La llave entró en la cerradura sin problema y dio solo un cuarto de vuelta.  Abrí despacio, pues recordaba haber cerrado con doble vuelta antes de salir a comprar.

—¡¿Hay alguien en casa?! —grité antes de pasar al interior.

No recibí respuesta, mas de fondo escuché el ruido del agua al caer, acelerando el ritmo de mi corazón.

—¡¿Quién anda ahí?! —insistí de nuevo.

Ante la muda respuesta me planteé la opción de llamar a la policía. Sin embargo ¿existía la posibilidad de que me hubiese dejado la ducha abierta?
Ante la duda esperé un minuto más, por si alguien respondía.
Me atreví a atravesar el pasillo, estrecho y sombrío, sin encender la luz. En el comedor me di cuenta de que algo no encajaba, aunque el miedo y los nervios no me dejaron analizar la situación.
Ahora, además del agua de la ducha se podía percibir una voz que cantaba. Se me encogió el corazón y quise salir corriendo. Era un ladrón, pero ¿qué hacía duchándose en mi casa? Quedé petrificada cuando salió desnudo y me preguntó cómo había entrado.

—Este es mi apartamento...

—¡No puede ser, es el mío!

Y al comprobar quién tenía razón, nos dimos cuenta que nos habían timado.