Acabo de terminar la última llamada, ¡al fin tengo todo listo! Las flores, la reservación en ese elegante restaurante y el mejor monólogo que pude escribir jamás. Sonrío al imaginar el rostro de mi novia Abigaíl; sonriéndome y con las lágrimas a punto de salirse de sus ojos marrones, al tiempo que mueve su cabeza de arriba a abajo, dándome el sí, que tanto anhelo y busco. Entonces sé que ha llegado el momento de hacerle la invitación para que vayamos a cenar mañana. Tomo el teléfono y marco ese número que me sé de me memoria.

Uno, dos, tres timbres y nadie responde.

Sigo intentando un par de veces más, sintiendo como la emoción no logra ser contenida en mi cuerpo, ¡diablos! Quisiera tanto adelantar el tiempo y decirle cuánto la amo y que ella es la mujer con quién quiero pasar el resto de mis días, mi vida entera...

—¡Aló! Mi amor, ¿tienes planes para mañana? —digo tan pronto ella atiende al teléfono.

—Eh, y-yo... Edgard, debemos hablar —dice. Mi entrecejo se frunce, se escucha nerviosa, provocándome una sensación para nada grata.

—¿Qué sucede, Abi? —cuestiono directamente, sintiendo el golpeteo de mi corazón detrás de mis orejas y en como un sudor helado se cola a mis manos.

Silencio.

Estoy a punto de inquirir de nuevo en mi pregunta, puesto que la ansiedad comienza a hacer estragos en mi cabeza. ¿Por qué siento que lo que está por decirme va a cambiarlo todo?

—Yo... estoy embarazada, amor.