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Primer microrrelato escrito y dedicado a LeoGuilar quien gracias a la bella foto me dió la inspiración para este primer relato.

El intenso y continúo golpeteo de las gotas de agua que caían sobre aquel frío suelo le confirmaban que aún seguía allí, a pesar de su último esfuerzo por ser libre.
Había olvidado como se sentía el estar cansado por caminar tantos kilómetros solamente para llegar hasta la cima de aquella montaña, sentarse allí, respirar profundamente, llenar sus pulmones de aire puro y disfrutar del ulular del viento el cual parecía melodía en sus oídos. Extrañaba tanto aquello. Aunque algo dentro de él le decía que muy pronto volvería y disfrutaría de aquello una vez más.

El Sol salió una vez más para iluminar la ciudad que alguna vez lo vio crecer y una diminuta sonrisa se dibujó en su cansado rostro el cual descansaba sobre una desgastada almohada de un extraño color crema. Sus ojos se cerraron una vez más mientras su cuerpo se permitía entrar en el mundo de los sueños.
Se observó en aquel lugar que tanto amaba, una vez más. Instintivamente sus ojos buscaron sus manos y luego buscaron observar su cuerpo el cual se hallaba cubierto por su típica ropa de escalar, al mismo tiempo que su espalda cargaba con aquella mochila de viajes que su amada esposa le había obsequiado en su tercer aniversario.

Colocó la mochila sobre el suelo luego de quitársela de los hombros y la abrió buscando aquello que lo acompañaba en cada viaje; cuando por fin lo halló su sonrisa se ensanchó y colocándose aquello sobre la muñeca. Una pequeña pulsera de plata con la palabra “Eternity” grabada en ella. Volvió a colocarse la mochila sobre los hombros y luego de dar una larga y profunda respiración se propuso comenzar su trayecto hacia la cima de la montaña.
Sus pasos se oían en sus oídos como claros ecos. El sonido de las piedritas que se mezclaban junto a la tierra del camino lo remontaban a sus vagos recuerdos de su niñez, algo que lo hacía muy feliz. Mientras más ascendía, su felicidad aumentaba debido a la curiosidad de saber que lo esperaba al final de aquel conocido recorrido. Se detuvo un momento, colocando su mochila frente a él para buscar dentro de ella una de sus tantas botellas de agua. Luego de beber lo suficiente, volvió a guardarla para continuar con su escalinata.

Mientras continuaba su trayecto, el Sol comenzaba a sentirse cada vez más intenso, haciendo que la sensación de calor fuese cada vez más insoportable. El sudor comenzaba a presentarse en forma de diminutas gotitas sobre su frente las cuales comenzaban poco a poco a resbalar hacia sus mejillas. No importaba con qué frecuencia las limpiara, estás volvían a presentarse, cada vez más abundantes.

Llegando a la mitad del recorrido, sus piernas comenzaban a sentirse pesadas de tanto caminar, al igual que su espalda la cual cargaba con el peso de su mochila de viaje. Se sentó un momento sobre una oportuna roca que se hallaba en el camino, la cual asimilaba su forma a un pequeño banquillo de madera. Al permanecer un rato sentado, decidió que quizás podría dar la vuelta y volver al principio, hasta que el viento trajo consigo un sonido que él conocía a la perfección. Era la dulce voz de su esposa. Decidió continuar el camino, hasta llegar al final y luego descendería con mayor tranquilidad.

Luego de lo que pareció ser una eternidad caminando y aún con el Sol sobre su cabeza llegó a la cima de la montaña. Allí la radiante figura de su esposa lo recibió con una sonrisa en su rostro y una mano extendida. Al tomarla con el sumo cuidado que siempre tenía hacia su esposa, una paz jamás experimentada envolvió su cuerpo provocándole un sincero llanto. Su esposa quien continuaba en silencio, lo envolvió en sus brazos.

En la sala, el intenso pitido de un monitor en cero se dejó escuchar. El hombre de bata blanca, quien se hallaba junto a la camilla miró a su alrededor, observando a los demás presentes y se limitó a decir.

“Hora de muerte. 13 con 26 minutos”

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