La primera vez que le vi fue en la cafetería, cerca de mi trabajo. Estaba inmerso en la lectura, desconectado del mundo real cuando pasé junto a él, pero no conseguí averiguar el título del libro.
Días más tarde coincidimos en la panadería, por lo que deduje que vivía o trabajaba cerca. Aún pude atisbar el libro en sus manos y su portada de tonos pastel. Mis ojos coincidieron con los suyos y una chispa de reconocimiento brilló en ellos.
Al otro día, en la calle, mientras yo salía del metro y él entraba, su mirada se posó en mí y me saludó con su mano libre, sin dejarme ver lo que más ansiaba. El cuarto día quise hablarle, acercarme a él y a su misteriosa novela que, pese a mis esfuerzos, todavía me resultaba un enigma, mas no pude aproximarme.
El último día, en la cafetería, no resistí la tentación al verlo leer. Me aproximé y con voz dulce le pregunté:

-¿Quieres compartir tu lectura conmigo?

Y él me miró a los ojos, sonrió y me dejó al fin descubrir su preciado tesoro.

-Déjame contarte un secreto -susurró-. Este libro te atrajo hasta mí y nunca te dejaré escapar...