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Una producción de
Disclaimer: Esta historia incluye escenas de violencia, trauma emocional, problemas de salud graves, actividad sexual y temas oscuros relacionados con el crimen. Se recomienda discreción.
Además: Considerar que aunque está escrito en español, los personajes estarán hablando en todo momento en alemán y cuando no sea así se avisará.
Guión por respaldoRS
Idea original: SebArtav
Previamente en "Midas":
—Estuve investigando un poco y... ¿Qué crees que descubrí? —pregunta Isabella a Heinrich—. Wolfgang estará en la reunión, irá a la gala cómo guardaespaldas de esta mujer —le muestra en su celular una foto de una mujer de cabello corto, cuyas raíces son rubias y el resto es de un rojo suave—. Elara Stahl —Heinrich se detiene impactado al ver la imagen, luego la mira con preocupación.
—Es... —mira la imagen—. ¿Ella...?
—No sé qué tipo de relación haya tenido con Blücher, pero eran muy cercanos, pareciera que ella fuera...
—Su heredera... —una limusina se detiene frente al edificio se detiene y de ella desciende Elara Stahl.
—¡Heinrich Weber Meier! —dice con algo de entusiasmo—. He oído mucho sobre usted —le acepta el estrechón—. Tenemos un conocido en común.
—Oh, ¿de veras? ¿Y sé quién es?
—Lo sabrías si alguna vez te hubieses dignado en contestar —dice Jorvik—. Pensé que podríamos ponernos al día. Diez años sin una palabra, después de todo. Espero que admitas que me abandonaste cuando más te necesitaba. Cuando todo se derrumbó, cuando mi padre...
—Tu padre no era el hombre que creías —la frase escapa de los labios de Heinrich antes de que pueda detenerla, y el rostro de Jorvik se retuerce de furia.
—Y tú no eres el hombre que creía.
—Señor Heinrich, Markus Vogel
—Dígame lo que tenga que decir rápido así puedo dejar este lugar lleno de sonrisas falsas y relaciones basadas en simple interés —Markus ríe y mira a una de las puertas.
—Nuestra organización ha estado investigando a Midas por un tiempo. Si alguien hubiera querido llevar a cabo una operación de esa magnitud... Sería bastante lógico que se acercara a ustedes. Le estoy pidiendo que inicie una investigación interna. Algo discreto, algo que no levante sospechas. Solo revise los flujos de oro de hace unos diez años, los contratos que quizás no estén bajo el radar, las transacciones que puedan parecer normales pero que, en realidad, tengan algo más detrás. Si encuentra algo que no cuadra, me lo contará a mí primero.
—Buenas noches, señores y señoras, mi nombre es Wolfgang Hoffmann, Director de Seguridad Global en la agencia Hoffmann & Associates.
—Señor Hoffmann —dice Eva detrás del susodicho y este voltea hacia ella notando que es policía—. ¿Tiene un minuto? Me gustaría hacerle unas preguntas.
—Que sea rápido.
—He notado que su presencia en este evento es... interesante salvo por la relación que tiene con Reinhardt Blücher.
—Mi relación con Blücher fue... profesional.
—Interesante forma de llamar a las conexiones que algunos consideran peligrosas.
—Nos vemos, comisaria —dice, sin mirarla más, pero de repente un sujeto vestido de negro y con una mascara lo golpea en la nuca con la culata de una escopeta y otro apunta desde la puerta a Eva.
—¡Señor Hoffmann! —grita Eva y se lanza al suelo detrás del escritorio para no recibir los disparos del sujeto, el cuál usa un silenciador—. ¡Policía de Berlín! ¡Suelte el arma y manos arriba! —el sujeto que noqueó a Hoffmann y otros aparte del que disparó entran junto a este a la oficina con sus armas apuntando al escritorio, por lo que Eva saca su radio y habla—. ¡Atención a todas las unidades, tenemos un código 501! —antes de que Eva pueda decir algo más, uno de sus atacantes se acerca lo suficiente y le apunta dispuesto a disparar, pero su pecho es atravesado por una katana dorada, por lo que su compañero voltea hacia la salida solo para recibir un disparo en la cabeza que lo mata de inmediato, entonces Eva luego escucha un pequeño quejido de dolor y mira la katana que mató a su primer atacante sin creer lo que está viendo.
Eva levanta la vista solo para toparse con una figura que no esperaba. Midas.
Una especie de motor se escucha en la zona y Midas mira a su alrededor intentando saber de dónde viene y ahí es logra ubicar el sonido acercarse a él por su espalda, por lo que voltea solo para ser pateado en el mentón por un sujeto que vuela con un propulsor en la espalda que lo hizo caer hacia atrás, pero rápidamente nuestro protagonista se levanta y ve que el sujeto vuela por lo alto de la sala y da vuelta hacia él, por lo que corre hacia su contrincante y salta con intención de interceptarlo en el aire, sin embargo, su rival desactiva su propulsor, da una vuelta en el piso y se desliza por él.
—¿Quién eres? —pregunta Midas sin dejar de apuntar aunque sabe que su arma no tiene balas.
—Te presento a Sean Walker, ahora por favor baja el arma —introduce Markus y Midas desconfiado mira a Eva, quién no tiene idea de lo que está pasando, por lo que vuelve a mirar a Sean mientras este le apunta con una pistola en cada mano.
En una guarida oscura yace en el centro un hombre sentado frente a su computadora que acaba de enviar la foto de un cadáver a uno de sus clientes. Una mujer entra con paso firme. }
—Viktor Schatten —el hombre le apunta con un arma—, tengo un trabajo para tí.
—¿Cuál es el nombre del objetivo?
—Wolfgang Hoffmann.
Una luz blanca parpadea por un momento antes de estabilizarse. La habitación es simple: paredes grises, una mesa de metal en el centro y tres sillas. No hay ventanas, solo una cámara que observa desde la esquina superior. El ambiente está cargado de un silencio opresivo.
Sean se recarga contra la pared, brazos cruzados, con una expresión serena pero calculadora. Markus Vogel está sentado, tamborileando los dedos contra la mesa con una leve sonrisa que no llega a los ojos. Frente a ellos, Midas ocupa la única silla vacía. Su postura es relajada, pero su mirada se mueve por el cuarto como si estuviera memorizando cada rincón.
—¿Cómodo? —Sean rompe el silencio, casi con cortesía.
—No puedo quejarme. Aunque diría que la decoración podría mejorar —Midas responde, inclinándose hacia atrás con su tono ligero, pero la tensión en su voz es palpable, por lo que Markus suelta una risa breve.
—El sentido del humor. Siempre un buen mecanismo de defensa —Midas no responde de inmediato. Solo observa a Markus, dejando que el silencio hable por él.
—Vamos a ser directos —dice Sean, se separa de la pared y se inclina ligeramente sobre la mesa—. Este lugar no está diseñado para hacerte sentir cómodo. No viniste aquí para eso.
—¿Y para qué vine, exactamente? —replica Midas, arqueando una ceja, entonces Markus se incorpora, dejando de tamborilear los dedos.
—Nos impresionaste. En la oficina... tenías respuestas para todo, aunque fueran respuestas que esperábamos, las tenías incluso para preguntas que no hicimos. Eso no pasa todos los días.
—Me halaga —dice Midas con una sonrisa apenas perceptible y Sean ladea la cabeza, estudiándolo.
—Pero nos preguntamos... ¿cuánto tiempo pensaste esas respuestas? Porque lo que vimos no era improvisado. Era algo... calculado —Midas no responde de inmediato. Su mirada pasa de Sean a Markus, como evaluando sus intenciones.
—Es curioso —dice finalmente—. Parecen ustedes los que están jugando a improvisar ahora.
—Tal vez —se inclina hacia adelante, apoyando los codos en la mesa—. Pero no tanto como tú. Heinrich Weber Meier —el silencio se vuelve pesado. Por un instante, Midas no reacciona, como si la frase flotara en el aire antes de asentarse. Luego, su postura cambia, apenas perceptible. No es sorpresa lo que muestra, sino algo más profundo: una aceptación controlada.
—¿Así que era esto? —dice finalmente con su tono ahora más frío y Sean asiente lentamente para luego decir:
—Sabíamos que te tomarías tu tiempo para mostrarnos quién realmente eres. Lo que no sabíamos era cuándo decidirías hacerlo. Así que te facilitamos el proceso —Midas deja escapar una leve risa, seca y sin humor.
—¿Esto es lo que hacen siempre? ¿Jugar con las personas hasta que decidan mostrar sus cartas?
—No. Solo con las personas que tienen un mazo tan interesante como el tuyo —Markus lo dice con una calma que raya en la provocación.
—Todo esto —Midas hace un ademán con la mano, señalando la habitación—. Era un test, cierto? —Sean se encoge de hombros.
—Llámalo un... experimento controlado. Queríamos asegurarnos de que eras el hombre que pensábamos.
—Y ahora que lo saben, ¿a dónde vamos desde aquí? —la voz de Midas es un filo, por lo que Markus intercambia una mirada con Sean antes de responder.
—Responde algo primero... —Heinrich se quita la capucha y el pañuelo que lo cubre de la nariz para abajo, por lo que Markus asiente y continúa—. ¿De verdad pensabas investigar tu propia empresa en busca de quién? —se mira con Sean, quién suelta una risa y Markus igual para luego mirar a Heinrich de vuelta—. ¿En busca de tí mismo? ¿O cuál era tu maravilloso plan? —Heinrich sonríe.
—La que suele planear es mi asistente, le habría consultado a ella qué hacer de no ser por, bueno... El tiroteo, y hablando de eso —se levanta y camina hacia la salida—. Debo averiguar quién está detrás de eso.
—No podemos permitir eso —habla Sean y Heinrich se detiene frente a la puerta—. Midas no debe regresar —Heinrich voltea levemente hacia él—. No si serás tan rádical como hace diez años en tus operaciones —Heinrich sonríe, se devuelve y se planta frente a él.
—Yo no respondo ante nadie.
—Y ese era justamente el problema.
—Lo que queremos decir es que Midas no volverá sin regulaciones —aclara Markus y Heinrich lo mira.
—¿Regulaciones? —pregunta nuestro protagonista y mira a Sean para luego volver a Markus—. Mis métodos eran efectivos, si no me creen analicen la tasa de criminalidad en la ciudad durante esos años. ¿Por qué tanto drama? ¿Para alimentar su campaña política?
—Si vas por ahí causando terror en las calles los colaboradores y la gente podrían empezar a desconfiar de-
—Claro, por supuesto que se trata de eso, política —voltea hacia la puerta—. Si es ese el caso, hemos terminado aquí. Yo no tengo nada que discutir con ustedes —empieza a caminar.
—Solo ten en cuenta una cosa —Heinrich se detiene frente la puerta para escuchar a Markus—. Si haces algo que no nos guste nos tendrás en tu camino —Heinrich ríe notoriamente y voltea un poco hacia la derecha.
—No... Ustedes estarán en el mío si me hacen enojar —se va.
Comisaria
—¡No puedo creerlo, Jonas! —Eva arroja su bolígrafo contra el escritorio, el golpe seco resonando en la oficina. Sus compañeros a su alrededor levantan la mirada, pero ella no les presta atención—. Diez años y ahora que regresa, ¡me lo arrebatan de las manos! —Jonas, que está sentado al otro lado de la oficina, levanta las cejas y se acerca con calma.
—¿Arrebatártelo? La D.I.S.H intervino, Eva. No es como si hubieras tenido opción.
—¡Exacto! —Ella señala hacia la puerta, como si el equipo de la D.I.S.H estuviera todavía ahí fuera—. ¡Todavía no tienen jurisdicción para intervenir aquí! Esto era nuestro. ¡Mi caso! —Jonas suspira, apoyándose en el borde del escritorio de Eva.
—Todo esto con Midas es... bueno, complicado.
—¿Complicado? —Ella lo mira como si hubiera dicho algo absurdo—. Jonas, lo vi. Estaba ahí. A unos metros. El tipo que desapareció hace una década después de... ya sabes.
—De convertir a la ciudad en su patio de juegos sangriento —responde Jonas, en tono seco—. Sí, claro que lo sé. Pero escúchame, ¿qué esperabas? ¿Qué se sentara contigo a tomar un café y confesar todos sus pecados?
—Algo así no me habría molestado, para ser honesta —Jonas sonríe, pero Eva está demasiado molesta para notar la ironía.
—Sé que querías más —continúa Jonas, esta vez más serio—. Pero no puedes luchar contra la D.I.S.H. Si ellos decidieron intervenir es porque era necesario, después de todo Midas es un superhumano.
—Eso no hace que deje de ser mi caso —Jonas se cruza de brazos, observándola por un momento antes de hablar.
—No es solo tu caso, Eva. Nunca lo fue. Midas es un problema de todos. Y, francamente, si ha vuelto, no creo que dure mucho antes de que haga algo que lo ponga otra vez en el ojo público. Entonces tendrás tu oportunidad —Eva lo mira, casi queriendo creerle.
—Eso si no lo desaparecen de nuevo antes de que eso pase —Jonas se encoge de hombros.
—¿Qué puedo decir? Gajes del oficio. Pero si te sirve de algo... estoy seguro de que lo volveremos a ver —Eva frunce los labios, todavía molesta, pero menos explosiva que antes.
—Si es así, Jonas, más vale que esta vez no interfieran.
—Cuando llegue el momento, te aseguro que te tocará jugar tu carta —ella asiente, aunque la furia aún le arde en la mirada.
—Más vale que tengas razón —un golpe seco en la puerta interrumpe la conversación. Ambos levantan la mirada justo cuando el comisario jefe Dieter entra en la oficina con el ceño fruncido y su uniforme perfectamente planchado.
—Jonas, ¿puedes darnos un momento? —pregunta, aunque su tono no deja espacio para la negativa, por lo que Jonas asiente, lanzándole una última mirada de advertencia a Eva antes de salir de la oficina. Dieter cierra la puerta detrás de él y se cruza de brazos.
—¿Qué demonios crees que estabas haciendo, Eva? —su voz suena firme, con ese tono que hace que cualquiera se sienta como un niño siendo regañado—. ¿Crees que puedes ignorar órdenes directas y salir ilesa?
—Yo... —comienza Eva, pero Dieter levanta una mano para detenerla.
—Tu misión era clara: resguardar la reunión y representarnos. Pero en lugar de eso, decidiste jugar a la heroína e ir tras Wolfgang sola —Eva cierra los ojos por un momento, intentando contener su frustración.
—Comisario, tenía una oportunidad. Si no lo hacía, habría escapado.
—¿Y qué pasó al final? —Dieter da un paso hacia ella, mirándola fijamente—. Porque hasta donde sé, Wolfgang no fue encontrado luego del ataque —Eva aprieta los labios, pero no responde.
—Te lo diré yo: volviste con las manos vacías. Y si no fuera porque Midas decidió aparecer de la nada, estaríamos organizando tu funeral en este momento.
—¡Puedo manejarme sola! —responde Eva, alzando la voz por primera vez.
—¿De verdad? —Dieter arquea una ceja, incrédulo—. ¿Llamas "manejarte" a desobedecer órdenes y poner en peligro tu vida? Porque si es así, tenemos un problema mucho más grande de lo que pensaba —Eva da un paso atrás, mirando al suelo.
—Sabía lo que hacía.
—No, Eva. No lo sabías. Porque si lo supieras, estarías aquí con Wolfgang bajo custodia y no con una reprimenda en tu expediente —la comisaria intenta responder, pero Dieter no le da oportunidad—. Escúchame bien. No estás aquí para actuar por tu cuenta. Eres parte de un equipo, y tus acciones tienen consecuencias para todos nosotros —Eva lo mira con una mezcla de enojo y vergüenza.
—Entonces, ¿qué? ¿Se supone que me quede sentada mientras los criminales andan sueltos?
—Se supone que sigas órdenes. Es así de simple —Dieter suspira, el tono de su voz suavizándose apenas—. Mira, sé que eres buena en lo que haces. Pero si sigues así, no solo vas a ponerte en peligro, vas a ponernos a todos en la mira —Eva asiente lentamente, aunque sus ojos aún brillan con determinación.
—¿Eso es todo?
—No, no lo es —Dieter se endereza—. ¿Querías ir tras Wolfgang? Perfecto, entonces ahora tendrás que encontrarlo, ¿de acuerdo? —Eva lo mira con sorpresa, pero rápidamente la reemplaza con una expresión desafiante.
—¿Por mi cuenta?
—No te emociones tanto —Dieter niega con la cabeza, casi burlándose—. Tendrás apoyo, pero esta vez vas a hacer las cosas como se debe. Quiero reportes. Nada de heroísmos, nada de ir sola, ¿entendido?
—Entendido —la palabra sale con un leve tono de sarcasmo, aunque Eva trata de mantener la compostura —Dieter se cruza de brazos, mirándola con severidad.
—Espero que lo digas en serio, König. Porque esta es tu última oportunidad. Si algo sale mal, no habrá otro Midas para salvarte —Eva siente un nudo en el estómago al escuchar eso. La simple mención de Midas, el recuerdo de verlo intervenir y tomar control de la situación, la hace hervir de rabia. No solo por haber quedado como si necesitara ayuda, sino porque ahora su instinto le grita que hay algo más detrás de ese misterioso regreso—. ¿Algo más? —pregunta Dieter al ver que no responde.
—No, nada más, señor —Eva se esfuerza por mantener la voz neutral y Dieter asiente, aunque su expresión deja claro que no está del todo convencido.
—Bien. Ahora ponte a trabajar. Quiero ver resultados —sin esperar una respuesta, se da la vuelta y sale de la oficina, dejando la puerta abierta tras de sí.
Eva se queda mirando la entrada por unos segundos antes de dejar escapar un suspiro frustrado. Se sienta, abre el cajón de su escritorio y saca una carpeta marcada con el nombre de Wolfgang. Dentro hay fotografías, informes y notas dispersas que ha recopilado.
—Tendré que encontrarlo, ¿eh? —murmura para sí misma, hojeando las páginas. Su mirada se detiene en una foto tomada en una cámara de seguridad donde Wolfgang aparece caminando por un callejón. Su mente comienza a trabajar y de pronto, Jonas asoma la cabeza por la puerta.
—¿Todo bien?
—Perfectamente —Eva no aparta la vista de la carpeta.
—¿Perfectamente? ¿Después del sermón de Dieter?
—Tengo trabajo que hacer, Jonas. Si no te importa... —Jonas entra sin pedir permiso, se cruza de brazos y la mira con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—Eva, lo digo en serio. ¿Estás bien? —ella finalmente levanta la mirada, aunque su expresión sigue siendo de frustración.
—Estaré bien cuando atrape a ese bastardo y averigüe qué demonios está pasando en esta ciudad.
—¿Te refieres a Wolfgang o a Midas? —pregunta Jonas con una media sonrisa, aunque su tono tiene un filo innegable y Eva no responde de inmediato, pero su mirada se endurece.
—A los dos.
La escena cambia a un lujoso pero frío apartamento, lleno de muebles minimalistas y decoración sobria. La única luz en la sala es la de una lámpara de pie que proyecta sombras largas sobre las paredes. Elara está sentada en el borde de un sillón, con una copa de vino a medio terminar en la mano. Lleva un suéter grande que parece tragársela, y su expresión está marcada por la tensión. Mira su teléfono, pero no hay mensajes nuevos. Suspira profundamente, pasa las manos por su cabello y, de repente, un ruido en la puerta la sobresalta.
—¿Quién es? —pregunta en voz alta, con una mezcla de alarma y desconfianza, pero no obtiene respuesta, entonces la puerta se abre lentamente y Jorvik entra, vestido con un abrigo negro y un aire imponente. Su mirada seria se suaviza al verla.
—¿Esperabas a alguien más? —dice cerrando la puerta tras de sí, dejando caer las llaves en la mesa de la entrada mientras Elara se relaja un poco al reconocerlo, pero su postura sigue siendo tensa.
—No estoy para tus bromas, Jorvik.
—Perdón, es que no podía perder la oportunidad de verte tan... Vulnerable —se acerca lentamente, quitándose el abrigo. Deja que la tensión de sus palabras cuelgue en el aire mientras se sienta en un sillón frente a ella.
—Vulnerable no es la palabra —replica Elara, dejando la copa sobre la mesa con un movimiento brusco—. Asustada, más bien —Jorvik levanta una ceja, pero no dice nada. Espera a que continúe—. Ese tiroteo... —Elara se lleva las manos al rostro por un momento, antes de mirarlo directamente—. Todo ocurrió tan rápido, nos hicieron evacuar por separado y luego los gritos de esos hombres... Midas... parecía un maldito espectro. Yo...
—No fue nada que no hayas manejado antes —interrumpe Jorvik, su tono firme pero no carente de empatía.
—¡No digas eso! —explota Elara, levantándose del sillón de golpe—. ¿Sabes cuántos muertos hubieron? Podría haber sido yo, Jorvik. Podría haber muerto —Jorvik se pone de pie también, lentamente, dejando que su altura y presencia llenen el espacio entre ellos.
—Pero no lo hiciste —dice con calma, acercándose hasta estar a pocos centímetros de ella—. Porque eres más fuerte de lo que crees, Elara —ella lo mira, buscando algo en su expresión. Al final, solo encuentra certeza. Sus hombros se hunden mientras deja escapar un suspiro tembloroso.
—A veces desearía no serlo —Jorvik extiende una mano, tocando su rostro con delicadeza, casi con ternura.
—Si no lo fueras, no estarías aquí conmigo —la copa de vino se resbala de las manos de Elara cuando Jorvik la besa, estrellándose contra el suelo con un sonido seco que ambos ignoran por completo. Sus labios se mueven con urgencia, como si cada segundo pudiera ser el último, como si el miedo y la vulnerabilidad de Elara encontraran refugio en la certeza y fuerza de Jorvik.
Él la guía suavemente hacia el sillón con sus manos firmes pero delicadas en su cintura, como si temiera romperla. Elara, a pesar de su nerviosismo inicial, se aferra a su camisa como si fuera la única cosa que la mantiene anclada. Al sentarse en el borde del sillón, Jorvik la atrae hacia su regazo, sus movimientos cuidadosos pero decididos, un contraste con el caos emocional que ambos sienten.
Los dedos de Elara se deslizan hacia su cuello, explorando cada línea de su mandíbula con un toque que es a la vez inseguro y hambriento. Jorvik, por su parte, recorre con sus manos su espalda, trazando líneas lentas que parecen calmarla y encenderla al mismo tiempo.
—No estás sola, Elara —Jorvik susurra contra su piel, sus labios rozando apenas el borde de su oreja. La calidez de su aliento envía un escalofrío por su espalda, y ella no puede evitar soltar un suspiro ahogado.
—Lo siento —murmura ella entre jadeos, como si se sintiera culpable por permitir que alguien la viera tan frágil—. No suelo ser así —Jorvik levanta la mirada, encontrándose con sus ojos. La intensidad de su mirada parece perforar las capas de dudas y miedos que ella carga.
—Es bueno ser así a veces —su voz es baja, casi un gruñido, mientras coloca una mano detrás de su cuello para acercarla de nuevo a él—. Pero no te acostumbres —ella ríe suavemente, un sonido que aligera brevemente la atmósfera antes de que sus labios vuelvan a encontrarse. Esta vez, el beso es más lento, más profundo, como si ambos estuvieran explorando lo que significa rendirse el uno al otro. Jorvik deja que sus manos suban por los costados de su suéter, deteniéndose justo debajo del borde, sus dedos acariciando su piel como si buscara su permiso.
Elara asiente apenas, y él no pierde tiempo. Con un movimiento fluido, desliza el suéter por su cabeza, dejando al descubierto la silueta de sus hombros y el latir acelerado de su pecho. Ella, sin dejar de mirarlo, hace lo mismo con su camisa, revelando las cicatrices que adornan su torso como marcas de batalla.
—Eres hermosa —murmura Jorvik, y Elara siente cómo el calor sube por su rostro.
Se inclinan el uno hacia el otro de nuevo, esta vez con una mezcla de pasión y ternura que llena la habitación. Sus cuerpos se mueven con una sincronía que parece natural, como si esta conexión hubiera estado esperando mucho tiempo para ser descubierta mientras las sombras de ambos se funden en un abrazo íntimo mientras el mundo exterior queda relegado a un segundo plano.
En un oscuro almacén industrial en las afueras de Berlín, cubierto por una neblina espesa. La escena comienza en completo silencio, hasta que el eco de pasos firmes irrumpe la quietud. Dos figuras encapuchadas empujan a un joven, con las manos atadas, hacia el centro del almacén. Las cadenas tintinean mientras el chico intenta zafarse inútilmente.
Al fondo, en una plataforma elevada, un hombre observa con indiferencia. Este es Kurtis Engel, conocido en el bajo mundo como El Umbral. Su figura es imponente, su piel tiene un extraño brillo metálico que parece reflejar la luz, y sus ojos están marcados por un fulgor ámbar inquietante. Kurtis tiene la capacidad de manipular su propio cuerpo, convirtiéndolo en un material altamente resistente y maleable, que combina las propiedades de acero líquido y cristal cortante. Este poder lo hace letal en combate, pero también ideal para intimidar.
El joven prisionero es obligado a arrodillarse y una de las figuras encapuchadas le quita la capucha, revelando un rostro pálido y asustado.
—Sabes lo que buscamos —la voz de Kurtis resuena como un trueno contenido, con un tono suave, pero cargado de amenaza—. Danos un nombre, una ubicación... cualquier cosa útil.
—¡No sé nada! —grita el joven, con el rostro cubierto de sudor—. Yo solo transportaba lo que me pedían. ¡No pregunté nada! —Kurtis desciende lentamente de la plataforma, cada paso resonando en el almacén. Cuando llega frente al joven, abre la palma de su mano y su piel comienza a transformarse, adquiriendo un aspecto cristalino, casi transparente, pero con afilados bordes que parecen cuchillas microscópicas. Pasa un dedo por la mejilla del prisionero, dejando una delgada línea de sangre.
—Siempre dicen lo mismo... —murmura con una sonrisa fría—. "No sé nada" —se arrodilla frente al joven y lo mira directo a los ojos—. Pero todos saben algo, y yo soy muy bueno encontrando esos "algos" —con un rápido movimiento, sus dedos se alargan en forma de filosas agujas, sujetando al joven por los hombros y provocando que este grite de dolor mientras Kurtis lo levanta del suelo con facilidad.
—Habla ahora, antes de que esto empeore —su tono es clínico, casi aburrido, como si estuviera haciendo una tarea rutinaria.
—¡Está bien, está bien! —balbucea el joven, con lágrimas en los ojos—. Hay... hay un lugar en Hamburgo. Se llama Schwarze Rose. Es donde llevan a los... a los "Paragóns" —Kurtis sonríe y suelta al chico, que cae al suelo, jadeando y temblando mientras él se pone de pie y se gira hacia sus hombres.
—Preparen todo para la próxima subasta. Los "Paragóns" no pueden esperar —camina hacia la salida, sus brazos volviendo a su forma normal, aunque el brillo metálico aún persiste en su piel—. Y recuerden, si alguien comete errores, acaba como este pobre infeliz.
Las figuras encapuchadas recogen al joven, llevándolo fuera del almacén. Kurtis se pierde en la oscuridad como una figura imponente con una sonrisa que promete terror.
Guarida de Midas
—No va a ser fácil encontrar quién estuvo detrás del ataque —Heinrich habla sin mirar a Isabella con sus ojos fijos en una pantalla repleta de nombres, mapas y líneas conectándolos como un intrincado rompecabezas.
—No si sigues insistiendo en hacerlo todo tú solo —Isabella camina por la guarida con los brazos cruzados, echando un vistazo al lugar que, a pesar del tiempo, sigue tan metódico y funcional como siempre—. Sin König no llegarás muy lejos.
—No necesito a König —Heinrich teclea algo rápidamente, la luz azulada del monitor reflejándose en su rostro serio—. Mientras menos gente se involucre, mejor.
—¿Me estás escuchando? —Isabella se apoya contra el respaldo de la silla en la que él está sentado, obligándolo a detenerse un momento. Sus miradas se cruzan, la suya con frustración y la de él con paciencia forzada—. Este ataque no fue cosa de un par de delincuentes cualquiera. Lo sabes tan bien como yo.
—Claro que lo sé —se inclina hacia atrás y exhala profundamente—. Pero también sé cómo funciona este mundo. Cuanto más grande es el círculo, más difícil es mantenerlo bajo control.
—Y mientras más pequeño, más fácil es ser atrapado con las manos vacías —suspira y toma asiento frente a él, adoptando un tono más suave—. Mira, entiendo por qué te preocupa involucrar a más gente. Pero esto no es solo sobre ti, Heinrich. Si vuelves a ser Midas, lo quieras o no, estarás afectando a todos los que te rodean.
—Por eso mismo estoy haciendo esto solo —cierra los ojos un momento y luego la mira con determinación—. Isabella, sé lo que significa volver. Pero no voy a arrastrar a nadie conmigo.
—No puedes decidir eso por todos —lo mira fijamente, desafiándolo—. Yo estoy aquí, ¿no? Podría haberme alejado cuando vi que estabas reconsiderando todo esto, pero no lo hice. ¿Sabes por qué?
—Porque no sabes cuándo rendirte —su tono es seco, aunque una leve sonrisa asoma en sus labios.
—Porque te importa —lo corrige, ignorando su sarcasmo y Heinrich frunce el ceño—. A pesar de todo lo que intentas aparentar, te importa lo que pasa allá afuera. ¿Qué crees que sucederá si te pierdes en tu propio aislamiento?
—Lo mismo que pasó la última vez: resultados —se levanta, su figura imponente contra la iluminación tenue de la guarida—. No estoy aquí para salvar a nadie de mí mismo, Isabella. Estoy aquí para terminar lo que empecé.
—¿Y qué pasará cuando eso te consuma? —su voz lo detiene justo cuando va a tomar su abrigo, por lo que Heinrich se queda en silencio unos segundos, mirando al vacío y luego, se gira hacia ella.
—Entonces, al menos habrá valido la pena —se coloca el abrigo y avanza hacia la salida sin mirarla, así que Isabella se queda sentada, observándolo caminar hasta que la voz de Kaspar en el comunicador de los monitores se manifiesta diciendo:
—Eh, ¿Jefe? Tengo una situación e insisten en pasar —Heinrich se devuelve hacia los monitores y presiona uno de los botones del teclado cambiando a la cámara de la entrada principal de su mansión, donde se encuentran Markus Vogel y Sean Walker, por lo que nuestro protagonista suspira y dice:
—Que pasen, prefiero que lo hagan por las buenas a que lo intenten por las malas destrozando mis ventanas.
—Si, señor —Heinrich apaga los monitores y mira a Isabella, quién simplemente le sonríe y señala al ascensor.
—Me parece que el deber llama —Heinrich frunce el ceño mientras camina hacia el ascensor con su mente trabajando a toda velocidad. Sin decir una palabra, se dirige al vestíbulo, seguido por Isabella, quien parece más curiosa que preocupada.
Cuando llegan, Markus Vogel y Sean Walker ya están esperándolos. Markus, impecablemente vestido como siempre, sonríe con esa mezcla de carisma y amenaza que le es natural, mientras Sean, con un aire más práctico, lo observa con seriedad.
—Díganme qué quieren o vuelvan por donde vinieron. No tengo tiempo para jueguitos —Markus lanza una mirada a Sean, quien saca un archivo de cuero negro y lo coloca sobre la mesa más cercana.
—Estamos aquí porque tenemos un problema —Sean toma la palabra con su tono directo y sin rodeos—. Hay una red de tráfico que hemos estado rastreando durante meses. Sabemos quién está detrás y dónde operan, pero nuestra organización no puede intervenir directamente en territorio alemán, no si necesitamos un operativo tan masivo.
—Déjame adivinar —Heinrich alza una ceja, con sarcasmo—. ¿Ustedes necesitan a alguien que no esté atado por las mismas reglas, alguien como yo?
—Exactamente —dice Markus mientras sonríe y se acomoda el cuello de su abrigo—. Tienes el conjunto perfecto de habilidades, conocimiento del terreno y, seamos honestos, un historial que demuestra que no tienes miedo de ensuciarte las manos —Heinrich lanza una risa seca, negando con la cabeza.
—¿Y qué ganaría yo con esto? —pregunta, sin molestarse en disimular su desconfianza, por lo que Markus se adelanta ligeramente con sus ojos brillando con astucia.
—Paz —hace una pausa para dejar que la palabra cale—. Si aceptas esta misión y la llevas a cabo, nosotros nos retiramos. No más intromisiones, no más "visitas" inesperadas. Te dejamos en paz para que sigas con tu vida como mejor te parezca —Heinrich cruza los brazos, mirando el archivo sobre la mesa y luego a los dos hombres frente a él. Finalmente, se gira hacia Isabella, quien observa la escena con una mezcla de curiosidad y cautela.
—¿Qué opinas? —pregunta, sorprendiéndola.
—¿De verdad te importa mi opinión? —responde, arqueando una ceja.
—No mucho, pero tal vez digas algo útil —ella suspira y lanza una mirada rápida a Markus antes de responder.
—Creo que es obvio que ellos ganan más que tú en este trato —sus ojos se clavan en Markus—. Pero también creo que vas a hacerlo de todos modos, porque no puedes resistirte a meter las narices donde no debes —Markus sonríe con diversión.
—Encantadora —extiende una mano hacia ella—. Markus Vogel, por cierto.
—Isabella Lehmann —responde con frialdad, sin corresponder al gesto.
—Un placer —Markus retira la mano con elegancia antes de volverse nuevamente hacia Heinrich—. Entonces, ¿qué dices? —Heinrich los observa en silencio durante un largo momento antes de soltar un suspiro y tomar el archivo de la mesa.
—Lo haré —Su tono es serio, casi amenazante—. Pero si descubro que me están usando para algo más, voy a asegurarme de que lo lamenten —Markus sonríe, satisfecho.
—Sabía que harías lo correcto —asiente hacia Sean, quien entrega un pequeño dispositivo USB.
—Aquí tienes información preliminar —Sean explica—. Te servirá para empezar. El resto lo iremos compartiendo según avances —Heinrich guarda el archivo y el USB sin molestarse en mirarlos y señala hacia la puerta.
—Lárguense. Tengo trabajo que hacer —Markus y Sean no pierden tiempo en retirarse, dejando a Heinrich e Isabella solos en el vestíbulo. Ella lo mira con una mezcla de incredulidad y curiosidad.
—¿Y ahora qué?
—Ahora empiezo a desenredar este desastre. Y espero que no me arrepienta.
Comisaría
Eva está sentada en su escritorio, iluminada solo por la lámpara de su oficina. A su alrededor, hay recortes de periódicos, fotografías antiguas y hojas de reporte policial dispersas en un caos que solo ella puede entender. Jonas se acerca, apoyándose en el borde del escritorio mientras ella revisa un archivo digital en su tableta.
—¿Sabes que todo esto podría no llevarte a nada, verdad? —dice Jonas, con un tono más cansado que crítico.
—Prefiero perseguir un camino muerto a quedarme esperando a que algo pase —Eva desliza una fotografía de Blücher y Wolfgang en una operación conjunta. Las líneas en su rostro se endurecen al recordar los eventos recientes.
—Vale, pero... —Jonas se inclina hacia la pantalla de la tableta—, ¿por qué Blücher? Él lleva muerto una década.
—Porque Wolfgang trabajaba directamente para él. Reinhardt Blücher dirigía una de las organizaciones criminales más grandes de Alemania. Wolfgang no era cualquier esbirro; tenía acceso a información clave y conexiones que sobrevivieron incluso a la muerte de su jefe —Jonas frunce el ceño, mirando otra fotografía de Blücher con un círculo rojo alrededor.
—Entonces, ¿qué estás buscando exactamente?
—Patrones, nombres conocidos, cualquier cosa que pueda indicarme cómo Wolfgang encaja en todo esto —Eva despliega una lista de nombres asociados con Blücher en el pasado y de repente, encuentra algo en los archivos digitales que le llama la atención. Un informe de 2016 menciona movimientos financieros sospechosos en cuentas asociadas a Blücher... después de su muerte.
—Esto es interesante —Eva apunta a la pantalla—. Estas transferencias no tienen sentido a menos que alguien más siguiera manejando sus recursos.
—¿Y quién crees que podría haberlo hecho? —pregunta Jonas, pero Eva no responde de inmediato. En cambio, pasa a revisar los movimientos de los hombres de Blücher tras su caída. En el informe aparece un nombre inesperado: Helena Blücher.
—Espera, su ex-esposa manejó parte de los activos durante un tiempo. Pero desapareció del mapa justo cuando se dio por muerto el resto de la organización —Eva se frota la frente mientras su mente trabaja a toda velocidad, entonces Jonas parpadea, incrédulo.
—¿No crees que estás sacando conclusiones muy rápido?
—Todavía no estoy concluyendo nada, pero es un hilo. Y voy a tirar de él hasta que se rompa o me lleve a algo.
Eva imprime los documentos relevantes y comienza a realizar búsquedas en bases de datos policiales y privadas sobre Helena. Encuentra una mención en un pequeño artículo sobre bienes incautados de Blücher cerca de Frankfurt. Al parecer, Helena reclamó algunos como parte de su acuerdo de divorcio. Eva toma nota de la dirección que aparece en el reporte.
—Esto podría ser algo... —Jonas la observa, cruzando los brazos.
—¿Qué piensas hacer ahora?
—Verificar si Helena sigue viva y si sabe algo de Wolfgang. Pero primero, voy a estudiar todo lo que pueda sobre su relación con Blücher y la organización.
Departamento de Elara
La luz de la noche se filtra a través de las cortinas apenas cerradas. Elara despierta lentamente, con su cabello desordenado y la sábana enredada en su cuerpo. Al voltear, ve a Jorvik, quien ya está despierto, apoyado en el respaldo de la cama con el torso desnudo y un libro en las manos.
—¿Llevas mucho tiempo despierto? —pregunta ella, con la voz aún cargada de sueño mientras se estira.
—No tanto —cierra el libro con calma, dejando la portada hacia abajo en la mesita de noche—. Quería dejarte dormir un poco más. Después de todo, tuviste un día complicado —Elara sonríe y se sienta en la cama, asegurándose de cubrirse con la sábana mientras lo hace. Su mirada se suaviza por un instante.
—Supongo que lo necesitaba —admite, llevándose una mano al cuello, masajeándolo ligeramente. Luego, tras un breve silencio, cambia el tono—. Pero no puedo quedarme todo el día aquí. Hay un montón de trabajo acumulado en la fiscalía.
—Ya te lo dije, trabajas demasiado —Jorvik se inclina hacia adelante y deja un beso en su hombro desnudo antes de levantarse de la cama. Toma una camisa que cuelga de una silla cercana y se la pone de manera relajada—. Si el sistema judicial alemán depende tanto de ti, estamos en más problemas de los que pensaba.
—No todos tenemos el lujo de desaparecer cuando queremos —Elara ríe suavemente y se levanta también, recogiendo su ropa del suelo con movimientos calculados y seguros, como si cada gesto estuviera diseñado para mantener su fachada impecable.
Mientras ella se viste, Jorvik la observa desde el otro lado de la habitación. Hay algo en su mirada, una mezcla de admiración y respeto, pero también una chispa de curiosidad que no se apaga.
—¿Qué harás hoy? —pregunta ella, mientras se arregla frente al espejo.
—Nada demasiado emocionante. Tengo un par de reuniones, nada que no pueda manejar —se detiene un segundo antes de añadir, con un tono más bajo—. Pero si necesitas algo, ya sabes que estoy a una llamada de distancia —Elara asiente y se gira hacia él, completamente vestida, con el aire profesional de siempre perfectamente reconstruido.
—Lo sé —se acerca y lo besa suavemente en la mejilla, una despedida rápida pero significativa—. Nos vemos luego.
Jorvik la observa salir de la habitación. Una vez que la puerta se cierra, se queda allí, en silencio, con la mirada fija en el lugar donde estaba ella momentos antes. "Siempre impecable", murmura para sí mismo antes de volver a su rutina.
Guarida de Midas
El escondite está sumido en un silencio expectante, roto solo por el suave zumbido de los monitores y el clic esporádico de las teclas bajo los dedos de Heinrich, quién está sentado frente a una de las consolas principales, repasando las imágenes y documentos proporcionados por Markus y Sean. Los nombres, rostros y ubicaciones aparecen y desaparecen en las pantallas a medida que navega por la información.
Un archivo en particular llama su atención. Es un informe breve, pero con suficiente detalle como para hacer que sus ojos se entrecierren. Una red de tráfico de superhumanos a lo largo de Europa, con epicentro en Alemania, y una mención vaga a un líder con habilidades sobrehumanas que ha sabido evadir a la D.I.S.H y las autoridades locales por años.
—Kurtis —el nombre resuena en su voz, cargado de desdén y curiosidad a partes iguales. Su historial con la D.I.S.H lo hace desconfiar de sus intenciones, incluso ahora.
La puerta de la habitación se abre e Isabella entra con una taza de café en la mano. Lo observa desde la entrada por un momento antes de acercarse y dejar la taza sobre el escritorio.
—Sigues trabajando en esto, ¿eh? Pensé que habías dicho que querías mantenerte alejado de sus problemas —su tono es despreocupado, pero sus ojos reflejan una preocupación genuina.
—Y lo haría, si no fuera porque me han puesto en medio de todo esto —Heinrich no aparta la vista de las pantallas mientras responde, su tono seco pero no agresivo.
—¿Entonces? ¿Qué has encontrado? —pregunta ella, dando un sorbo a su propio café mientras se apoya en el respaldo de una silla cercana.
—Suficiente para saber que esto no va a ser sencillo. El tipo al mando no es cualquier criminal de poca monta. Tiene recursos, conexiones y algo más —hace una pausa, su mandíbula tensándose levemente—. Algo que me pone en desventaja.
—¿Y aún así vas a seguir adelante? —Isabella lo observa con atención, buscando en su rostro alguna señal de duda.
Heinrich finalmente aparta la mirada de las pantallas para encontrarse con la de ella. Hay un destello de determinación en sus ojos, pero también una sombra de algo más profundo, algo más oscuro.
—No tengo muchas opciones, Isabella. Si no lo hago yo, nadie más lo hará —toma la taza de café y da un sorbo, volviendo su atención a los monitores.
—¿Y qué pasará cuando no puedas seguir cargando con todo? —Su voz es suave, pero directa.
—No estoy pensando en eso ahora —su respuesta es cortante, poniendo fin a la conversación mientras vuelve a concentrarse en la información frente a él.
Isabella suspira y se aleja, dejándolo solo con sus pensamientos y las sombras que parecen rodearlo cada vez que vuelve a ponerse el manto de Midas.
Comisaría
Eva está sentada en su escritorio, rodeada de archivos y recortes de prensa antiguos. Una taza de café frío descansa olvidada a un lado mientras pasa las páginas con rapidez, deteniéndose de vez en cuando para anotar algo en su libreta. Los nombres y rostros en los documentos parecen formar un rompecabezas que solo ella puede ver.
"Reinhardt Blücher", el nombre aparece en varios informes, pero no es su rostro lo que atrapa su atención. Es un artículo más reciente, uno que menciona la disolución de su red tras su muerte... pero con un pie de página intrigante: "Los rumores sobre la supervivencia de algunos de sus asociados más cercanos persisten, aunque no se ha confirmado nada".
—¿Asociados? —Eva murmura, subrayando la palabra con su lápiz antes de buscar los nombres vinculados a Blücher. Allí está Wolfgang, mencionado en varias ocasiones como uno de sus "lugartenientes", pero hay algo más.
Entre las notas, aparece un nombre que no esperaba ver: Helena Köhler-Blücher. La exesposa de Reinhardt, y madre de Jorvik. Una mujer que, según los registros oficiales, se alejó de la vida criminal tras el divorcio y ha permanecido fuera del radar desde entonces.
—¿Qué tan fuera del radar estás realmente, Helena? —Eva entrecierra los ojos mientras busca en su computadora, rastreando cualquier rastro reciente de su paradero.
Un golpe en la puerta la hace levantar la vista. Es uno de sus colegas, sosteniendo un sobre marrón con su nombre escrito a mano.
—Esto llegó para ti, König —el hombre lo deja en su escritorio y se marcha sin esperar una respuesta.
—¡Espera! —pide Eva y el sujeto se detiene y la mira—. ¿De quién es?
—Dieter, dijo que lo vayas a ver más tarde —se va y Eva toma el sobre, abriéndolo con cuidado. Dentro hay una fotografía borrosa de Wolfgang, aparentemente tomada en un lugar público, pero abajo hay un texto que dice "Leipzig", por lo que su ceño se frunce mientras estudia la imagen. La foto no ofrece muchas pistas, pero el lugar la deja inquieta
Eva se recuesta en su silla, su mente trabajando rápidamente. Si Wolfgang está o vive en Leipzig, hay una posibilidad de que pueda rastrearlo, pero la ciudad es enorme, necesita una ubicación más específica.
—Un paso a la vez —murmura, cerrando los archivos y levantándose para prepararse. La primera parada es la casa de Helena, por lo que faltaría ubicarla, pero sabe donde ir para eso.
Eva entra al despacho del comisario jefe Dieter, quien revisa un montón de papeles en su escritorio con el ceño fruncido. Al verla, se reclina hacia atrás en su silla y la observa con un gesto inquisitivo.
—¿Qué sucede, König? —pregunta Dieter, dejando los documentos a un lado.
—Quiero reunirme con Jorvik Blücher —dice Eva sin rodeos, cruzando los brazos y Dieter arquea una ceja, evidentemente sorprendido—. ¿Blücher? ¿El hijo de Reinhardt? ¿Por qué?
—Creo que puede ayudarme a encontrar a Wolfgang. Si consigo que me dé la dirección de Helena Blücher, su madre, podría tener una pista sólida. Wolfgang era cercano a Reinhardt, y si alguien sabe algo sobre sus movimientos recientes, sería ella —El comisario suspira y masajea el puente de su nariz.
—König, ¿te das cuenta de lo que estás diciendo? Estás considerando ponerte frente a alguien que, aunque no tenga antecedentes, lleva el apellido Blücher. Y si Helena está involucrada en las operaciones remanentes de Reinhardt, podrías estar entrando en terreno peligroso.
—Es un riesgo que estoy dispuesta a tomar. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras Wolfgang sigue desaparecido —responde Eva con firmeza y Dieter la observa por unos momentos, sopesando sus palabras. Finalmente, asiente con un gesto resignado.
—Está bien, pero no lo harás sola. No sabemos qué tan distanciados están Jorvik y Helena de los antiguos operativos de Reinhardt. Podrían estar más involucrados de lo que aparentan —Dieter se inclina hacia adelante con su tono más firme—. Jonas Wagner irá contigo, confío en que te sacará de ahí si las cosas se ponen feas, tal como tú solías hacer por él.
—Está bien. Haré el contacto y coordinaré la reunión —asiente y da media vuelta para salir del despacho. Antes de que cruce la puerta, Dieter agrega:
—Ten cuidado, König. A veces, las respuestas que buscamos vienen con más preguntas de las que podemos manejar —Eva no responde. Su determinación es inquebrantable, aunque sabe que Dieter tiene razón en preocuparse.
Fiscalía
En el despacho de la fiscalía, Elara Stahl revisa un voluminoso expediente mientras un asistente se acerca con cautela, sosteniendo una carpeta adicional. Elara alza la mirada al escuchar sus pasos.
—¿Qué tienes? —pregunta con un tono profesional, dejando el expediente a un lado.
—El informe actualizado sobre el caso Meyer, señora —responde el asistente, entregándole la carpeta—. Incluye declaraciones de los testigos y el análisis forense —Elara hojea la carpeta rápidamente, deteniéndose en una de las páginas.
—¿Ya cotejaron las pruebas con los antecedentes de Meyer? —pregunta, levantando la vista por un momento.
—Aún no, estamos esperando la confirmación del laboratorio.
—Diles que no quiero excusas, esto debería estar listo desde ayer —replica, con un tono firme, pero sin perder la calma. Se recuesta en su silla y junta las manos—. Si Meyer es culpable, no dejaremos ningún cabo suelto. No quiero que su abogado encuentre un solo resquicio para desacreditar nuestra investigación.
—Entendido, señora Stahl —el asistente asiente y da un paso atrás, pero antes de irse, Elara lo detiene.
—Y asegúrate de que citen a los testigos correctamente. La última vez tuvimos problemas con las notificaciones, y no quiero que eso se repita.
—Lo haré personalmente —Elara asiente y vuelve a concentrarse en la carpeta. Momentos después, uno de sus colegas, el fiscal adjunto Lars Vogt, entra al despacho.
—¿Tiene un momento? —pregunta desde la puerta.
—Depende. ¿Va a traerme buenas noticias? —responde Elara sin levantar la vista del documento que revisa.
—Más o menos. El juez aprobó la orden para acceder a las cuentas de Meyer, pero puso un plazo limitado. Tenemos hasta el viernes —Elara finalmente lo mira, una ligera sonrisa profesional cruza su rostro.
—Eso es suficiente. Coordina con la división financiera y asegúrate de que obtengan todo lo que necesitamos antes de que venza el plazo.
—Ya estoy en eso.
—Perfecto, Lars. Gracias —el fiscal adjunto asiente y se marcha.
Una vez sola, Elara respira profundamente y se permite un momento de relajación, mirando por la ventana de su oficina. Sus pensamientos parecen divagar brevemente, por lo que agarra su celular, lo enciende y busca el número de Jorvik, pero cuando está a punto de llamarlo, decide mejor enfocarse en su trabajo y deja el celular a un lado.
En su guarida, Heinrich está de pie junto a una mesa llena de planos y fotografías aéreas del complejo donde se encuentran los rehenes. Su teléfono descansa en altavoz sobre la mesa mientras él repasa una hoja con las especificaciones del lugar.
—Entonces, ¿ya tienen la ubicación confirmada? —pregunta Heinrich con un tono directo, tomando una de las fotos y observándola detenidamente, entonces la voz de Markus Vogel resuena por el altavoz.
—Confirmada. El complejo está en las afueras de Dresde. Lo que no tenemos claro es cuántos hombres tiene Engel allí dentro —Sean Walker interviene de inmediato.
—Lo que sí sabemos es que Engel no es cualquier enemigo. Sus habilidades para manipular la densidad de los materiales pueden ser un problema. Si te enfrenta directamente, podría convertir cualquier cosa a su favor, desde endurecer paredes para bloquearte hasta usar armas improvisadas.
—Por eso tengo un plan —responde Heinrich, dejando la foto sobre la mesa y cruzando los brazos—. Necesito que alguien me acerque lo suficiente para entrar por aire. No voy a intentar pasar por el frente como un idiota —hay un breve silencio al otro lado de la línea antes de que Markus hable:
—¿Por aire? ¿Planeas usar el tejado?
—Exacto —afirma Heinrich—. Es la forma más rápida de entrar sin que me detecten inmediatamente. Mientras Engel y sus hombres estén ocupados en la planta baja, yo podré moverme sin ser visto hasta llegar a los rehenes —Sean interviene de nuevo, algo dudoso:
—Es arriesgado. Si algo sale mal, Engel podría colapsar toda la estructura a su alrededor.
—Por eso necesito saber exactamente qué puede hacer y qué tan rápido puede reaccionar —dice Heinrich, señalando los planos como si pudieran escucharlo—. ¿Qué tan buena es su percepción? —Markus responde tras una pausa:
—Engel es metódico, pero no perfecto. Tiene un rango limitado para su habilidad, aunque no sabemos el alcance exacto. Además, tiene un ego enorme. Si lo provocas lo suficiente, podrías forzarlo a cometer un error —Heinrich asiente para sí mismo.
—Bien. Cuando esté dentro, me enfocaré en localizar a los rehenes. Necesito una confirmación de cuántos son y en qué condiciones están.
—Son nueve, según nuestro contacto —responde Sean—. Tres de ellos están en el segundo nivel, mientras que el resto podría estar en una celda común en el sótano.
—Eso complica las cosas —murmura Heinrich, frunciendo el ceño—. No puedo sacarlos a todos al mismo tiempo.
—Podemos coordinar una distracción desde afuera —propone Markus—. Si conseguimos desviar la atención de Engel y su gente, podrías liberar al grupo en el sótano primero y luego moverte al segundo nivel.
—Creí que no querrían involucrarse directamente.
—Y así es, pero situaciones desesperadas requieren medidas excepcionales, además, que hayan dos superhumanos combatiendo puede ser la excusa perfecta para intervenir.
—De acuerdo... Podría funcionar —responde Heinrich con frialdad—. Si quiero entrar, necesito que me dejen trabajar a mi manera —Sean suspira al otro lado de la línea.
—Lo entendemos, Midas. ¿Algo más que necesites?
—Sí. Engel será mi problema. Asegúrense de mantener a sus hombres lejos de mí.
—¿Y si no lo encuentras? —pregunta Markus, con un tono más curioso que preocupado, pero Heinrich deja caer el plano sobre la mesa y sonríe ligeramente, aunque su expresión sigue siendo seria.
—Si está ahí, créeme, me encontrará él a mí —un silencio breve sigue a sus palabras antes de que Heinrich lo termine—. Hay algo que quiero saber.
—¿Sí?
—Esos sujetos... ¿Fueron modificados? —por un momento, la llamada queda en silencio. Finalmente, Sean responde con un tono grave:
—Negativo. Ellos nacieron así, con poderes —Heinrich frunce el ceño.
—¿Cómo? ¿De qué trata todo esto? ¿Cómo es posible que nazca gente con poderes?
—Aún no lo sabemos del todo —admite Sean—. Hay teorías. Sospechamos que siempre fue posible, pero los casos eran tan raros que pasaban desapercibidos. Ahora parece estar masificándose. Cada año nacen al menos treinta superhumanos, o, como se les llama oficialmente, Paragóns.
—Y Engel tiene a nueve bajo su mando... —murmura Heinrich, comprendiendo la gravedad de la situación.
—Exacto. No podemos dejar que siga controlándolos. Es una amenaza demasiado grande —Heinrich se queda en silencio, procesando todo lo que ha oído. Después de un momento, murmura:
—Diez años fuera, y ahora esto...
—¿Algo más? —pregunta Markus, notando el cambio en el tono de su voz.
—Eh... no. Nada más.
—Te enviaremos la ubicación del vehículo en unos minutos.
—Entendido —Heinrich cuelga rápido y se deja caer en la silla, pasando una mano por su rostro. Al alzar la mirada, se da cuenta de que Isabella está apoyada en la puerta del ascensor, observándolo con los brazos cruzados—. ¿Cuánto escuchaste? —pregunta intentando sonar despreocupado.
—Suficiente —responde Isabella con un tono neutro, aunque sus ojos traicionan su preocupación—. Heinrich, ¿en qué estás metido esta vez?
—Bella, tu... —la mira—. ¿Crees que sea uno? ¿Uno de ellos? ¿Un Paragón? —Isabella comprende de qué trata esto abriendo levemente la boca, pero luego la cierra y se acerca a su amigo.
—Siempre hemos sabido que tus padres nunca fueron del todo honestos contigo en cuánto al origen de tus poderes —con su índice en el mentón de Heinrich hace que la mire—, pero de donde sea que vengan, eso no cambia quién eres.
—¿Y quién soy? ¿Qué soy además de un asesino a sangre fría?
—¿Quién eres? —responde Isabella con un tono firme, aunque su mirada sigue cargada de calidez—. Eres Heinrich Weber Meier. Un hombre que se ha equivocado, sí, pero también alguien que ha luchado más que nadie por no perderse a sí mismo, incluso cuando todo parecía en tu contra —Heinrich desvía la mirada hacia el plano sobre la mesa, evitando sus ojos.
—¿Y qué importa eso? ¿Cuántas veces más voy a intentar "hacer lo correcto" para después darme cuenta de que siempre termino igual? —Isabella cruza los brazos y lo observa, dejando que sus palabras se queden suspendidas un momento en el aire antes de hablar.
—Lo correcto no siempre es bonito, Heinrich, pero tú sigues intentando. Eso ya te hace diferente de Engel, de Blücher, de todos esos tipos.
—¿Diferente? —su risa es amarga—. ¿Te escuchaste, Bella? Mira alrededor, ¿de verdad crees que soy tan distinto a ellos? —hace un gesto amplio con las manos, señalando la habitación austera que ha sido su refugio, y finalmente señala su propio pecho—. Soy un hombre que dejó todo atrás para jugar a ser héroe, y cuando no pude, me convertí en algo peor —Isabella niega con la cabeza, acercándose aún más.
—No, Heinrich. Lo que dejaste atrás fue porque querías proteger a los demás, no porque te rindieras. Y no eres como ellos porque, incluso ahora, sigues cuestionándote. ¿Crees que Engel, o Blücher, o cualquier otro de esos monstruos pierde el sueño por lo que han hecho?
La pregunta queda flotando. Heinrich parece debatirse entre aceptar sus palabras o rebatirlas. Finalmente, se levanta de la silla y camina hacia la ventana, observando la ciudad.
—Tal vez tengas razón, pero esa duda, Bella... —hace una pausa—. Esa duda también me debilita.
—No. Esa duda te mantiene humano —Isabella se acerca hasta quedar a su lado—. Y mientras sigas siendo humano, Heinrich, siempre habrá esperanza para ti —él cierra los ojos por un momento, dejando que sus palabras lo alcancen. Luego, deja escapar un suspiro pesado y finalmente se gira hacia ella.
—Gracias, Bella —ella sonríe ligeramente, apoyando una mano en su brazo.
—No tienes que darme las gracias. Solo asegúrate de volver.
—Siempre lo hago —responde con una media sonrisa antes de regresar su atención al plano—. Ahora, si me disculpas, tengo un asalto que planear —Isabella asiente, pero antes de irse, se detiene en el marco de la puerta.
—Y Heinrich...
—¿Sí?
—No importa qué descubras sobre ti mismo. Yo siempre voy a estar aquí —por primera vez en toda la conversación, sus palabras logran sacarle una sonrisa más sincera.
—Lo sé —ella sale, dejándolo con sus pensamientos mientras observa nuevamente el plano, pero esta vez con una renovada determinación.
En otro sitio
Eva König se encuentra en una acogedora cafetería con paredes de ladrillo visto decoradas con fotos de Berlín y plantas colgantes. Mesas rústicas de madera, un ventanal luminoso que da a la calle, y una barra de mármol donde el aroma a café recién molido se mezcla con el de panecillos horneados.
Frente a ella se sienta Jorvik Blücher, con una vestimenta semiformal y una aparente prisa.
—Le agradezco que se hiciera el tiempo —comienza Eva.
—Debo admitir que me causó suma curiosidad su invitación, de otro modo no estaría aquí.
—Le creo completamente y para no hacerlo perder mucho tiempo voy a ir directo al grano... Estoy rastreando un objetivo que desapareció luego del ataque en la reunión, creí que quizá podría ayudarme —Jorvik frunce el ceño.
—No entiendo cómo eso podría tener que ver conmigo.
—¿Cuál es su relación con Wolfgang Hoffmann? —Jorvik mira a su alrededor.
—Solo sé que era lugarteniente de mi padre en sus negocios ilícitos, pero nunca interactuamos con él vivo, mucho menos luego de su muerte.
—Entiendo —mira hacia la ventana—. Sin embargo... —lo mira—. ¿Su madre podría tener algo que me pudiera ayudar? —Jorvik la mira por varios segundos, analizándola.
—No le voy a dar nada sobre mi madre —Eva apreta los labios y mira la mesa.
—¿Puedo preguntar por qué? —lo mira a los ojos.
—Midas está involucrado, ¿no? —ahora Eva mira a su alrededor—. Perdón, verdad que aún no sale a la luz su aparente regreso.
—Está bien, solo...
—Respóndame, por favor. Ese hombre mató a mi padre, si está involucrado en esto no quiero que se acerque a mi madre, ya me arrebató un familiar, no dejaré que me quite a la única que me queda —Eva lo mira en silencio, sorprendida por su ímpetu, por lo que suspira y junta las manos sobre la mesa.
—Le puedo jurar por mi hermano fallecido que él no está involucrado en esta investigación. Es más, ni siquiera he podido hablar con él porque la D.I.S.H lo tomó en custodia antes de que pudiera interrogarlo. Estoy sola en esto... Bueno, tengo un compañero en la patrulla esperando, pero Midas no está en medio.
—Usted parece decir la verdad... Pero son solo palabras, nada me asegura que no está involucrado, entonces me temo que no puedo ayudarla —se levanta, pero Eva rápidamente le agarra la mano deteniéndolo.
—¡Por favor! —pide Eva—. Tener a alguien tan peligroso como Wolfgang fuera del radar podría ocasionar muchas muertes, sobretodo si Midas está intentando ubicarlo por su cuenta —apreta su mano—. Entiendo su preocupación por su madre, pero le puedo prometer que-
—Hagamos un trato, comisaria König —se sienta de vuelta sorprendiendo a Eva, quién con duda pregunta:
—¿Un trato?
—Le daré la ubicación de mi madre y la convenceré de decirle la verdad, pero a cambio tiene que prometerme algo —Eva lo mira con intriga.
—¿Qué desea?
—Si el sujeto llega a aparecerse... Se las arreglará para que nos encontremos —Eva se sorprende.
—N-no entiendo, ¿no te asusta? Es decir, el mató a tu pa... No es buena idea, puede que le haga algo, piense en su madre, debe-
—¿El confió en usted alguna vez? —Eva mira de reojo al suelo por unos segundos y luego suspira.
—Si.
—Entonces puede que aún lo haga. Se controlará si usted está presente —extiende su mano hacia ella—. ¿Trato? —Eva mira su mano y luego a él.
—No puedo prometerte que aparecerá.
—Lo sé —dicho eso, con una expresión seria Eva asiente y acepta el estrechón de mano.
Oficina de Elara Stahl
Elara se encuentra sentada tras un elegante escritorio de madera oscura, revisando un conjunto de documentos legales. La luz del atardecer atraviesa las persianas a medio abrir, tiñendo la habitación de tonos cálidos que contrastan con la frialdad de su semblante. A su lado, una taza de té intacta desprende un leve vapor.
Un asistente entra con cuidado, llevando un nuevo archivo. Es joven, con un traje modesto y una actitud nerviosa, su complexión es media, ligeramente atlética con un rostro de facciones marcadas, ojos, de un azul penetrante mientras que su cabello es de un rubio claro, ligeramente ondulado, corto y bien cuidado.
—Señora Stahl, aquí están los informes que pidió sobre los bienes confiscados la semana pasada —Elara alza la vista, su mirada calculadora pero amable lo detiene en seco.
—Gracias, Peter. Déjalos aquí —el joven obedece, pero vacila antes de salir, como si quisiera decir algo más—. ¿Hay algo más? —pregunta ella con suavidad, aunque su tono no deja lugar a distracciones.
—Es solo que... El juez Grunberg quiere una reunión para discutir las apelaciones de esta mañana. Está algo insistente —Elara suelta un leve suspiro y asiente.
—Dile que estaré disponible a las diez. Pero que sea breve —el asistente asiente rápidamente y se retira, dejando a Elara nuevamente sola. Ella toma la carpeta y comienza a hojear los documentos, su expresión permaneciendo serena hasta que encuentra algo que parece interesarle.
Cierra la carpeta con calma y se recuesta en la silla, mirando hacia la ventana. Su reflejo en el vidrio parece mirarla de vuelta, como una sombra de lo que realmente piensa. Sus labios se curvan apenas en una sonrisa fugaz, una que desaparece tan rápido como llegó.
Finalmente, toma un bolígrafo y firma con precisión en una esquina del documento, dejando el archivo a un lado antes de regresar su atención a la taza de té, que permanece fría.
Mientras tanto
El rugido de las turbinas del jet corta el silencio de la noche mientras la aeronave surca el cielo, acercándose al área objetivo. En el interior, Heinrich está ajustando los guantes de su traje, su expresión endurecida por la concentración. Sean, desde la cabina de piloto, echa un vistazo hacia él por encima del hombro.
—Estamos sobrevolando la zona, Midas. ¿Estás listo?
—Hazlo más bajo —responde Heinrich, sin siquiera mirarlo, por lo que Sean frunce el ceño y ajusta algunos controles.
—¿Estás seguro? Estamos justo en el rango mínimo. Un error y podrías...
—Solo mantén el rumbo, Sean. Esto es lo que hago.
Sean no insiste. Heinrich se acerca a la compuerta trasera, que comienza a abrirse lentamente, dejando entrar el rugido del viento y el frío cortante de la altitud. Debajo de ellos, las luces del complejo enemigo parpadean débilmente en la oscuridad, rodeadas por un vasto bosque. Heinrich observa la caída con calma, como si calculara cada metro hasta el suelo.
—Por cierto —grita Sean para que lo escuche por encima del viento—, ¿dónde está tu paracaídas? —Midas solo gira la cabeza hacia él.
—No lo necesito —Sean lo observa, incrédulo.
—Estás loco... —sin esperar respuesta, Heinrich salta del jet.
El viento golpea el cuerpo de Midas con fuerza mientras cae en picada, sus brazos pegados al torso y sus piernas juntas, formando una silueta compacta para maximizar su velocidad. La distancia entre él y el suelo se acorta rápidamente. Bajo la tenue luz de la luna, distingue la silueta del complejo enemigo: un edificio fortificado rodeado de torres de vigilancia. Los guardias patrullan los perímetros, ajenos al predador que se les viene encima.
Cuando está a unos cientos de metros del suelo, Heinrich extiende los brazos, redirigiendo su caída hacia una torre de vigilancia más cercana. La estructura se vuelve más nítida a cada segundo, hasta que finalmente... su cuerpo choca contra el techo de la torre con la fuerza de un misil. La madera y el metal crujen y se astillan, lanzando al guardia que estaba dentro contra las paredes mientras que instantes después nuestro protagonista se pone de pie entre los escombros, ileso, pero con la mirada furiosa de un hombre dispuesto a destruirlo todo.
El guardia, aún aturdido, intenta levantar su arma, pero Midas es más rápido. Lo agarra del cuello con una sola mano, lo levanta del suelo como si no pesara nada, y lo lanza contra el borde de la torre haciéndolo rebotar antes de caer al vacío.
Una sirena estridente rompe el silencio de la noche, las luces de las torres y los reflectores del complejo se encienden, enfocándose en la torre destruida. Midas, ahora completamente expuesto, desciende por las escaleras con calma, como si estuviera paseando por un parque.
Dos guardias aparecen al pie de la torre, levantando sus rifles, pero el vigilante no les da oportunidad y salta desde la última escalera, aterrizando sobre uno de ellos con un golpe que quiebra huesos. Antes de que el otro pueda reaccionar, Midas ya está sobre él, usando el rifle del primer guardia para golpearlo brutalmente en la mandíbula, desfigurándole el rostro.
Sangre salpica el suelo mientras el encapuchado se abre paso hacia el edificio principal. El caos comienza a extenderse. Más hombres armados salen a enfrentarlo, pero ninguno puede igualar su velocidad y ferocidad. Con movimientos precisos, elimina a uno tras otro, dejando un rastro de cuerpos ensangrentados detrás de él.
Luego Midas avanza por el patio del complejo con una calma desconcertante, como si la alarma y el caos a su alrededor no lo afectaran en lo absoluto y en eso dos guardias más aparecen desde la derecha, levantando sus rifles automáticos. Sin detenerse, Midas desenfunda una de sus katanas de un movimiento fluido, el sonido metálico rasgando el aire.
El primer guardia dispara, pero Heinrich esquiva el primer disparo inclinándose hacia un lado, y luego gira rápidamente sobre su eje, levantando la katana para cortar el rifle en dos. Antes de que el hombre pueda reaccionar, Midas lo remata con un corte limpio en diagonal, que parte su chaleco táctico y abre su pecho.
El segundo guardia, paralizado por el horror, intenta retroceder mientras apunta con torpeza, pero Midas ya lanzó un shuriken hacia él y este se clava con precisión en su cuello, cortándole la tráquea, por lo que el hombre se desploma, llevándose las manos a la garganta en un inútil intento por detener la hemorragia.
En la sala de control del complejo, un grupo de operadores está mirando las cámaras de seguridad con pánico creciente. Las pantallas muestran a Midas avanzando entre los guardias, eliminándolos con una precisión implacable.
—¿Quién demonios es ese? —pregunta uno de los operadores y otro de ellos, más nervioso, se inclina hacia el micrófono de la consola y activa la comunicación interna.
—¡Tenemos un intruso! Repito, ¡un intruso! Está armado y es altamente peligroso —detrás de ellos, Kurtis Engel entra en la sala con paso firme. Su figura alta y amenazante domina el espacio, y su rostro, marcado por cicatrices, refleja una mezcla de curiosidad y furia.
—¿Qué está pasando? —exige saber con voz grave y uno de los operadores se voltea, señalando una de las pantallas.
—El intruso... Está eliminando a todos los guardias. Es... es una masacre —Kurtis se acerca a la pantalla, observando atentamente al hombre encapuchado que se mueve con una letalidad aterradora. Su mirada se endurece al reconocer el estilo de combate y las armas del atacante.
—Es él —dice, casi en un susurro, antes de girarse hacia sus hombres—. ¡Es Midas! —Los operadores se miran entre sí, aterrorizados.
—¿Midas? Pero... Pensábamos que había desaparecido —Kurtis golpea la mesa con el puño, haciendo temblar los monitores.
—¡Pues ha vuelto! Redoblen la seguridad. Nadie más entra o sale de este edificio.
Mientras tanto, el vigilante llega a la entrada principal, donde lo esperan cinco hombres armados con rifles y armaduras tácticas. Sin detenerse, desenfunda su otra katana, ahora empuñando una en cada mano.
Los hombres disparan al unísono, pero el vigilante corre hacia ellos zigzagueando, haciendo que los disparos reboten en el suelo y las paredes. A mitad de camino, lanza un par de shurikens, que vuelan como relámpagos hacia dos de los guardias, golpeándolos en la cara y el cuello provocando que ambos caigan antes de poder siquiera gritar.
Al llegar a los otros tres, Midas ejecuta un salto hacia adelante, girando en el aire para cortar con ambas katanas. El primer guardia apenas alcanza a levantar su rifle antes de que su torso sea atravesado por un corte horizontal, cayendo al suelo en dos mitades mientras sus órganos empapan de sangre el suelo.
Los dos últimos intentan retroceder, pero el encapuchado se mueve con demasiada rapidez. Lanza una patada hacia el pecho de uno, derribándolo con un crujido de costillas, y luego clava una de sus katanas en el muslo del otro, inmovilizándolo.
El hombre herido intenta alcanzar su radio para pedir refuerzos, pero Heinrich lo detiene, inclinándose sobre él con una sonrisa fría.
—Demasiado tarde —le rompe la muñeca con un movimiento rápido y lo remata con un disparo a quemarropa en la cabeza usando una de sus pistolas.
Engel observa desde las cámaras cómo Midas entra en el edificio, dejando un rastro de cuerpos y sangre a su paso. Su mandíbula se tensa y mira hacia la salida.
—Si quiere guerra, se la daremos.
Mientras tanto
La casa de Helena Blücher, una imponente mansión de estilo neoclásico, se encuentra al final de un camino flanqueado por árboles desnudos que se alzan como sombras fantasmales bajo la luz de la luna. Las ventanas están apagadas, excepto por una tenue iluminación en el piso superior, lo que sugiere que alguien podría estar en casa, aunque no es seguro.
Eva y Jonas se acercan con cautela, sus pasos resonando sobre la grava. Eva lleva un abrigo largo que oculta su arma en el cinturón, mientras Jonas, más nervioso, revisa el perímetro con la linterna de su teléfono.
—¿Estás segura de que este es el lugar correcto? —pregunta Jonas, manteniendo la voz baja y Eva asiente con sus ojos enfocados en la mansión.
—Jorvik no tendría motivos para mentir. Además, todo encaja. Si Wolfgang ha estado escondiéndose en Leipzig, Helena tendría que saber algo —Jonas traga saliva y se detiene, mirando la puerta principal.
—¿Y qué pasa si no coopera? —Eva lo observa de reojo con su expresión endurecida.
—Jorvik debió haberla convencido, cooperará.
La puerta se abre de repente y una mujer con una figura delgada y tonificada se asoma. Su rostro es delicado, de contornos suaves, con ojos marrones intensos y cabello oscuro lacio a la altura de los hombros. Su piel es de tono oliva, y sus facciones son elegantes, con labios llenos y una nariz recta.
—¿Puedo ayudarlos en algo? —pregunta la mujer.
—¿Helena Blücher?
—Es mi nombre.
—Soy la comisaria principal Eva König, su hijo Jorvik debió de haberle dicho que-
—Él dijo que vendría sola —mira a Jonas y este observa a Eva, quién voltea hacia él pensativa.
—Espérame aquí.
—Pero el comisario jefe-
—Estaré bien —insiste Eva y tras unos segundos de mirar a su compañera y luego a Helena, Jonas asiente y acto seguido la comisaria se adentra en la casa.
La sala de entrada es amplia y elegante, decorada con cuadros antiguos y muebles de madera oscura. Una enorme lámpara de araña cuelga del techo, lanzando sombras danzantes en las paredes.
—Entonces... Wolfgang Hoffmann —inicia Helena mientras se sienta en un sofa.
—Eso parece... —continúa Eva y se sienta en otro frente a ella separados por una mesa de centro—. No quiero quitarle mucho tiempo, solo necesito ubicarlo urgentemente —Helena la mira dudosa y toma una tasa de café que había dejado sobre la mesa antes de abrir la puerta.
—¿Usted conoce las circunstancias en las que...? —toma un sorbo—. ¿En las que mi hijo se quedó sin padre? —Eva frunce el ceño.
—Esta conversación ya la tuve con su hijo, por favor necesito que-
—Y yo necesité a la policía. Tiempo pasado, eso le gana a lo que usted necesita, lo siento mucho —Eva mira a la mesa de centro.
—Yo... —la mira—. No estoy entendiendo.
—No siempre estuve dispuesta a seguir a mi esposo luego de descubrir lo que realmente hacía, intenté decirle a la policía, pero... ¡Sorpresa! Tenía hombres en sus filas también y cuando él se enteró-
—Lo siento mucho, señora Blücher. Esperaba que no hubiera pasado por esas situacio-
—Nunca me tocó un cabello, ni siquiera me amenazó, solo dijo que me amaba y que si quería exponerlo, que lo hiciera, pero que su corazón siempre sería mío. Yo estaba aterrada, incluso me había conseguido un arma para defenderme de él, pero nunca fue necesario realmente.
—¿Fue entonces que empezó a mover sus activos? —Helena chasquea con la lengua y la señala levemente.
—Era el precio de una vida cómoda... Nunca conviví demasiado con Wolfgang, mucho menos mi hijo, yo no lo permitía... —mira hacia la mesa—. Sin embargo —la mira a ella—, Reinhardt tampoco estaba muy a favor de involucrarnos demasiado.
—Señora Blücher, yo-
—¿Quiere que le diga dónde está Wolfgang? ¿Por qué cree que lo haría?
—Porque si no lo hace la arrestaré por los crímenes que admitió haber cometido y aparentemente sigue cometiendo —Helena ríe y Eva frunce el ceño.
—Le aseguro que estaría mejor resguardada en la cárcel que con Wolfgang sabiendo que lo delaté —Eva duda, por lo que Helena ladea los ojos y continúa—. Sigo moviendo activos porque si no lo hago matará a Jorvik frente a mí y luego... ¿Sabe qué hará luego? —Eva mira intrigada—. Me matará a mi como ejemplo para los altos mandos de otras casas criminales.
—Podemos protegerla, Helena. Le aseguro que-
—¿Podrán? —Eva calla—. No dudo que podrían tal vez protegerme de Wolfgang, pero... ¿Podrían protegerme de él? —cuestiona y Eva entiende a quién se refiere mientras Helena se cruza de brazos—. Los rumores se esparcen rápido, buena suerte cuando la prensa se entere —Eva mira a la mesa con las manos entrelazadas.
—¿Ha escuchado alguna vez de...? —la mira—. ¿de Ludwig Richter?
—Por supuesto, murió en una riña entre sus hombres y los de mi esposo.
—Pero nunca supo la forma en la que murió exactamente, ¿verdad? —Helena la mira por varios segundos analizando su expresión, su determinación, su ímpetu, entonces sonríe y se inclina en su asiento.
—Fue usted, ¿no? —Eva sonríe.
—Fue uno de mis primeros operativos, en aquel entonces no teníamos ni idea de quién era Reinhardt Blücher y con suerte habíamos tenido un encontrón con Midas. Fue entonces que en medio de la intervención acabé en el fuego cruzado, Richter quería matar a una madre que le debía una gran fortuna, por lo que para salvarla tuve que dispararle letalmente.
—Imagino que no fue fácil —Eva niega con la cabeza mientras apreta sus labios.
—Jamás había matado a alguien... —su mirada parece perdida—. Esa sensación de estar con una persona presente y luego de un disparo, que esa persona ya no esté, aunque su cuerpo siga ahí... —la mira a los ojos—. No es agradable. Sin embargo, hice lo que tenía que hacer y ambas sabemos que por mucha influencia que tenga Wolfgang, no es ni la mitad de lo que fue Ludwig, entonces le puedo asegurar que si él o Midas intentan hacerle daño, no me tocaré el corazón para disparar con tal de protegerla —Helena la mira con seriedad, observa la mesa y luego regresa a sus ojos.
—Tu historia suena verídica, podría creer que estás mintiendo, pero los ojos no mienten. Ese primer asesinato si que te marcó —Eva asiente con la mirada baja—. De acuerdo, te diré dónde está —Eva sonríe—, pero a cambio olvidarás que esta es mi casa y tomaremos caminos separados.
Volviendo con nuestro protagonista este avanza con pasos calculados por el pasillo principal, sus katanas goteando sangre que crea un rastro oscuro tras él. Sus sentidos están alerta; puede escuchar el movimiento de más guardias aproximándose, pero ninguno parece dispuesto a enfrentarlo directamente. El silencio sepulcral del edificio solo es interrumpido por los ecos de su respiración bajo la máscara.
De repente, una puerta de metal al fondo del pasillo se abre de golpe, y una figura imponente emerge. Kurtis Engel, con su torso reluciente de metal bruñido, se detiene bajo la luz parpadeante de un foco. Su cuerpo, que parece forjado en acero, irradia una mezcla de fuerza y autoridad. En su mano derecha sostiene un enorme machete de metal que ha moldeado a partir de su propio brazo.
—Midas —saluda Engel, con voz grave y desafiante. Da un paso adelante, y el suelo cruje bajo su peso, como si cargara una tonelada consigo—. Un placer finalmente conocerte —Heinrich no responde con palabras. En lugar de eso, ajusta su postura, sosteniendo las katanas con firmeza mientras evalúa a su oponente. Los ojos de Midas centellean con furia bajo la capucha.
Engel sonríe, y su piel metálica comienza a cambiar, transformándose en un material más denso, como titanio pulido. En cuestión de segundos, el machete en su mano se alarga y toma la forma de una lanza, afilada y amenazante.
—¿Nada que decir? Qué típico de ti. Bueno, veamos si el mito está a la altura de la realidad.
Sin previo aviso, Engel lanza la lanza con una velocidad sorprendente. Midas rueda hacia un lado justo a tiempo y la lanza impacta la pared detrás de él, perforándola como si fuera papel, pero antes de que pueda recuperar el equilibrio, Engel ya está sobre él, habiendo moldeado su otro brazo en una maza pesada que balancea con fuerza brutal.
El encapuchado bloquea el golpe con ambas katanas cruzadas, pero la fuerza del impacto lo lanza contra una columna cercana. Se sacude rápidamente y esquiva otro ataque, esta vez un barrido horizontal que deja una grieta profunda en el suelo.
—¿Eso es todo? —provoca el vigilante, con un tono frío mientras se pone de pie. Sus movimientos son ágiles, esquivando cada golpe con precisión milimétrica.
Engel gruñe, frustrado, y su cuerpo comienza a cambiar de nuevo. Sus piernas se transforman en pilares de plomo que lo anclan al suelo, haciéndolo prácticamente inmóvil, mientras sus brazos se convierten en látigos de metal líquido que arremeten hacia Heinrich con una velocidad sorprendente.
Midas salta hacia atrás, esquivando los látigos que destrozan todo a su alrededor. Con un movimiento rápido, lanza un par de shurikens, pero estos rebotan inútilmente contra la piel metálica de Engel.
—¡Tendrás que hacerlo mejor que eso! —grita Engel, riendo con arrogancia mientras uno de sus látigos se enrosca alrededor de una de las columnas y la arranca de cuajo, lanzándola hacia Midas como un proyectil.
Heinrich salta por encima de la columna justo a tiempo, aterrizando con gracia antes de correr hacia Engel. Esquiva un látigo que corta el suelo y, en un movimiento fluido, se desliza entre sus piernas, cortando con ambas katanas las conexiones de metal en las rodillas de Engel.
El gigante de acero tambalea, perdiendo momentáneamente el equilibrio. Heinrich aprovecha la apertura, girando sobre sí mismo y lanzando un corte diagonal hacia el torso de Engel. Aunque el golpe no penetra completamente la piel de metal, deja una grieta visible.
Engel se recupera rápidamente, gritando de furia. Su cuerpo entero comienza a cambiar, endureciéndose aún más. Sus brazos se convierten en espadas gemelas, y sus ojos brillan con un destello plateado.
—No te dejaré salir de aquí vivo, Midas —ruge mientras carga hacia él, con toda la fuerza de un tren desbocado, por lo que nuestro protagonista sonríe, ajustando su postura una vez más.
—Eso está por verse.
La batalla continúa, cada movimiento de ambos oponentes llenando el lugar de un estruendo ensordecedor mientras el enfrentamiento alcanza un nivel de brutalidad y estrategia que pondrá a prueba la resistencia y las habilidades de ambos.
Engel carga como un toro desbocado, sus brazos transformados en filosas espadas de metal que cortan el aire con un silbido amenazante. Heinrich retrocede con agilidad, sus ojos buscando una apertura mientras esquiva los ataques que hacen añicos las paredes y el suelo a su alrededor.
Aprovechando un momento de pausa, Midas desenvaina una de sus katanas y se lanza al ataque, la hoja destellando en un arco perfecto hacia el costado de Engel, pero antes de que el acero pueda hacer contacto, la densidad del cuerpo de Engel cambia. La katana se detiene en seco, como si hubiera chocado contra una pared de granito, por lo que Kurtis sonríe de manera burlona.
—¿Esperabas que fuera tan fácil? —dice, agarrando la katana con una mano desnuda.
Con un crujido ensordecedor, el metal de la hoja comienza a doblarse como si fuera un pedazo de alambre. En cuestión de segundos, Engel la parte en dos, dejando a Midas con solo el mango y un fragmento inútil de la hoja.
Nuestro protagonista retrocede de inmediato, desenfundando su pistola y disparando una ráfaga de balas directamente al pecho de Engel, pero las balas, en lugar de penetrar su armadura metálica, rebotan con un sonido sordo y caen al suelo como si fueran de goma.
—¿De verdad pensaste que esas cosas funcionarían contra mí? —se burla Kurtis, avanzando con pasos firmes.
El espacio se vuelve cada vez más reducido para Midas, quien busca mantener distancia, pero Engel controla el terreno como un depredador acechando a su presa. Un golpe directo de su puño transformado en un mazo lo lanza contra una columna, rompiendo parte del concreto, por lo que el vigilante apenas logra ponerse de pie, respirando con dificultad.
Antes de que Kurtis pueda rematarlo con su mano derecha esta vez transformada en una estaca metálica, un estruendo masivo sacude el edificio y los empuja a ambos. Explosiones en el nivel superior iluminan el pasillo, seguidas por un intercambio de disparos que se acerca rápidamente. Engel se levanta rápidamente, observando una transmisión en una pantalla cercana: agentes de la D.I.S.H están irrumpiendo en el complejo, enfrentándose a sus hombres en un feroz tiroteo.
—¡La D.I.S.H está aquí! —grita un subordinado por un comunicador antes de ser silenciado por una ráfaga de balas —Midas aprovecha la distracción para retroceder unos pasos, activando su comunicador.
—Markus, yo me encargo de Kurtis, necesito que encuentres a los prisioneros y los evacúes.
—Entendido —responde Markus, su voz firme y decidida—. Estaré en contacto —Engel gira su atención de regreso a Heinrich, con una sonrisa torcida.
—Parece que tienes más amigos de los que pensaba. Pero no importa. No saldrás de aquí vivo.
—Eso lo veremos —responde Midas mientras se prepara para continuar el enfrentamiento, consciente de que la llegada de la D.I.S.H le da una oportunidad, aunque sea pequeña, de inclinar la balanza.
El sonido del combate se intensifica, con los agentes de la D.I.S.H intercambiando fuego contra los hombres de Kurtis. En el caos, Midas sabe que debe moverse rápido. Engel, sin embargo, no parece dispuesto a dejar que la batalla termine tan fácilmente, por lo que no da tregua. Su velocidad, combinada con su capacidad para manipular la densidad de su cuerpo, mantiene a Midas constantemente a la defensiva. Cada golpe del gigante metálico es un peligroso recordatorio de la diferencia de poder entre ambos.
El vigilante esquiva un nuevo embate, girando sobre sí mismo para intentar mantener la distancia, pero Engel no deja espacios. Con un movimiento devastador, lanza un golpe directo al suelo, creando una onda expansiva que hace tambalear a Midas y lo obliga a retroceder, pero desde el aire Sean aparece e impulsado por su propulsor patea en el rostro a Kurtis empujandolo a una distancia considerable, entonces Walker aterriza junto a Midas y le ofrece la mano para levantarse.
—Walker y Midas, en equipo —Midas ríe un poco y se agarra de su antebrazo.
—Prefiero Midas y Walker —se levanta y suelta su antebrazo mientras Kurtis también se pone de pie y los mira con rabia—, pero solo será esta vez —Engel extiende sus brazos como estacas hacia ellos obligando a Sean a activar su propulsor y volar para esquivarlo mientras que a la par Midas da una vuelta en el suelo hacia su izquierda.
Sean desde el aire dispara ráfagas de balas hacia Kurtis, pero este transforma su antebrazo izquierdo en una especie de roca con la que bloquea fácilmente las balas, luego ese mismo brazo lo extiende como estaca hacia Walker, por lo que este vuela hacia un lado esquivando el ataque mientras Midas avanza por el otro lado hacia Engel y sujetando con ambas manos su katana restante lo intenta decapitar, pero el arma se rompe como cristal al tocar su piel, por lo que intenta golpearlo, entonces su oponente le atrapa el puño con su palma izquierda y lo patea con el pie derecho provocando que nuestro protagonista pierda el aire al estrellarse contra un muro de ladrillo.
Engel convierte su brazo izquierdo en una estaca dispuesto a estirarlo y clavarlo en el pecho de Midas, pero Sean lo embiste por la espalda volando ambos hacia adelante, pasando por encima de Midas y por al lado del muro, pero antes de poder estrellarse de frente contra un pilar, Kurtis aumenta la densidad de su cuerpo volviéndose más pesado al punto que se clava inmutable en el piso, tanto que ni con su propulsor Sean puede moverlo.
Walker intenta alejarse, pero sin mucho esfuerzo Engel lo agarra de la pierna derecha impidiéndole irse volando y da unas cuantas vueltas sobre su eje a la par que Midas algo aturdido se levanta, entonces se detiene soltando a Sean, el cuál se dirige hacia nuestro protagonista:
—¡Ah, mierda! —exclama el vigilante con la poca lucidez que tiene y Sean se estrella contra él cayendo ambos dolorosamente hacia el suelo.
—Ya ríndanse y les daré una muerte rápida —sugiere Kurtis a la par que Sean y Midas se levantan, este último conscientemente mientras el otro se encuentra algo aturdido, cosa que nuestro protagonista nota por la expresión de confusión de Sean—. Cómo quieran —dice al no recibir negativa y estira sus brazos como estacas hacia ellos, sin embargo, en vez de esquivar hacia su propio lado como hizo anteriormente, Midas se lanza hacia Sean logrando quitarlo del camino de la estaca, pero esta se clava en su hombro izquierdo acabando por hacerlo chocar contra un muro y haciéndolo gritar de dolor mientras sus pies no tocan el suelo, cosa que provoca la risa de Engel mientras Sean mira sin creer lo que acaba de pasar—. Eso fue estúpido.
—Si, estoy de acuerdo contigo... —dice Midas con dolor y Sean se aleja volando al ver algo a la distancia, cosa que alerta a Kurtis, quién voltea liberando a Midas del empalamiento solo para estallarle en la cara una granada que Markus le dispara desde la distancia.
—¿Estás bien? —pregunta Sean mientras ayuda a Midas a levantarse.
—Me he regenerado de peores —Kurtis se levanta y mira a Markus con una expresión confundida, pero el agente no se inmuta y apunta con el lanzagrandas dispuesto a volver a disparar, sin embargo, Engel es más rápido y convierte su puño derecho en una especie de escudo mientras estira dicho brazo hacia Markus, quién dispara, pero la explosión no daña el metal y acaba siendo golpeado de frente por este. No obstante, debido a la distracción, Midas clava logra clavar un shuriken en su cuello, provocando un pequeño quejido de dolor de Kurtis a la par que su brazo vuelve a la normalidad para luego caer al piso.
Minutos más tarde, varias patrullas policiales, ambulancias y vehículos militares se encuentran en la zona arrestando a los sobrevivientes de Kurtis y atendiendo heridos, además de sacando cuerpos de la zona. Midas por su parte se encuentra apoyado en una de las ambulancias, donde se le acerca Sean.
—Oye, yo... —inicia Sean.
—Solo me aseguraba de tener algo con lo que respaldarme si ustedes no cumplían con eso de dejarme en paz, eso-
—Fue heroico —Midas lo mira y al no saber qué decir cambia de tema.
—¿Los prisioneros?
—Adolescentes, niños, jóvenes adultos, ellos...
—¿Están bien? —Sean lo mira.
—Lo están gracias a ti —se escuchan varias voces saliendo de las instalaciones y Sean señala a un lugar—. Ahí están —Midas mira—. Los trasladarán a Chile con mi hermana, ella verá que queden en un buen lugar —Midas voltea hacia él.
—Eres de muy lejos —Sean asiente.
—Extrañaré nuestras... —lo mira—. Charlas llenas de tensión —Midas ríe y asiente para luego voltear de golpe hacia él.
—¿Extrañarás? —Sean chasquea con la lengua mientras asiente.
—Iré con ellos, necesitan quién los proteja —Midas asiente con respeto.
—¿Volverás a pasearte por aquí?
—Lo dudo, no me gusta mucho salir del continente. Seguro me entiendes considerando que hay que rogarte para que salgas de casa —ambos ríen por varios segundos hasta que Markus comienza a acercarse y Sean lo señala—. Pero él se quedará, al cabo que luego estará a cargo de todo esto cuando sea oficial —le ofrece un estrechón—. ¿Amigos? —Midas ríe levemente y acepta el estrechón.
—Prefiero colegas —Sean sonríe y asiente.
—Buena suerte, Midas —finaliza y mira a Markus—. Vogel —se retira y Markus mira a Midas.
—¿Te llevamos de vuelta?
—Me serviría mucho —la conversación es interrumpida por Kurtis Engel, quién está en una camilla con unas esposas que inhabilitan sus poderes renegando en otro idioma mientras se sacude intentando salir, por lo que Markus se acerca siendo seguido por Midas.
—Señor Engel, con mucho gusto escucharé lo que tenga que decir en la sala de interrogatorios, de momento-
—Potremmo essere una squadra —dice Kurtis y Markus se paraliza por un instante para luego mirar de reojo a Midas con la respiración algo agitada, pero voltea rápidamente hacia Engel al ser mirado por el vigilante.
—Ya llévenselo —ordena y Kurtis es metido a una ambulancia mientras Midas mira a Markus con curiosidad, quién nervioso lo mira y continúa con el tema.
—Hay un helicóptero esperándonos, te dejaremos en tu mansión —con desconfianza, Midas acepta y camina junto a él.
Oficina de Elara Stahl
—No suelo dar rodeos, señora Stahl —comienza el juez con un tono de voz grave, apoyándose en el respaldo de su silla—. Sé exactamente lo que está haciendo con esos bienes "confiscados". He visto los números, y créame, no cuadran —Elara mantiene su rostro neutral, sus ojos clavados en el juez como un depredador que evalúa a su presa. No responde de inmediato, lo que obliga a Grunberg a continuar—. Tengo pruebas —dice mientras saca unas fotografías y varios documentos de la carpeta. Las extiende sobre el escritorio, dejándolas al alcance de Elara. Son imágenes de reuniones clandestinas, transferencias sospechosas y contratos con nombres alterados—. Podría destruir tu carrera con esto. Pero, ya sabes, soy un hombre... práctico —el juez saca una pistola de su terno apuntándola ligeramente en dirección a Elara, quién no reacciona visiblemente, pero sus manos permanecen apoyadas sobre sus rodillas, relajadas—. Quiero un millón de euros mensuales —dice con voz firme, aunque sus manos tiemblan apenas perceptiblemente—. Y no intente jugarme, porque si desaparezco, estas pruebas saldrán a la luz automáticamente.
Elara sonríe levemente, como si la amenaza le resultara más un juego que un peligro real. Inclina la cabeza, mostrando una falsa vulnerabilidad mientras entrelaza las manos.
—Por supuesto, entiendo su posición, juez Grunberg. Pero, ¿por qué no discutimos esto como personas civilizadas? —su voz es melosa, casi maternal, mientras toma su bolso del suelo con movimientos calculados.
Mientras parece buscar algo dentro, sus dedos encuentran discretamente un pequeño abrecartas afilado. Sujeta el arma improvisada con firmeza, lista para actuar.
—No hay nada que discutir —responde Grunberg, frunciendo el ceño. Pero antes de que pueda hacer algo más, Elara se lanza hacia él, clavándole el abrecartas en el cuello con precisión quirúrgica. La sangre brota rápidamente mientras el juez emite un sonido gorgoteante, tratando de cubrir la herida con las manos a la par que cae el suelo y Elara se levanta escuchando como su respiración se vuelve errática y finalmente cesa. Entonces retira la hoja de su cuello y con un pañuelo la limpia antes de devolverla a su bolso, moviéndose con una calma inquietante.
En ese momento, la puerta de la oficina se abre de golpe, y Peter, su asistente aparece. El joven observa el cuerpo del juez en el suelo y luego a Elara, quien ya lo está mirando con una mezcla de severidad y dulzura.
—Peter... —dice ella con voz baja y controlada, dando un paso hacia él—. Esto no es lo que parece —el asistente no se mueve, atrapado entre el instinto de huir y la parálisis del miedo—. Peter, escúchame —continúa Elara, acercándose lentamente—. Esto es desafortunado, pero ahora eres parte de esto. Si me ayudas, puedo asegurarte que nada de esto recaerá sobre ti. De hecho, podrías salir beneficiado. ¿Me entiendes? —Peter traga saliva, aún temblando, pero asiente lentamente y Elara se acerca lo suficiente como para colocar una mano sobre su hombro, inclinándose para mirarlo directamente a los ojos.
—Bien, querido. Ahora, ayúdame a deshacernos del cuerpo. Esto nunca sucedió.
Guarida de Midas
El sonido de la cerradura deslizándose rompe el silencio de la habitación. Heinrich, aún con una venda improvisada en el hombro, está sentado frente a una mesa llena de mapas y fotos relacionadas con la misión. La luz tenue del lugar apenas ilumina las paredes decoradas con recortes y conexiones de sus investigaciones. Isabella entra con paso firme, sosteniendo una carpeta.
—Tienes un talento especial para meterte en problemas, ¿lo sabías? —comenta Isabella mientras el ascensor se cierra tras de sí. Su tono mezcla preocupación y reproche. Por su parte Heinrich no se inmuta, pero una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro.
—Es un talento que perfeccioné con los años —responde mientras se pone de pie con algo de esfuerzo.
—¿Qué pasó exactamente allá? —pregunta ella mientras se acerca a la mesa, dejando la carpeta junto a los documentos. Su mirada se posa en el hombro vendado. —Y no quiero que minimices lo que sea que ocurrió —Heinrich suelta un suspiro y se apoya en la mesa.
—La misión fue... exitosa. Rescatamos a los prisioneros y Engel fue capturado. Pero Markus... —antes de que pueda continuar, el teléfono de Heinrich vibra sobre la mesa. Lo toma con rapidez y su rostro se endurece al leer el mensaje. Isabella nota el cambio inmediato en su expresión.
—¿Qué ocurre? —pregunta, preocupada, pero Heinrich guarda el teléfono sin responder.
—Necesito salir. Esto no puede esperar.
—¿Es algo relacionado con la misión? —insiste Isabella, pero Heinrich ya está despojándose de la ropa civil para colocarse su traje de Midas.
—No lo creo, pero lo averiguaré —dice mientras ajusta la máscara en su rostro. Antes de que Isabella pueda replicar, Heinrich ya está saliendo por la puerta, dejando un aire de tensión en la habitación.
Mientras tanto
La atmósfera del laboratorio es fría y meticulosamente ordenada, iluminada por un fluorescente blanco que intensifica el aspecto clínico del lugar. Eva König observa desde la sala de observación, con una expresión tensa pero controlada. En la mesa metálica yace un cuerpo cubierto con una sábana hasta el pecho, mientras el médico forense realiza su análisis con movimientos precisos.
—La causa de muerte parece haber sido un disparo directo a la base del cráneo —dice el forense mientras retira cuidadosamente la sábana para exponer más del cadáver—. Las heridas en las extremidades también sugieren signos de tortura, aunque no fueron fatales. Eva asiente con los brazos cruzados.
—¿Y qué hay del dispositivo que mencionaste en el informe preliminar? —el forense toma una bolsa de evidencia y la coloca sobre la mesa, mostrando un pequeño dispositivo metálico con cables expuestos.
—Esto estaba implantado en la base de su cuello. Parece ser un tipo de tecnología avanzada, pero necesitamos más tiempo para determinar su propósito exacto —Eva entrecierra los ojos, analizando la información.
—Quiero un análisis completo de eso para mañana. Asegúrate de cruzar los datos con cualquier registro de modificaciones tecnológicas recientes —el médico asiente y continúa con su trabajo. Con un movimiento eficiente, aparta la sábana para exponer el rostro del cadáver. Eva, hasta ahora serena, mantiene la mirada fija mientras la tensión en su mandíbula se hace evidente.
—¿Algo más? —pregunta el forense y Eva permanece en silencio por un momento, sus ojos recorriendo el rostro sin vida frente a ella. Finalmente, su voz suena baja pero cargada de una emoción difícil de descifrar.
—Sí. Identifíquenlo formalmente en el informe —dice mientras se da la vuelta, lista para abandonar la sala. Justo antes de que cruce la puerta, el forense habla detrás de ella, como si fuera un mero detalle técnico.
—De todas formas, sabemos quién es. El cuerpo pertenece a Wolfgang Hoffmann.
Créditos
Personajes
Heinrich Weber Meier/Midas
Kurtis Engel
Markus Vogel
Jorvik Blücher
Sean Walker
Helena Blücher
Isabella Lehmann
Elara Stahl
Kaspar Eisenhardt
Peter Keller
Dieter Krause
Eva König
Jonas Wagner
Viktor Schatten
Juez Grunberg
Asociada
Lars Vogt
Soldados de Engel
Guarida de Viktor
El mercenario se encuentra en silencio con sus ojos fijos en la pantalla de la computadora. mientras su asociada entra al lugar.
—¿Hoffmann está muerto? —pregunta ella con su voz baja y él simplemente asiente con una ligera sonrisa.
—El trabajo está hecho —ella guarda silencio unos segundos más, evaluando la información—. ¿Qué sigue? ¿Tu cliente te pagará a ti y tú me darás el pago o...? —ella da un paso adelante, sus botas resonando suavemente en el suelo de concreto.
—Pronto buscarán a los responsables —dice, manteniendo su tono firme—. No te equivoques, Viktor. La muerte de Hoffmann no pasará desapercibida. Al fin y al cabo era un capo criminal. Querrán saber quién estuvo detrás de esto, y eso podría traerte más problemas de los que estás dispuesto a enfrentar —Viktor se levanta y se acerca agresivamente hacia ella, pero la mujer ni se inmuta.
—¿Fue por eso que recurriste a mi? ¿Para librarte de las consecuencias! —la mujer ríe y asiente
—Y tu tontamente caíste —Viktor la agarra del cuello de su ropa y la levanta con un solo brazo mientras con el otro le apunta con un arma
—¡No juegues conmigo!
—No estoy jugando, de hecho esto es bueno para tí... —responde con una calma que, por alguna razón, genera más desconfianza que una amenaza abierta, por lo que Viktor frunce el ceño, pero no responde inmediatamente. En lugar de eso, la deja calmadamente en el suelo.
—¿De qué hablas? —ella sonríe
—Me informan que Midas sigue en el tablero... Será él quién te busque porque no tolerará que alguien más haya matado a Wolfgang, entonces tú lo raptarás y quienes quieran su cabeza, que ya te digo, no son pocos, se pelearán por quién paga más por él, por quién te pagará más... A ti —Viktor retrocede y se recuesta en su silla mientras la señala con una sonrisa.
—De acuerdo, te la compro... —cruza los dedos—, pero esta es la última vez que te ayudo a librarme de un problema... A menos claro que cuando llegue el momento, me ayudes a librarme del mío —la mujer lo mira con una sonrisa que muestra intriga.
Producción
Guión por: respaldoRS
Idea original: SebArtav
Director de efectos visuales,
diseñador de portada y gifs:
respaldoRS
Inicio de pre-producción
(Idear el capítulo):
Mediados de 2024
Final de pre-producción:
24 de Enero de 2025
Inicio de producción
(Escritura):
21 de Enero de 2025
Final de producción:
25 de Enero de 2025
Inicio de post-producción
(Edición):
26 de Enero de 2025
Final de post-producción:
30 de Enero de 2025
Presenta
Una serie original de Wattpad
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