo la sensación de que alguien te puso en el camino de los Vanczák por algún motivo que todavía desconozco... Nosotros, los Vanczák, somos uno de los aquelarres más poderosos, mentiría si dijera que nos consideramos los mejores dentro de los cuatro más importantes.
Se me formó un nudo en la garganta, recordando la información que me había brindado Wolfgang Herz sobre el aquelarre Vanczák.
-Sois el aquelarre más numeroso –dije, con un ligero temblor en la voz.
Morticia sonrió, halagada.
-Exactamente, querida –asintió-. Tampoco es ningún secreto que esa superioridad ha creado ciertas envidias en aquelarres a los que consideramos aliados. Es posible que parezca que el mundo de los vampiros se encuentra en una amigable y maravillosa tregua de cooperación, pero en la sombra todo esto es un juego sucio por lograr la supremacía; Ferenc sabe que hay gente tras nuestros pasos, gente que está aguardando nuestra caída para quedarse con los restos de nuestro poder.
Fruncí los labios.
-No entiendo qué tiene que ver todo ese juego sucio por el poder conmigo.
Morticia se relamió el labio inferior, contemplándome con atención; evaluándome como si fuera un potencial enemigo y creyera que mi próximo objetivo fuera el propio Ferenc Vanczák.
-En realidad tiene mucho que ver contigo, Galatea. Apareces de la nada y al poco tiempo ya tienes a Derek y Hunter peleándose como niños pequeños por ver quién de los dos se encargará de reclamarte –el corazón se me contrajo en un puño, haciéndome sentir incómoda-. No es muy normal que una simple neófita vagabunda y con un ligero problema de no saber lidiar con sus propios sentimientos consiga tener a dos importantes vampiros discutiendo por ella. Y eso no es todo... porque la joven neófita es una insolente que no duda en poner en evidencia al propio líder del aquelarre, demostrando que es incapaz de lidiar con ella. Es bastante sospechoso que aún sigas entre nosotros, Galatea; y aún más que estés de una sola pieza, encerrada en un dormitorio destinado a las prometidas de los hijos de Ferenc Vanczák.
Las palabras de Morticia me golpearon repetidamente en las sienes, aumentando aún más la desagradable sensación del pecho. La vampira había acudido a mi dormitorio para... ¿para qué? ¿Para intentar descubrir si era cierto las historias que corrían por los pasillos de la mansión? Sin duda alguna, su teoría no dejaba lugar a malentendidos en lo referido a sus pretensiones.
Morticia creía que yo trabajaba para alguien, que había fingido no saber quién me había transformado y que el vampiro no me había marcado a propósito, para poder acercarme lentamente al aquelarre Vanczák. Que el destino hubiera decidido ponerme en el camino de los hermanos Vanczák aquella noche había sido el golpe de suerte que había necesitado en mi supuesto plan.
-Yo jamás he pretendido que sucediera nada de esto –me defendí.
Morticia ladeó la cabeza, sin perder la sonrisa.
-Como tampoco has pretendido nunca que Derek te diera uno de estos dormitorios, ¿verdad? –aunque estaba utilizando un timbre suave, pude apreciar perfectamente un rastro de desdén en sus palabras.
Me humedecí los labios, haciendo uso de todo mi autocontrol para no ceder a mis impulsos de golpear en repetidas ocasiones a la mujer que se encontraba frente a mí, acusándome de ser poco más que una simple puta. Los ojos de Morticia resplandecían de sospecha, creyendo que estaba consiguiendo desmontar mi supuesta coartada.
-Le he exigido a Derek que me cambiara de habitación –le expliqué-. No necesito vivir rodeada de lujos, no busco tener los mismos privilegios que Anna... Solamente quiero...
Me detuve, consciente de que aquella parada abrupta no había ayudado en absoluto a mi recién empezado discurso de defensa en el que demostraba a Morticia que se estaba equivocando completamente conmigo; la vampira enarcó una ceja al verme interrumpida por mí misma, todo su cuerpo destilaba curiosidad por saber a qué se debía esa parada por mi parte.
-¿Qué es lo que quieres, Galatea? –quiso saber con suavidad.
La miré fijamente. Podría haberle dicho la verdad, que lo único que buscaba era venganza; había aceptado el trato con Herz porque era el único modo de conseguir lo que más anhelaba, era el único modo de tener a mi merced a Axel Vanczák... y a todo aquel que estuviera metido en el ajo.
Abrí la boca, pero volví a cerrarla al no ser capaz de decir nada.
-Sé perfectamente lo que quieres, niña –me regañó Morticia, señalándome con su dedo índice-. Después de todo, no eres tan diferente a mí. Posees carácter y una férrea determinación para conseguir lo que te propones; quizá es por eso que Derek se sienta tan cautivado por ti... incluso el pobre de Hunter –añadió con una risita.
-Derek no se siente cautivado por mí –protesté.
Morticia chasqueó la lengua, molesta por mi interrupción.
-Es cierto, tu belleza es mediocre comparada con Anna –preferí hacer oídos sordos a su insulto camuflado-. Pero me refiero a tu personalidad: en cierto modo, Derek y tú tenéis un carácter muy similar. Sois insolentes, malcriados y no sabéis cómo lidiar en las situaciones menos favorables para vosotros mismos.
Me humedecí de nuevo los labios, pero no dije ni una palabra.
-Anna es una muchachita demasiado moldeable –continuó la vampira, desviando la mirada hacia sus uñas, como si yo hubiera perdido todo su interés-. Bien es cierto que en ocasiones muestra su carácter, pero siempre se ha mostrado demasiado sumisa. No tiene la madera que se necesita para estar donde está.
Y, sin embargo, era capaz de conseguir que Derek se convirtiera en un muñeco de mantequilla que lo único que buscaba era la aprobación y perdón de su prometida; era posible que Anna no tuviera la misma forma de reacción que su prometido o yo misma, pero sabía bastante bien cómo manejar los hilos cuando estaba desesperada por recuperar el control de la situación. Quizá hubiera aprendido algunos trucos de la propia Morticia.
-Has logrado que Hunter y Derek estén comiendo de tu mano –dijo entonces la vampira, dedicándome una media sonrisa-. No puedo evitar verme en ti reflejada; yo también tuve que luchar mucho para conseguir lo que tengo en estos momentos. Pero aquí estoy...
La contemplé con desagrado.
-Lo conseguiste mediante mentiras y ensuciando a una persona inocente –recordé a Cassie y el estado en el que se encontraba después de haberse visto abandonada por su amante-. En absoluto soy como tú.
Morticia se rió.
-Cassondra ya se encontraba un poco perjudicada cuando entré yo en escena. Creo recordar que le sucedía algo similar a ti: que tenía que repartirse entre Ferenc y Axel.
Me puse en pie de un brinco y señalé la puerta, echando mano a todo mi autocontrol para no echarla yo misma de allí.
-Fuera de aquí.
Morticia enarcó una ceja, pero no movió nada más.
-Aún no he terminado de hablar contigo, Galatea –hizo una breve pausa, contemplándome con maldad-. Lo que sucedió con Cassondra fue producto de sus malas decisiones, yo no tengo la culpa de que su sucio secretito saliera a la luz; respecto a ti, seré benevolente contigo y te daré un pequeño consejo que espero que tengas presente de cara al futuro: sé cómo jugar mis cartas, niña estúpida. He vivido mucho más tiempo que tú y tengo muchísima más experiencia en juegos de poder, sé cómo funciona este mundo...
Arqueé ambas cejas en un gesto de sorpresa.
-¿Estás amenazándome?
Morticia sonrió con coquetería.
-Puedes tomártelo como prefieras, Galatea. No voy a permitir que una niñita estúpida con pretensiones y sueños de llegar a la cima me haga perder el trabajo de tanto tiempo me ha costado; es posible que Derek sea el líder del aquelarre, pero su padre puede hacer uso de su influencia para corregir su decisión –hizo una pausa de nuevo-. Puedes pensar que Anna es una enemiga a tomar en cuenta, pero creo que deberías reconsiderarlo: puedo llegar a ser mucho peor que esa niñita mimada.
Le mantuve la mirada con osadía, consciente de que la vampira estaba hablando en serio. Morticia no había dudado ni un segundo en acudir a mi dormitorio con falsas intenciones para poder hacerme partícipe de lo que creía de mí; mis miedos sobre haberme ganado una nueva enemiga en la mansión no habían sido erróneos. La amante de Ferenc Vanczák había decidido convertirse en mi enemiga porque no quería arriesgarse a perder su posición y el poder que había adquirido al convertirse en amante de Ferenc Vanczák.
Me pregunté si habría tenido esa misma conversación con Anna, en la que Morticia le habría dejado bastante claro que allí las riendas las llevaba ella y que no se pensara ni por un segundo que iba a permitir que la prometida de Derek le arrebatara el cetro de poder con el que había contado desde hacía tanto tiempo.
Si Anna y Morticia decidían montar piña me encontraría perdida.
Le exigí en tono firme que abandonara la habitación y me obligué a mí misma a no mover ni un solo músculo cuando la vampira se puso elegantemente en pie y se acercó a mí; su caro perfume inundó mis fosas nasales, acrecentándose cuando Morticia inclinó su rostro en mi dirección con una sonrisa satisfecha.
Me mantuve inmóvil mientras Morticia rodeaba mi cuerpo para dirigirse a la salida. No veía el momento de que me dejara a solas, rumiando aquella amenaza y planeando mis próximos movimientos ahora que debía andarme con cuidado con la vampira.
-Estaría bien que te dieras un buen baño, Galatea –me recomendó Morticia con un tono cantarín-. Apestas a Axel Vanczák y eso podría suponerte un grave problema con Derek, ¿no crees? Primero seduces a su hermano pequeño y ahora decides hacerlo con su hermano mayor... Al final vas a resultar ser peor que la propia Cassondra.
Giré la cabeza en su dirección cuando escuché su risa resonando por toda la habitación. Los ojos de Morticia me contemplaron con una maquiavélica diversión, seguramente creyendo que yo misma estaba cavando mi propia tumba con mis supuestos problemas de faldas.
Hizo una señal en mi dirección.
-También ocultaría la pequeña marca de tu cuello, querida –dijo a modo de despedida-. Los vampiros podrían malinterpretarlo y creerían que eres de las que no dudan en ofrecer su sangre a cambio de una sesión de sexo desenfrenado...
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