El viento arreciaba en el jardín, donde las rosas blancas embellecían la entrada del castillo. En su interior una doncella busca escapar de sus captores. Su mirada errática atisba cualquier posibilidad de huida, mas no consigue localizar ningún resquicio en la férrea defensa de sus secuestradores. La van a llevar ante el rey, que determinará su suerte. Decidirán si todavía es apta para casarse con el príncipe: un bello hombre con el corazón negro y malos sentimientos. De lo contrario se le entregará a los soldados para su disfrute.
La doncella está aterrada pues, sea cual sea el veredicto, está condenada a sufrir mil y una desgracias. Su única salvación reside en encontrar una manera de huir del castillo y esconderse. Observa la entrada con sus rosas blancas, no logrará escapar... Decide tomar una drástica decisión y, con un movimiento brusco e inesperado, se lanza a la carrera hacia la salida y logra cruzar las puertas de la fortaleza, consigue su libertad por unos segundos...
Hasta que siente cómo en su espalda se clavan las flechas de los soldados y, herida de muerte, pero libre, cae sobre las rosas blancas tiñéndolas de sangre.