𝓒𝓸𝓵𝓲𝓷𝓪𝓼 𝓭𝓮𝓵𝓲𝓷𝓮𝓪𝓭𝓪𝓼 𝓮𝓷 𝓼𝓪𝓷𝓰𝓻𝓮
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El horizonte nunca fue algo bello para ella. Creía mirar la muerte en las montañas, deslumbrando con colores pasteles. Veía, además, siluetas de muertos colgados sobre los árboles iluminadas por los rayos de un sol vago que aún se negaba a empezar el día.

Tal vez por eso siempre llegaba tarde a la escuela. Ni la muerte misma le daba tanto temor. El amanecer despertaba su ansiedad y la hacía tirarse la sábana a la cabeza con el solo sonido de su respiración ocultando las ganas de llorar.

Su padre no la entendía a pesar de conocer la razón de su martirio. Empezó con castigos por llegar tarde a sus clases, luego, ya fatigado por lo mismo, empezó a intentar obligarla salir al amanecer.

Nadie la comprendía, nadie creía que una niña pudiera mirar con tanta perversión un amanecer.

Algo que la tranquilizaba en muchas ocasiones era el sonido de la voz de su memoria. Ella recitaba la exposición de Historia mientras esperaba que el sol hiciera todo acto de presencia en su habitación.

Todo estaba bien hasta el día que su padre se hartó  y la obligó a salir de su casa con el amanecer al frente suyo.

Los alaridos despertaron a todos los vecinos, idénticos a los de su madre en aquella madrugada de 1987 donde el amanecer la sentenció llevándose su alma y convirtiéndola en sangre derramada sobre el cielo. Los aves chistaron, perdió la visión y cayó por el pavimento expulsando un largo sollozo. La sangre empezó a salir de su boca formando un charco de sangre que reflejaba el amanecer. Todo mientras su padre miraba estupefacto.

Dicen que el horizonte indica tu destino, pero no solo eso, también tu desgracia, trayéndola junto a un viento helado de una noche que no es noche y un día que nunca será día. Un punto medio, un purgatorio que anhelaba crear un juicio por errores ajenos. 

Creado en el 2018.