La luna brillaba a lo lejos, observándolo todo en un absoluto y sepulcral silencio.

La tierra temblaba y se rompía. El agua avanzaba tapándolo todo. El mundo era un caos y se consumía a una velocidad increíble. Los pocos seres que todavía habitaban allí morían en agonía sin tener a donde huir.

La luna era el único testigo de todo lo que sucedía, sin poder hacer nada por su amada tierra que moría. El dolor inundó su interior y pronto este se convirtió en miedo, su vida, su total existencia giraba en torno a aquel planeta que ahora estaba en agonía.

La tierra tembló por última vez, una fuerza comenzó a esparcirse desde el interior, del agonizante planeta, destruyendo todo a su paso. Convirtiendo lo que quedaba de aquel planeta en pequeños fragmentos, que fueron expulsados hacia el espacio. Aquella fuerza y los desechos de la tierra golpearon a la luna, su silenciosa observadora, lastimandola gravemente e impulsándola hacia aquella inmensa oscuridad, para que también muera en soledad.