Fue en la fría noche del diez de noviembre cuando de alguna manera inexorable le habían advertido que no podían colocar ninguna información que tuviera relación alguna, en tinta y papel, con aquella renombrada letra. Claro que al principio a Tom Riddle le pareció muy fácil, por lo que en primer lugar rió por lo bajo y luego no titubeó en tomar el lápiz y dibujar con avidez en el inmaculado papel.

Tenía la innata habilidad de hacer que todo fuera de gran provecho aún en un momento de total penumbra. Era único, inigualable y manipulador. En definitiva, era auténtico.

Por tanto, con mucha intrepidez lo cual era otra cualidad que le caracterizaba... empezó. Al momento, no tomó en cuenta de cuán importante era evitar trazar aquella relevante letra. De hecho, en un momento de gran bloqueo mental por poco comete un irreparable error. ¡Y él nunca podía  fallar! Por lo que era ahí donde yacía el problema de todo. Le era muy difícil concentrar la mente y no perecer en el intento.

Exhaló una bocanada de aire; bloqueó cualquier imagen en la intrincada cabeza que ya le perturbaba y, finalmente, volvió a la dura realidad. El reflejo del vidrio le miró expectante... con malicia.

No podía explicarlo, porque no tenía ninguna razón para hacerlo pero enfrente de él permanecía una letra ornamentada que ondulaba en una perfecta curva arriba y luego tomaba una bifurcación hacia abajo. No creía lo que veía. Imprertérrito miró con atención.

El mundo alrededor de él, explotó. 

¡Era la letra innombrable! ¡La Letra-Que-Él-No-Podía-Nombrar!.

No lo dudó ni un minuto, porque para aquel infalible momento ya todo había terminado. Lo había logrado, era el fin de aquella tortura.

N° palabras (título incluído): 285.