Siempre dejaba la puerta abierta por si regresaba algún día. Sus ojos esperanzados miraban al cielo cada noche, como si, con sólo pensarlo, tuviera el poder de atraerlo hacia ella. Pero día tras día, amanecía sola en aquella llanura sin fin. Sus pequeños placeres diarios eran sencillos, pero a ella le llenaban las tardes de soledad. Sus libros, su mayor tesoro junto a su hijo y sus recuerdos. Las horas, eternas en aquel lugar, la llevaban de vuelta a su pasado, cuando todavía conservaba su libertad.
Su corazón temblaba al recordar el día que lo conoció. Tan distinto a ella que, a pesar de estar prohibido, se sintió atraida por él de inmediato. Ahora, mientras recordaba, su corazón latía apresurado. Vivieron su amor en la clandestinidad. Ocultaron sus sentimientos bajo capas de mentiras. Pero al dar sus frutos, su amor salió a la luz y la juzgaron. Nunca les dijo quién era él. Su castigo fue el destierro al planeta del olvido con su hijo, mitad hombre y mitad Sirena. Allí esperaba a su amor, que vendría a rescatarlos de su encierro, para huir juntos a los confines del universo y vivir libres su amor.