Por todas esas palabras que gritaban tus ojos, pero que tus labios silenciaban. Por todo tu dolor que, más allá del silencio, confesó la oscuridad que te perseguía.

Una vieja canción

Mis ojos no pueden dejar de verla, es casi imposible no hacerlo. Y es que, resalta tanto, pues su blanca piel —cómo hojas de papel—, contrasta a la perfección con el púrpura, casi azul, del hematoma que salta a la vista en su rostro, muy cerca de la comisura de su ojo izquierdo.

Además, no le creo ni una sola palabra. Ni una de todas esas justificaciones y porqués que no ha dejado de repetirme. En las cuales, trata de explicar su estado tan deplorable y lastimero. Pero no puedo —ni quiero—, tragarme ese cuento de «tropecé y caí por las escaleras.» Porque suena más cómo una vieja canción que se sabe de memoria y que ha repetido en más de una ocasión. Justo como lo hace ahora.

La miro directo a los ojos; esos ojos negros repletos de miedo, angustia y dolor y, este último es tan intenso y arrollador, que me obligo a no refutarle, a no causarle más daño emocional. Pero sé que estoy fracasando, sé que mis ojos gritan que no le creo ni una mierda. Y lo sé, porque su angustia ha crecido vertiginosamente de un segundo a otro, dando paso a un mar de lágrimas. Entonces, todas las preguntas que no me atrevo a decir y que solo vagan en el aire, ella, en este instante, responde a todas, y de la forma más lacónica y clara posible; un leve asentimiento de cabeza.

«Mierda».