Miércoles 23 de junio de 2021
8:56 pm. 

La luna se planteaba al frente de mí, al norte de mi ventana. La luz que proporcionaba se filtraba por las cortinas blancas.

—¿Qué haces? —llamó mi atención con un tono altivo y demandante, justo antes de entrar a la habitación. 

Estaba fresco. Había llovido. La luna se refugiaba entre ese paraíso de nubes, y un halo verdoso la rodeaba, remarcando su luz impropia. 

Suspiré, como reprochándome a mi misma por estas cosas, y entre de regreso a la habitación, cabizbaja. 

—Nada, madre. 

Mi tono desilusionado debió pasar por alto desde su punto de apreciación; se limitó a asentir y a observarme. 

—Entonces ya duerme, mañana tienes clases. 

Sentí una punzada en mi pecho y me esforcé por sonreírle. 

—Lo haré —dije, encaminándome hacia mi cama—, buenas noches. 

Sin responder, dio la vuelta por sobre sus pies. El pulcro piso de mármol chirrió bajo las agujas de sus altos tacones antes de que abandonara la habitación tan fríamente como cada una de las noches. 

La seguí y cerré la puerta suavemente. Esperé hasta que entre los largos pasillos, sus pasos dejaron de escucharse. Jadee, antes de que un escalofrío traspasara mi piel.

—Perdonala. Perdonala. Perdonala. —Mi voz se convertía en un murmullo incesante que se repetía. Junto con un coro, de voz temerosa y antinatural que le contradecía en mi conciencia: «Ella no es. Ella no es tu madre. No es ella».