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La Princesa Caprichosa

La Princesa Caprichosa se convirtió en reina de Abdulia tras la muerte de sus padres, a la temprana edad de 13 años, pero lejos de llevar tranquilidad a su pueblo, la joven soberana se dedicó a cumplir sus más excéntricos caprichos. Al transcurrir unos meses, nadie era capaz de distraerla en su eterno aburrimiento y los señores del consejo se veían incapaces de controlar sus berrinches.

Una mañana de niebla llegó a Abdulia un misterioso hechicero: delgado, cubierto de la cabeza los pies con un manto marrón y luciendo unas desgastadas sandalias. Se presentó como el hombre capaz de solucionar las penas de la Princesa Caprichosa, a lo que el Consejo accedió gustoso, sin más indagaciones.

—Dígame, Princesa, ¿cómo puedo complacerla usando solo un simple encantamiento —preguntó mientras ejecutaba una reverencia.

Pensativa estuvo la niña, hasta que sus ojos brillaron con la luz de una idea.

—Juguetes. Quiero todos los juguetes que pueda tener una princesa y miles más.

—La cantidad debe ser específica, su alteza, para que el hechizo sea efectivo.

La Princesa Caprichosa dio un vistazo desde la ventana, al pueblo y sus moradores, que eran muchos; aunque ella desconocía la cifra exacta. Señalando a sus súbditos, contestó al hechicero.

—Esa cantidad me parece suficiente.

—¿Sus pobladores en juguetes es la cifra que desea?

—Eso es. Y también mis servidores del palacio, el consejo, los caballeros...

El hombre repitió la reverencia.

—Sus deseos son órdenes, Princesa.

Hizo girar el báculo sobre su cabeza, al tiempo que pronunciaba en susurros las palabras mágicas.

Sobre Abdulia brilló una luz cegadora, que envolvió pueblo y castillo por igual. Al disiparse, todos habían sido convertidos en juguetes de madera; pequeñas estatuillas llenas de color, pero sin vida.

La Princesa Caprichosa dio un grito y rompió en llanto.

—¿¡Qué has hecho, horrible brujo!? ¿Qué le has hecho a mi reino?

—He cumplido su deseo, mi princesa. Sus pobladores en juguetes, como ha pedido.

Y mientras abandonaba el salón, podía escuchar los sollozos de la joven.

—Tenga cuidado con sus deseos, a veces se cumplen y nunca para bien. —murmuró el hechicero con una sonrisa espeluznante.



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