El tiempo se detuvo para nosotros en aquella habitación, suspiraba por ser tuya.
Nos miramos a los ojos y, sin hablar, me acariciaste el rostro con tus manos suaves. Mi piel se erizó y millones de sensaciones recorrieron mi cuerpo. Acercaste tu boca a mi oído y susurraste mi nombre, mientras mis brazos se enlazaban en tu cuello y acariciaba tu pelo sedoso. Tus manos pasaron a ser de fuego cuando recorrieron mi espalda y se detuvieron en mi cintura. No podía respirar y un gemido escapó de mi garganta al sentir tu frente sobre la mía. Me besaste con dulzura, acariciando mi boca con tus labios, depositando un amor infinito en cada roce, en cada suspiro que escapaba de tu alma. No quería que terminara, te acerqué más a mí para profundizar el beso, transformando en un volcán nuestras bocas. La pasión y la ternura nos envolvían con un velo de irrealidad.
Pero de pronto te apartaste un segundo, todavía podía ver el amor en tus ojos, mas nuestro tiempo se agotaba. Pronunciaste «Te amo» en silencio, y desapareciste, dejándome sumida en la añoranza, esperando que llegue mañana para volverte a ver... cuando se detenga el tiempo en esta habitación.