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Bajo la luz del ocaso

La pequeña Elisa está sentada en mi regazo mientras admira con sus bien abiertos ojitos mieles las fotos en el álbum. De vez en cuando, sonríe, las toca suavemente —como si no quisiera dañarlas—, y me mira con esa incesante curiosidad que lleva dentro.

—Papá, ¿has visitado todos estos lugares?

—Sí, antes solía viajar por toda clase sitios —respondo, esbozando una pequeña sonrisa.

—¿Y por qué ya no lo haces? —vuelve a inquirir, alejando su atención del libro frente a ella.

—Porque encontré todo lo que necesitaba y nada de lo que pueda encontrar por el mundo es mejor que eso. —Ya que mi respuesta no ablanda su ceño fruncido, añado—: Amor.

—¡Papá! —dice, desfigurando su rostro en una mueca—. Qué cursi eres.

Me río negando con la cabeza, y ella se concentra nuevamente en el álbum para darle vuelta a la página.

—¡Vaya! —exclama, deteniéndose en una imagen en particular—. ¡Qué lindo!

—¿Te gusta?

—¿Dónde es? —Su carita emocionada responde mi pregunta anterior.

—Esa foto fue tomada en Hésperis. Una ciudad que visité hace mucho tiempo.

—¿Y quiénes son ellos? —cuestiona, señalando con su dedito a la pareja en el centro.

Es una foto tomada a distancia, los rostros no se identifican con claridad. Por dentro, me alegra que se interese.

—¿Te gustaría saber por qué estaban allí?

Elisa asiente enérgicamente con la cabeza mientras su sonrisa se ensancha.

—Es una larga historia, así que es mejor que te sientes en esa silla. Sino, probablemente se me duerma la pierna —explico, apuntando al asiento enfrente mío

—Pero qué dramático —Elisa suspira, dejando el álbum sobre la mesita de café, y cumple mi petición—. ¿Ya puedes comenzar?

—Claro —afirmo.

Me acomodo y aclaro mi garganta antes de continuar.

—Todo comenzó en aquella ciudad que te mencioné. ¿Sabes lo que es Hésperis?

—Una ciudad —constestó de inmediato.

—Es válido. —Río antes de proseguir—. Pero no me refería exactamente a eso, Eli. La ciudad fue nombrada así en honor a una de las diosas menores, guardianas del tiempo del día.

—¿Cuál tiempo?

—El atardecer.

—¡Oh! —Forma una "O" con su boca y me hace un ademán con su manita para que continúe.

—Y resulta ser que, en esta ciudad, había un hermosa glorieta; especialmente construida en celebración a esta diosa. Una que se encontraba al final de un pequeño puente, encima del lago que se extendía por buena parte de Hésperis. Con una cúpula bulbiforme, parecida a esas que ves en el Taj Mahal en La India o en la Catedral de San Basilio en Rusia, sostenida por ocho pilares. Y que, además, poseía una punta. La cual se alineaba con el Sol durante el ocaso; como si por algunos instantes tuviera una brillante esfera encima.

—¡Genial! —comenta Elisa—. ¿Y ellos qué tienen que ver con eso?

—Bueno, ellos se conocieron en ese preciso lugar.

—¿Fueron a ver la puesta de Sol? —intenta adivinar.

—No exactamente. Verás, en ese tiempo, un joven había llegado a la ciudad de Hésperis; por turismo. Venía fotografiando todo y documentando su viaje en un pequeño cuaderno. Se podría decir que era un aventurero.

»Entonces, este chico encontró a una persona durante su recorrido. Un lugareño de unos sesenta años, de cabellos y barba blancos. Y este le contó acerca de la glorieta de Hésperis; la cual rumoreaban, era un portal entre dos mundos.

—¡¿De verdad?! —Mi pequeña no puede disimular su emoción. Yo asiento antes de volver a la historia.

—Pero el chico no creía en cosas mágicas de rumores o leyendas.

—¿Por qué no?

—Porque mantenía la mentalidad de "ver para creer", Elisa. Aunque no te preocupes, él fue de todas formas.

—¿Y la encontró? —pregunta ella, refiriéndose a la chica de la foto.

—Aún no. El chico visitó el puente y tomó más fotos. Luego, revisó su celular con la intención de llamar a su amigo y hablarle sobre su viaje; pero no tenía recepción. Estuvo caminando hasta que, repentinamente, su teléfono marcó las tres barras de señal debajo de aquella cúpula; y se alegró.

»Marcó el número y tres repiques después... la llamada se cortó nuevamente por falta de recepción. Mas no fue en eso en lo que se fijó, sino en la chica que tenía enfrente. ¿Cómo podría haberse aparecido de la nada? Ciertamente, creyó que estaba soñando.  Pero la chica volteó y lo observó con la misma sorpresa plasmada en su rostro. "¿Quién eres?" se preguntaron al unísono. Entonces, la muchacha volvió a tomar la palabra y le dijo: "¿Desde hace cuánto está aquí?". Él, que tomó unos instantes para espabilar del trance en que le había metido su belleza más que el de la sorpresa, le explicó eso mismo que había pasado.

»Coincidieron finalmente en que sus inquietantes apariciones frente al otro eran, en sí, un misterio; casi rozando lo fantástico. Pero pronto se olvidaron de ello, porque descubrieron que tenían una increíble química. 

—¿Qué significa "tenían química"? —inquiere Elisa, mientras vuelve frunce el ceño.

—Me refiero a que poseían varias cosas en común, cariño. Dos personas que tienen buena química son capaces de llevarse bien rápidamente.

—Ya veo —agrega, junto a un leve asentimiento—. Puedes seguir.

—Entonces, te diré que ellos ya habían intercambiado criterios, datos personales, e incluso compartido algunas de sus incertidumbres en tan solo ocho minutos. Era casi irreal la manera tan fácil con la que simpatizaron. Pero no creas que terminó ahí.

»Resulta que, de charla en charla, al joven se le ocurrió mostrarle algunas de las fotos que había tomado. Y en cuanto tomó su cámara y seleccionó una de sus fotografías anteriores para que la chica viera... ella ya no estaba. Se había esfumado justo como hizo principio: de la nada. El chico comenzaba a creer que aquella muchacha era algún producto de su imaginación. Así que decidió volver a su habitación de hotel y descansar.

»Al día siguiente, se despertó ojeroso. Casi no había podido dormir pensando en lo que había sucedido. Entonces, decidió llegarse al mismo lugar a la misma hora. ¿Te imaginas lo que pasó?

—¿Se encontraron? —mientras lo dice, el rostro se le ilumina alegre.

—¡Bingo! —Sonrío—. De hecho, a la chica le había pasado igual. No tenía ni idea del porqué. Así que al chico se le ocurrió buscar al señor con el que había hablado antes, ese que parecía saber más que cualquiera acerca de Hésperis y su historia; y se lo contó a ella para que lo acompañara.

»Él salió primero, supuestamente seguido por la chica. Y lo increíblemente insólito en ese momento fue que, cuando el muchacho se volteó... ¡ella ya no estaba! El cerebro se le iba a explotar de tanta extrañeza. Entonces, siguiendo una loca idea que había cruzado fugazmente por su cabeza, se regresó hasta la glorieta. ¿Podrías creer que la chica apareció justo cuando puso un pie ahí?

—¿Ella es mágica? —Los ojos de Elisa se agrandaron, expectantes.

—Me temo que no, hija. Cuando estuvieron uno frente al otro, ella le explico que sí había salido detrás suyo. Pero que había sido él quien había desaparecido, hasta el instante en el que ambos volvieron a ponerse bajo la sombre de aquella cúpula. Era raro, para ambos. Sin embargo, el día no dejó de sorprenderlos; dos minutos después, dejaron de verse.

—¿Por qué?

—Él corrió a buscar esa misma respuesta inmediatamente después de verla desaparecer. ¿Nunca has sentido que cuando más quieres una cosa, más difícil se vuelve llegar a ella? Aquel señor no estaba en su lugar de antes ni por esos alrededores. Luego de un buen rato de búsqueda, el chico paró para cenar en uno de los pequeños restaurantes de Hésperis.

»Realizó su pedido, esperó unos momentos, y casi deja la mandíbula en la mesa cuando vió quién venía trayéndolo. El anciano le sonrió y le sirvió cordialmente. Como si pudiera leerle la mente, tomó una silla y se sentó frente a él. "Coma antes de que se enfríe", dijo. El muchacho reaccionó y comenzó a degustar su cena. "Este es mi negocio. Espero que la comida le agrade", agregó el señor. El chico, aunque un poco impresionado aún, felicitó la cocina del lugar. "Por su cara, creo que quiere hablarme acerca de otra cosa, ¿cierto?", y el muchacho asintió ante sus palabras.

»"Quiero saber todo lo que esconde esa glorieta", respondió sin vacilar. El hombre sonrió, y... ¿cómo no hacerlo? Aquel incrédulo por fin había tenido una probada de magia verdadera. El señor se acercó sobre la mesa y comenzó a contarle: "Cada día, cuando comienza a atardecer y el Sol se alinea con la punta de la glorieta, esta se convierte en un puente entre dos dimensiones", la respuesta del hombre casi hizo que el chico se atragantara, pero lo siguió escuchando atentamente: "Si personas de dimensiones diferentes están en ese lugar durante ese precioso instante, serán capaces de verse e interactuar. Pero solo tienen unos minutos porque dura hasta que el Sol se oculta totalmente. Si quieres volver a verla, tendrás que regresar mañana." Cuando finalizó, el chico no pudo evitar preguntarle: "¿Cómo sabe de ella?". El señor volvió a poner una sonrisa en su añejo rostro y respondió: "Más sabe el diablo por viejo, que por diablo".

»Entonces, el chico volvió al día siguiente y esperó a que cayera el ocaso. Manteniendo la esperanza de que la chica viniera a su encuentro.

—¿Y la vió? —interrumpe Elisa, muy metida en la trama.

—Afortunadamente, sí, cariño. Y le contó lo mismo que el señor le había explicado.

—¿Cuántos minutos tenían para verse, entonces?

—Aproximadamente nueve, y a veces menos. —Las comisuras de los labios de Elisa descienden ligeramente, decepcionadas por eso—. No obstante, se reunieron cada día en esa glorieta. Y, horas antes de sus encuentros, planeaban las preguntas que se harían o las cosas que les gustaría intentar. Te sorprendería lo rápido que jugaban ajedrez. —Elisa esboza una pequeña sonrisa mientras prosigo—. Así fueron pasando las semanas hasta que...

—¿Envejecieron?

—No —niego riendo—, se enamoraron.

—Pero... ¿cómo podían festejar una boda en nueve minutos?

—No lo hicieron, cariño. Ellos tuvieron sus citas rápidas en aquel lugar. Y debes saber que el poco tiempo que tenían solo hacía cada instante más especial. Siempre se inventaron algo —cuento, y agrego de paso—: Cuando amas a alguien, encuentras la manera de que funcione.

—¿Y se quedaron así por el resto de la vida? —Se me hacía curioso, y algo gracioso, su interés por saber si acaban juntos de por vida.

—No tan rápido, Eli. Seis meses después de su primer encuentro, un tornado azotó Hésperis; dejando a su paso un terrible desastre. Pero lo que verdaderamente desconcertó al muchacho fue ver los escombros de la glorieta ante sus pies.

»Aquella tarde, no pasó nada. Ni en la siguiente, ni en la otra después de esa. Tres semanas transcurrían y ambos jóvenes seguían sin ser capaces de reencontrarse. Angustiado e impaciente, el chico fue nuevamente en busca del sabio señor; para su suerte, pudo localizarlo en aquel establecimiento que poseía. Pero las malas noticias no tardaron en llegar, y fueron nada más y nada menos que el significado de la destrucción de este "portal": se había sellado la posibilidad de interacción entre dimensiones para siempre; sin embargo, habría un eclipse solar anular dentro de dos días. Y esa sería la oportunidad definitiva para que alguno de los dos se quedara en la dimensión del otro.

—¡Papá! ¡Dime que se quedan juntos!

—¿Me podrías dejar terminar? —inquiero, mientras enarco una ceja y ella asiente—. Bueno, el caso es que el chico esperó pacientemente; y llegado el día, salió en una bicicleta que había rentado hacia la glorieta. O lo que quedaba de ella.

»El cielo grisáceo no era una buena señal. Truenos y relámpagos se incorporaron a la escena y no pasaron dos segundos antes de que comenzara a caer una lluvia tremenda. Había, además, una fuerte ventolera. Las ruedas de la bici comenzaron a patinar sobre las calles mojadas. Pero él, continuaba, porque el eclipse duraría aproximadamente el mismo tiempo con que solía compartir con ella; y... ¿cómo podría él tener certeza de que ella iba a estar allí en ese momento? Es decir, no tenía idea de si en aquella dimensión llovía igual de feo que en la suya, o si ella estaría en otro lugar por algún compromiso.

»Así que siguió, hasta que un rayo cayó y partió el tronco de un árbol; casi cayéndole encima. El simple aguacero empezaba a transformarse en una tormenta nada favorecedora. Desesperado, el muchacho terminó tirando su vehículo y corriendo como pudo; porque tenía una rodilla lastimada, hasta llegar a allá. A pesar de que la lluvia cesó lentamente, el cielo nublado no le permitía saber si había llegado demasiado tarde o no. Entonces...

—¿Se puede saber qué hace usted aún despierta, señorita? —Mi esposa irrumpe en la habitación, con la mirada puesta sobre nuestra hija.

—¡Mamá, déjame terminar la historia! ¡Por favor! ¡Por favor! —Elisa comienza a hacer pucheros y junta sus manos en súplica.

—Tienes que ir a dormir, es muy tarde. Mañana pueden seguir. —Ante las palabras de su madre, suspira y se vuelve hacia mí.

—Mamá tiene razón, cariño —le digo, y la cargo para recibir su beso de despedida.

—¿Se encontraron? —susurra en mi oído.

—¿Qué piensas tú? —replico, en el mismo tono.

Elisa sonríe y me dice—: Que ella cruzó a su dimensión y se casaron.

—¿Ya vienes? —le inquiere su madre.

Sonrío por última vez y la dejo de vuelta en el suelo.

—¡Buenas noches, papá! —se despide agitando su manita, y desaparece por la puerta rumbo a su habitación.

—¿Otra vez contando cuentos, Will? —suelta mi esposa una vez que Elisa sale.

—Sabes que no son cuentos, Clara —respondo, y compartimos una sonrisa casi instantáneamente—. Gracias por venir a mí.

Ella solo sonríe y me deja un beso en la mejilla antes de irse a arropar a nuestra pequeña. Entre tanto, me ocupo de guardar nuestras memorias de vuelta en el cajón.

No seríamos quienes somos sin nuestro pasado. Lo sé perfectamente. Pero es importante que vivamos el "hoy" más felices que antes. Porque no podemos desperdiciar la oportunidad que nos ha dado Hésperis, ¿cierto?

Relato inspirado en la imagen de la multimedia y ganador del Concurso de @ Vanesa9200



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