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Planeta joven

La nave nos despertó a todos de un momento a otro, lejos de nuestro objetivo pero requiriendo nuestra ayuda. Estábamos a semanas de Atica-H0, el planeta que nos daría una segunda oportunidad como especie, pero para llegar a él debíamos arreglar la nave primero. Los mapas estelares daban pocas opciones, pero los sensores nos mostraban que un pequeño planeta cercano tenía excelentes condiciones, incluso mejores que nuestro objetivo y con una órbita adecuada, como si antes no existiera y llegara a cumplir con todas nuestras exigencias. Después de meses de viaje e hibernación necesitábamos un descanso, y así es como llegamos a Parteno-P4.

La sorpresa llegó al traspasar la atmósfera, presentándonos un planeta verde y hermoso, con grandes montañas e incluso agua corriendo en ríos. Las condiciones no podían ser mejores, con una gravedad muy similar a la nuestra y un cielo con tonos de azul y púrpura. Una oportunidad en medio del universo, escondida a nuestros análisis, tan lejos que no era visible, tan secreta que apenas albergaba vida, y luego de dejar la nave al cuidado de nuestro ingeniero comenzamos una investigación a terreno.

Recolectamos frutos y tomamos muestras de plantas, cruzamos senderos y pronto el lejano sol se escondió en el horizonte, dando lugar a una noche estrellada. Hicimos campamento a la intemperie, enviando la información a la nave y coordinando los pasos siguientes en la misión.

—Deberíamos quedarnos aquí —comentó Alfonzo, nuestro piloto, mientras preparábamos una escueta cena— Hay buenas condiciones y este lugar es hermoso.

—Pero aún no sabemos qué hay acá —Amy, la bióloga del grupo, miraba a todos lados con el ceño fruncido— no hemos terminado de escanear el planeta completo.

—La misión consiste en llegar a Atica, no aquí —Jason soltó sin rodeos— Este es sólo un lugar de paso. Son las órdenes de Tierra, ¡años de planificación que estaríamos tirando a la basura!

—¡Pero miren este lugar! —Alfonzo se puso de pie abarcando con los brazos el paisaje— tampoco tenemos certezas de Atica, sólo reportes y escaneos hechos con años luz de distancia, y las condiciones aquí son incluso mejores. No sabíamos nada de este planeta, los informes decían que era sólo una roca, y mírennos aquí, pudiendo hasta respirar con tranquilidad.

—Con filtros.

—Pequeños filtros, nada grave. Allá la atmósfera es más densa, tiene más materiales peligrosos, y debemos construir máquinas purificadoras para conseguir lo que acá tenemos sólo con filtros que ya tenemos en nuestros trajes.

—No es tan sencillo, Alfonzo —Jason casi lo fulminó con la mirada, atento a cada uno de sus movimientos.

—Podría serlo. Piensen, podemos analizar este planeta completo antes de lo que nos habría tomado llegar a destino. Los viajes serían más simples, ahorrando combustible y suministros, permitiendo enviar más tripulación en otros viajes. Si hubiésemos sabido de este planeta sería nuestro objetivo original, y ustedes lo saben. ¿Qué dices, Jason? —A pesar de su entusiasmo sólo recibió un gesto pensativo de respuesta— ¿Capitán?

Los miré con detenimiento por largos segundos, sopesando sus opciones. Había cosas buenas y malas, dudas y suposiciones, pero la responsabilidad era muy grande, el precio a pagar muy alto, y esta no era una decisión fácil que se tome de la noche a la mañana. Los años me habían dado esa prudencia que antes no tenía, esa necesidad de considerar las opciones como válidas antes de asignarles juicios, y como la tripulante de mayor rango no debía tomar las cosas a la ligera.

—Este no es un viaje cualquiera —les dije lentamente, atento a sus reacciones— Aquí nos jugamos la vida para darles a los nuestros una oportunidad de seguir. A todos, para que valgan los viajes pasados, los experimentos fallidos, los esfuerzos de investigación y las generaciones que vengan, para que podamos seguir existiendo. Pero no podemos desmentir las bondades de un planeta en mejores condiciones, que sí, podría hacer las cosas más sencillas. No podemos tomar esta decisión nosotros solos —sus rostros cambiaron de preocupación a esperanza, de seguridad a duda, pero era mi labor decidir qué haríamos luego. Accioné el comunicador en mi traje. —Felix, ¿estabas atento?, ¿cómo van las reparaciones?

—Sí, capitán, fuerte y claro. La nave está en buenas condiciones pero requiere arreglos cuidadosos —la voz sonó en cada uno de nuestros trajes, sin interferencia— Con el debido cuidado en dos o tres días debería estar todo en orden.

—Bien... —junté los dedos bajo la nariz mirando las tenues llamas entre nosotros, controlando la respiración y pensando en las consecuencias de mis palabras— Esto es lo que haremos. Alfonzo, Amy, Jason, tenemos tres días para realizar los análisis que teníamos pensados para Atica. Comiencen por los más esenciales para analizar suelo, vegetación y agua, mientras avanzamos hasta el borde del océano para evaluar in situ la fuente principal. Después de ese tiempo nos iremos a destino, no sin antes enviar toda esa información a control de misión. ¿Está claro?

Divididas las tareas comenzamos a trabajar. Sacamos los equipos e iniciamos la exploración, tomando diversas muestras y procesándolas en las máquinas portátiles, haciendo informes detallados que se guardaban en la nave. Las horas pasaban entre alta vegetación y bajadas a ríos, siempre atento a nuestro entorno por componentes tóxicos y especies inclasificables, la mayoría pequeños bichos que revoloteaban y anidaban bajo las grandes hojas.

Con los ojos atentos a cada detalle mantenía mi distancia, sabiendo la responsabilidad que caía sobre mis hombros al tomar estas decisiones y el tiempo que tomaba la transmisión ida y vuelta a Tierra. Estábamos solos y cualquier problema que surgiera teníamos que resolverlo nosotros. Pero Mary estaba fascinada con cada descubrimiento, las condiciones de la vegetación y cada nueva especie que se le cruzaba encima. Encontró unas muestras de hueso casi en perfecto estado que nos entregaría mucha información luego. «Es un planeta jóven» comentó al considerar las capas de troncos y la composición de la tierra.

El aire se mantenía estable, la temperatura oscilaba con algunos grados más que en la Tierra en sus buenos tiempos, pero por lo demás era muy similar. De llegar este lugar la adaptación sería rápida, como quien llega a una isla que no estaba en el mapa. En cambio, Atica requeriría de mucho trabajo y diversos viajes, con todos los costes que eso implicaba. Serían años de diferencia entre un asentamiento y otro, eso no podíamos negarlo. ¿Alcanzaremos a resistir tanto tiempo?

Alfonzo nos llamó la atención al día siguiente, mostrándonos sus manos y otros detalles de su cuerpo. Las manchas e imperfecciones habían desaparecido, también la resequedad de la piel y algunos dolores de espalda luego de meses de viaje. Todos mostrábamos alguna señal similar, con el pelo más firme y heridas menos graves. Mis viejas manos tenían menos arrugas, como si algo en el ambiente las hubiese tratado. A pesar de nuestro escepticismo no podíamos ignorar lo que pasaba, y era que nos sentíamos rejuvenecidos.

—¡Con mayor razón deberíamos quedarnos! —sentenció Alfonzo— Es cosa de mirar los antecedentes. Capitán, con esto tenemos una oportunidad concreta de prosperar como especie.

—¿Por qué lo dices?

—Me siento más descansado que hace meses, con energía para realizar todos los estudios y aún me quedaría para cantar y bailar. Vamos, ¿no tienen curiosidad?, si este planeta tiene esta capacidad curativa, ¿no sería una nueva oportunidad para la raza humana?

—Estás sacando conclusiones apresuradas —lo detuve cruzando los brazos, aunque no podía negar la facilidad con la que podía moverme ahora— Felix, ¿cómo va todo por allá?

—Viento en popa, ¡y me siento mejor que nunca!

—¿Lo ven? —siguió nuestro piloto— aquí tenemos evidencia empírica de mejoras metabólicas, en la calidad de piel, el pelo y energía. Si esto se mantiene podemos mejorar la calidad de vida de toda nuestra especie.

No podía ser tan sencillo, pero no teníamos cómo refutarlo. Calmé los ánimos, con Mary emocionada con las posibilidades, y Jason aún escéptico, aunque dudando. Seguimos investigando tomando nota de estos cambios, tratando que no nublaran nuestro trabajo, sin pensar demasiado en la energía que todos sentíamos corriendo por nuestro sistema.

Recorrimos varios kilómetros a un ritmo estable, sorteando obstáculos y escalando rocas, aún alucinados por el paisaje. Pequeños animales escurridizos abundaban en los sectores más pantanosos, aunque a lo lejos se veían animales voladores demasiado lejanos para su análisis. Todo parecía en orden mientras soñábamos con los efectos de este planeta en nuestro cuerpo, algo que era evidente en los ojos de cada uno.

La mañana siguiente nos tomó a todos por sorpresa con los gritos de Mary— ¡Mirenme! —nos decía, mientras quedábamos mudos al ver que nuestra bióloga de cuarenta y un años tenía un rostro de veinticinco. Saltaba y nos comentaba lo bien que nos veíamos todos, y no pudimos evitar la sorpresa ni ignorar lo evidente. El espejo me mostraba una imagen de por lo menos veinte años atrás, hasta con el tono de voz acorde.

—Esto es... —Jason no pudo evitar abrir los ojos muy grandes, mostrándonos cómo las múltiples cicatrices de sus manos habían desaparecido. Todos teníamos cambios positivos, con mayor energía y una infinidad de preguntas que aún no tenían respuesta.

—Debemos investigar esto —sugerí para calmar los ánimos, reconociendo una parte de mi voz que creía perdida— tomaremos muestras de cada uno cada ciertas horas para analizar el avance. Esto tiene que tener una explicación razonable.

Los convencí de avanzar para tomar más muestras, ignorando las mejoras evidentes en cada uno, las ganas de correr, saltar y probar capacidades perdidas, tratando de recordarnos que la misión que nos convocaba era más importante que nuestra satisfacción.

Algunos frutos eran comestibles, el agua tenía los minerales suficientes para ser bebida con poco tratamiento, y la madera podía generar un fuego consistente, aunque no muy intenso, para iluminar y calentar la noche. Armamos un nuevo refugio y comimos las setas que Alfonzo recolectó en el camino, disfrutando de la primera comida autóctona de aquel extraño planeta después de un arduo día de sorpresas y trabajo duro, aunque no tan cansador como podría haber sido.

—Esto no tiene ningún sentido —Jason no paraba de mirarse las manos por uno y otro lado, soltando luego una risita que jamás le habíamos escuchado, hablando casi en un susurro— «No juegues con fuego»

—¿Cómo dices? —Mary tragó saliva a medio camino de un bocado, muy atenta. Jason nos miró sin fruncir el ceño.

—¿Recuerdan esas típicas preguntas de «¿qué le dirías a tu yo más joven?»? Pues... —nos mostró las palmas y dorso de la mano, sin ninguna marca —«no juegues con fuego» Fue hace quince años, haciéndome creer que era un gran cocinero.

—¿Ahí fue donde...?

—Sí —su respuesta seca nos dejó mudos. Sabíamos a retazos la historia pasada, la pérdida y necesidad de buscar nuevos desafíos, pero no conocíamos el origen de todo hasta ahora— Bueno, después de todo llegamos aquí —Siguió con un tono más neutro, luego de un suspiro— Espero que valga la pena.

—Por supuesto —Alfonso siempre trataba de bajar los humos y esta no era la excepción— Mírennos ahora, con la oportunidad de empezar de cero y no cometer los mismos errores. Tenemos más energía y estamos en mejor estado que como llegamos, ¿no vale la pena haber venido? Imaginen armamos una civilización aquí, en este paraíso, ¡seríamos todos más felices y longevos!

—Aún no podemos concluir eso —lo miré cruzada de brazos, tratando de no comprometer los objetivos, aunque cada vez menos convencida.

—Claro, pero todo indica que esto es mejor de lo que siempre creímos. ¡Con esto podemos volver a crecer como especie! Si este planeta nos cura y rejuvenece como lo ha hecho, vaya, podemos hacer lo que sea...

Y la noche terminó con los escenarios posibles, los avances tecnológicos que podrían surgir ante una clave para una mejorar vida, la cura de enfermedades que podían ser enviadas a la Tierra y, en definitiva, la salvación de la especie. Los sueños fueron alimentando nuestros corazones, y poco a poco nos fuimos contagiando con el entusiasmo, creyendo que realmente habíamos caído en el mejor lugar posible, y que una vez enviada la información a Tierra seguro nos quedaríamos a descubrir los secretos de este planeta.

No sé cómo describir la mañana siguiente. Llegó muy deprisa, como una premonición que aprieta el pecho, seguida de una respiración entrecortada. Al salir de la tienda de campaña me congelé enseguida, juntando todas las fuerzas que tenía para seguir avanzando. Alfonzo, junto a los restos de la fogata, se apretaba el pecho con fuerza como buscando el aire que le faltaba, pero sólo pude reconocerlo por su indumentaria, porque quien trataba incansablemente de respirar era una versión totalmente distinta. Delgado hasta los huesos y con la piel estirada en todos lados pestañeaba con fuerza, con sus ojos rojos buscando por todos lados, los labios retraídos mostrando los dientes de encías blanquecinas. Parecía un niño sufriendo en un cuerpo que no era el suyo. Cuando llegué a su lado apenas balbuceaba, y al tomar su cabeza recién fui consciente de mis propias manos, tan lisas y sin impurezas que parecía imposible.

¿Cuánto tiempo había pasado?

Jason y Mary salieron enseguida, con cambios casi tan rotundos como quien yacía en mis brazos, y la mirada que nos cruzamos fue suficiente para entender lo que pasaba. Le dimos agua, tomamos su presión, pero su corazón no podía resistirlo más.

—No, no, no —La voz de Mary era más aguda, como de una veinteañera, y en sus ojos llorosos estaban todas las súplicas del mundo, esas que nunca fueron escuchadas. Alfonzo dejó de luchar a los pocos minutos, con la mera imagen de un bigote puberto bajo la nariz.

—Esto no está bien, mierda —Jason miraba al cielo y los árboles, a nosotros y a Alfonzo, mientras su rostro sin arrugas estaba lleno de vida— Esto no debía pasar, no debimos haber venido.

—Muy tarde para eso —Lo miré fijo hasta que controló su respiración, muy lejos de la rectitud y control del que era característico— No podemos hacer nada por él. Debemos movernos.

Cavamos un hoyo lo más rápido que pudimos, en una tierra fértil y fácil de manejar, pero no hubo palabras ni buenos deseos, no había tiempo para recuerdos y pésames, ya que necesitábamos actuar pronto, con la certeza que no teníamos tiempo.

—Felix, ¿me escuchas?... ¿Felix? ¡Maldición! —No había respuesta, lo que podía significar muchas cosas y ninguna era buena.

Debíamos volver pronto y dar aviso, levantar señales de alerta y buscar alguna salida. Cruzamos roqueríos y matorrales, riachuelos y tierra suelta, siempre lleno de vegetación. Mary tenía sus propias ideas que no venía al caso analizar, pero no había que ser el biólogo especialista para entender que todo estaba conectado. Maldición, nos habíamos alejado demasiado.

La tarde llegó pronto y nuestras energías comenzaron a mermar. Avanzamos todo lo que pudieron nuestras piernas, ardiendo por el esfuerzo, hasta que Mary tropezó y no se pudo levantar más. Su rostro tan terso estaba pegado en su cráneo, con los ojos enormes como los de un niño y las manos huesudas marcando las falanges.

—Los huesos... no pueden... —intentó decir con gran esfuerzo, pero su garganta no dejó emitir más sonidos. La cargamos junto a Jason pero pronto dejó de moverse, su pulso se perdió y el resto fue inminente. La bajamos y se veía tan hermosa como deshecha, en un cuerpo que ya no era el suyo, que la rechazó como lo haría también con nosotros.

Jason cayó al suelo y lloró como jamás creí verlo. Podía notar en su joven rostro la impotencia, la forma en que la lógica le indicaba exactamente lo que venía, el destino que nos deparaba sólo con el pasar del tiempo. Diablos, ¿cuánto nos quedaba?

—¡Arriba!, tenemos que llegar —Solté con mi voz de mediado de los treinta, la misma de esa mujer que dudaba en la academia, que comenzaba sus primeras misiones sin saber a dónde la llevarían, que se prometía cada noche que llegaría lejos a punta de esfuerzo, y que ahora, a tantos años luz de distancia, no sabía si había sido buena idea. Seguimos corriendo con la poca luz de las estrellas, sabiendo que sólo llegando a la nave tendríamos una opción.

Pero la noche nos cayó encima y entre jadeos seguimos. Los sonidos de la naturaleza escondieron nuestros pasos, y de pronto me vi sola en medio de la nada. Grité a todo pulmón pero Jason no aparecía, sus pisadas no estaban cerca y no había forma de encontrarlo. Caminé en círculos esperando que estuviese cerca, pero la espesa vegetación escondió toda huella. Grité su nombre una vez más, llena de rabia e impotencia sabiendo que debía continuar, prometiendo honrarlo apenas pudiera.

La noche fue cruel al esconder desniveles y otros obstáculos, pero a pesar de las múltiples caídas mi cuerpo pudo resistir un poco más. Agoté todo el alimento que traía encima, toda el agua que almacenaba y filtraba mi traje, y con las últimas fuerzas llegué al campamento base, donde a lo lejos se veía la silueta puntiaguda de Odisea, nuestra nave. Seguí con la mirada fija en el objetivo, tratando de recordarlo todo, buscando la forma de explicarlo, pero mis pensamientos iban de un lado a otro mezclando presente y pasado.

—No, no, no —mi voz aguda sonó totalmente ajena, y no pude evitar caer de rodillas al ver a algunos pasos el cuerpo sin vida de Felix, ya convertido en huesos. Estaba apoyado a la nave, o más bien lo que quedaba de ella, ya que sólo el armazón seguía en pie mientras las piezas interiores estaban dispersas en el suelo, limpias y perfectas, como si se hubiesen desprendido solas. Con la barbilla temblando me arrastré hacia ella, tratando inútilmente de activar los sensores, comunicadores o pantallas, pero todo estaba muerto.

Volteé pero sólo me acompañaba la naturaleza, y sentí el peso del mundo sobre mi espalda. Me dejé caer mirando las estrellas, sintiendo cómo lentamente la piel se tensaba y suavizaba aún más, y ante todo pronóstico reí ante las ironías de la vida. Qué buena broma había sido.

Sentada junto a los restos de mi nave y tripulación envío esta transmisión desde mi traje, sin saber si estas ondas llegarán a algún lado, si algún alma humana los recibirá y escuchará mis palabras, sonando como a los veinte años, que jamás debí tener de nuevo. Deben saber que este planeta nos dio luz y nos la quitó, este paraíso nos cautivó y nos destruyó por ello, nos castigó por creer que teníamos las respuestas para todo. Soy Úrsula Ulice, capitán del Odisea, y Parteno-P4 es nuestra tumba.

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