A la luz de las hogueras los cuerpos bailan al son de los tambores. Vibran como las llamas, esas que devoran los deseos lanzados por corazones rotos.
Mientras el alcohol refresca las bocas secas de tantos besos, las brujas observan de lejos. Sus ojos esmeraldas brillan como estrellas, un año ha pasado y están hambrientas.
Por debajo de las notas musicales se abre paso un arrorró. Se desliza sobre la arena sin dejar rastro de su paso.
El chico de la camisa violeta, el del corazón más triste, es el primero en caer. Rápido y certero el arrorró vierte su magia en los tobillos de él. Se enrosca como una hiedra en un árbol. Ataca y actúa.

El chico cae al suelo.
Y no se vuelve a levantar.

El sol brilla tímidamente y el chico de la camisa violeta despierta. Lo hace con el corazón libre y una sonrisa en el alma.
Junto a él seis personas despiertan y todas y cada una de ellas tienen un brillo verde en la mirada.

Valientes brujas de San Juan que se llevan el dolor, se alimentan de las penas y dejan el corazón llenito de amor.