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La leyenda del náufrago y la luz blanca

Érase una vez en un pequeño reino, un añejo rey que decidió que era hora de pasar el trono. Carente de herederos, el anciano convocó a su reino y anunció: "Quién encuentre aquel lugar en donde yacen los tesoros perdidos en el mar y me traiga el anillo dorado real, será el nuevo rey de estas tierras". Y desde ese momento, voluntarios no faltaron para probar su valía. Jóvenes fuertes, hombres experimentandos; todos partieron en sus barcos y botes sin rumbo preciso. Todos ambiciosos de tal premio. Solo hubo uno a quien no le motivó mucho, un joven que había encontrado su vocación en la música y prefería pasar las tardes tocando junto al arrullo del viento y los ruiseñores que remando por desconocidos parajes.

Pero la familia de este era muy humilde. La muerte de su padre, pilar de la casa, lo hizo tomar una decisión que definiría el rumbo de su vida. Consiguió una pequeña embarcación y aprendió a navegar con los viejos pescadores. Percival partió a encontrar el misterioso Edén que podría compensar a su madre y abuela por sus años de dedicación y cuidados.

***

El cielo rugía ferozmente. Las inmensas saladas golpeaban sin perdón. Cualquier maniobra se veía frustrada por el poder del mar y la fuerza brutal del viento. El joven no tuvo más remedio que refugiarse y rezar a los dioses por clemencia...

Abrió los ojos de golpe cuando un estruendo lo removió. Rápidamente salió y descubrió que había llegado a tierra. La arena que se coló en sus zapatos lo hizo pensar que había llegado a una isla. Pero dudaba... ¿sería aquella la que estaba buscando?

Divisó otros barcos a su alrededor. Al parecer, no era el único allí. Optó por tomar lo necesario y caminar en busca de algo o alguien que pudiera darle más información sobre su paradero.

***

Cada paso que tomaba, lo adentraba más a aquel lugar sombrío. A pesar de que la tormenta había pasado, era como si el Sol no llegara a aquel lugar. Un escalofrío le recorrió el espinazo cuando escuchó el crujir de unas ramas a sus espaldas.

Izquierda, derecha. Percival volteó en todas direcciones y no distinguió nada. Sin embargo, unos pasos más adelante, fue sorprendido al ver una intensa luz blanca.

—¡Oye! —llamó, con la esperanza de que se tratara de alguien. Pero la luz se perdió entre una intensa niebla que cubría la misteriosa zona.

No dándose por vencido, corrió en dirección a donde la había visto desaparecer.

«¡Cuidado!», sintió una advertencia y retrocedió. Era extraño, pues no alcanzaba a ver a nadie. Aquella voz fina le había detenido antes de que tocara el agua salada de un agujero de gran tamaño.

Percival continúo su camino entre  palmeras y rocas. ¡Nada había por todo aquello! El silencio era ensordecedor. Solo el viento danzando entre las hojas hacía la diferencia. Finalmente, decidió descansar en una cueva que encontró.

«Vete. Huye. Sálvate. ¡Será demasiado tarde después!»

Se despertó agitado y con sudor en la frente. Otra vez aquella voz como un susurro atrapado en su mente.

Confundido y abrumado por su soledad, sacó su siringa comenzó a entonar una enternecedora melodía. El cálido aire circulaba por los conductos de bambú con elegancia y suavidad, creando una atmósfera de paz entre tanta oscuridad.

De pronto, la luz blanca se alzó de nuevo. Cerca. Moviéndose al compás. Percival continúo tocando, observándola intrigado. La niebla era tan espesa alrededor del agua que solo la luz podía distinguirse. Como si alguien estuviese danzando sobre las rocas.

Un terremoto lo detuvo abruptamente. La tierra comenzó a moverse tanto que parecía que iba a abrirse... y eso hizo.

El grito de Percival fue ahogado por el agua. Comenzó a nadar hacia la superficie. Una extraña corriente lo seguía arrastrando hacia abajo. Casi dándose por vencido en su desesperación, sintió como una mano lo agarraba. Era aquella portadora de una lámpara, cuya luz había vislumbrado antes.

Abrió la boca sorprendido pero la cerró de inmediato al sentir el gusto salado dentro. Su salvadora se despojó de su objeto y con ambas manos lo arrastró hasta arriba.

Tosieron y recuperaron el aliento. Percival se frotó los ojos anonadado ante la belleza de su heroína. Frágil e imponente al mismo tiempo. Era la primera vez que su corazón latía tan rápido al ver a una persona.

—¡Deprisa! —La chica lo agarró por los hombros y lo ayudó a ponerse de pie—. ¡Debes irte!

—¿Y tú? —cuestionó. Si había un peligro real, no se perdonaría el dejarla sola.

—Yo soy la esclava de aquel monstruo que yace en las profundidades de esta isla y disfruta de la carne de los hombres. Te quiere a ti. Debes huir antes de que sea demasiado tarde.

—Me iré —respondió firme—. Pero contigo. —Y tomó la mano de la joven para salir corriendo.

Las vibraciones crecientes volvían. Sin embargo, no eran suficientes como para detenerlos.

La embarcación de Percival había desaparecido. Seguramente hundida o soltada a la deriva durante el desastre. No obstante, quedaban los barcos de aquellas víctimas perdidas. Subiéndose en el primero que vieron, alistaron todo con velocidad para irse.

Las olas conspiraban en su contra. Podían ver como la isla se hundía pedazo a pedazo mientras se alejaban. Unos ostentosos tentáculos emergieron, intentaban alcanzarlos.

—¡Déjame atrás! —exclamó ella, alzando su voz entre la tempestad—. ¡Intentaré calmarlo!

—¡No! ¡Más que nadie mereces irte!

Luchando contra todo y dándose cuenta de lo poco que estaba resultando, Percival se arrojó al mar.

—¡¡No!!

Y su voz fue lo último que escuchó antes de perder la noción.

***

«Vamos, vuelve. Despierta. Quédate conmigo. No te rindas. No me hagas esto, por favor. Tienes que volver...»

—¡¡Ah!!

Percival despertó. Escupió el agua que había tragado.

—¡Sí!

Volteó y pestañeó repetidamente. Era aquella chica. Esa que había encontrado en la isla condenada.

—¿Q-Qué fue lo que pasó?

—Te saqué y puse devuelta en el barco. No sé qué más pasó. Fue un milagro que lográramos llegar a tierra.

—¿Estás bien? —cuestionó y ella asintió.

Los rayos del Sol acariciaron sus rostros, así como un resplandor extraño deslumbró los ojos de Percival.

—¿Qué es eso? —Tapó con su mano para ver mejor y descubrió un anillo dorado en la mano de ella.

Tenía grabado el escudo del reino.

—¿Diana?

La joven alzó la mirada, llena de lágrimas. Hacía tanto tiempo que nadie la llamaba por su nombre...

—¡Tú eres la princesa que desapareció en el mar hace años! —Percival no podía contener su sorpresa—. Tu padre no ha parado de buscarte, Diana. Q-Quiero decir, su alteza. —Y se levantó para hacer una torpe reverencia.

—Creo que es hora de... —La joven se puso de pie y miró hacia arriba. Aquella bandera que recordaba perfectamente hondeaba en el mismo lugar, el más alto del palacio. Miró al chico con quien había regresado y preguntó—: ¿Me acompañarías?

Percival sonrió mientras asentía. Juntos caminaron hacia el palacio y fueron recibidos con gran sorpresa y júbilo.

Diana se convirtió en la heredera al trono después de la muerte de su padre y Percival consiguió la recompensa que deseaba para su familia. Años después, se convirtió en el nuevo rey.

Todos recordaron su reinado benevolente y piadoso durante muchas generaciones. Y su historia, se convirtió en una leyenda. La leyenda del náufrago y la luz blanca.

Fin

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