☽ | Chapter 1.
UN VAMPIRO DESCONTROLADO ANDA SUELTO POR LONDRES
Aquel fue mi primer asesinato.
Todo mi dominio se había esfumado, dejando en su lugar un escalofriante arrebato casi animal que me empujaba a seguir succionándole, tal y como había hecho conmigo aquel desconocido, mi creador; ignoré por completo las súplicas y golpes del chico hasta que todo su cuerpo se quedó laxo y sus ojos se habían puesto vidriosos, fijos en algún punto por encima de mi hombro.
Me aparté del cadáver, notando cómo la sangre de aquel chico resbalaba por mi barbilla, dándome la apariencia de alguien bastante macabro. La tez se le había puesto cenicienta y supe que había acabado hasta con la última gota de sangre; sin embargo, y para mi beneficio propio, la quemazón de la garganta había desaparecido por completo, quitándome ese problema de encima... aunque no sabía hasta cuándo.
Estaba claro que aquel giro de mi vida había conseguido ponerme en una situación bastante delicada; el maldito cabrón que me había convertido en esto se había ido, volatilizado del callejón sin preocuparle lo más mínimo qué podría sucederme. Era evidente que la transición había ido bien y esperaba toparme con él otra vez para poder devolverle todos y cada uno de los gritos de sufrimiento que no había sido capaz de pronunciar debido a la gravedad de mi estado.
No podía regresar a casa, mis padres no podían saber siquiera que seguía viva. Había matado a ese chico porque me había empujado y hablado de mala forma, ¿qué hubiera sucedido si hubiera sido alguno de mis padres? Me mordí el labio inferior, haciéndome daño con mis afilados colmillos, desesperada al imaginar a alguno de mis padres en la misma posición que aquel cadáver, mirándome con sus ojos vacíos de vida.
Le di la espalda, creyendo que así conseguiría pensar mejor, lejos de cualquier mal pensamiento. Ahora que sabía que la opción a regresar a casa se había esfumado, que no era viable, no sabía dónde podía ir; convertir aquel nauseabundo callejón en mi nuevo hogar fue descartado de manera inmediata, aunque no podría marcharme de allí tan pronto. Debía deshacerme del cadáver de aquel chico para evitar que alguien pudiera descubrirme.
Volví hacia él otra vez, conteniendo el nudo de náuseas que se me había formado en el estómago al contemplar el cuerpo sin vida. Era una chica, estaba sola y no sabía si tenía fuerza suficiente para poder moverlo; decidí intentarlo, así que agarré el cadáver por los brazos y tiré con fuerza. Ahogué una exclamación de sorpresa cuando todos los kilos de aquel chico se movieron como si apenas pesara unos gramos, desvelándome que el cambio había conseguido hacerme mucho más fuerte; cargué con el cuerpo como si fuera una mochila y lo llevé hacia el contenedor donde me había escondido todos aquellos días, hasta que el infierno había cesado.
Escondí el cadáver como bien pude entre las bolsas de basura y sacudí mis manos.
Otro problema resuelto, aunque todavía quedaba uno más acuciante: ¿dónde podría vivir?
Una semana después.
Inspiré por la nariz, ignorando por completo el aroma a desinfectante que mancillaba todo el ambiente. Tras mi aventura en el callejón, y mi primer asesinato, me había movido por la ciudad como un alma en pena; había seguido asesinando cuando me había sorprendido la ansiedad y la quemazón de la garganta, pidiéndome a gritos que me alimentara de alguien, pero también había logrado encontrar una pequeña guarida en la que ocultarme cuando cometía algún asesinato.
Me sentía como Batman en su bat-cueva, aunque mi guarida resultó ser mucho menos glamurosa que la de Bruce Wayne: un bloque de pisos abandonado y con todas las ventanas y puertas tapiadas, infestado de ratas, había pasado a ser mi nuevo hogar. Había tenido que abrir un boquete en una de las paredes más ocultas para poder acceder al edificio, instalándome en el último piso, que era en el que mejor condiciones se encontraba.
Una parte de mí siempre había soñado con la época en la que estaría en la universidad, compartiendo habitación con cualquier chica y convirtiéndonos en grandes amigas. La realidad, evidentemente, había resultado ser muy distinta: mi imaginaria compañera de dormitorio se había convertido en multitud de ratas que no paraban de ir y venir a su antojo.
En aquellos momentos me encontraba frente a la pantalla de una vieja televisión que había logrado recuperar de uno de los pisos inferiores. Desde el día en que desaparecí para todo el mundo había sentido la imperiosa necesidad de saber qué era lo que sucedía; primero empecé por los periódicos de la ciudad, encontrando un par de anuncios en los que vi mi foto y una súplica por conocer cualquier detalle que pudiera darles a mis padres una pista de mi paradero. La primera vez me eché a llorar, consiguiendo derramar algunas lágrimas carmesíes que, con horror, vi que eran de sangre; todavía no entendía en qué me había convertido, como tampoco sabía dónde se encontraba mi límite.
Me había convertido en una criatura salvaje que no dudaba en asesinar inocentes con tal de aplacar el hambre que me consumía.
Parpadeé más por costumbre que por necesidad cuando en los informativos mostraron una imagen pixelada de un cadáver. El presentador tragó saliva con esfuerzo mientras explicaba las extrañas muertes que habían asolado Londres desde hacía una semana, en la que se habían contabilizado veinte asesinatos que compartían un mismo centro: todos los cuerpos mostraban el mismo aspecto ceniciento y, cuando los forenses realizaban la autopsia, se encontraban con un cadáver que no poseía ni una gota de sangre.
Sonreí grotescamente cuando el presentador conectó con uno de sus reporteros, que se encontraba en la escena del crimen. ¡Era la primera vez que hablaban de mí en televisión! Casi me sentí como Jack el Destripador.
-... Lo cierto, Michael, es que este cadáver es algo distinto al resto –estaba diciendo el reportero, con semblante serio-. Al contrario que el resto de muertos, el cadáver de la jovencita poseía varias heridas producidas por garras... Heridas de las que manaban sangre.
Me enderecé sobre el duro sofá, frunciendo los labios. Había creído firmemente que hablarían del anciano que asesiné dos noches atrás, cuando un arrebato hambriento me había obligado a abalanzarme por la primera persona que se cruzara en mi camino; estudié con atención el lugar hasta donde se había desplazado el reportero, intentando ubicarme. Había asesinado a ese hombre cerca de Richmond Park y el aspecto que presentaba el lugar desde donde estaba emitiendo el reportero no tenía nada que ver con un parque. Igual que «jovencita» no encajaba en absoluto con la descripción del anciano.
Todo mi cuerpo se agitó ante una remota posibilidad. Hundí las uñas en el relleno del sofá con una mezcla de frenesí y rabia; mis recuerdos humanos se veían con menos nitidez, pero todavía era capaz de revivir minuto por minuto la fatídica noche en la que me convertí en esto. El tipo había afirmado que no era la primera vez que cometía un acto así, el asaltar a una indefensa chica en una calle poco transitada, pero que sí era la primera vez que dejaba con vida a su víctima, si podía considerarse «vida» el sufrimiento al que estuve sometida aquellos cinco días que estuve oculta en aquel contenedor de basura.
Se me escapó un rugido al comprender que aquel asesinato llevaba la firma de mi propio creador. Sin embargo, ¿por qué había dejado el cadáver con algo de sangre y con marcas de garras?
-Voy a atraparte, hijo de la gran puta –mascullé a la televisión.
Mi atención y ansias de venganza se vieron aplastadas cuando el presentador dio paso a otra noticia. Mi corazón muerto dio un vuelco en mi pecho al reconocerme en la foto de la esquina superior que habían colocado con el titular de: «DOS SEMANAS SIN SABER NADA DE ELLA.»
Recordé el momento en que me hicieron aquella foto: fue en unas vacaciones de verano, cuando mis padres decidieron llevarme a Barcelona; nos encontrábamos en la zona del puerto y yo estaba caminando por el paseo marítimo. Mis labios se curvaron de nuevo hacia abajo, eliminando la sonrisa que había mostrado al tener una pequeña pista de cómo funcionaba la mente de mi creador.
Parpadeé para contener las lágrimas cuando dieron paso a una conexión en directo con mis padres, ambos reunidos en el sofá que teníamos en el salón. Me quedé sorprendida de ver a mi madre realmente afectada y con signos de no llevar nada bien mi desaparición; mi padre estaba destrozado.
Mi madre sollozó con fuerza y el brazo de mi padre la rodeó por los hombros, pegándola a su cuerpo para darle consuelo.
-No sabemos nada de ella –dijo mi padre, con la voz rota-. Salió con sus amigas a celebrar el cumpleaños de una de ellas y esa fue la última vez que la vimos... Pedimos que si alguien sabe algo, si la ha visto, que se ponga en contacto para darnos cualquier pista que pueda sernos de utilidad.
Apagué la televisión de mala gana, incapaz de ver un segundo más el sufrimiento de mis padres ante mi desaparición. Sabía que guardaban una pequeña esperanza de que regresara con ellos, pero yo ya no podía volver; no quería ponerlos a ninguno de los dos en peligro, como tampoco sabía qué explicación darles a todos los días que había estado desaparecida.
Aquella decisión desgarró un poco mi maltrecho y muerto corazón, por lo que decidí salir a dar una vuelta para ver qué conseguía cazar.
Debido a mi nueva condición de prófuga, me había visto en la obligación de robar algunas cosas para poder subsistir; el vestido negro que había llevado el día de mi muerte había quedado destrozado, así que lo había sustituido por unos vaqueros a conjunto con una camiseta, además de una cazadora y unas botas planas. Vale que mi equilibrio hubiera mejorado, pero tampoco quería pasearme por Londres con unos tacones.
Bajé al primer piso y salí por el boquete, que se había convertido en mi puerta principal. ¿Dónde debía ir en aquella ocasión? Alcé la vista al cielo, contemplando el atardecer con una mueca; el informativo había conseguido desestabilizarme, tanto por ver a mis destrozados padres como por haber sabido que mi creador aún seguía haciendo de las suyas y quitándome el mérito.
Decidí perderme por la ciudad, vagando sin rumbo fijo hasta que cayera la noche y la gente saliera a disfrutar de la misma. Me camuflé entre la multitud, caminando con la cabeza gacha para evitar que alguien pudiera reconocerme y consiguiendo no chocar con nadie; de vez en cuando espiaba lo que me rodeaba, encontrándome en algunas ocasiones con carteles que tenían mi cara plasmada.
«¿Has visto a esta chica?», rezaban todos ellos con una breve descripción de lo que llevaba la noche que desaparecí.
Ni siquiera podía reconocerme en la fotografía, y una parte de mí creía que «esa chica» que mostraban los carteles se había ido para siempre.
Seguí vagabundeando por las calles, dejando que pasaran las horas sin notar un ápice de cansancio en mi mejorado cuerpo. Mis pies me llevaron hacia Camden, donde siempre se respiraba un activo ambiente nocturno; esquivaba los cuerpos de las personas mientras pensaba que mi conjunto no iba nada acorde con las circunstancias. Había venido a alimentarme, pero no podía evitar deshacerme de mi vena adolescente.
Me detuve frente a una discoteca, KOKO, y contemplé con los ojos entrecerrados la turba de gente que se encontraba haciendo cola para poder acceder al interior del local. La fachada tenía forma de palacete, con unos enormes focos de color rosa apuntándola y con un enorme letrero donde podía leerse el nombre perfectamente.
Dudaba que pudiera colarme en un sitio como aquel, pero mi parte adolescente-atrapada-en-este-monstruo daba saltitos de excitación ante la idea de poder meterme allí dentro y comportarme durante unas horas como alguien más, sin recordar la mierda de vida en la que se había convertido la mía.
Bajé la mirada hacia mi ropa y sonreí con ironía. Ni de coña podría entrar con aquellas pintas.
Me mezclé entre la multitud cuando una mano me detuvo por el brazo. Inmediatamente me tensé bajo el contacto de aquel desconocido y mis ojos se dirigieron de manera veloz para ver quién había sido el estúpido que había arriesgado a ponerme la mano encima; mentiría si no dijera que me quedé impresionada con el chico que me había cogido: era alto, un tanto corpulento, con su pelo castaño cuidadosamente recortado y formando un pequeño tupé y unos ojos azules que me contemplaban atentamente. Parecía ser un año más mayor que yo, a lo sumo, o quizá de mi misma edad.
Vestía desenfadadamente con una camiseta y unos pantalones vaqueros con rotos en las rodillas, haciéndome sentir un poco mejor con mi propio atuendo.
Enarqué una ceja automáticamente.
-Perdona, tienes atrapado mi brazo –dije con un tono ronco.
La mirada del chico se movió entre su mano sujetando mi brazo y mi rostro de manera alternativa. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no deshacerme de él utilizando mi nueva fuerza sobrehumana, pero todo ello quedó olvidado cuando sonrió.
Esa sonrisa hizo que las rodillas me temblaran y que mi corazón muerto me hiciera creer que había comenzado a latir de nuevo.
-Ah, tengo la sensación de que nos hemos visto antes –musitó el chico, sonando algo avergonzado.
Me recordé cuál era mi objetivo aquella noche, y que nada tenía que ver con lo que estaba haciendo en aquellos momentos. Necesitaba cazar, probar otra vez la delicia que suponía para mi sistema la sangre humana; olfateé discretamente el aire y la boca se me hizo agua al llegarme el olor que desprendía ese chico. Era fuerte, dulce e hipnotizador... aunque había algo extraño en él.
«De perdidos al río», pensé. Acababa de encontrar a mi próxima víctima y casi podía imaginarme los titulares de los periódicos de mañana: «Un vampiro descontrolado anda suelto por Londres.»
Esbocé una sonrisa sugerente, la misma que sabía con certeza que haría que ese chico hiciera todo lo que yo le pidiera.
-Es posible que nos hayamos visto antes –contesté en un tono juguetón, ladeando mi cabeza-. ¿Quieres que te ayude a refrescarte la memoria?
Era posible que mi atuendo no tuviera nada que ver con los modelitos que gastaban las miles de chicas que se encontraban aquella noche en la zona, pero a mí no me importó: dudaba mucho que alguna de ellas fuera lo que yo era, la cosa en la que me habían convertido.
La sonrisa del chico se ensanchó, dándome alas a continuar con aquel jueguecito que sabía de primera mano cómo iba a terminar.
-No me importaría en absoluto –aceptó el chico sin dudar.
Me liberé de su agarre y lo cogí por la muñeca, arrastrándolo a través de la multitud hasta que di con un rincón lo suficientemente oscuro y alejado para poder hacer lo que tenía en mente. Miré al muchacho por encima de mi hombro y le dediqué una sonrisa de ánimo, deseando acabar con ello de una vez por todas.
Algo me decía que esa muerte iba a hacerme sentir arrepentida. Era muy mono, a decir verdad.
Una vez estuvimos lo suficientemente escondidos de las personas que paseaban por las calles lo arrinconé con facilidad contra una de las paredes. Noté cómo los colmillos salían de sus fundas y me pasé la lengua por el labio inferior, con una acuciante necesidad de hincarle el diente de una vez por todas.
No le di la menor importancia a que el chico no se hubiera resistido en todo el trayecto, como tampoco al hecho de que no hubiera decidido suplicar por su vida o pedir un poco de ayuda; traté de llegar a su cuello, pero algo me cogió por la garganta y un segundo después me encontraba estampada contra la otra pared.
-Hunter, has dejado que llegue demasiado lejos –resonó en el callejón una voz masculina que sonaba enfadada e irritada a partes iguales.
Siseé y traté de moverme, pero alguien mantenía mi cabeza pegada contra la pared, evitando que pudiera ver lo que sucedía en el callejón. Empecé a debatirme con rabia, sin saber aún qué estaba pasando allí; una diminuta parte de mí saltó de emoción ante la posibilidad de que mi creador hubiera decidido regresar a por mí, sirviéndome la venganza en una bandeja de plata, pero la voz de hombre que había oído antes no se parecía en absoluto a la que oí aquella noche.
-Suéltame de una puta vez –mascullé, casi masticando ladrillo.
Una risita jadeante se escuchó junto a mi oído, pero aquello no despertó en mí más que ganas de arrancarle la cabeza... y quizá algún miembro más de su anatomía.
-Tiene carácter –se burló el mismo, pero no sonaba como mi víctima. O la que había creído que sería.
-Bala, dale un poco de espacio –reprochó otra voz que esta vez sí que reconocí como el chico de KOKO.
Una risa me sacudió los hombros.
-La de chistes fáciles que podría hacer sobre gatillos con tu nombre, Bala –me burlé, todavía riéndome.
El hombre, Bala, me separó de un tirón de la pared y me giró hasta que quedamos cara a cara. Era bastante guapo, había que reconocerlo, con ese pelo oscuro, facciones duras y ojos castaños que me observaban con una pizca de diversión; pero no me dejé llevar por las apariencias: ya había escarmentado con el chico de KOKO.
Sus labios se curvaron en una sardónica sonrisa donde pude ver sus colmillos sobresaliendo levemente, como los míos. Enarqué ambas cejas debido a la impresión que me causó.
-Tendrían alguna gracia si me hubiera llamado Gun, que no es el caso, preciosa –se mofó de mí.
Bueno, eso tenía que concedérselo.
-No estamos aquí para echar un polvo rápido y fácil, Bala –exhortó la primera voz que había escuchado. La misma que había sonado enfadada e irritada.
Giré la cabeza y vi a otro chico, quizá de la edad de Bala –sobre unos diecinueve, veinte años-, que nos observaba a ambos con el ceño levemente fruncido en señal de encontrarse bastante molesto. Lo estudié de pies a cabeza, deteniéndome en su ajustado traje negro y en su rostro: facciones afiladas, una ligera sombra de barba, unas espesas y cuidadas cejas, cabello rubio oscuro cuidadosamente recortado y unos ojos azules que me contemplaban como si yo fuera una mísera cucaracha que se había atrevido a jugar demasiado cerca de sus caros zapatos.
-Menudo gilipollas –me escuché a mí misma decir.
Hunter, el chico de KOKO, ahogó una exclamación de horror. Bala, por el contrario, hizo un gran esfuerzo por no echarse a reír allí mismo. Malaspulgas me fulminó con su mirada de zafiro, arrancándome una sonrisa irónica.
-Os habéis equivocado de película, Men in Black –seguí burlándome, a pesar de que me encontraba en clara desventaja-. Los alienígenas no están por aquí.
Malaspulgas esbozó una sonrisa intimidante.
-No, parece ser que no –continuó con mi broma-. Pero sí una vampira muy mala que ha decidido salir a jugar y darnos muchos quebraderos de cabeza. ¿Cómo es posible que hayas sido tan estúpida? A no ser que estuvieras pidiendo a gritos que te matáramos, asesinando a todas esas personas...
-Tres putos meses tras tu pista, preciosa –cogió el relevo Bala, retorciéndome las muñecas y arrancándome un nuevo siseo-. Al principio creímos que se trataba de algún perturbado que se divertía matando a jovencitas, luego llegaron las otras víctimas... como aquellos hombres a los que disfrutaste abriéndoles la garganta para beber de ellos. ¿Te suena de algo? Supongo que tus gustos sexuales son demasiado variados, pero al final hemos podido dar contigo.
Ignoré la insinuación que había hecho sobre mis preferencias sexuales, centrándome únicamente en una única cosa. ¿Tres meses? Mi despertar había tenido lugar dos semanas atrás y era imposible que los asesinatos que me estaban imputando los hubiera cometido yo. Técnicamente porque en aquel entonces había sido una chica normal sin problemas de adicción a la sangre humana.
Malaspulgas decidió acercarse más a nosotros y ladeó la cabeza, recorriéndome con la mirada.
-No me resultas familiar –observó, cruzándose de brazos-. ¿A qué aquelarre perteneces? ¿Vienes de fuera?
La cabeza había comenzado a darme vueltas. ¿Aquelarre? Yo prefería moverme sola, sin compañía para poder cazar.
-No sé de qué estás hablando –respondí, alzando la barbilla.
Chasqueé los dientes cuando los dedos de Malaspulgas se cerraron en torno a ella, clavándome las uñas. Aquel tipo también parecía moverse a la misma velocidad que yo, ligeramente superior a la que poseían los humanos corrientes, así que supuse que era un monstruo como yo.
Un vampiro.
-Y encima nos ha tocado una soberbia –se rió de mí, hundiendo más sus uñas en mi carne-. Habla si no quieres morir, cariño.
-Derek es posible que ella... -intentó mediar Hunter, que se había quedado relegado a un discreto segundo plano.
Malaspulgas, quien había resultado llamarse Derek, miró al chico con una intensidad abrumadora. Hasta yo me puse a temblar.
-Cierra el puto pico ahora mismo, Hunter –le reprendió-. Bastantes problemas nos ha dado como para darle un mínimo de amabilidad.
-Te lo voy a volver a explicar, por si acaso no lo has entendido bien o por si tus neuronas son de efecto retardado: no sé de qué coño me estás hablando, tío; desde que desperté hace dos semanas he estado sola –le dije, hablando pausadamente como lo haría delante de un niño pequeño-. La persona que me hizo esto se largó, no hay nadie más y tampoco sé quién es. ¿Lo tienes todo o necesitas que te repita algo?
-¿Dos semanas? –repitió Bala a mi espalda, sonando perdido.
Los ojos de Derek volvieron a abrasarme, haciéndome de nuevo un barrido completo, aunque esta vez mucho más minucioso. El color de sus iris fue diluyéndose, convirtiéndose en un tono mucho más oscuro y que se acercaba peligrosamente al negro.
Me aferró por la garganta y me arrastró tras él, ajeno por completo a las súplicas de Hunter para que no me hiciera daño. Parpadeé cuando acabé bajo el foco de luz que emitía una de las farolas.
Los tres chicos contuvieron la respiración a la vez, sincronizados.
-Me cago en la puta... -escuché decir a Bala.
-Joder –imprecó Hunter, llevándose las manos a la cabeza.
Los ojos casi negros de Derek todavía me observaban con hostilidad y sus dedos no se habían relajado un ápice contra mi garganta. Sin embargo, yo no necesitaba respirar y él no me estaba asfixiando.
-Tú eres la chica desaparecida –dijo entonces Derek con un tono plano-. La que cubre cada palmo de Londres con carteles de tu cara.
Aquí os dejo un par de fichas de los personajes que van a aparecer en la novela. Prometo ir haciendo más, pero ahora os dejo con los que van a tener más peso dentro de la trama. ¡Sed buenos!
Galatea «Gala» Riley
Protagonista principal de la trama. Nacida en Londres, Galatea es la única hija de Arthur y Noëlle Riley. Cabello negro, ojos de color azul oscuro... y ahora con la tez completamente pálida, además de haber mejorado sus atributos, además de habilidades.
Antes de ser convertida, Galatea disfrutaba de la vida de cualquier adolescente normal: instituto, amigas, chicos y salidas eran los principales problemas a los que debía enfrentarse. Todo eso cambió la noche del cumpleaños de su mejor amiga, Rose, donde se vio atrapada entre las garras de un extraño desconocido que no dudó en hincarle el diente.
Ahora, convertida en una neófita, Galatea necesita sobrevivir y, como no tiene a nadie para poder enseñarle las normas del Mundo de la Noche, hace lo que cree conveniente: mata cuando tiene hambre y no cubre bien sus huellas.
¿Qué sucederá ahora con ella al haber sido descubierta?
Consejo para Galatea: debe aprender a morderse la lengua de ahora en adelante...
Hunter Vanczák
Vampiro antiguo, Hunter es el pequeño de los hermanos Vanczak. Se dedica, junto con su hermano mayor, a encontrar a los vampiros que ponen en riesgo la continuidad del secreto que rodea a los de su especie.
Se dedica a vagar por Londres, buscando peligrosos objetivos y acompañando a su hermano mayor en cualquier misión que a éste se le asigne. A pesar de su evidente atractivo, Hunter no suele cuidar su aspecto físico como sus hermanos mayores; apasionado de los coches en sus ratos libres, sueña con poder viajar por todo el mundo junto a su querido Ashton Martin.
Hunter es utilizado como señuelo para atrapar al vampiro que está poniéndolos a todos en peligro, topándose con Galatea y haciéndole creer que es un simple humano más, consigue conducirla a la emboscada que ha preparado su hermano.
¿Os he dicho ya que es tierno como un corderito?
Derek Vanczák
Líder de su propio aquelarre, Derek fue escogido para suceder a su padre en el puesto a pesar de no ser el hermano mayor.
Al principio no se encontró cómodo con su nueva posición, poniendo a todo el aquelarre en serios apuros frente a otros que trataron de aprovecharse de aquella pequeña conyuntura dentro del gobierno del mismo.
Misterioso, cínico, con poca paciencia y muy mal humor, Derek no duda en utilizar su posición como líder del aquelarre para subyugar a cualquiera que ose llevarle la contraria.
Es el encargado, como protector de la integridad de todos los miembros de su aquelarre, de buscar a posibles amenazas que puedan ponerlos en riesgo. Junto a su hermano menor, Hunter, montan batidas de caza donde buscan vampiros que actúan fuera de la Ley.
Mantiene una excelente relación con su hermano menor, Hunter, y otra muy diferente con su hermano mayor.
Las rivalidades entre hermanos por el control del poder pueden hacer olvidar a cualquiera que están enfrentándose a alguien de tu propia sangre.
Axel Vanczák
Último hermano Vanczák y primogénito de Ferenc Vanczák.
Desde niño se crió creyendo que sobre sus hombros recaería la responsabilidad de liderar el aquelarre, y fue preparado para ello durante su vida. Sin embargo, y para sorpresa de todos, Ferenc decidió pasar el relevo a su hijo mediano, Derek, olvidándose por completo de que ese puesto pertenecía por legitimidad al propio Axel.
Las que habían sido pequeñas competiciones entre hermanos se convirtieron en algo mucho más profundo e importante: Axel creía ciegamente que Derek no estaba preparado para liderar el aquelarre y buscaba cualquier mínimo error para desestabilizar a su hermano menor.
Expulsado a un segundo plano como consejero de Derek, Axel siente que su padre le ha traicionado por aquel movimiento, por haberle arrebatado lo que le pertenecía casi desde que nació.
Busca recuperar lo que, cree, que es suyo por derecho, sin importarle lo más mínimo que la otra persona es su propio hermano menor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro