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La máquina de la verdad

Diciembre en un futuro lejano.

Observo a mi nieto mirando, aburrido, una pantalla virtual suspendida delante de sus narices. Se me escapa un suspiro y recuerdo algo de cuando yo tenía más o menos sus años.

La que le lié esa Navidad.
Jugamos al amigo invisible con la familia, y yo pedí un regalo sorprendente... ¡en qué horita!
¿Pues no me llegó un teclado rarísimo y sin monitor? Y parecía más mecánico que electrónico: se veían sus tripas, unas varillas largas que convergían en el centro, y ni rastro de puertos USB, entrada de energía, placa solar... nada.
Y tampoco ratón.
¡Menudo regalo de mierda!

Mi familia me miró entre atónita y burlona: los de mi edad y más pequeños, con la misma incredulidad que yo evidenciaba; los mayores, casi se reían.
-Pero... pero -balbuceaba pidiendo explicaciones a ese <<amigo>> invisible que me había hecho la puñeta, pero que no daba la cara.
Después de unos minutos los niños pasaron de mi desconsuelo para centrarse en sus regalos (por cierto, todos estupendos), los jóvenes me acompañaban sin creer mi mala suerte, y los mayores volvieron a sus conversaciones.

Cuando estaba a punto de agarrar el objeto y estempanarlo, vi como mi abuelo se acercó, metiéndose en el corro de adolescentes desconcertados.
-Trae eso aquí -señaló un hueco vacío de la mesa auxiliar.
Con cierto esfuerzo (el cacharro pesaba lo suyo) lo puse donde me dijo.
Mientras, mi abuelo sacó de un cajón unos folios, separó uno y, a la vez que giraba una rueda en el lateral del teclado, introdujo el papel, que se enrolló en un cilindro, sujetándolo después con una barra horizontal unida por arriba a ese cilindro, de manera que quedó fijo.
-¿Es una fotocopiadora? -murmuró alguien.
-Pues que cutre -dijo mi prima la pija.
-A ver si me acuerdo... -murmuró mi abuelo casi para sí.

Con una celeridad impropia de un hombre de 90 años, los dedos golpearon el teclado, y las varillas, armando un ruido de mil demonios, comenzaron a marcar en el folio letras.
Y en un instante todos, alrededor de mi abuelo, mirábamos absortos las palabras que escribía (sí, escribía) con ese mamotreto.


Queridos míos:

Escribir es un arte, da igual con qué se haga, lo importante es ser libre al imaginar y compartir nuestros sueños, nuestras penas y nuestras alegrías con quién lee.

Mis pensamientos volvieron al presente, y miro con cariño mi vieja máquina de escribir. De ella han salido dinosaurios, corazones rotos, naves espaciales...
De reojo percibo el hastío de mi nieto.

Ya sé cuál será mi regalo de amigo invisible esta Navidad.


435 Palabras

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