Nada puede ir peor cuando ya lo es
«Becky está acercándose. Sus manos acarician mi rostro, sonríe. Cierro los ojos esperando con ansias el toque de sus labios cereza y...»
—¡Luciano! —una voz irritante interrumpe mi mágico momento—. ¡Cara de asno!
Abro mis ojos lentamente, sintiéndome triste de que haya sido un sueño.
—¿Qué? —balbuceo, mientras me restriego los ojos para ir espabilando.
—¿Hoy no es tu primer día?
—¿Qué? —Mi cerebro no asimila correctamente la pregunta de Bruce, mi hermano veinteañero y desempleado.
—Mamá intentó despertarte hace rato, pero tuvo que irse. Me pidió que lo hiciera pero...
—¡¡Por todos los demonios!! —Me caigo de la cama, exhaltado, al ver la hora en mi celular—. ¡¡Son las ocho, Bruce!!
—Eso intentaba decirte.
—¡Voy mega tarde! —El pánico se apodera de mí, mientras agarro todo lo que hay en mi escritorio para meterlo en la mochila.
—Calma, Luci, ¿cómo puedo ayudarte?
Le gritaría por no haberme despertado antes, pero me viene genial su ayuda.
—¡Necesito medias! —respondo instantáneamente.
Acto seguido, me doy una ducha tan rápida que es digna de un Récord Guinness. Y me seco torpemente.
Agarro los primeros calzones que veo —desconozco si están limpios—, la camisa escolar me la cuelo por los hombros y me engancho los pantalones. Solo atino a abrocharme el botón central.
Ya habrá tiempo de cerrarme camisa y cremallera en el camino.
—Encontré dos calcetines. Solo creo que no son del mismo par —informa Bruce.
Volteo y me topo con un calcetín rojo y otro verde en sus manos.
—¿Crees? —A veces pienso que se golpeó la cabeza de pequeño.
—Son las ocho y media, sabiondo.
—¡A la madre! —Agarro ambas medias y me las pongo, después, los zapatos.
Confío en que mis tenis altos no las dejaran mucho a la vista.
—¡Hay algo que debo decirte! —grita Bruce cuando estoy escaleras abajo con mochila al hombro.
—¡¿Qué?! —suelto atónito al ver la mesa vacía.
—Me comí tu desayuno.
Me giro furioso a ver a mi hermano —luego de su pequeña confesión— y le saco el dedo del medio. Estúpido idiota.
—No te quejes y toma esto para tu aliento de patas. —Bruce me extiende una menta que saca del paquete en su bolsillo.
Admito que no me he lavado los dientes todavía. Así que la acepto solo por eso.
—Corre, Luci. El autobús no te va a esperar —agrega.
Diablos. ¡¡El autobús!!
Salgo corriendo de la casa. Meto la menta en mi boca y casi me atoro con ella. Correr mientras intento abrocharme la camisa, no resulta tan fácil como pensaba.
Los botones son tan pequeños que se me resbalan. O tal vez yo soy el de los dedotes.
Estoy a punto de aprochar el último —mientras continúo mi carrera hacia la parada— y se me vuelve a resbalar.
¡¿Qué karma es este?!
Bajo la mirada por un segundo —para abrocharlo— y lo logro, solo que...
—¡¡Carajo!! —Me he estrellado contra un jodido poste de electricidad.
Me duele hasta en lo más profundo del alma. Creo que se me va a salir un pedazo de cerebro. Definitivamente tengo que haberme rajado la cabeza. ¡Cuánto daño!
Mirando hacia abajo —sosteniendo lo que me queda de cerebro— noto que no me puesto los tenis altos, sino las Vans.
¡Fabuloso! Ahora todos verán mi asombrosa combinación de calcetas.
Reanudo mi andar, pero a paso lento. La cabeza aún me palpita.
—Odio mi vida —mascullo.
Pero antes de que pueda odiarla más, veo al autobús a lo lejos.
—¡Oiga! —grito, empezando a correr—. ¡¡Espere!!
Corro más deprisa. Pero el jodido transporte solo parece alejarse más.
—¡¡Chófer!!
Llamo hasta quedarme sin aliento. Y me detengo a media calle, sosteniéndome de mis rodillas, respirando agitado.
Maldito Matías, seguro lo hizo porque le pedí que cambiara sus bachatas en el último viaje escolar. Me mira con mala cara desde entonces.
Trago la menta que vengo mascando de hace un rato e inspiro fuerte. Me espera otra buena carrera hasta la escuela.
***
—¡Luciano! —María, la guardia, se sorprende de verme.
—Buen... día —apenas puedo pronunciar, malditamente agitado.
—¿Qué te ha pasado, muchacho? —inquiere preocupada—. Tienes un moretón bien feo en la frente, ¿estás bien? Se ve hinchado.
—Necesito... llegar a...a...
No puedo ni completar. Siento que me asfixio.
—Te dejaré pasar —responde, gracias al cielo—. Solo ve a la enfermería y abrocha tu cremallera.
—Te amo, María —suelto sin más y ella sonríe.
Entro rápido a la escuela —no sin abrochar la cremallera antes— y mis zapatos chillan sin descanso. ¡Jodidos zapatos nuevos!
Llego a mi salón con sigilo y entro de puntillas. La profesora Inés está escribiendo fórmulas matemáticas en el pizarrón y no se ha percatado de mi presencia.
Estoy a un paso de alcanzar un puesto vacío atrás cuando, el pie de Enzo, se me atraviesa y me hace tropezar bruscamente.
Me desplomo en el suelo y mi mochila hace ruido también al caerse.
—¡Señor Luciano Álvarez! —su voz chillona me reprende de inmediato—. ¡Váyase a la dirección ahora mismo!
Puedo oír las risas de Enzo y su grupito de idiotas mientras me levanto. La profesora vuelve al pizarrón como si nada mientras yo agarro mi mochila para marcharme.
Ahora me duelen las rodillas, además de lo que sea que tenga en mi frente. Sencillamente fantástico.
Estoy andando cabizbajo —murmurando miles de maldiciones— cuando vuelvo a chocarme. ¿Nunca se aprende, cierto? Pero, afortunadamente, no es con un poste.
—¡Becky! —En mi cara aparece una sonrisa tonta.
—Hola, Luci —No me agrada ese apodo pero, viniendo de ella, es un placer—, ¿estás bien?
—Mejor ahora que te veo.
Me reprendo mentalmente por ese intento tan cliché de flirteo.
—Déjame llevarte a la enfermería.
—Pero yo...
—¡Sin peros! —exige—. Le explicaré a mi padre después. Te llevaré con Marta para que te revise esa frente que tienes fatal.
Becky preocupada por mí y luego excusándose con el director. ¡Hoy es el mejor día de mi vida!
Asiento con la cabeza a todo lo que dice y dejo que me guíe.
Karma, poste, los amo.
Historia loca de 998 palabras que participó en el reto#66 de los Desafíos de Novela Juvenil. Me fascinó hacerla🤣.
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