Como cadáveres andantes, ambos se irguieron en medio de la noche.
Lucían esas típicas ojeras adornando sus miradas, en conjunto con risas y sonrisas que no podían evitar distinguirse por sobre al ambiente lúgubre.
Se admiraron a distancia, en una foto que llegó a ambos celulares; y respondieron con largas palabras de aspectos... Peculiares.
Ella acarició su rostro.
Él tocó sus labios.
Ambos se susurraron un «te amo...»
Antes de que el último suspiro comenzara a consumirse.
Pues de un instante a otro, ya la oscuridad no destacaba, sino que se ceñía a sus rostros; demacrándolos, oscureciéndolos, besándolos.
Él era suyo.
Ella era suya.
Pero el amor no se trata de pertenecer.
Así que ambos tuvieron que alejarse.
Aún más -si es que era posible-.
Con una incógnita irascible en sus mentes:
¿me amaste verdaderamente?
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