—¡Te dije que quería la cena a las ocho! —gritó de nuevo aproximándose, entonces me golpeó la cabeza contra la pared. Empecé a ver borroso, se me cerraban los ojos y perdía el conocimiento...
Justo antes de desmayarme lo vi entrar y abalanzarse sobre él. Lo traje a casa esta mañana, le había dado de comer y acomodado en la sala. Cuando recuperé la conciencia estaba a mi lado. Al ver su hocico lleno de sangre y escuchar el silencio, supe que ya no tenía nada que temer.
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