En la mañana del domingo notamos su desaparición, los nervios por la incertidumbre nos consumían a todos. Todas las miradas eran acusadoras, intentando averiguar quién era el culpable de aquel crimen. Mi marido empezó a culpar a mi hija que, se defendía alegando que estaba recogiendo su habitación. La miré y le demostré que aquello no era cierto, ya que estaba todo revuelto.
Mi marido tampoco se salvaba de las sospechas.

—¿Qué hiciste ayer por la mañana?

—Estuve comprando mientras dormías, luego guardé la compra en la nevera...

—¡Ajá! Fuiste tú papá...

—Tendremos que investigar más a fondo, tú tuviste la oportunidad cuando tu padre se fue a comprar... ¿la viste cuando regresaste, cariño?

—No me fijé...

—Muy oportuno, cualquiera de vosotros dos pudo haberlo hecho... Tendremos que seguir buscando pruebas.

El misterio de la desaparición duró todo el domingo. Buscamos indicios que nos condujeran a la resolución del misterio. Pero nunca averiguaron quién cometió el crimen...
Excepto yo, que había aprovechado el momento oportuno para, la noche anterior, llevarme toda la tableta de chocolate al trabajo.
Pero nadie sospechó de mí...