Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Nulo

Marco despertó en ese estado intermedio donde el cerebro no conecta ideas, donde el techo y los muros parecen ajenos, las manos de otra persona, y hasta la sensación del tacto de la cama se siente extraña. Pero esa sensación se mantuvo, se clavó en su pecho subiendo y bajando con fuerza, se transformó en la garganta seca y las manos sudorosas, y mientras sentía fuerte su respiración se incorporó para lentamente reconocer la ventana, el velador y el radioreloj encima. Sí, era su casa, pero a la vez no lo era.

Alzó la mano y se abrió la puerta, salió al pasillo y casi chocó con su hermana que pasaba en bata al baño, ignorándolo por completo como siempre, y llegó a la cocina donde vio a la Bertita con  sartenes y platos en el mesón, preparando de todo a pesar de lo temprano que era. Se dedicó a mirar el decorado de los muros, los cucharones colgando y los tarros en la despensa, juntando las cejas porque algo le parecía extraño aunque no sabía qué era. No se acordaba la última vez que miró con detenimiento el lugar, así que no estaba seguro, pero cuando se fijó en la cafetera nueva una ampolleta se le iluminó adentro y frunció el ceño.

—¿Qué va a querer, Marquito? —escuchó a su espalda junto a una silla arrastrándose.

Empezó a darse la vuelta mientras pensaba en alguna alternativa, aunque no tenía una favorita, pero antes de abrir la boca paró en seco y se quedó de piedra al notar la silueta que se había sentado sin que se diera cuenta.
—No sé —dijo la voz demasiado parecida a la suya.
—¿Unos huevos revueltos?
—Bueno.

El corazón latió fuerte en sus sienes mientras hacía esfuerzos por moverse, notando las orejas redondas, la nariz aguilucha y las cejas pobladas del que estaba sentado, con la mirada baja hacia el plato como si nada importara. Eran sus orejas, su nariz y sus cejas.

«¡¿Qué mierda?!» quiso gritar, pero las palabras no salieron. Dio un paso atrás por acto reflejo, aunque nadie se inmutó con su presencia, mientras la persona sentada hizo los gestos con la boca que él hacía cuando estaba aburrido, pero no emitió ninguna palabra mientras la nana cocinaba los huevos revueltos  cuyo olor se impregnaba por toda la cocina.

Sirvió y el que estaba sentado asintió sin mirar nada más que el plato, empezando a comer enseguida sirviéndose café recién preparado y acompañando todo con tostadas recién hechas. Llegó Maca, su hermana, y pasó por su lado sin que se diera cuenta, y luego de sentarse y saludar a Bertita miró al que estaba comiendo, alzando las cejas y negando con la cabeza.

«¿Qué es esto, qué pasa?», dijo sólo en su mente, porque su boca se negaba a emitir sonido alguno, y luego de respirar profundo un par de veces se acercó a la mesa a sacudir a Maca para pedirle una explicación. Su mano pasó de largo, como si no hubiese nada entremedio, y la quitó deprisa para notar que se veía y sentía de lo más normal. Hizo un barrido a su alrededor sin notar nada extraño, y se apoyó en la mesa notando que sí podía tocarla. Fue a tomar una cuchara cercana, una rebanada de pan tostado o una uva suelta en el bowl que comía su hermana, pero todo parecía hecho de plomo y nada se movía.

—Gracias —dijo en voz baja el que estaba sentado, se paró y giró sin dirigirle la mirada a nadie. Se acercó a la puerta, y luego de abrirla Marco vio cómo su hermana soltaba un bufido y murmuraba «estúpido» entre cucharadas. Se sorprendió al darse cuenta que nunca le había dicho eso a la cara.

Una sensación de urgencia le llegó al pecho y lo obligó a dar la vuelta, a avanzar a grandes pasos para alcanzar a pasar por la puerta que estaba a punto de cerrarse, porque algo le decía que no podría abrirla. Marco se acercó a su alter ego por un lado, mirándolo con los ojos muy abiertos y las cejas juntas, analizándolo de la cabeza a los pies.

«¿Quién eres?», le preguntó forzando su garganta sin éxito. «¿Qué mierda haces aquí?, ¿cómo lo hiciste?, ¡habla!», pero nada cambió y la mirada del otro ni se inmutó en su presencia. Trató de tomarlo por los hombros, notando que sus manos también pasaban a través de él mientras seguía hasta su pieza. Apretó los puños y dientes sin entender nada, subiendo los escalones detrás de él y entrando a sus espaldas. Lo vio tomar billetera y teléfono, ir a lavarse los dientes sin mirarse al espejo, agarrar un bolso echando ropa deportiva y salir dejando que la puerta se cerrara con fuerza.

Lo siguió hasta la universidad con miedo de lo que podría pasar si perdía el rastro. La gente alrededor tampoco notaba su presencia, pues pasaba entre medio de él sin inmutarse, haciéndolo cerrar los ojos con fuerza aunque sólo sentía un ligero cosquilleo. El camino era el mismo que había hecho todos los días, pero al llegar a la facultad notó las paredes más rayadas, con distintos carteles con consignas que no había visto antes y que su alter ego simplemente omitía, prefiriendo revisar el celular en la mano. Marco se rascó un brazo sin razón alguna mientras miraba a todos lados, notando cómo la gente conversaba más que antes, gesticulaban con los brazos o caminaban más rápido, como si algo pasara de lo que no tenía conocimiento. Notó que muchos iban al auditorio y se juntaban alrededor de la entrada, pero su otro yo siguió caminando en la otra dirección y prefirió seguirlo en vez de comprobar lo que pasaba.

«¡Hey!, ¿adónde vas?», le dijo intentántolo de nuevo, moviendo las manos con esmero para llamarle la atención sin éxito, pues no entendía por qué iba a ese piso si no tenía ninguna clase ahí. Lo vio entrar a una de las salas y sentarse en la penúltima fila, aunque quedaban muchos asientos dispersos en otros lados. Marco se sentó cerca, atento a que otros alumnos no intentaran ocupar ese mismo puesto.

—Bien, veo que a ninguno de ustedes les importa lo que pasa afuera —dijo el profesor al ingresar a la sala y mirarlos a todos apretando los labios. Ninguno de los presentes dijo nada, pero Marco no pudo evitar notar que todos desviaban la mirada.

Comenzó la clase de una materia que no conocía, mientras su alter ego hacía rayones aquí y allá igual que él cuando estaba aburrido. El profesor definió algunos conceptos, hizo diagramas y repitió algunas cosas unas cuantas veces, y Marco trató de entender lo que tenía en frente a pesar que era todo nuevo. Su alter ego anotó unos cuantos nombres, aunque ninguna definición, y de vez en cuando el profesor preguntó una que otra cosa a los alumnos más cercanos, luego a los del medio y después a los del fondo. Marco se sintió extraño al notar que su alter ego seguía rayando la hoja, sin prestar demasiada atención, y que al terminar la clase habían interrogado a todos menos a él.

Otras clases siguieron, aunque con la misma dinámica, con el otro rayando el cuaderno sin mucho interés, a veces comentando cosas con algún compañero, aunque en su mayoría bromas sin ninguna gracia. Al ir a otra sala vio más conversaciones a lo lejos, algunos rayando paredes con consignas luchadoras, y notó cómo su otro yo los miró de reojo soltando un bufido de burla antes de seguir caminando. «¿Qué es tan gracioso?», quiso decirle Marco aunque no pudo, y se quedó unos segundos tratando de leer lo que escribían, dándose cuenta que nunca antes lo había hecho y que podría decirles unas cuantas cosas pero en el fondo no quería.

Lo siguió más tarde hasta llegar a la cancha, cambiarse de ropa y juntarse con otros en las mismas, una mezcla de compañeros y desconocidos. Su alter ego los saludó con un gesto de cabeza, esperaron a uno que faltaba y dividieron el grupo en dos equipos. Rodrigo, uno de los que conocía, lo eligió de los penúltimos y asignó posiciones, dejándolo de defensa, y el otro sólo alzó los hombros con indiferencia, caminando hacia el arco que le tocaba defender. Marco lo siguió, ya asumido que nadie lo podía ver, y con las aletas de la nariz abiertas respirando fuerte se le puso enfrente. «¿Qué, no vas a decirles nada?», preguntó sin palabras, mientras el otro miraba a cualquier lado con cara de aburrido y la boca hacia un lado, esperando que comenzaran. «Me carga jugar aquí, es una lata, ¡quiero ir al frente!» Pero el otro no dijo una sola palabra.

Estaba claro que eso no tenía sentido, que algo andaba mal en ese otro yo que jugaba de mala gana, dando pases de vez en cuando, corriendo poco aunque podía más, chocando con un rival sin inmutarse cuando le clavaban un codo en el costado, y Marco sintió que se le hervía la sangre mientras iban perdiendo, sabiendo que podía más. «¡Habla, mierda!», le gritó con la mente, intentó zamarrearlo y golpearle la cara, pero ninguna de esas cosas funcionaron. No entendía por qué actuaba así, porqué no levantaba la voz cuando claramente no estaba conforme. ¿Quién era ese impostor que trataba de seguir su rutina, copiar su atuendo y vivir en su casa, que dejaba que el resto decidiera por él?

La tarde avanzó y Marco siguió detrás de su impostor mientras terminaban de jugar, se fumaban unos cigarros y hablaban de cosas sin importancia hasta que cada uno se dispersó. Lo siguió sin mayores problemas, esquivando tumultos, mendigos y vendedores ambulantes, y ya en casa entró a la pieza detrás suyo, tratando de darle sentido a todo, hasta que se miró de nuevo las manos y notó que se veían translúcidas. Miró a todos lados, trató de tomar algo del escritorio pero en vez de ser un objeto sólido lo traspasó un poco. Tragó saliva aunque el gesto se sintió extraño al notar que no tenía, y entonces el impostor salió del baño y se cambió de ropa, echándose en la cama y encendiendo el televisor, cambiado canales sin mucho interés.

«¿Quién eres, qué haces, por qué tienes mi vida, vives en mi casa y no haces nada?» Se puso entremedio de la pantalla aunque sabía que no servía, y pudo ver en sus ojos y gestos cómo nada le llamaba la atención. «¿Qué mierda de vida tienes?, ¿qué cresta quieres hacer?, ¿por qué no respondes a nada ni muestras interés?»

El día completo había sido una pérdida de tiempo, y lo veía en su rostro despreocupado mientras bostezaba. No respondía a nadie, no comentaba nada, no parecía querer cambiar la situación que a Marco tanto le molestaba, pero sus palabras seguían sin hacer ningún efecto, al igual que las acciones del que ahora ocupaba su cama. De abajo lo llamaron para cenar y lo vio moverse por inercia, bajando con pantuflas y notando lo arrugada y sucia de su ropa. Bajó con él, poniéndose a su lado mientras se sentaban todos a la mesa, notando cómo su madre tenía otro corte de pelo y su padre comía con ansias, como casi siempre cuando llegaba tarde del trabajo.

—¿Cómo estuvo el día, hijo?, ¿algo interesante? —preguntó su madre.
—Bien, todo tranquilo.
—¿Se han puesto de acuerdo sobre qué pedir en la asamblea?
—No sé. No fui —respondió su alter ego mientras comía una tostada, sin darle importancia. Marco no tenía idea de qué hablaba.

Su hermana habló con detalle de su día, de las clases y las actividades en talleres, sobre las largas reuniones después en la tarde para determinar sus necesidades, y mientras eso pasaba su alter ego comía en silencio, sin hacer gesto alguno de poner atención, a pesar que la conversación iba y venía entre los otros tres.

«¿Acaso no ves que el resto te ignora?», soltó Marco sin palabras y entonces algo hizo que parara, como si se le apretara el pecho ante sus propias palabras. Vio a la familia comer como cualquier día, conversar sin preocupaciones y su otro yo ahí, como en su propio mundo donde todo era secundario, donde nada tenía real importancia y era mejor terminar de comer para perder el tiempo en otra cosa. Sintió que perdía el equilibrio y se afirmó con dificultad en el borde de la mesa, con el cuerpo cada vez más cansado. Todo se movía de un lado al otro, haciendo que se confundiera y respirara con dificultad, y tal vez por eso notó por un instante que no estaba ni él ni su alter ego sentado. La silla estaba vacía y la conversación era la misma, los comentarios, risas y preocupaciones se mantenían, nadie parecía notar su ausencia y Marco se dio cuenta que esa indiferencia era la que él mismo hacía.

«No, no», intentó decir teniendo que afirmarse con ambas manos para no caer al suelo, ya viendo a su otro yo en la silla, sólo comiendo. «Vamos, di algo, respóndeles de alguna forma». Sus manos comenzaron a sudar frío y las piernas a temblar, teniendo que tomar aire en grandes bocanadas. «Di lo que quieres, di lo que no. ¡Lo que sea!»

—Permiso —escuchó decir a su alter ego mientras se ponía de pie, y por una milésima de segundo sus miradas se cruzaron. Marco se congeló al reconocer sus gestos, sus ojos y su indiferencia, como si no fuese alguien suplantándolo sino que un espejo que lo mostraba tal cuál era, pero después siguió avanzando y pasó a su lado, como si nada pasara. En la mesa siguieron comentando lo vivido en el trabajo, cómo había cambiado todo allá afuera y qué harían a futuro.

«No, no, diles que te importa. ¡Me importa, por la cresta!» Marco volteó a ver a su otro yo cruzar la puerta sin mirar atrás, y mientras se iba cerrando sintió cómo su cuerpo se hacía más liviano, como si flotara. Se miró las manos y apenas notaba sus bordes, sintiendo que ya no tenía equilibrio que mantener, que no era necesario respirar ni pestañear, que lo que hiciera o no tenía poca importancia. Giró de nuevo para ver al resto de su familia, tratando de retener sus caras mientras su hermana miraba de reojo a la puerta, negando con la cabeza.

Mientras todo se hacía borroso pensó en ese asiento vacío que podría estar ocupado pero que a esa altura no importaba, porque estar ahí o desvanecerse era tan irrelevante como su presencia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro