Hace unos años, mi vida se derrumbó por completo -sí, toda mi vida, o eso creía-. Soy Lidsey y esta es mi historia.

Todo comenzó, después de haber estado en un accidente automovilístico y haber pasado por muchas y dolorosas operaciones. Al final, terminé en una silla de ruedas, odiando todo y a todos... Mis días eran amargos y oscuros, no parecían tener fin. Me encerraba en mi habitación y pasaba horas y horas llorando y gritando del dolor y la frustración. Al caer la noche, deseaba morir, no quería aceptar la realidad. Añoraba los buenos tiempos y me aferraba a ellos con todas mis fuerzas... Esa fue mi vida durante algún tiempo, hasta que decidí acabar con ella.

Antes de poner en marcha mi solución, quise escuchar lo que mis padres siempre intentaban decirme. Me sorprendieron sus palabras; yo creía que me odiaban, que era una carga para ellos, pero no era así. Con palabras tiernas me hicieron ver que me amaban y que cada día agradecían que yo siguiera con vida. Esa noche volví a llorar pero esta vez, no fue de amargura, fue de alegría. Alegría de saber que no estaba sola, que mi dolor no era solo mío, que me querían sin importar que estaría en esa silla por siempre, estaba alegre de no ser una carga para nadie.

El despertar del próximo día fue el mejor desde que todo ocurrió. ¡Por primera vez, volvieron a mí las ganas de vivir! El año nuevo había llegado para ese entonces, así que me traze una meta, un objetivo: Vivir otra vez, volver a sentir el calor de un hogar, recuperar esos años perdidos y conocer a la nueva versión de mí.

Primero, tenía que hacerme la idea de que esa silla y yo, íbamos a ser una sola -esa fue la parte más difícil-. Me tomó unas semanas acostumbrarme a ella, aunque no era tan incómoda como pensaba y el dolor disminuía un poco al salir de la cama. Después de aceptarla, empecé con lo sencillo: aprender a manejarla, aunque no fue del todo sencillo al final lo logré.

Lo siguiente, fue aprender a sentarme sin depender de alguien para moverme de sitio. Mi padre cada mañana antes de irse al trabajo, me cargaba de la cama a la silla, luego mi madre me ayudaba a regresar a la cama por las tardes. Pero no era suficiente, yo quería valerme por mí misma, por eso sacaba todas las fuerzas que tenía y me disponía a subirme a la silla yo sola pero en cambio era el piso el que me recibía.

En cuanto a mi actitud, la fui cambiando poco a poco. No niego que en ocasiones pensaba en rendirme y volver a mi plan original de acabar con todo de una vez, pero al sentir el sol en mis ojos y las caricias del aire en mi piel, me hacían olvidar lo negativo y centrarme en mis metas. Eso me ayudó mucho.

Mis antiguas amigas, me recibieron con los brazos abiertos y me apoyaron en todo. Hablar de nuevo con las personas a mi alrededor -sin odiarlos- me hizo sentir viva, sentir que tenía un hogar.

Ya han transcurrido unos meses desde el año nuevo y siento que soy una persona totalmente diferente. He podido cumplir mis objetivos y me siento muy feliz. Cada esfuerzo valió la pena.

Ahora, quiero cumplir nuevos sueños, ayudar a otros a cumplir los suyos, animarlos a no rendirse, y mostrarles lo bonita que es la vida. Pero mi mayor propósito en este año y para los que siguen, es: Vivir.

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Reto 18: Cambio radical
Cantidad de palabras: 600
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