Hacía tanto tiempo que te esperaba que, la impaciencia y el deseo, no permitían que me quedara quieta. Me prohibieron verte, tocarte y saborear tu dulzor. Por las noches soñaba contigo y me despertaba envuelta en sudor, con la respiración agitada tras correr hacia ti sin lograr alcanzarte. Quería sentirte en mis labios pero fueron muy claros: Si lo hacía mi pena era la muerte.
Tal era mi ansiedad por no poder tenerte que pedía a gritos clemencia. Mas lo único que conseguí es que mi espera se hiciera más larga.
Ahora, ya cumplí mi condena, ya recuperé mi libertad, por fin mi boca podrá saborearte. Por fin te acariciaré  y juntos seremos uno solo.
Espero la llamada de quién te trae junto a mí, oigo el timbre de la puerta y me acerco, con manos temblorosas abro y te veo, en las manos de aquel individuo insulso. Dos gruesas lágrimas caen de mis pupilas y te abrazo.
Ya a solas, te despojo de las vestiduras que te pusieron y, por último, muerdo el dulce chocolate que te cubre... Ya se acabó la espera, la diabetes terminó y mi condena con ella.