El sonido resonó en mis oídos como si millones de truenos hubieran rasgado el cielo al mismo tiempo. Por suerte, había tenido tiempo de refugiarme antes de que todo comenzase...

Las noticias ya nos habían avisado de que podría ocurrir, pero, como siempre, el «saber popular» no había dado crédito a las advertencias.

Nada hacía presagiar lo que sucedería esa tarde. El cielo estaba despejado, hacía calor y me levanté temprano, tenía que acercarme a la universidad para asistir a clases.
Desde el inicio de la jornada, todos los periódicos se hacían eco de la posibilidad de que aconteciera de manera inminente un suceso catastrófico para nuestra sociedad. Pero yo era joven y no leía el periódico. Las redes sociales ya me mantenían «informada»... aunque luego comprobé que no.
Las clases se efectuaron sin incidentes, hasta que, justo al salir, se oyeron unas sirenas estridentes por toda la ciudad, desorientada seguí a la muchedumbre que corría en una dirección concreta, los empujones y tropiezos hacían caer a decenas de personas presas del pánico, pasé por encima de cuerpos que yacían en el suelo, inertes. Localicé el refugio antiaéreo y entré justo a tiempo para refugiarme de las bombas... La guerra había estallado.